domingo, 22 de junio de 2008

Guillermo Pérez Roldán, malditas lesiones

Pérez Roldán en la final de Roma, contra Lendl

A los 4 años, en Tandil, agarró por primera vez una raqueta. Desde entonces, Guillermo Pérez Roldán no pudo dejar al tenis. "Recién a los 7 lo tomé en serio", decía, como si lamentara haber 'tardado tanto' en ser tenista a tiempo completo. Raúl, su papá, se convirtió en entrenador y él dejó el secundario para no abandonar al tenis. A los 14 años, su poderosa derecha conquistó el juvenil de L'Avenire, en Italia. Fue el primer argentino en ganar el Roland Garros junior, no sólo en singles sino también en dobles. "No hay que apurarlo", decían en su entorno. Pero la aceleración era tan natural como inevitable en su carrera.
Ganó otra vez en París, en 1987, año en que se hizo profesional: a los cuatro meses fue semifinalista de San Vicente y enseguida venció a un top ten, el sueco Mikael Pernfors (10°). Con apenas 17 años, conquistó en Munich su primer título ATP. Dos meses después arrasó al alemán Tore Meinecke (6-2 y 6-3) en la final de Atenas. Se sentía seguro. "Un jugador sin confianza vale la mitad", afirmaba. Se metió entre los 20 mejores del mundo y cerró 1987 con el título en Buenos Aires.
Los años siguientes mostraron más de su terrible juego de fondo. El bicampeonato en Munich fue el aperitivo para un choque inolvidable: la final de Roma ante el N°1 del mundo, Ivan Lendl. Ese día, Guillermo usó su mejor repertorio: efectos, concentración máxima, agresividad permanente. El juego tuvo un final atrapante, como esas novelas policiales que tanto le gustaban: Lendl ganó 2-6, 6-2, 6-4, 4-6 y 6-4.
Dejó las penas de lado. En el torneo siguiente, Roland Garros, le tocó enfrentar al sueco Stefan Edberg, N°2 del mundo, en octavos de final. Guillermo había aprendido que a las leyendas no se les puede dar chances y ganó con autoridad: 7-5, 6-3 y 6-3. En los cuartos de final cayó ante Andre Agassi, pero de todos modos llegó a su mejor posición en el ranking: 13°. Otra batalla colosal (llevó a John McEnroe al quinto set en la Copa Davis) demostró que no perdía el hambre. "El rival siempre es un villano de película, un necio", decía descubriendo su fórmula.
En 1989 fue campeón en Palermo y volvió a jugar un partido épico: en Roland Garros, ante el alemán Boris Becker (N°2), perdió 7-5 en el quinto set. Todos hechos relevantes, todos sucesivos en el tiempo. Un año después ganó San Marino con su estilo: a puro pelotazo desde el fondo. Así festejó ante Andre Agassi (5°) en 1991; y logró otra vez el título en San Marino.
En medio de un período irregular, atípico en él, ganó la final de Casablanca en 1992, cuando participó de los Juegos Olímpicos y terminó entre los 50 mejores por sexto año consecutivo. Pero, muy rápido, sus sueños se esfumaron. El noveno título (repitió en Casablanca) y una victoria ante Goran Ivanisevic (6°) fueron sus últimos raquetazos históricos, porque una lesión en la muñeca derecha no lo dejó en paz hasta que lo obligó a retirarse, a los 23 años.
No se rindió y volvió en 1996, pero duró poco: la muñeca siguió molestando y se sumaron problemas en los meniscos. "Tengo una gran nostalgia del tenis. Me había enamorado de competir, de sentir presiones", se lamentaba. Luego entrenó juveniles y se animó a practicar en un Future en Santa Fe, en 1998. Tanto le costó alejarse de su pasión que en 2004, a los 34 años, jugó un Challenger en Italia.
Toda su carrera fue vértigo y sacrificio permanente. Creció a toda velocidad, y muy veloz e injusto fue aquel adiós. Desde que tomó una raqueta por primera vez, a los 4 años, dejó mucho por no dejar al tenis; hasta que las malditas lesiones intentaron dejarlo sin él. Fue en vano: la vida de Guillermo Pérez Roldán es, en esencia, el tenis mismo.

PUBLICADO EN 'EL GRAN TENIS ARGENTINO', SEPTIEMBRE DE 2005

domingo, 8 de junio de 2008

Horacio De La Peña: polémica en el tenis


El tenis parecía ideal cuando pasaba tardes enteras jugando contra el portón del garage de la quinta de Pacheco. Era un chico que, muy lejos de aquel portón, en Grecia, aprendió que no todo sería perfecto: a los 17 años ganó su primer torneo importante (el satélite de Salónica) y allí, en el hotel, lo invadieron alegría y tristeza a la vez. Quería festejar, pero no tenía con quién. Por primera vez se sintió solo. Y lloró. Horacio Armando De La Peña supo entonces que si quería triunfar en el tenis tendría que apoyarse en sí mismo. En nadie más.
'El sucesor de Vilas', 'un tipo arrogante', 'un invento de la prensa'. Eso se dijo de él, y más. Lo indudable era su gran talento natural, y que estuvo permanentemente envuelto en polémicas.
Acaparó la atención masiva en el Argentino de 1983, al derrotar al último campeón, Eduardo Bengoechea, por un fulminante 6-0 y 6-2. En el primer set, el Pulga (le decían así por su físico pequeño) no perdió ni un solo punto. Algunos decían que era soberbio. "Se cree un semidios", lo castigó Roberto Argüello.
Integró el equipo que enfrentó a Estados Unidos por la Copa Davis: esa fue su posibilidad de compartir días y entrenamientos con Guillermo Vilas. Pero hubo un quiebre. "Yo jamás podría ser como él, porque es demasiado obsesivo", dijo el Pulga. Ganó el Challenger de Bahía e ingresó en el lote de los cien mejores, pero las riñas seguían. Primero contra Martín Jaite. Luego, con Gerardo Wortelboer. Por último, contra todo un estadio: en un partido de exhibición en Adrogué, perdió 6-2 y 6-0 y la gente lo silbó.
A su zurda dúctil nada le afectaba. Llegó el primer título grande, en Marbella, y la escalada hasta le puesto 52 del ranking. Paralelamente, fue excluido del equipo de Copa Davis y se enfrentó a Cristian Miniussi. "Nunca nos pudimos ni ver", sentenció.
Llegó a la final de Bari y a octavos de Roland Garros en 1986. Y volvió a la Copa para ganarle 6-3, 7-9, 6-2 y 10-8 al chileno Gildemeister: "Mi triunfo más grande". Intentó ejecutar un tenis más ofensivo y logró una resonante victoria en Roland Garros '87 ante John McEnroe. Pero de un festejo espectacular pasaba a una derrota estrepitosa, como la que sufrió en primera ronda de Toulouse ante Tim Wilkinson: 6-0 y 6-1. En el mejor momento de su carrera (estuvo 31°) disparó contra Martín Jaite: "Unirse a él es separarse de mí. No lo soporto". Cansado "del maltrato argentino" se mudó a Estados Unidos. Bajó al puesto 126° y le ganó a Mats Wilander (N°3) en Boston: 7-6 y 6-1.
"En Florencia decidí participar a último momento para conseguir ritmo", dijo. Consecuencia: allí ganó su segundo título en 1989. Ese año terminó siendo triste. Lo operaron de la rodilla en noviembre y, en diciembre, murió su padre.
Tuvo que dejar atrás las penas. La recuperación se consolidó con el mejor torneo de su vida: Kitzbühel '90. Bajó a Brad Gilbert (6°), Emilio Sánchez (7°) y, en la final, a Karel Novacek (37°) para ganar su tercer título. Cuando menos se hablaba de él fue cuando más dio qué hablar.
Triunfó en el Challenger de Bucarest '92: perdió 20 games en 5 partidos. Y Charlotte '93 fue su cuarto campeonato ATP. El Pulga sufrió la rigidez de un circuito que premiaba más a la potencia física que al talento nato, y se retiró por una artrosis en el codo izquierdo, en septiembre de 1994. Tenía 28 años. Siguió pegado a la raqueta como entrenador de varios argentinos y luego logró grandes éxitos con jugadores chilenos, incluyendo la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Ante Horacio De La Peña nadie quedaba indiferente. "Con los buenos soy bueno, pero a los malos les juego de igual a igual. Ése es mi peor defecto", dijo alguna vez. Y no se refería a lo que hacía en la cancha, precisamente.

LOS NÚMEROS
190 Los triunfos que logró en torneos ATP. Jugó 370 partidos, de los que perdió 180.
31° Fue su mejor ranking. Lo consiguió el 6 de abril de 1987. Obtuvo 4 títulos en singles y 6 en dobles.

PUBLICADO EN 'EL GRAN TENIS ARGENTINO', SEPTIEMBRE DE 2005

domingo, 1 de junio de 2008

Roberto Argüello, el autodidacta del tenis

Las huellas de una personalidad solitaria se percibieron en cada paso de Roberto Eduardo Argüello. Nació en Rosario en 1963, se aficionó a la raqueta y, solo, aprendió a jugar. La consecuencia fue un estilo poco académico: pese a ser zurdo, pegaba de drive y de revés a dos manos. No tenía entrenador.
Ganó dos veces el Orange Bowl pero, cuando despegaba, perdió todo el año 1982 porque tuvo que realizar el servicio militar. En su segundo torneo post retorno, en Venecia, mostró un espíritu arrasador que lo llevó desde la fase clasificatoria hasta su único título ATP. Tenía 20 años. Fue elegido por la Federación Internacional como revelación del año: había empezado 582° y terminó 46°. En 1984 consiguió su mejor puesto, 38°, pero una tendinitis en la mano lo perjudicó y retrocedió al 115°.
El chico del arito rebelde tenía que mejorar el saque y la volea. No pidió ayuda: lo intentó solo. Mostró que tenía pasta de grande cuando venció al sueco Anders Jarryd y a Yannick Noah. Ambos eran sextos en el ranking. Y ambos vieron al mejor Argüello: el que pegaba desde el fondo, el que peleaba cada punto, el que no se entregaba nunca. El que, en los años siguientes, no volvería.
Ganó el Challenger de San Pablo '87, pero fue un éxito aislado. Y dijo adiós en 1991. "A Argüellito le da lo mismo jugar en el jardín de su casa que en el court de un gran torneo", dijo Ricardo Cano alguna vez. Razón no le faltaba. A Argüello nunca le importó el contexto. Él sabía que las victorias y las derrotas dependían de una sola persona: de él mismo.

EL NÚMERO
63 Fue el porcentaje de efectividad que Argüello logró en 1983. Ganó 17 encuentros y perdió sólo 10. Ese año, obtuvo el título en Venecia.

PUBLICADO EN 'EL GRAN TENIS ARGENTINO', SEPTIEMBRE DE 2005.