viernes, 25 de septiembre de 2015

Racing campeón - Copilotos de lujo

Por Martín Estévez

Si Milito, Saja, Videla y Bou, cada uno con su estilo, manejaron al equipo, ellos cuatro fueron los acompañantes ideales para empujar a Racing al título.

Luciano Lollo
Ortiz, Migliónico, Cahais... Racing limpió a los marcadores centrales responsables de la peor temporada en Primera y trajo a un cordobés de larga trayectoria en Belgrano. El propio Cocca admitía que a Lollo había que formarlo para que tuviera mayor voz de mando, pero casi no fue necesario. Luciano mantuvo su perfil bajo pero se comió a los delanteros rivales, tuvo contadísimas fallas a lo largo de 19 fechas y hasta metió un gol importante contra San Lorenzo.

Gabriel Hauche
Llegó a la Academia en 2010 para ser titular y figura, pero sólo consiguió lo primero. Tuvo un buen Apertura 2010, pero después acertó poco y llegó a pasar un año entero sin goles. Diluido, se fue al Chievo Verona. Decepcionado en Italia (jugó un partido), volvió para aprovechar cada minuto. En este torneo aportó como titular y después como suplente (hizo un gol clave ante Gimnasia). Con 27 tantos, es uno de los seis máximos goleadores del club en torneos cortos.

Ricardo Centurión
El Wachiturro debutó en Primera hace 30 meses. Ya le pasó de todo: empezó rompiéndola (impulsó la gran campaña del Apertura 2012), se le frustró un pase millonario, su nivel cayó junto al del equipo, sufrió una grave lesión, fue vendido al Genoa, jugó 12 partidos y volvió por falta de pago. Con la 10 en la espalda, en este torneo fue la electricidad, el desequilibro, lo imprevisible por los costados del Racing campeón. Increíble: tiene apenas 21 años.

Gastón Díaz
Refuerzo de poco renombre, parecía un buen recambio en la banda derecha, pero terminó generando un re cambio en ese sector. Al principio se destacó dando asistencias (cuatro en las dos primeras fechas) como volante. Luego, Cocca lo necesitó en su puesto original, como lateral derecho. Y cuando volvió al medio, metió el gol más importante de su vida: el 1-0 a Central, en Rosario. Dos veces campeón con Vélez, el que consiguió con la Academia es su tercer título.

Publicado en El Gráfico: Racing campeón (diciembre de 2014)

jueves, 24 de septiembre de 2015

Ezequiel Videla – En el nombre del padre

Por Martín Estévez 

Llegó a Racing con el recuerdo de su viejo, fanático de la Academia, como motivación extra. En apenas seis meses, se convirtió en ídolo y ya tiene otro sueño: quiere llegar a los 100 partidos en el club.

“Tenés que ser de Racing y de Perón”, le decía su papá cuando era chico. Su viejo murió en 2009, y él no cumplió con el segundo mandamiento, porque a la política partidaria la mira de reojo, pero el primero le renació en las venas cuando, a mediados de 2014, le surgió la posibilidad de vestir la camiseta de la Academia.

Y acá está el Mono, apodo que recibió por otro Mono, Sergio Carberi, un vecino que siempre lo llevaba a jugar a la pelota en Cosquín, su pueblo natal. Acá está Ezequiel Videla, en el medio del Cilindro Mágico de Avellaneda, escuchando corear su apellido, y el de su viejo, y dando la vuelta olímpica. Acá está el hijo cumpliendo el sueño del padre: un Videla campeón con la celeste y blanca.

Nacido hace 26 años, el 15 de enero de 1988, arrancó a jugar en Tiro Federal de Cosquín, y en 2003 viajó a Rosario para hacer las divisiones inferiores en Central. Compartió equipo con Di María, pero... 

“Fue en 2009, me acuerdo muy bien de ese día -le contó a El Gráfico en una entrevista publicada en noviembre-. Me llama Hugo Galloni y me dice: ‘Eze, la semana que viene se van a firmar los contratos...’. Y yo pensaba que me iba a decir que sí, pero me dijo que no, que no había forma de firmar. Fue un momento duro. Los 20 kilómetros desde Arroyo Seco los hice llorando. Pensé en dejar el fútbol, pero era regalar ocho años de mi vida. Tenía 20 y me preguntaba qué iba a ser de mí”.

Su familia, especialmente su hermano Franco, le puso el hombro, y a los pocos días le surgió la posibilidad de viajar a Uruguay. Así que su debut profesional fue con la camiseta de Wanderers, donde jugó 24 partidos y metió 2 goles en la temporada 2009/10. 

A partir de ese momento, su carrera (y un fútbol de préstamos permanentes y tiempos acelerados) lo llevó a vivir un rato en cada ciudad. “Cuando me iban a renovar en Uruguay, apareció la chance de ir a San Martín de San Juan. Justo mis suegros volvían a la Argentina desde España, así que todo cerraba. Cuando llegué, éramos cuatro jugadores y el técnico, pero al final se sumaron refuerzos y terminamos ascendiendo”.

Ascendente también es la carrera de Eze, del Mono, de un volante central que se destaca por su sentido táctico. Toca de primera, es solidario, y tiene la capacidad de tirarse al suelo como si se le fuera la vida en eso y tocar la pelota sin cometer foul.

De San Juan (temporada 2010/11) se fue a Córdoba, para jugar en Instituto. Difícil para él, que es hincha de Talleres. “Es que Franco asumió y me llamó para ir. Muchas cosas me hicieron decir que sí: estar cerca de mi casa, jugar en la provincia, conocer al cuerpo técnico... Yo siempre fui de Talleres, de chico iba siempre a la cancha, fui socio, tengo un tatuaje. Entonces, jugar en Instituto fue un cambio grande, pero creo que hice las cosas lo suficientemente bien como para que no me pudieran reprochar nada”. 

En aquella temporada, la 2011/12, estuvo cerca de conseguir otro ascenso (la Gloria perdió la Promoción contra San Lorenzo).

Luego, a viajar de nuevo, para jugar en la Universidad de Chile: 37 partidos y un título (la Copa Chile) hasta diciembre de 2013. Ahí también se dio el gusto de enfrentar a Neymar y a Ganso en la Recopa Sudamericana.

Su debut en la cancha de Racing, la misma a la que había ido dos veces con su viejo cuando era un adolescente, fue en 2014, pero con la camiseta de Colón: los santafesinos perdieron 3-0. Luego sumarían 30 puntos, pero no alcanzarían para evitar el descenso.

Entonces sí: Racing. “Llegar al club fue muy especial. Primero, el momento de firmar: fue un sueño porque, más allá de lo de mi viejo, era un paso muy importante en mi carrera. También era un temor, por venir a Buenos Aires. Por ahí los que viven acá no se dan cuenta, pero para los que venimos de afuera es un cambio muy chocante. Hace pocos meses que estoy acá, pero me sorprendió para bien. Con mi mujer y mi hija somos de hacer cosas sencillas, ir al parque, salir a pasear. Mi hija tiene 5 años y la admiro porque se banca todos los cambios de la mejor manera. Cuando llegamos a Buenos Aires estábamos preocupados por ella, pero el primer día que fue al colegio, salió contenta y nos dijo que ya tenía amigas. Eso nos tranquilizó mucho. La noche del partido contra Rafaela, que empezó muy tarde, le dije a mi mujer que no vinieran, que hacía frío, y me dijo: ‘¿Estás loco? Ella ya tiene la camiseta puesta y quiere ir’”.

La exposición permanente que genera representar a un club grande es un tema al que le presta atención. “Trato de consumir poco lo que dicen los medios porque soy una persona que sufre esas cosas. Te pueden hacer equivocar. Mi mujer, Caro, tiene una carpeta de recortes y me dice que el día de mañana voy a recordar todo esto, pero trato de consumir lo menos que pueda y de disfrutar el día a día con mi familia. El día que firmé contrato, le dije a ella: ‘Tenemos que disfrutar esto porque no sé cuántas veces voy a poder jugar en un club tan grande’. Así que lo disfruto. Llego al club con el auto y digo: ‘Qué lindo es estar acá’”.

La primera ovación, aunque no tan contundente como la que vivió en los últimos partidos, la escuchó cuando terminó su primera vez con la celeste y blanca, un 2-0 a San Lorenzo. “Ya en la entrada en calor tenía sensaciones muy buenas. El equipo ganó, jugamos bien y cuando escuché el ‘Videela, Videela...’ me sorprendí para bien, pero pensé que la gente estaba loca (risas). Yo demuestro eso: compromiso y ganas. Mi viejo algo hizo para que yo esté acá, así que no le puedo fallar”.

Su posición táctica durante varios partidos del torneo fue atípica: retrocedió a buscar la pelota incluso detrás de los marcadores centrales. “Es uno de los pedidos que me hizo el técnico. A él le gusta que salgamos por abajo, que no rifemos la pelota. Por ahí, a veces me queda larga la cancha, pero es el precio de querer tener la pelota. Prefiero eso antes que el arquero le pegue de punta y para arriba”. 

Claro que su estilo lo deja siempre al borde de la sanción: en los 165 partidos que jugó, recibió 47 tarjetas amarillas. Tres veces fueron dos en un partido y terminaron en expulsión. “Es mi forma de jugar –explica–. Vivo los partidos con mucha intensidad, juego al límite”.

Videla fue el tractor del Racing de Cocca, una versión remasterizada del Bastía de 2001. Con Aued, Acevedo, Cerro, con quien sea al lado, se comió la mitad de la cancha con un despliegue que, de verdad, no es habitual observar. 

Hace 1172 días que no hace un gol porque la suya es otra tarea, pero estuvo muy cerca contra Rosario Central: un remate suyo, tras pase de Milito, reventó el poste y terminó siendo empujado a la red por Gastón Díaz.

Desde que es profesional, Videla nunca jugó más de 18 meses en un mismo club. En Racing, lleva 6. “Yo me quiero quedar acá. Ojalá pueda quedarme muchos años. Después de tantas idas y vueltas, quiero asentarme en algún lugar, y ojalá sea en Racing. Uno de los objetivos que siempre tuve fue cumplir 100 partidos en un club y hasta ahora no pude”. Si de los hinchas de Racing dependiera, no habría problemas: en la Academia, Videla, el Mono, Eze, el todoterreno del campeón argentino, podría quedarse hasta el partido mil

Sólo jugó seis meses, pero ya es uno de los mejores volantes centrales de Racing en este siglo, junto a Bastía, Yacob y Pelletieri. Vivió un torneo brillante y la rompió en un partido clave: contra River.

Publicado en El Gráfico: Racing campeón (diciembre de 2014)

lunes, 14 de septiembre de 2015

Racing Club – El primer grande

Por Martín Estévez

Racing impuso el estilo criollo en la década de 1910 y fue campeón del mundo antes que ningún equipo argentino.

“Así no podemos seguir. Dos clubes chicos no sirven. Uno grande, sí”, habrían sido las palabras de Evaristo Paz que convencieron a los integrantes de dos clubes, Barracas al Sud y Colorados Unidos, de fusionarse en uno solo: el 25 de marzo de 1903 nacía el Racing Club.

Su nombre surgió de una revista francesa y les encantó a todos. Dos años después, Racing se inscribió en la Tercera División del fútbol argentino y consiguió el ascenso en ese mismo torneo. Batalló en Segunda hasta 1910, cuando en la final derrotó 2-1 a Boca, con goles de Pablo Frers y Alberto Ohaco, y llegó a Primera.

En aquel momento, nuestro fútbol era más inglés que argentino. Reinaban los apellidos y el estilo británicos: pelotazos largos y juego aéreo. Racing, plagado de “criollos” (Ohaco, Ochoa, Oyarzábal, Hospital), impuso un juego distinto: pelota por el piso, toque y pases hasta llegar al arco rival y empujarla. Con ese estilo, logró la mayor racha de la historia: siete títulos consecutivos entre 1913 y 1919. Por enseñar una nueva forma de jugar al fútbol, recibió el sobrenombre de La Academia. 

Alberto Ohaco era el goleador, Natalio Perinetti y Pedro Ochoa los gambeteadores, y Francisco Olazar el alma del equipo que convirtió a Racing en el primer grande. Durante el amateurismo también conquistó los títulos de 1921 y 1925, y doce copas oficiales.

Llegó el profesionalismo en 1931, y Racing sufrió su primera larga racha sin títulos: 24 años. De hecho, ni siquiera fue segundo. Su mejor posición en ese lapso fue el tercer puesto, conseguido en 1932, 1933 y 1948. Eran temporadas en las que brillaban Vicente Del Giúdice, Vicente La Bordadora Zito, Enrique Chueco García y Evaristo Barrera, autor de 136 goles en 142 partidos.

¡Campeón mundial!
La racha había estado a punto de cortarse en 1948, pero una huelga de futbolistas interrumpió el campeonato cuando Racing iba primero. Los juveniles que cerraron la campaña no pudieron mantener la punta.

La revancha fue rápida y por triplicado: la Academia fue campeona en 1949, 1950 y 1951. Y los tres casos fueron especiales. En el 49, porque fue el primero. El 50 fue el año en el que se inauguró el estadio Juan Domingo Perón. Y el 51 merece un párrafo aparte.

Racing peleó el campeonato punto a punto con Banfield; hasta llegaron a un desempate. El resto de los equipos grandes, cansados del dominio celeste y blanco, decidieron unirse en la tribuna rival: sí, entre los hinchas del Taladro hubo banderas de Boca, River e Independiente. Pero nada de eso alcanzó, y un golazo de Mario el Atómico Boyé le dio a Racing el 1-0 y el tricampeonato. Fue el primer equipo en lograrlo en el profesionalismo.

Antonio Rodríguez; Higinio García, García Pérez; Rastelli, Ongaro, Gutiérrez; Salvini, Méndez, Bravo, Simes y Sued fueron el equipo base, con Blanco como recambio en ataque, más Boyé (llegó en 1950), Rogelio Domínguez y Juan Carlos Giménez (arribaron en el 51) como refuerzos de lujo.

Los buenos tiempos de Racing se mantuvieron con títulos en 1958 (con Dellacha en el fondo, y Corbatta, Pizzuti, Manfredini, Sosa y Belén como letal delantera) y en 1961 (se sumaron Pedro Mansilla y Federico Sacchi); y con subcampeonatos en 1952, 1955 y 1959.

Sin embargo, en 1965 el equipo comenzó muy mal y merodeaba los últimos lugares, algo impensable en aquellos tiempos. El presidente Santiago Saccol eligió como director técnico a Juan José Pizzuti, que se había retirado en 1962. Entonces, comenzó a delinearse El equipo de José: una aplanadora física y mental que luchaba los partidos en el minuto 1 y en el 90, tenía jóvenes fieros en defensa (Perfumo, Basile, el Panadero Díaz); al repatriado Humberto Maschio, que volvió de Italia a los 33 años para darle magia al mediocampo; y delanteros rápidos que no daban ninguna por perdida: el Chango Cárdenas, el Yaya Rodríguez y Jaime Donald Martinoli.

Aquel Racing lo hizo todo. Fue campeón argentino batiendo el récord de partidos sin perder (39). Ganó la Copa Libertadores más larga de la historia: 20 encuentros, entre los que se incluyen tres tremendas finales ante Nacional de Uruguay. La última, triunfo 2-1 en Chile, con goles de Cardoso y Maschio. Y el Equipo de José también ganó la Intercontinental. Perdió 1-0 en Escocia ante Celtic, dio vuelta el partido para ganar 2-1 la revancha, y el tercero, en el Centenario uruguayo, terminó 1-0 con un mitológico golazo del Chango Cárdenas, zapatazo inmortal del que se hablará por los siglos de los siglos. El país enteró los recibió con orgullo: Racing era el primer equipo argentino en ser campeón mundial.

Grande por su gente
Si Racing continuó siendo considerado grande durante la larga etapa de 35 años sin títulos locales, fue por el imponente apoyo de su hinchada, que ilógicamente creció y aumentó en número y fervor durante los años oscuros.

En el Metropolitano de 1970 hizo la peor campaña de su historia: 11º. Repitió la posición en 1971. En el 73 fue 13º. El equipo caía en picada y sólo se salvaban el lateral Quique Wolff (1967-72) y los goleadores Walter Machado Da Silva (apenas estuvo en 1969) y el Pampa Alberto Jorge (1970-75).

Un 2º puesto en el Metro 72 y el 3º en el Nacional 74 fueron los últimos chispazos. La decadencia continuó en 1975, cuando perdió 7-1 contra Unión y terminó 16º en el Metro. 

Llegaban refuerzos malos, y los mejores duraban poco. La Academia llegó a jugar la Zona Descenso en 1976 y se salvó a una fecha del cierre. También sufrió hasta el final en el 77, cuando respiró en la fecha 43 de las 44 que se jugaron. Carlos Squeo, el Ropero Díaz, Julio Olarticoechea, Juan Barbas y Roque Avallay ponían la cara por el resto.

Entre 1981 y 1983 acumuló las tres campañas que terminarían en su primer y único descenso. La fecha fatídica fue el 18/12/83, cuando una derrota ante el Racing cordobés lo mandó a la B.

Fueron dos años de martirio que terminaron el 27/12/85, gracias a un empate 1-1 ante Atlanta. Walter Fernández, Miguel Angel Colombatti y Gustavo Costas fueron los símbolos del retorno a Primera.

Volvió con fuerza y fue campéon de la primera Supercopa, jugada en 1988. Eliminó a Santos, River y, en la final, a Cruzeiro: 2-1 en Avellaneda y 1-1 en el Morumbí. El Pato Fillol, Néstor Fabbri, Rubén Paz y el Toti Iglesias ya eran parte del equipo.

En la década del 90, a Racing le fue como al país: muy mal. Por momentos merodeó el título (4º en el Clausura 91, subcampeón de la Supercopa 92, 3º en el Apertura 93), pero también tenía campañas muy malas, como el 15º puesto del Apertura 92. El Turco García, el Lagarto Fleita y Teté Quiroz sufrieron aquellos años caóticos.

La mala presidencia de Juan De Stéfano terminó con un manotazo de ahogado (Maradona como DT) y el club en convocatoria de acreedores.

Nacho González, el Piojo López, Pablo Michelini, el Chelo Delgado y el Mago Capria impulsaron a la Acadé al subcampeonato en el Apertura 95 (con el memorable 6-4 a Boca incluido) y a las semifinales de la Copa Libertadores 97, tras eliminar al River de Ramón Díaz. Pero llegó la quiebra, decretada por otra muy mala presidencia, la de Daniel Lalín, en 1998.

Con falta de sentido común, Lalín llenó de refuerzos a Racing para buscar un título, pero con Diego Latorre y Matute Morales terminó 3º en el Apertura.

Entonces llegó lo peor: la síndico Liliana Ripoll diciendo que Racing Club había dejado de existir por su inmensa deuda verificada de 34 millones de dólares. Entonces llegó lo mejor: la comunión de los hinchas, el aguante ilimitado, el amor irracional que les hizo llenar la cancha la tarde en que Racing debía jugar, pero no podía. Por aquel 7 de marzo de 1999 es que existe el Día del Hincha de Racing.

El equipo volvió a jugar, pero en 2000 hizo las dos peores campañas de su historia: 18º en el Clausura y último en el Apertura. El descenso y la desaparición se habían unido para no dejar dormir a los hinchas.

El paso a paso
Sí, Mostaza Merlo sacó campeón a Racing en el Apertura 2001, eso lo recordamos todos. Con Campagnuolo, Vitali, Bedoya, Bastía, Chatruc y el Chanchi Estévez como figuras, Racing hizo una campaña maravillosa (12 triunfos, 6 empates y una derrota) y le ganó el título por un punto al River del Tolo Gallego. Pero antes hubo otra hazaña, la de agarrar un equipo destrozado, que había ganado tres partidos de los últimos 37, y salvarlo del descenso gracias a un gran torneo en el que Racing terminó 5º.

Merlo fue la solución deportiva a la debacle. La solución institucional fue el gerenciamiento del fútbol del club, salida rápida y peligrosa, mientras las demás actividades seguían debilitándose.

La deuda se pesificó y terminó siendo manejable: había que pagar 3,4 millones de pesos por año. Un vuelto para un club que vendió en dólares a Maciel, Loeschbor (2002), Campagnuolo, Arano, Bastía (2003), Milito, Mariano González (2004) y Lisandro López (2005).

La buena Copa Libertadores 2003 (invicto en ocho partidos, eliminado por penales) y el retorno de Diego Simeone para el Clausura 2005 (4º puesto) fueron los únicos torneos memorables. En el resto, se multiplicaron los refuerzos mediocres (Lucero, Orozco, Castromán, Leandro Gonzalez, Nico Cabrera, Pellerano, Barroso) y los malos resultados.

En el Clausura 2006 explotó todo: el DT, Quiroz, renunció en la 3ª fecha, y Simeone fue forzado a asumir ese cargo. El gerenciador Fernando Marín renunció ante las denuncias de administración fraudulenta y lo reemplazó Fernando De Tomaso. 

El Cholo salvó al equipo del descenso con una racha de cuatro triunfos, pero contrataron a Mostaza Merlo, que duró nueve meses. En 2007 volvió el Piojo López para ayudar en la pelea contra el promedio, pero cuando se fue, hastiado por el caos que existía en el club, sus reemplazos fueron el tosco Erwin Avalos y el poco profesional Reinaldo Navia. 

El Racing de Llop terminó último en el Clausura 2008 y se salvó en la Promoción gracias a un batallón de pibes más el amor por la camiseta de Facundo Sava.

¡Qué años de sufrimiento! Los hinchas lucharon y consiguieron rescindir el contrato de gerenciamiento y Racing volvió a ser una asociación civil. La pelea contra el descenso siguió en 2009 (con Yacob, Zuculini y Lugüercio como símbolos de la salvación) y en 2010 (milagrosa remontada en las fechas finales).

Estabilizado institucionalmente, asomó una recuperación en la Temporada 2010/11, cuando logró 58 puntos, y especialmente en la 2012/13, al sumar 62. Racing volvió a jugar copas internacionales (Sudamericana 2012 y 2013) y disfrutó de otra fecha histórica: 15/6/2013, día en que Independiente descendió al Nacional B.

Casi sin explicaciones, la 2013/14 fue un fiasco absoluto, con presidente y vicepresidente peleados, jugadores con nivel pésimo y, por primera vez en la historia, el último puesto en la temporada.

Cuando el promedio asustaba de nuevo, el que sintió la llamada del corazón fue Diego Milito, y alrededor suyo comenzó a gestarse el motivo por el que esta revista existe: el Racing campeón de 2014.


17 Los títulos locales que ganó Racing. Fueron 9 en el amateurismo (1913, 1914, 1915, 1916, 1917, 1918, 1919, 1921 y 1925) y suma 8 en el profesionalismo (1949, 1950, 1951, 1958, 1961, 1966, Apertura 2001 y Campeonato 2014).

19 Sus copas oficiales: 4 de Honor; Cusenier 1913; 5 Ibarguren; 2 Aldao; Liga Argentina 32; Beccar Varela 32; Competencia 33; Británica 35; Libertadores e Intercontinental 67; y Supercopa 1988.

50 Sus títulos totales. 36 oficiales y 14 no oficiales: 9 Torneos de Verano; Copa Bullrich 1910; Conde de Fenosa 68; Supercopa Interamericana 88; Libertad 92; y Río de la Plata 94.


Publicado en El Gráfico: Racing campeón (diciembre de 2014)

viernes, 11 de septiembre de 2015

Los invencibles – parte IV

Por Martín Estévez 

Hace 50 años, Coronel Suárez ganaba el Campeonato Argentino por cuarta vez consecutiva.

El Gráfico Polo festeja con esta edición sus diez años de existencia. Y una de las notas tradicionales de nuestra revista se ha fundado en observar todavía más atrás, prender la máquina del tiempo y recordar qué sucedía con el polo nacional hace exactamente cincuenta años. 

¿Y qué es lo que pasaba? El Abierto de Tortugas, que todavía no era tan importante como en la actualidad, lo había ganado el equipo local. El Abierto de Hurlingham, por cuarta vez consecutiva, quedó en manos de Coronel Suárez. Y el gran cierre de la temporada lo brindó el Campeonato Argentino Abierto, en el que el mismo Coronel Suárez y Santa Ana repitieron la final jugada un año antes. 

En aquel partido decisivo, Coronel Suárez se consagró campeón argentino, también por cuarta ocasión seguida. Para hacer honor a la historia, les ofrecemos los mejores extractos de la nota publicada en la edición número 2355 de El Gráfico, del 25 de noviembre de 1964, en la que el periodista Félix Frascara analizó aquel torneo.

Ante Coronel Suárez volvió a estrellarse Santa Ana
Harriott y Heguy siguen siendo sinónimo de triunfo. Visten los colores de Coronel Suárez, pero eso no hace que se pierda la dimensión personal, que es la que valora las victorias, la que da a esta nueva conquista de Coronel Suárez el calor que hizo vibrar a las tribunas colmadas de Palermo. Estos cuatro hombres –el domingo, por un accidente de Harriott padre se sumó Carlos Torres Zavaleta al equipo– son los que ahora dan vida a Coronel Suárez. Hay una tradición detrás de esa casaca, como la que existe en el fondo de las de cualquier equipo, de cualquier deporte, pero con la labor de tiempo y los triunfos acumulados –seis campeonatos argentinos en siete años–, lo que en principio el aficionado siguió por obra del color de una camiseta, ahora lo acompaña por lo que pesan esos nombres, con los que se identifica al triunfador. Decir Harriott o Heguy en polo es dar idea de lo máximo.

Frente a esa columna que construyeron estos hombres se alza otra por la que corre un tipo distinto de sangre, la que lleva un sello diferente de juego. Los Dorignac, con Luis Lalor, vienen siguiendo de atrás la evolución de Coronel Suárez y esperando su oportunidad. La columna de que hablábamos, esa de Suárez, no es más fuerte que la otra, no es más alta tampoco, no es más ancha, pero el suelo que la sustenta tiene mayor firmeza. Eso hace que cuando se enfrentan, cuando el viento huracanado de cada final de polo quiere arrasar con ellas, una resiste la furia y sale limpia, clara, brillante.

Ese es Coronel Suárez. Sus jugadores lograron una mezcla de calidad, resumida en fuerza y delicadeza a la vez, en belleza práctica, en fin, en gol. El match final jugado el año último fue memorable. Esta vez el público que rebasó las tribunas de Palermo fue en busca de una emoción como la de aquel día. Recordaba que Santa Ana había hecho méritos como para triunfar, pero debió contentarse con perder por un gol. Conocida la sangre caliente de los Dorignac, seguidos sus pasos de los últimos años, palpada esa rivalidad que se agiganta con el tiempo, iba el público a ver la venganza, ese placer de los dioses…

Santa Ana tendrá que esperar otro año. Ese es el resultado. Coronel Suárez le prestó por un rato el sabor de la gloria, se lo mostró, se lo dejó gustar, lo hizo trabajar para merecerla y, sobre el final, de un golpe maestro se la arrebató.

Santa Ana había llegado a la final tras exhibiciones en las que no convenció plenamente: 14 a 9 v. Jockey Club y 13 a 8 v. Los Pingüinos. Francisco Dorignac, figura máxima del equipo, no llegaba a desplegar sus 10 goles de hándicap; Luis Lalor quería y no podía y sólo la extraordinaria garra de Gastón Dorignac y algunas sutilezas de Marcelo eran perdurables en el recuerdo después de los partidos. Pero al mismo tiempo Coronel Suárez –vencedor de Tortugas por 13 a 6 y de Los Ranchos por 20 a 4– tampoco respondía a lo que le conocemos. Por eso, suponiendo que la debilitación de los dos favorecía al eterno perdedor, por el hecho que sufre más una baja en el rendimiento el acostumbrado a la victoria, se esperaba que ésta era la oportunidad de Santa Ana. Y lo fue. Pero esta vez los Dorignac no supieron, no encontraron la forma de aprovechar esa ocasión al máximo y nuevamente quedó, al final del partido, nítida, brillante, la estampa de Juan Carlos Harriott (h), hoy, como pocas veces, pieza vital y definitoria de una final.

A partir del segundo período Santa Ana fue poniendo sus cartas sobre el tapete. Gastón Dorignac y Luis Lalor mantenían mano a mano, y con alguna ventaja con el correr del tiempo, la lucha con Juan Carlos Harriott (h) y Horacio Heguy; Marcelo Dorignac superaba en brillo, en lucidez, en improvisación al delantero del otro lado, Alberto Heguy; además Francisco Dorignac, sin llegar a ser el del año pasado, aportaba su fuerza, mientras que Harriott padre quedaba varias veces fuera de juego y llamaba la atención la facilidad con que Marcelo resolvía el problema de su presencia en la última línea. Es decir, que a Santa Ana se le presentó un panorama favorable. Lo explotó en cuanto se refiere a la media cancha, al juego en sí; se mostró superior en muchos momentos, y cuando cargaban sus cuatro hombres aparecía como una fuerza arrolladora, pero todo lo que construían, como los chicos que se aburren a los dos minutos de haber levantado su castillo de arena, lo destruían. Todo el esfuerzo que les costaba arrancar contra la velocidad de los Heguy, superar la barrera de los Harriott, se diluía en el momento de la definición. Los nervios jugaron un papel importante y como el boxeador que tiene a su rival a merced y no lo aprovecha, así Santa Ana dejó escapar la posibilidad de pasar adelante, de imponerse.

Después de dos períodos de juego magnífico, el cuarto y el quinto, durante los que Coronel Suárez tuvo que recurrir a todas sus reservas para defenderse del aluvión, y cuando ya Marcelo pegaba cualquier palo, y Lalor salía de atrás con esa visión especial que tiene para mandarse, se produjo el minuto fatal. Ese momento estuvo marcado por la caída de Harriott padre, su lesión, la interrupción del juego por casi media hora y la entrada de Carlos Torres Zavaleta. La base de que hablábamos de Coronel Suárez, ese entendimiento logrado a través de mucho trabajo y gracias al espíritu organizativo de los Harriott, especialmente del 10 de hándicap, permite al equipo mantener una línea de juego casi constante; arrancar para el gol desde cualquier posición, aprovechar todas las oportunidades. Eso Santa Ana no lo conoce. Todo lo que consigue es con el máximo esfuerzo; toda posición que alcanza es por haber escalado fatigosamente. Coronel Suárez puede subir, bajar y volver a subir. Santa Ana trepa, trepa y llega o se cae. Si se cae, tiene que volver a trepar, sufridamente. Cuando la interrupción del encuentro hizo que se frenaran sus máquinas, que se enfriaran sus motores, se perdió todo. Santa Ana apareció como el producto de la intuición, con el brillo de la improvisación; Coronel Suárez surgió luego como la elaboración de un trabajo consciente, aplicado, que culmina en el instante preciso. Para colmo de Santa Ana la personalidad de Torres Zavaleta cubrió inmediatamente con más solvencia, con mayor fuerza, la plaza de back, y Marcelo comenzó a estrellarse. Entonces, en cinco minutos, durante el penúltimo chukker, Coronel Suárez olfateó la oportunidad y se lanzó. Un error de Gastón, otro de Lalor, otro múltiple en que también entró Francisco, sumado a la potencia de Harriott y a la velocidad de los Heguy, y ya Coronel Suárez entró al último período con tres goles de ventaja y Santa Ana vio su esfuerzo marchito, definitivamente perdido. Las últimas cargas de los Dorignac al final fueron fatalistas. Sabían que no conducía a nada. Y así fue. Pero la juventud vive siempre esperanzada. Santa Ana tiene otro año por delante y una meta que ya es una obsesión: Coronel Suárez.

Texto en inglés

With this edition El Gráfico Polo celebrates its tenth year of life. And one of the traditional articles of our magazine is based on going even further back, turning on the time machine and recalling what was happening with national polo exactly fifty years ago. 

And what was happening? The local team had won the Tortugas Open, which wasn’t as important then as it is nowadays. For the fourth consecutive time the Hurlingham Open had been won by Coronel Suárez. And the great closing of the season was the Argentine Open Championship, where the very same Coronel Suárez and Santa Ana repeated the final match challenged one year before. 

During that decisive match Coronel Suárez became the Argentine champion, also for the fourth consecutive time. To do honor to history, we offer the best excerpts from the article which appeared in the #2355 edition of El Gráfico, published on November 25, 1964, where the journalist Félix Frascara analyzed that tournament.

Santa Ana crashed once again against Coronel Suárez
Harriott and Heguy still are a synonym of triumph. They wear the colors of Coronel Suárez, but that doesn’t mean they lack the personal dimension, which is the dimension which values victories, which adds to this new conquest of Coronel Suárez the warmth which shook the fully crowded stands of Palermo. These four men –on Sunday, joined by Carlos Torres Zavaleta after an accident suffered by Harriot Sr- are the same ones that now bring Coronel Suárez to life. There’s a tradition behind that jersey, just like the traditions that stand behind the jerseys of every team, of any sport, but with the work of time and the victories they have added up –six Argentine championships in seven years-, what at first the amateurs followed by the efforts of the colors of a jersey, now enhanced by the weight of those names, identified with the winning team. To say Harriott or Heguy in polo is to give an idea of the best.

Facing the column that these men erected there is another one where another type of blood flows, one with a different game seal. The Dorignacs, with Luis Lalor, who are following the evolution of Coronel Suarez from behind and waiting for their chance. The column we are talking about, the one belonging to Coronel Suarez isn’t stronger than the other one, neither taller, nor wider, but the ground holding it is firmer. The consequence of this is that when they confront each other, when the hurricane winds of every polo final want to topple them down, one of them resists the fury and comes out clean, clear, and brilliant.

That’s Coronel Suárez. Its players have achieved a quality mix, summed up in strength as well as delicacy, in practical beauty, that is, in goal. The final match challenged last year was memorable. This time the spectators who overwhelmed the stands in Palermo were expecting an emotion just like that one. I remember Santa Ana made enough merits to win, but had to cope with losing by one goal. Since the Dorignacs are known for their hot blood, after following their steps during the last years, feeling that rivalry which grows with the passing of time, the public went to see the vengeance, that pleasure of Gods...

Santa Ana will have to wait another year. That’s the result. For a while Coronel Suárez let them taste the glory, they showed it to them, let them taste it, made them work to deserve it and, just right before the end, took it away with a master shot.

Santa Ana had reached the final after performances which weren’t fully convincing: 14-9 against Jockey Club and 13-8 against Los Pingüinos. Francisco Dorignac, the star player of his team, didn’t completely display his 10 goals of handicap; Luis Lalor wanted but couldn’t, and just the extraordinary guts of Gastón Dorignac and some subtle plays by Marcelo endured in the collective memory after the matches. But at the same time Coronel Suárez –winner against Tortugas by 13-6 and Los Ranchos 20-4- wasn’t responding to what we knew of them either. That’s why, assuming that both team’s weaknesses were favoring the eternal loser, just by the fact that the team used to be victorious suffers more while underperforming, it was expected to become an advantage for Santa Ana. And so it was. But this time the Dorignacs didn’t know how to, or didn’t find the way to take full advantage of this situation and once again at the end of the match, clearly, brilliantly, the figure of Juan Carlos Harriott (Jr), today, like no time before, was a vital and definitive piece of a final.

As from the second period Santa Ana began throwing their cards on the table. Gastón Dorignac and Luis Lalor kept even, and with some advantage as time passed by, the fight with Juan Carlos Harriott (Jr) and Horacio Heguy; Marcelo Dorignac surpassed in brightness, in lucidity, in improvisation the other team’s forward player, Alberto Heguy; furthermore Francisco Dorignac, without being just like he was last year, added his strength, while Harriott Sr often remained out of the game and it was notorious how easy it was for Marcelo to solve the problem of his presence in the last yards. That is, that Santa Ana was facing a favorable scenario. They took advantage of this in the midfield, in the game itself; it was superior during many instances and when their four men charged a rolling force appeared, but everything they built, just like children who become bored just two minutes after having made a sand castle, they destroyed. All the effort it took to start against the speed of the Heguys and overcome the barrier of the Harriots became diluted at the time of the definition. Nerves played an important role and just like the boxer who has his opponent at his mercy and doesn’t take advantage of it, that´s how Santa Ana let the chance of passing forward, of overcoming, escape.

After two periods of a magnificent play, the fourth and the fifth periods, during which Coronel Suarez had to use all of its reserves to defend themselves against the torrent, and when Marcelo was already hitting any shot, and Lalor was coming from behind with that special vision he has to push forward, the fatal minute happened. That moment was marked by the fall of Harriott Sr, his injury, the interruption of the match for almost half an hour and the substitution by Carlos Torres Zavaleta. The base of Coronel Suárez which we mentioned before, that understanding achieved after a lot of work and thanks to the organization spirit of the Harriotts, quite especially from the 10 goal handicap one, allowed the team to keep an almost constant line of play; to start for the goal from any position, to take advantage of every opportunity. That is unknown for Santa Ana. Everything they achieve is with their highest effort; every position they reach is after having climbed wearily. Coronel Suárez can climb up, come down and climb up once again. Santa Ana climbs, climbs and either gets there or falls down. If they fall down it has to climb up back again, suffering. When the match was interrupted their machines sped down, their motors cooled, everything was lost. Santa Ana appeared as a product of intuition, with the shine of improvisation; Coronel Suárez came up afterwards just like an elaboration of conscience, applied work, which ends at the right time. To make things worse for Santa Ana the personality of Torres Zavaleta immediately covered the back position with more solvencies, with greater strength, and Marcelo began to fall down. Then, in five minutes during the next to last chukker, Coronel Suárez smelled the opportunity and charged forward. A mistake by Gastón, followed by another by Lalor, another multiple one where Francisco was also part, added to the power of Harriott and the speed of the Heguys, and already Coronel Suárez entered the last period with a three goal advantage and Santa Ana saw their effort fade, definitively lost. The last charges of the Dorignacs by the end were fatalist. They knew they led to nothing. And so it was. But youth always lives in hope. Santa Ana has another year ahead and an objective which has already become an obsession: Coronel Suárez.

Publicado en El Gráfico especial Nº355 (diciembre de 2014)