jueves, 30 de julio de 2015

Ezequiel Videla: “Me quiero quedar acá”

Por Martín Estévez

En Rosario Central lo dejaron libre y después pasó por seis clubes en cinco años. Hoy, el volante busca consolidarse en Racing, por el recuerdo de su viejo y para cumplir un sueño: jugar 100 partidos en un club.

Julio de 2009. Los jugadores de la categoría 1988 de Rosario Central viven su momento clave: firman contrato o quedan libres. Uno de ellos es Ezequiel Videla. “Me acuerdo muy bien de ese día –cuenta–. Me llama Hugo Galloni, el técnico, y me dice: ‘Eze, la semana que viene se van a firmar los contratos...’. Y yo pensaba que me iba a decir que sí, pero me dijo que no, que no había forma de firmar. Fue un momento duro. Los 20 kilómetros desde Arroyo Seco los hice llorando. Pensé en dejar el fútbol, pero era regalar ocho años de mi vida. Tenía 20 y me preguntaba qué iba a ser de mí. Había nacido mi hija hacía dos semanas, y seis meses antes se había muerto mi viejo... Yo me sostenía en él, así que no sabía qué hacer...”.

Videla lo cuenta con una angustia que parece tan grande como el Cilindro de Avellaneda, en cuyas tribunas está sentado. Respira y continúa el relato. “... Así que lo llamé a mi hermano Franco, y él me ayudó, me contuvo en ese momento tan difícil. A los pocos días, un técnico de Central me hizo el contacto con mi representante actual, Gustavo Manenti, y él me consiguió dos chances: irme a Uruguay o a Defensa y Justicia. Le dije a mi mujer: ‘Gorda, ¿qué hacemos?’. Y ella me dijo: ‘Vamos para Uruguay’”.

El Monito Videla mira para abajo y se toca uno de sus tatuajes. “Lo de Monito surgió porque en Cosquín tenía un vecino, Sergio Carberi, al que le decían el Mono. Tenía 10 años más que yo y siempre me llevaba a jugar al fútbol. Entonces decían que llegaba el mono con el monito, porque iba con él a todos lados. Después, de monito pasé a mono. Le estoy muy agradecido a Sergio, porque me ayudó mucho y fue uno de los que más me insistió para que aprendiera a patear con la zurda. Después, con el tiempo, él fue padre y me eligió como padrino de su hijo. Lo de Mono quedó un poco en el pueblo, en Buenos Aires me conocen más como el Eze, pero cuando me dicen Mono lo siento como algo familiero. Es una de las cosas que me hacen sentir cerca de mi casa”.

-¿Y los tatuajes? ¿Cuántos tenés?
-Tengo 1, 2, 3... 8 tatuajes. El primero que me hice, de chico, fueron las iniciales de mi familia. Nadie quería que me lo hiciera, y encima, el mismo día, el tatuador me tiró la onda para hacerme otro, una tobillera, y me lo hice. La verdad es que fue una cagada, porque llegué a mi casa y mi viejo se enojó, se desvirtuó todo. Todos me decían que el tatuaje es un vicio, y tienen razón. Si fuera por mí, ya tendría todo el cuerpo tatuado, pero pienso en mi hija y no sé si va a ser adecuado que cuando crezca tenga un padre así.

Hoy, Videla es uno de los dos volantes centrales titulares de Racing. Llegó al club hace menos de cuatro meses, pero los hinchas rápidamente lo abrazaron por su entrega. El tipo juega con pasión, se le nota. Tiene sentido táctico, toca de primera, es solidario y cuenta con una capacidad en extinción: la de tirarse al suelo como si se le fuera la vida en eso y tocar la pelota sin golpear la pierna del rival. Suficiente para una hinchada que en los últimos 45 años vio pasar a muchos jugadores incapaces de jugar a ser héroes.

Nació hace 26 años, el 15 de enero de 1988, en la ciudad cordobesa de Cosquín, donde vivió hasta los 14. “A los 5 años empecé a jugar al fútbol. Iba a una escuela en la que se hacían torneos de barrio y, cuando fui un poco más grande, entré en las categorías infantiles de Tiro Federal, el club más importante del pueblo. Justo en ese momento, además, mi papá llegó a ser presidente de Tiro. Es un club que ayuda mucho a los chicos del pueblo, te hace salir de la rutina tan chica que hay en una ciudad como Cosquín. Estoy muy agradecido a Tiro Federal”.

-¿Jugabas en cancha de cinco o de once?
-Siempre cancha de once. Empecé arriba y terminé más abajo. Jugué de 9, de 11, después de enganche y al final, de 5. Ahí me fui transformando en el jugador que soy ahora. Me iba bien, pero lo que tenía de goleador también lo tenía de maricón: era muy llorón, no me gustaba que me pegaran. Si había un marcador central que ya en el primer tiempo me golpeaba, me iba a los costados. Era muy flaquito, tenía problemas en los huesos, dolores de piernas. Ahora no soy gordo ni grandote, pero tengo más recursos que cuando era chico. Algunos kinesiólogos y algunas vitaminas ayudaron, porque había días en los que jugaba al fútbol y me dolía todo. No fueron muchos años, pero lo sufrí.

-¿Ahora sos vos el que les hace sentir el rigor a los demás con alguna patada o en el profesionalismo eso ya no intimida?
-Sí, en Primera hay jugadores que te lo hacen sentir. Yo juego fuerte porque es mi forma de jugar y porque lo aprendí de chico: el que juega fuerte tiene una leve ventaja respecto del que no. Mi hermano y mi viejo me decían que para llegar a Primera tenía que aprender esas cosas. Hasta hoy nunca pegué con mala leche, así que me considero un loco, pero un loco medido.

-Contanos más sobre tu familia.
-Además de Franco, tengo una hermana, Gisela. Ellos fueron muy importantes para mí. Ahora cada uno tiene su familia y yo estoy con el fútbol, así que los veo más pausado. Siguen viviendo en Cosquín. Mi hermano era mi modelo a seguir, admiraba cómo jugaba. Pero en el momento de elegir, de dar el salto, él prefirió los amigos y el asado... Mal no eligió, igual (risas). Está donde quiere estar y se siente cómodo. Cuando murió el viejo, en 2009, fue muy importante. Y ahí Gisela fue una de las que se sintió como una madre más. Ojalá los pueda disfrutar muchos años más porque me hacen falta.

-No dejemos afuera a tu mamá...
-No, no. Uno se acostumbra a estar lejos, pero con mi vieja cuesta, más ahora que se quedó sola. Me gustaría estar más con ella, pero sé que está bien. Siempre me acompaña, es la más loca, el sostén de la familia.

-Al ser de Cosquín, estamos obligados a preguntarte por tu relación con el folclore...
-Sí, claro. Yo hasta comí asados con grandes del folclore, porque mi viejo organizaba peñas. Pero soy más del rock. La música es uno de los elementos que uso para salir de la rutina. También cumbia, cuarteto, pero soy amante del rock: La Renga, Los Redondos. Y también me gusta mucho AC/DC.

Por el fútbol, Videla se la pasó viajando. En cinco años vivió en Rosario, Cosquín, Montevideo, San Juan, Córdoba, Santiago de Chile, Santa Fe y Buenos Aires. “Mi viejo, en el 2002, me quería traer a prueba a Racing, porque él era hincha, pero no teníamos ningún contacto, no era fácil. Y un amigo de la familia, de apodo Porrón, dijo ‘este vago tiene que jugar en Central’. Me llevó a prueba en diciembre de 2002, y en enero de 2003 me fui a Rosario. Los coordinadores eran Timoteo Griguol y Aldo Poy, dos emblemas. Tenía 14 años; tuve que dejar la escuela, a los amigos. No fue fácil, pero sabía que el fútbol era lo mío. Mi viejo me decía que nunca me guardara nada, que me cuidara, que siguiera estudiando, para después no reprocharme nada. Terminar el secundario fue una de las condiciones que me pusieron mis viejos y pude hacerlo. Pero más allá de lo que me decían ellos, yo también lo sentía. Siempre supe que estudiar es importante.

-¿En Central jugaste con Di María?
-Sí, de la categoría 88 salieron Di María, Becchio, Burdisso... Con Angel compartimos tres años y la verdad es que no se notaba lo que iba a ser. Era muy flaquito, tenía problemas con el peso. De hecho, mucho no jugaba. Pero un día vino Zof, hizo un rejunte de Inferiores, lo subieron a Primera y quedó. Fue una sorpresa para todos. Cuando la Selección jugó en Chile, me regaló su camiseta.

-De Rosario, entonces, a Montevideo.
-Sí, a Wanderers. Debuté en la tercera fecha y después jugué todos los partidos del torneo. Lo disfruté. El fútbol uruguayo es mucho más tranquilo que el argentino.

-De Montevideo a San Juan...
-Cuando me iban a renovar en Wanderers, apareció la chance de ir a San Martín. “Gorda, ¿vamos para San Juan?”, le pregunté. “Sí, vamos”, me dijo. Justo mis suegros volvían a la Argentina desde España, así que todo cerraba. Al día siguiente, a las 7 de la tarde, salí para Argentina. Cuando llegué éramos cuatro jugadores y el técnico, Darío Franco. Al final llegaron refuerzos y terminamos ascendiendo con Garnero y Rotchen como técnicos. Fue un lindo año.

-Y de San Juan a Córdoba, para jugar en Instituto. Raro, porque vos y toda tu familia son de Talleres.
-Es que Franco asumió y me llamó para ir. Muchas cosas me hicieron decir que sí: estar cerca de mi casa, jugar en la provincia, conocer al cuerpo técnico. Yo siempre fui de Talleres, de chico iba a la cancha todos los partidos, fui socio... Es una de las cosas que me dejó mi viejo, entonces jugar en Instituto fue un cambio grande. A mi hermano fue al que más le chocó, pero yo respeto mucho a Instituto e hice lo mejor posible. Fue una etapa que disfruté mucho.

-¿El tatuaje de Talleres ya lo tenías?
-Sí, claro, lo tengo desde los 15 años. Había pensado en hacerme un escudo de 20x20 en la espalda, pero mi hermano fue consciente y me dijo que yo iba a llegar a Primera, y que eso me podía traer problemas. Opté por una tobillera, y al día de hoy agradezco haberme hecho eso. Al principio en el club lo sabían muy pocos, después se fue sabiendo más, pero creo que hice las cosas lo suficientemente bien como para que no me pudieran reprochar nada. Nunca me faltaron el respeto, y mi hermano terminó alentándome. Incluso, en la anteúltima fecha, gritó los goles de Chacarita contra Central, porque favorecía a Instituto. Cuando perdimos contra Ferro en la última fecha fue un golpe duro, y después también sufrimos la Promoción.

-Me imagino lo que vino después: “Gorda, ¿nos vamos a Chile?”.
-Sí, dos días después de perder la Promoción me llamaron de la Universidad de Chile, viajé en avión para allá, firmé y a los dos días me tenía que presentar a entrenar, así que viajé otra vez, junté mis cosas y viajé de nuevo para allá con mi mujer y mi hija. Fue un año difícil, raro, porque pasé de la B Nacional a jugar una final en Japón. Me hizo crecer mucho. Me dirigieron Sampaoli y Darío Franco, y gané la Copa Chile, pero no pude jugar octavos, cuartos ni la semifinal porque estaba lesionado. En la final fui al banco, pero había hablado con el técnico y él sabía que no estaba al 100%, así que no me puso. Fue mi primer título, con sabor agridulce, pero es un buen recuerdo. Y perdimos la final de la Recopa con el Santos de Neymar. Jugué el partido de ida, en Chile: con Charly Aránguiz sabíamos que no teníamos que darle espacio. A la salida de un lateral, se la dan a Neymar, de espaldas, y los dos enseguida lo vamos a buscar: tiró un taco para Ganso por arriba nuestro. Ahí nos miramos y dijimos: “No salgamos más”. Te das cuenta de que es un distinto, piensa tres segundos antes. En la revancha fui al banco, y en un momento del partido me dije “disfrutá esto porque no lo vas a ver muchas veces”. Ver a Neymar y a Ganso no me lo voy a olvidar más.

-De Santiago de Chile a Santa Fe...
-Hablé con Lucas Landa, con el que había jugado, y me dijo que Colón tenía una gran deuda, que había que hacer miles de puntos para salvarse, que lo pensara bien... Pero me llamó el técnico, Diego Osella, y me convenció. En Chile no jugaba, no me citaban, así que con mi mujer decidimos irnos. Debuté perdiendo 3-0 con Racing: fue un palo difícil.

-Lo increíble es que Colón terminó sumando 30 puntos y Racing, 17...
-Sí, nos repusimos. Fue un torneo muy raro desde lo estadístico. Lo disfruté mucho, más allá de que terminamos descendiendo. No nos sentíamos respaldados por Agremiados, ni por AFA, así que luchamos solos y estuvimos cerca de salvarnos.

-La llegada a Racing, seguramente, se mezcló con el recuerdo de tu papá.
-Un montón. Llegar a Racing fue muy especial. Primero, el momento de firmar: fue un sueño, porque más allá de lo de mi viejo, era un paso muy importante en mi carrera. También era un temor, por venir a Buenos Aires. Por ahí los que viven acá no se dan cuenta, pero para los que venimos de afuera es un cambio muy chocante. Uno de los problemas que sufrimos los argentinos es el de destruirnos nosotros mismos, entonces yo veía las noticias y en Buenos Aires parecía que estaba todo mal, pero no es así. Hace tres meses que estoy acá y me sorprendió para bien. Con mi mujer y con mi hija somos de hacer cosas sencillas, ir al parque, salir a pasear. A Racing lo estoy disfrutando. Después de lo de 2002, nunca más hablé con mi viejo de la posibilidad de jugar acá, lo veíamos como algo muy lejano. El siempre me decía que yo tenía que ser de Racing y de Perón. Cuando era chico vinimos a la cancha dos veces y la pasamos muy bien, así que siempre lo banqué a Racing por mi viejo.

-El tenía una posición política marcada. ¿Vos cómo te llevás con ese tema?
-Yo, de política, no sé mucho. Lógicamente, uno como ciudadano tiene que interesarse, pero tampoco me voy a pelear por política. Mi viejo fue presidente del Concejo Deliberante y, en su momento, se lo nombró como posible intendente de la ciudad. Estuvo muy cerca. Un día, juntó a la familia, nos preguntó si queríamos y hubo un ”no“ rotundo. Un poco por lo del dicho: pueblo chico, infierno grande. Sabíamos que podía traernos problemas, porque nos conocíamos todos. Mi viejo era un tipo muy querido, muy ligado a la política, le gustaba mucho.

-¿Y vos cómo llevás el hecho de ser papá?
-Mi hija tiene 5 años y la admiro porque se banca todos los cambios de la mejor manera. Cuando llegamos a Buenos Aires estábamos preocupados por ella, pero el primer día que fue al colegio, salió contenta y nos dijo que ya tenía amigas. Eso nos tranquilizó mucho. Es una de las personas que me ayudan a salir rápido cuando tengo algún problema. Siempre la llevo a la cancha, en todos los clubes en los que estuve le compré la remerita. A veces, de la nada, canta una canción de Colón. El otro día, mi mujer estaba buscando una canción de Racing para aprenderse la letra, y mi hija recordaba una parte: justo la de un insulto. Yo le dije que no estaba bien decir eso, pero por dentro me reía. Y el día de Rafaela, que jugamos tarde y llovía mucho, le dije a mi mujer que no vinieran, que hacía frío, y me dijo: “¿Estás loco? Ella ya tiene la camiseta puesta y quiere ir”.

-¿Cómo vivís que tu nombre aparezca casi todos los días en los diarios?
-Trato de consumir poco porque soy una persona que sufre esas cosas. Te pueden hacer equivocar. Mi mujer, Caro, tiene una carpeta de recortes, me dice que el día de mañana voy a recordar todo esto, y tiene razón. Pero trato de consumir lo menos que pueda, de disfrutar el día a día con mi familia. Hasta hoy me siento muy cómodo en Racing, por los hinchas, por la gente que rodea al plantel y por el plantel mismo. El día que firmé el contrato le dije a mi mujer: “Tenemos que disfrutar esto porque no sé cuántas veces voy a poder jugar en un club tan grande”. Así que lo disfruto. Llego con el auto y digo: “Qué lindo es estar acá”.

-Cuando terminaste tu primer partido y te ibas para el vestuario ya se escuchó el primer “Videela, Videela”...
-En los primeros partidos no pude jugar porque no llegaba el transfer, eso fue duro. Me perdí los dos primeros y debuté contra San Lorenzo. Ya en la entrada en calor sentí sensaciones muy buenas. El equipo ganó, jugamos bien y cuando escuché el “Videela, Videela” me sorprendí para bien, aunque es un orgullo que me guardo para mí. Pensé que la gente estaba loca (risas). Pero Ezequiel Videla demuestra eso: compromiso y ganas. Mi viejo algo hizo para que yo esté acá, así que no le puedo fallar.

-Cuando Racing juega de local tenés una función táctica rara, bajás mucho a buscar la pelota, incluso por detrás de los centrales. ¿Te lo pide Cocca o te sale a vos?
-Es uno de los pedidos que me hizo Diego. A él le gusta que salgamos por abajo, que no rifemos la pelota. Para mí es cómodo, porque en el esquema que usaba Darío Franco a veces también lo hacía. Cuando me meto mucho entre los centrales, por ahí me queda larga la cancha, pero es el precio de querer tener la pelota, de respetar las ideas de los técnicos. Prefiero eso antes de que el arquero le pegue de punta y para arriba.

-En tus últimos 19 partidos te sacaron 12 tarjetas amarillas. ¿Eso te parece lógico por tu posición o te preocupa?
-La verdad es que no tenía esa estadística. Y es dura... (risas). Pero es mi forma de jugar, de ser. Vivo los partidos con mucha intensidad, juego muy al límite. Siempre remarco que tengo muchas amarillas pero muy pocas rojas, solamente tres. En Colón logré algo histórico: en la 14ª fecha llegué a la quinta amarilla; la 15ª no la jugué; y en la 16, la 17, la 18, la 19 y la final con Rafaela me amonestaron en todas y llegué otra vez a cinco amarillas. Una locura. Pero es mi forma de jugar.

-¿Milito es mejor como delantero o como líder para este Racing?
-Las dos cosas. Desde lo personal, te puedo decir que tenerlo a Diego en el equipo es muy importante. Te da un cierto respiro, te sentís respaldado, sabés que cada pelota que toca él es una a favor tuya, te das cuenta de que la defensa rival lo mira con otros ojos, le quiere estar encima. Desde lo futbolístico, no puedo descubrir nada que ya no se sepa. Y es un buen líder. El y el Chino Saja son los grandes responsables de este grupo. Desde un principio nos dijeron las cosas bien claras, así que las entendemos. Tenemos un grupo muy maduro y ellos son muy importantes. Remarcan errores, destacan virtudes y, más allá de su seriedad, son amigos nuestros, nos preguntan cómo estamos, nos cuidan.

-¿Cómo explicás las tres derrotas seguidas que sufrieron?
-Fue una mezcla de cosas: mala suerte, cosas que no hacíamos bien... Perdimos el clásico, y contra Lanús, injustamente. Pero no por palabras, sino por hechos. Porque después de un palo muy duro, jugamos con Lanús, le metimos un gol al minuto, no nos cobraron un penal muy claro contra Centurión y en la misma jugada vino el penal para ellos. Y en el segundo tiempo lo tendríamos que haber empatado. Y contra Independiente tuvimos un minuto trágico. Es cierto que es fácil hablar de buena suerte y mala suerte, y a mí me gusta responsabilizarme por las cosas que hago, pero además de errores nuestros, es evidente que un poco de mala suerte tuvimos. No puede ser que vos pegues cuatro tiros en los palos y Rafaela, en la primera que tiene, te haga un gol. Fue una etapa que tuvimos que pasar, y ahí se demostró el valor del grupo, que salió adelante, especialmente después de quedar afuera de la Copa Argentina. Enderezamos el rumbo y supimos qué hacer.

-Lo máximo que estuviste en un club como profesional fueron 18 meses en Chile. ¿Te imaginás quedándote más tiempo en Racing o te gustaría cambiar?
-Yo me quiero quedar acá. Ojalá pueda quedarme muchos años. Después de tantas idas y vueltas, quiero asentarme en algún lugar, y ojalá sea en Racing. Uno de los objetivos que siempre tuve fue cumplir 100 partidos en un club y hasta ahora no pude. Quiero que me den la camiseta de Racing con el 100 atrás (risas). Se lo conté a mi mujer y ella me dijo: ”¡Vos pensás en cada cosa!”.

Recuadro - Los antecesores
Desde que se otorgan tres unidades por triunfo, Racing jugó 39 torneos y en sólo 9 alcanzó los 30 puntos. Al cierre de esta edición, el equipo de Diego Cocca sumaba 22 en 12 fechas, por lo que cuenta con buenas chances de ser, con Videla como volante central, el décimo en lograrlo. ¿Quiénes fueron los número 5 de aquellos equipos? En los Apertura 95 (35 puntos) y 96 (32) jugaba Fernando Quiroz, aunque por sus constantes lesiones tenía a Gustavo Chacoma, primero, y a Claudio Marini, después, como recambio. En el Apertura 98 (33), Pablo Michelini corría a todo el mediocampo rival. Ya sin el Pulpo, Teté Quiroz volvió a la titularidad en el Apertura 99 (30). El campeón del Apertura 2001 (42) tenía a Adrián Bastía como gran figura. Recién en el Clausura 2005 (32), La Academia volvió a superar la barrera de los 30 puntos; fue con Juan Carlos Falcón en el medio y el Cholo Simeone colaborando a su izquierda. En el Clausura 2009 (30), Racing se salvó de la Promoción, en buena parte, gracias a la valentía de Claudio Yacob, también presente en el Apertura 2011 (31). Y la última vez que el equipo lo logró fue en el Apertura 2012, con Agustín Pelletieri no sólo marcando: incluso atajó un penal

Recuadro - 3 goles, 3 historias
En los cinco años que transcurrieron desde su debut como profesional, Videla marcó solamente tres goles. Pero los tres tienen su historia. ”El primero fue en Wanderers. Dos días antes de jugar, me llamó mi hermano y me dijo que iba a viajar a Uruguay para verme. Fue un partido histórico: ganamos 4-0 en el Centenario. Le pegué de afuera del área, pegó en el palo, rebotó en el arquero y entró. Corrí a la tribuna para dedicárselo. Me dijeron que para la FIFA no contaría como gol mío, ¡pero no me lo saquen! El segundo fue ante Peñarol: me metí entre los centrales, aproveché un rebote y definí como 9. Ibamos perdiendo 3-0, pero yo tenía ganas de gritarlo como si fuera el del triunfo. El tercero fue el más lindo: un bombazo de zurda contra Defensa y Justicia, jugando para Instituto, que pegó en el palo y entró. Yo siempre digo que el fútbol tiene cosas raras. A veces un jugador se erra un gol abajo del arco; y ese día la agarré medio mal, un poco con la canilla, y terminó siendo un golazo“.

159 Los partidos que acumula Videla en su carrera. Jugó 24 en Montevideo Wanderers (2009/10), 34 en San Martín de San Juan (2010/11), 33 en Instituto de Córdoba (2011/12), 37 en Universidad de Chile (2012/13), 19 en Colón de Santa Fe (2014) y lleva 12 en Racing (desde agosto).

Publicado en El Gráfico N°4451 (noviembre de 2014)

miércoles, 29 de julio de 2015

Argentina-Uruguay: el primer clásico

Por Martín Estévez

Hace 90 años, el 2 de noviembre de 1924, Uruguay y Argentina definieron el Sudamericano. Ya protagonizaban un duelo con tribunas repletas, escenas violentas y el premio de ser la mejor selección del planeta.

Algún fanatico europeo podría oponerse a esta idea argumentando que Francia-Inglaterra, por ejemplo, fue un partido tradicional en el siglo XIX. Pero nosotros vivimos en Sudamérica y nos animamos a afirmarlo: Argentina-Uruguay fue más que un “partido tradicional”, y en la década de 1920 se convirtió en el primer gran clásico de la historia del fútbol. Uno de los picos de la rivalidad existió en 1924 y, como es más que probable que ninguno de quienes presenciaron esos partidos esté vivo, repasaremos los eventos a través de las páginas de El Gráfico.

Un poco de historia
El clásico rioplatense se jugó por primera en vez en 1901: Argentina ganó 3-2 en Montevideo. Hasta 1923 se habían enfrentado en 83 ocasiones, con 34 triunfos uruguayos, 32 argentinos y 17 empates. A esa ventaja mínima en el historial, los celestes le sumaban su dominio en el Campeonato Sudamericano, cuya primera edición había sido en 1916: tres títulos contra uno albiceleste. La rivalidad creció en 1924. Jugaron dos partidos el mismo día (25 de mayo), uno en Barracas y otro en Montevideo, con un triunfo para cada bando. 

El 9 de junio, Uruguay ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos, que era el equivalente al título mundial. Entonces, con los uruguayos consagrados como los mejores del planeta, cada partido contra ellos se transformó en una virtual final del mundo, un intento de demostrar que el fútbol argentino era el mejor de todos.

El siguiente partido fue el 21 de septiembre, en Montevideo: empataron 1-1. “Nos permitimos recalcar -escribió El Gráfico tras el empate- el punto aquel de que entre argentinos y uruguayos, sean o no campeones de tal o cual concurso, subsistirá siempre la igualdad de fuerzas que desde hace quince años viene constatándose en las luchas internacionales. Mañana, nosotros podremos ser campeones olímpicos y perder frente a los uruguayos (...) Se esperaba una superioridad manifiesta de los uruguayos. No ocurrió así sin embargo”. Y ante la alegría de algunas personas por haber igualado con el campeón olímpico, se preguntó: “¿Cuándo nos hemos considerado tan poco, que un empate con los uruguayos constituya una victoria argentina?”.

Una semana después, el clásico iba a jugarse en la cancha de Sportivo Barracas, pero... “Mentiríamos si dijésemos que nos ha sorprendido lo que ocurrió. Aún más, nos animamos a afirmar que cada uno de los asistentes al salir de su respectivo domicilio para encaminarse a la cancha preveía los acontecimientos. Se culpa a más de una autoridad el desborde de público. Hay quienes acusan a las autoridades de la Asociación de vender un número excesivo de localidades dando rienda suelta al deseo de lucrar. Otros atribuyen a la policía falta de vigilancia en la tarea de contener al público ubicado en las proximidades del estadio y que, en un momento dado, atropelló las puertas y escaló las paredes”. Fue un verdadero escándalo, con combates a pedradas que dejaron varios heridos, público dentro del campo de juego y partido suspendido antes de que los futbolistas pisaran la cancha.

Finalmente se jugó el 4 de octubre, y resultó histórico. Argentina ganó 2-1 con un gol de Tarascone y otro de Cesáreo Onzari, que la metió directo desde un tiro de esquina. Fue el primer gol hecho de ese modo, no porque nadie lo hubiera logrado antes, sino porque previamente no era reglamentario. Por ser ante el campeón olímpico, es conocido desde ese momento como “gol olímpico”. 

¿Salió todo bien, entonces? Claro que no. Volvamos a las palabras de El Gráfico: “Pocas veces hemos experimentado en un campo de juego la impresión dolorosa, de desconcierto, que sufrimos ante el epílogo que tuvo el encuentro. Las escenas de guerrillas entre los campeones olímpicos y el público, aquella otra de Scarone luchando a brazo partido con los agentes de policía, procurando impedirle que abandonase el field, no tienen precedente en las luchas internacionales rioplatenses. De cómo se pudo llegar a esa exaltación y falta de buen tino, es lo que no nos explicamos, y si buscamos su origen debemos decir en honor a la verdad, que lo encontraríamos por igual en la conducta de ambas partes (...) No de otra manera se explica el juego algo brusco de los visitantes cuando comprobaron el poder del team argentino, como tampoco se explican las botellas y piedras que por tal causa les fueron arrojadas, sobre todo aquellas primeras dirigidas al arquero Mazali, que ninguna participación tenía en las violentas intervenciones de sus compañeros. La nota máxima de la locura diéronla la casi totalidad de los campeones olímpicos dejando de jugar para entregarse a una verdadera batalla con el público (...) Cuando los uruguayos abandonaron la cancha, los hombres del team argentino fueron detrás de ellos a fin de pedirles que cambiaran de actitud. No habiendo obtenido resultado su intervención, volvieron para cumplir con el reglamento que obliga a permanecer en el field hasta expirado el tiempo de juego”. Sí: el público invadió la cancha, se agarró a trompadas con los jugadores y el partido no llegó a terminarse. ¿Así que la violencia en el fútbol empezó en los últimos años?

El campeonato sudamericano
Días después se iniciaba el Sudamericano, un cuadrangular que se jugaría en Uruguay. Los futbolistas argentinos tenían miedo de que hubiera revancha luego de las agresiones en Barracas. El estallido de violencia parecía a la vuelta de la esquina. El torneo lo abrieron Argentina y Paraguay el 12 de octubre. Las cercanías del estadio estaban repletas de carteles con frases como “El que arroja una piedra a un jugador indefenso, es un cobarde”; “El que ataca escudado en el anonimato es un cobarde”; y “Todos los uruguayos deben ser celosos de su cultura”. Finalmente, no hubo incidentes. 

“El cuadro argentino no ha sido molestado; cuanto más algunos silbidos de las populares y frialdad para las incidencias de un juego favorable. No esperábamos otra cosa del pueblo uruguayo. Su prensa, procediendo con el buen criterio que aconsejaba la situación, publicó sueltos recomendando calma, compostura y que se recordase que los fines de un campeonato sudamericano son estrechar lazos y propender al progreso del deporte”. El partido terminó 0-0. “El team argentino perdió un punto por la influencia del público”, fue la conclusión de El Gráfico.

Uruguay derrotó 5-0 a Chile y 3-1 a Paraguay en sus primeros partidos. Argentina, en su segunda presentación, le ganó 2-0 a Chile (goles de Sosa y Layarte). “Los argentinos se adjudicaron un triunfo contra los chilenos y contra el público (...) El triunfo estaba descontado de antemano, y nada hacía pensar que los chilenos pudiesen apurar el match. Sin embargo, esto ocurrió y –posiblemente- si Sosa no hubiese hecho un goal a tiempo, que calmó en algo los entusiasmos y la ofensiva del team chileno, el ‘batacazo’ se habría producido”.

El último partido se jugó el 2 de noviembre. Uruguay llegó con 4 puntos, uno más que Argentina, y un empate le alcanzaba para ser campeón. “Los uruguayos ganarán la Copa América -aseguraba El Gráfico-. Sólo lo imprevisto puede torcer el pronóstico. De los cuatro teams, indudablemente el del Uruguay es el más completo”. Ya que mantuvimos el misterio del resultado hasta acá, leamos directamente desde el archivo de El Gráfico la crónica del clásico, jugado ante 30 mil espectadores, incluido el presidente uruguayo José Serrato.

* “El match se inició con muy buen cariz para los argentinos, que cargaron resueltamente, obligando las primeras jugadas de Zibechi. Este tuvo que emplear sus mejores recursos para pasar a Sosa y a Seoane y cooperar con Alzugaray. Pasados los diez minutos, el juego se equilibró, y los uruguayos, estimulados por el público, organizaban sucesivos avances, llegando hasta las últimas líneas argentinas. Entonces hubo un hombre que se destacó netamente, y fue Cockrane, que interceptó tantas veces cuantas fue necesario, las combinaciones de Cea y Petrone”.

* “Ya para la mitad de este tiempo estaban perfectamente definidas las tácticas; una, la de los argentinos, defensa libre, con ofensiva por los wings, casi siempre por intermedio de Onzari; otra, la de los uruguayos, defensa más científica, sobre todo donde entraba a intervenir Zibechi, y ofensiva organizada por los hombres centrales”.

* “Mientras los uruguayos buscaban afanosamente el arco y tiraban con más o menos buena dirección, los forwards argentinos frustraban sus mejores empeños por la carencia absoluta de shots, al punto que en los primeros treinta minutos de este tiempo se anotó un solo shot de Tarascone, que resultó excesivamente alto”.

* “Hasta llegar a los cuarenta y cinco minutos de este tiempo, los uruguayos presidieron las acciones. Sólo el comportamiento brillante de Cockrane y Tesorieri (en realidad su apellido era Tesoriere), y a veces el entusiasmo de Médici, pudieron evitarle ulterioridades al team argentino”.

* “El último período de juego se inició en forma amenazante para los argentinos, al punto que antes del minuto de juego, Petrone consiguió escaparse, colocando desde cerca un shot que pegó en el costado de la red”.

* “Los locales siguieron empeñados en buscar ventajas y a los trece minutos la hubiesen obtenido si una circunstancia casual no interviene. Un shot fortísimo de Petrone, hecho de voleo a cuatro metros de Tesorieri, dio en la cabeza de Barlocco cuando el tanto parecía seguro. El jugador cayó desmayado”.

* “Por los treinta y cinco minutos, Seoane realizó una escapada, siendo despojado de la pelota cuando estaba dentro del área penal, en una forma por demás dudosa. El juego se volvió a equilibrar y los uruguayos organizaron nuevos esfuerzos cuando estuvimos en la hora”.

* “La última jornada del Campeonato de América fue brillante, más que por la exhibición de juego por las emociones que se produjeron, provocadas éstas casi siempre por las situaciones creadas frente a las vallas”.

* “En el campo argentino hubo hombres que llamaron justamente la atención. Tesorieri tuvo tres interceptaciones (sic) maravillosas, como para probar que vale. Y, sin temor a equivocarse, se puede decir que de no mediar su actuación, el team argentino habría sufrido una derrota de proporciones. El que no convence a nadie es Loyarte; le falta clase para matches de tanta importancia”.

* “Si nos atenemos a la ofensiva de los locales, mantenida en sesenta minutos sobre noventa de juego, y si fijamos el recuerdo en las innumerables veces que actuó Tesorieri, convendremos en que los uruguayos merecieron ganar por más de un gol”.

* “Es verdad que el público uruguayo se comportó razonablemente, pero eso no garantiza que continuemos en paz con nuevos partidos internacionales. Resulta bochornoso para el sport que una ciudad necesite distraer centenares de policías y bomberos para asegurar el desarrollo más o menos normal de un encuentro de football. Debería caérsenos la cara de vergüenza a los que presenciamos el desfile y despliegue de fuerzas de a pie y a caballo en el Parque Central de Montevideo”.

El empate 0-0 les dio a los uruguayos su cuarto título sudamericano. Luego, las dos selecciones demostrarían ser las mejores del mundo en los Juegos Olímpicos de 1928 y en el Mundial de 1930. En ambas ocasiones jugaron la final y se agigantó la supremacía de Uruguay, que se impuso 2-1 y 4-2. Es que, en sus inicios, el primer gran clásico de la historia del fútbol se vistió de celeste.


183 Son las veces que se enfrentaron Argentina y Uruguay. La albiceleste ganó 82 partidos, los uruguayos 59 y empataron 42. Jugaron dos partidos en Mundiales: en Uruguay 1930 (ganó 4-2 el local) y en México 1986 (1-0 para Argentina).

Publicado en El Gráfico Nº4451 (noviembre de 2014)

martes, 28 de julio de 2015

Mundial de voley 2014 - Dejemos que crezcan

Por Martín Estévez

La etapa de Julio Velasco como entrenador tuvo su primera cita fuerte: la Selección terminó 11ª en el Mundial. Aunque la posición final sólo es aceptable, lo que entusiasma es el muy buen rendimiento mostrado ante Italia y Estados Unidos, y la posibilidad de seguir potenciando a un plantel muy joven.

Era difícil determinar la meta de la Selección de voley antes del Mundial. ¿Pasar la primera ronda? ¿Quedar entre los mejores ocho? ¿Meter un batacazo y llegar al podio? “Antes del torneo no se había puesto un objetivo claro –le cuenta Sebastián Closter, líbero del equipo, a El Gráfico–. Somos un equipo en formación y la idea era ir partido por partido”. 

El mal final de la etapa de Javier Weber (2009-2013) había generado pesimismo, pero la asunción de Julio Velasco, de exitosos pasos por Italia e Irán, y una muy buena actuación en la Liga Mundial 2014 (8 triunfos y 4 derrotas) renovaron el oxígeno. Finalmente, se superó la primera ronda, pero el acceso a los ocho primeros puestos no pudo ser. 

La Selección terminó 11ª; en los fríos números significa que bajó dos puestos desde aquel 9º lugar en el Mundial 2010, pero puede ser injusto basarse sólo en estadísticas cuando se analiza a un equipo todavía en formación y que en el torneo acumuló cinco triunfos (entre ellos, a Italia y Estados Unidos) y sólo cuatro derrotas.

¿Cómo está el voley argentino?
En nuestro país, el voley tiene mucha fuerza a nivel colegial (es de práctica habitual en las escuelas), pero en las competencias internacionales depende de la camada de jugadores que se junte, de la inteligencia de cada cuerpo técnico para aprovecharlos y de la aptitud dirigencial para evitar conflictos; no olvidemos que la Argentina ha llegado a quedar fuera de torneos internacionales por problemas organizativos. 

La popularidad del voley en la Argentina también se ubica en un término medio: así como ha llenado estadios en varias provincias durante el esplendor de Marcos Milinkovic, también sufre la falta de interés masivo en los torneos locales.

La Selección, irrelevante a nivel internacional hasta 1980, tuvo su Edad de Oro entre 1982 (3ª en el Mundial) y 1988 (bronce en los Juegos Olímpicos), apuntalada por el entrenador coreano Young Wan Sohn. A partir de entonces ha navegado entre el 4º y el 14º puesto sin establecerse claramente en ninguno. 

Los últimos resultados internacionales (7ª en los Juegos Olímpicos 2012; 10ª en Liga Mundial 2012; un triunfo y once derrotas en Liga Mundial 2013; 13ª en Liga Mundial 2014) resultaban heterogéneos, cambiantes, y eso generó falta de certezas en cuanto a las posibilidades del equipo.

En el balance final, Argentina ganó tres partidos ganables (Venezuela, Camerún y Australia) y perdió tres perdibles (Serbia, Francia y Polonia, que finalmente fue el campeón). Cayó en uno en el que podía ser considerada favorita (ante Irán), pero ganó dos en los que iba de punto (Italia y Estados Unidos). El equipo mostró irregularidad, aunque subió el techo de su nivel: ante italianos y estadounidenses se vio lo mejor del ciclo Velasco. 

“Hubo muchos altibajos durante el torneo –confirma Closter, que llegó a la Selección gracias a su nivel en Bolívar–. No jugamos bien en los últimos tres sets contra Francia ni contra Irán, pero contra Italia y Estados Unidos respetamos más el mensaje de Julio, corregimos el bloqueo y logramos dos victorias que eran inesperadas”.

Objetivo: Río de Janeiro 2016
Closter tiene 25 años, al igual que Facundo Conte, Alejandro Toro y Pablo Crer. Nicolás Uriarte (24), Sebastián Solé y Martín Ramos (23) son incluso más chicos. Evidentemente, hay un grupo de jóvenes que pueden seguir creciendo. 

“Nos falta corregir el trabajo en defensa. El bloqueo mejoró durante el Mundial, pero no llegamos a algunas pelotas a las que deberíamos llegar. En la Liga Mundial de este año habíamos defendido mejor. Otro aspecto en el que fallamos fue en los errores no forzados con el saque, que fueron demasiados. Lo que sí logramos en el Mundial es tener más tranquilidad durante los puntos largos”, explica Closter.

Desde su asunción, Velasco había anunciado que el Mundial sería un momento de transición en el que se experimentaría para llegar lo mejor posible a los Juegos Olímpicos 2016. Allí, con dos años de trabajo encima y mayoría de jugadores en su plenitud (merodeando los 26 años), Julio y los suyos pretenden dar el golpe y meter a la Argentina entre las mejores del mundo. Antes, claro, habrá que lograr la clasificación y conseguir el mejor desempeño posible en la Liga Mundial 2015. 

Que la Liga Argentina de Voley crezca, que los dirigentes no compliquen el trabajo, que los jugadores se compenetren con la idea de Velasco y que corran todas en defensa: si eso ocurre, mejorar en Río 2016 este 11º puesto no será cuestión de suerte, sino el resultado lógico de un trabajo bien hecho.

Recuadro - Hay buen futuro
El optimismo que genera esta etapa de la Selección de vóley se sostiene en tres pilares. Primero, los triunfos logrados ante Italia y Estados Unidos durante el Mundial, que demostraron que no es imposible derrotar a las potencias. Segundo, la juventud del plantel, que podría potenciar su nivel en los dos años que quedan del “proyecto Velasco”: 2015 y 2016. De los 14 que jugaron el Mundial, nueve no superan los 27 años. El otro pilar es el recambio que aparece en las divisiones juveniles. En septiembre, Argentina ganó el Sudamericano de Menores, jugado en Colombia, en el que derrotó al poderoso Brasil en la final. Felipe Benavídez, Sergio Soria y Rodrigo Michelón fueron figuras y podrían ser las nuevas caras de la Selección Mayor en los próximos años.

Publicado en El Gráfico N°4450 (octubre de 2014)

martes, 21 de julio de 2015

Mundial de básquet 2014 - Dejemos que duela

Por Martín Estévez

Por primera vez en 14 años, la Selección Argentina no terminó entre las cinco mejores de un torneo internacional. La Generación Dorada ya es sólo un recuerdo, pero no hay que tomarlo como una tragedia, sino como una invitación a construir un nuevo camino con las jóvenes promesas y los mismos valores.

Algún día iba a pasar. Podría haber sido algunos años antes, pero los integrantes y los discípulos de la Generación Dorada siempre rascaban la olla del talento y la voluntad, y terminaban ganando partidos complicadísimos. También podría haber sido algunos años después, si Emanuel Ginóbili hubiera estado entero físicamente y si Brasil no jugaba el que fue, sencillamente, uno de sus mejores partidos de este siglo. Algún día iba a pasar y fue el 7 de septiembre de 2014: la Selección Argentina de básquet fue eliminada de una competencia internacional en octavos de final, con una contundente derrota 85-65 en el clásico sudamericano, y finalizó 11ª en el Mundial de España.

Las estadísticas
¿Tan extraño resulta ver a la Argentina fuera de las diez mejores? Sí: muy extraño. La última vez había sucedido en España 1986, cuando terminó 12ª. Hacía 28 años (diez torneos internacionales) que la Selección era top ten. Lo más parecido que le sucedió fue no haberse clasificado para los Juegos Olímpicos de 2000, pero después de esa decepción comenzaron 14 años lujosos, en los que siempre terminó entre los cinco primeros. ¿Esto significa que actualmente el básquet argentino no es uno de los diez mejores del planeta? No necesariamente. 

La posición en un campeonato internacional se define casi siempre por un partido, y en muchos casos por dos o tres detalles que suceden durante ese partido. Entonces, que Senegal le haya ganado a Croacia (como sucedió durante el Mundial) no significa que el básquet senegalés de pronto sea superior al croata. Claro que no es lo mismo ser campeón que undécimo, pero el puesto no determina la realidad del básquet en el país. 

Sí será importante tomarlo como una señal de alerta, la confirmación de que, para seguir en la elite, no alcanzará sólo con que la Generación Dorada transmita sus nobles valores a los nuevos talentos; también habrá que sincerarse y comenzar a arreglar el desastre organizativo que sufre la Confederación Argentina (CABB) para que el gran semillero del básquet argentino, la Liga Nacional, salga de su estancamiento y retome el crecimiento que había logrado desde su creación en 1984. No es para nada casual que apenas dos años después de su surgimiento, la Selección haya comenzado esa magnífica seguidilla de 24 años entre las diez mejores.

Las despedidas
Aunque desde 2008 se repite la frase “fin de ciclo” y se vaticina una renovación total en la Selección, la realidad es que esa renovación está en marcha desde hace bastante tiempo. Del plantel que ganó la medalla de oro en Atenas 2004, por ejemplo, sólo quedaban Ginóbili, Scola, Leo Gutiérrez, Delfino, Nocioni y Herrmann. Los retiros de los símbolos (Sconochini, Montecchia, Pepe Sánchez, Oberto) se fueron sucediendo, pero encontraron reemplazos tan correctos que casi no se notó en el funcionamiento del equipo. 

El caso más representativo se da en el puesto de base. Cuando Marcelo Milanesio dejó la Selección en 1998, los argentinos ni soñábamos con que apareciera un rápido reemplazante para él. Pero Alejandro Montecchia y, especialmente, Juan Ignacio Sánchez, no sólo alcanzaron, sino que, en algunos aspectos, superaron al gran Milanesio. Cuando Pepe se acercaba a su adiós, comenzó nuevamente la preocupación, pero surgió Prigioni para terminar con el problema. Hoy es Pablo el que se aleja, pero ya asoma Facundo Campazzo como el nuevo gran armador del equipo.

Además de Prigioni (37 años), Leo Gutiérrez (36) también anunció su retiro de la Selección. Emanuel Ginóbili (37) dijo que tiene sólo un 2% de chances de seguir, Andrés Nocioni (34) está en duda y Carlos Delfino (32) debe recuperarse de sus importantes problemas físicos. Como consecuencia, Luis Scola (34), Walter Herrmann (35) y Juan Gutiérrez (30) serán los experimentados que liderarán a la camada de jóvenes que ya convive con la idea de jugar en la Selección: Campazzo (23), Nicolás Laprovíttola (24), Marcos Mata (28), Martín Leiva (24) y Selem Safar (27). Ahí ya tenemos ocho nombres posibles para el plantel del Preolímpico 2015, al que es posible que se sume algún “retirado arrepentido”, y que podrían completar sin desentonar Pablo Bertone, Franco Giorgetti, Tayavek Gallizzi y Marcos Delía, todos menores de 25.

Objetivo: Río de Janeiro 2016
Pasó un Mundial que tuvo una sorpresa gigante (el triunfo de Francia sobre España en cuartos de final) que le dejó el camino libre a los NBA para darle a Estados Unidos su quinto título, alcanzando a Serbia (heredó los logros de la extinta Yugoslavia) como máximo ganador. Que transformó a Luis Scola en uno de los tres goleadores históricos del torneo. Y que confirmó la fortaleza de Brasil y Lituania, candidatos a pelear el podio de Río de Janeiro 2016 con Estados Unidos, Serbia, Francia y España.

Para estar presente en esos Juegos Olímpicos, la Selección deberá atravesar con éxito el preolímpico FIBA Américas 2015 que se disputará en Monterrey, México. Sin Brasil y los NBA, ya clasificados, habrá dos cupos en juego. El plan será reorganizar institucionalmente al básquet local, elegir con inteligencia al futuro director técnico (el ciclo de Julio Lamas está terminado) y trabajar con humildad e intensidad para pelear con Canadá, Puerto Rico, Venezuela y los locales. No se tratará de igualar los logros de una Generación Dorada que ya no existe, sino de comenzar a construir un nuevo camino con los mismos valores: esfuerzo, compañerismo y sentido de pertenencia.

Recuadro: Catorce años de gloria
En el futuro, la fecha de inicio de la Genación Dorada será discutida por los historiadores. Algunos mencionarán el Mundial Sub 22 de 1997, cuando Ginóbili, Pepe Sánchez, Oberto, Scola y Leo Gutiérrez terminaron en el 4º puesto. Otros apuntarán al Premundial 2001, cuando todos ellos se juntaron en la Selección Mayor y comenzaron una era brillante que acumuló los siguientes resultados: 1º en ese Premundial; 2º en el Mundial 2002; 2º en el Preolímpico 2003; 1º en los Juegos Olímpicos 2004; 2º en el Premundial 2005; 4º en el Mundial 2006; 2º en el Preolímpico 2007; 3º en los Juegos Olímpicos 2008; 3º en el Premundial 2009; 5º en el Mundial 2010; 1º en el Preolímpico 2011; 4º en los Juegos Olímpicos 2012; y 3º en el Premundial 2013.

Publicado en El Gráfico N°4450 (octubre de 2014)

viernes, 17 de julio de 2015

Domingo Tarascone – Feliz domingo para Boca

Por Martín Estévez

Hace 90 años, en 1924, el goleador del campeonato vestía cada fin de semana de azul y oro. ‘Tarasca’ fue un centrodelantero con pocos lujos y mucha determinación que también brilló en la Selección. Y que, vaya coincidencia, terminó su carrera en Argentinos Juniors.

“Podrá pasarse en algún partido, sin moverse del centro de la cancha, treinta, cuarenta minutos. Pero a que a los cuarenta y cuatro le hagan un pase por las inmediaciones del arco y en seguida se oirá aullar el goal”. El texto corresponde a una nota escrita en 1930, cuando él todavía estaba en actividad, por alguien que lo había visto jugar. Y es entonces la definición más precisa que pudimos encontrar de Domingo Alberto Tarascone, uno de los cuatro máximos goleadores de la historia de Boca y mayor anotador en los Juegos Olímpicos de 1928, cuando ganó la medalla de plata con la Selección.

Nacido en 1903, creció en Boedo y comenzó a jugar al fútbol en Unidos de Pavón, que competía en un torneo llamado Liga Independiente. “Jugué de wing derecho, insider derecho y de centroforward, pero prefería la punta”, contó Tarasca. En aquellos tiempos, los equipos tenían cinco delanteros: el centroforward en el medio (como los 9 actuales), los insiders (alas) a sus costados y los punteros (wings), en los extremos.

A los 13 años llegó a Atlanta y empezó a jugar en la Quinta División. A los 17 debutó en Primera, y logró con el Bohemio un 9º puesto en el Campeonato de 1921, en el que se le verifican tres goles: a Banfield (1-1), a Racing (1-2) y a Platense (3-2). Y en la temporada siguiente llegó a Boca, donde rápidamente se convertiría en ídolo.

No era habilidoso, se movía con tosquedad, pero sí inteligente cerca del arco rival. Y, cuando estaba lejos, tenía otra arma: un remate muy potente de larga distancia. Le gustaba ser puntero, pero, cuando llegó al club, en ese puesto jugaba Pedro Calomino, símbolo boquense, entonces tuvo que correrse al centro del ataque. No le fue mal: terminó como goleador del campeonato en sus primeras tres temporadas. En 1922 marcó 10 goles y el equipo terminó 3º. Lo mejor llegó en 1923, año de su consagración. En el torneo local hizo nada menos que 43 tantos y fue campeón. Dos veces marcó cuatro en un partido: las dos ante Del Plata y, en ambas, Boca ganó 4-1. Volvió a ser campeón y goleador en 1924, cuando metió 14 en apenas 19 fechas, incluyendo cuatro a Nueva Chicago (6-1).

Su magnífico nivel lo llevó a la Selección. Primero, en el partido que Argentina le ganó 2-1 al campeón olímpico, Uruguay. Onzari convirtió el primer gol de la historia desde el córner (por eso se conoce como gol olímpico) y Tarasca metió el segundo. Después, fue subcampeón del Sudamericano, en el que jugó uno de los tres encuentros: 0-0 ante Uruguay.

Boca hizo una famosa gira por Europa durante 1925 (por la que la AFA le otorgó un título, la Copa de Honor), en la que Domingo metió 7 goles. En uno de aquellos partidos, el rival tenía en el arco al español Ricardo Zamora, uno de los mejores arqueros de la década del 20. “Los diarios publicaron que yo había dicho que le iba a meter un gol desde 28 metros –contó Tarascone–, pero no había dicho nada. Al final, ganamos 1-0 y le metí uno desde 25 metros...”.

Después de la gira llegaron ofertas desde Europa. “La proposición más seria fue la de un equipo inglés, cuando vino a Buenos Aires un representante –aseguró–. Me llevaron al hotel donde se hospedaba en un automóvil con chofer. Todo muy bacán, pero no me fui, porque tenía tres hermanas mujeres y otro varón, pero yo era el niño mimado de mi mamá y no quise dejarla sola”. En ese momento, el fútbol argentino era amateur y sólo se recibía dinero de modo ilegal. Sí: Tarascone renunció al profesionalismo para no estar lejos de su mamá.

Ganó el Sudamericano con la Selección (un gol en tres partidos) y, en el torneo local, siguió festejando: volvió a ser campeón con los xeneizes en 1926, cuando anotó 16 goles en 17 fechas. “Ese fue el mejor equipo que integré, se fue formando con muchos jóvenes. A los tres años de jugar juntos hacíamos todo de memoria”.

No hubo título en el 27, pero terminó como goleador del torneo: 35 en 33 fechas. Le metió 5 en un partido a Banfield (6-0) y cuatro a Argentino de Quilmes (4-1).

En 1928 ya era una estrella. Hizo 30 goles en el subcampeonato de Boca (dos en un 6-0 a River), pero lo más importante fue su actuación en los Juegos Olímpicos de Amsterdam. Argentina debutó ante Estados Unidos: ganó 11 a 2 y él metió tres goles. Por cuartos de final, el rival fue Bélgica: triunfo 6-3, con tres suyos. Y en semifinales, otro triplete para derrotar 6-0 a Egipto. “Simple, infantil, su risa era la de un escolar. Y su temperamento, también -publicó El Gráfico-. En los Juegos Olímpicos, en el partido contra Egipto, al salir a la cancha fue a abrazar a sus rivales... llevando ‘pica-pica’ en las manos. Al rato, los pobres egipcios se rascaban el pescuezo”.
El partido decisivo fue ante Uruguay. “Perdimos la final de forma increíble –contó–. Los uruguayos siempre tuvieron suerte en los partidos definitorios. El primero lo empatamos 1 a 1. En el desempate, Scarone le hizo un gol desde 40 metros a Bossio, un gol imposible. La pelota entró por la mitad del arco sin que reaccionara. Nos perdimos el empate. Yo entré a la carrera y tiré fuerte. La pelota superó al arquero y sobre la línea saltó un defensor uruguayo y la alcanzó a sacar”. Tarascone terminó como goleador del torneo, con 9 en 4 partidos. “No teníamos director técnico, pero sí un preparador físico, Lagos Villar, que era un gran profesional. No hacía el mismo entrenamiento todo el grupo, sino cada cual lo que necesitaba”.

El Gráfico también escribió sobre él: “Tenía un hobbie: la noche. No bebía, casi no fumaba, pero después de cenar con amigos en un restaurante de ‘la cortada’, se allegaba a los cafés de la entonces Corrientes angosta en los que actuaban orquestas típicas y allí quedaba las horas escuchando tangos”. Y el mismo Tarascone contó en 1982: “Yo vivía en Corrientes y Uruguay. Teníamos libertad, pero éramos responsables. Yo iba al bar Marzotto, de Lavalle y Suipacha, como otros jugadores, y allí nos encontrábamos, por ejemplo, con Gardel y D’Arienzo”. Justamente Gardel cantaba “Patadura”, un tango en el que el protagonista soñaba con “hacer como Tarasca, de mediacancha un gol”. Y hasta le dedicaron una canción entera: “Tarasca solo”, de Osvaldo Fresedo.

En 1929 comenzó su lento declive. Los problemas físicos lo sacaron de ritmo y, aunque formó parte del plantel campeón del Sudamericano (no jugó), no tuvo chances de disputar el Mundial del 30. “Me lesioné en la rodilla, fue una jugada casual. Yo estaba de espaldas al arco adversario cuando giré para tomar la posesión del balón, en el momento en que el zaguero me pegó una patada en la parte posterior del muslo. El golpe me descolocó la rodilla y fue necesario operarme”.

Sin embargo, su etapa final en Boca fue con muy buenos resultados. “La de 1930 fue la mejor delantera: Penellas, Kuko, yo, Cherro y Alberino. Kuko era un insider que hacía cualquier cosa con la pelota en los pies”, recordó. Ese año, fue campeón argentino por cuarta vez y metió 27 goles. “De carácter casi infantil, Tarasconi (sic) es agradable desde que estira la mano para saludar –cuenta una nota de 1930–. Jamás se molesta. Ni ante la broma más pesada se le notará un gesto de disgusto. El que quiera puede ir al café Marzotto, de noche, y desafiarlo a jugar un café en la escoba. Sólo un café, porque plata no se sabe que haya jugado nunca. Tarasca se pondrá contento. Su adversario puede contar por seguro que perderá el café. Cómo lo perdió, es claro, no lo sabrá nunca, si no se lo dice el propio detentor del secreto, mostrándole las cuatro cartas de una baraja inventada por él. Y podemos afirmar que el ganar un café de este modo le causa a Tarasca tanta satisfacción como meterle un gol a Fossati o a Boigues”. En esa época hasta le ofrecieron hacer una revista llamada Tarasconi (por error se lo conocía así), pensando en que tendría diez mil lectores hinchas de Boca asegurados. “A fuerza de escribir, Tarasca se puso débil y así resultó que los artículos salieron flojos, al mismo tiempo que en Boca faltaban goles. Resultado: fracaso absoluto de la revista por falta de apoyo de los diez mil”.

Cuando llegó el profesionalismo, perdió la titularidad con Francisco Varallo, pero colaboró con 8 goles para que Boca fuera campeón en 1931. “Simplemente nos hicieron firmar un contrato que nos colocaba a todos en la categoría de profesionales. En 1931 firmé por 500 pesos de entonces, que sumado a los 300 que ganaba en Obras Públicas, redondeaba una linda cifra. El canchero de ese tiempo era un tal Martín y, como yo no iba a cobrar, me traía la plata a mi casa para ganarse 5 pesos por el trabajito. Por obtener el campeonato de 1931 nos dieron 2.500 pesos de premio”. Jugó su último partido en el club el 10 de abril de 1932: 1-2 contra San Lorenzo. Sus 193 goles con la azul y oro lo mantienen, hoy, como el cuarto máximo goleador.

En 1933 jugó la liga rosarina con Newell's y un año después volvió a la liga amateur con General San Martín. El equipo terminó 6º, pero él fue goleador del campeonato con 16 conquistas. A los 32 años, Argentinos Juniors lo tentó formando un equipo con veteranos ganadores, aunque no logró los éxitos esperados y en 1936 llegó su retiro definitivo.

“Antes, todo lo hacíamos por amor a la camiseta. Cada jugador tenía su trabajo y dos veces por semana nos apurábamos para llegar a tiempo a los entrenamientos -contó-. Yo era de los que menos trabajaba por mi físico. Sólo daba seis o siete vueltas a la cancha”. 

Fue director técnico de Vélez, Quilmes y un equipo de Mendoza; y después ayudó en un negocio de venta de muebles. “Seguí viendo fútbol hasta el 50, más o menos, pero después dejé –contó en 1982–. Ahora voy poco porque me quedo dormido. Antes todos querían ganar, ahora nadie quiere perder. Se pretende atacar con dos forwards. No hay cabeceadores ni remates de media distancia. ¿Y cómo va a haber cabeceadores si no hay centros, si no hay wines?”. Y se animó a decir: “A Maradona se le hubiera hecho más difícil jugar en la época nuestra”. Murió el 3 de julio de 1991, tres días después de que Boca ganara la segunda ronda de la temporada 90/91: se fue feliz.

Ficha
Nombre completo: Domingo Alberto Tarascone.
Nacimiento: 20 de diciembre de 1903 en Buenos Aires.
Trayectoria: Atlanta (1921), Boca Juniors (1922-1932), Newell's Old Boys (1933), General San Martín (1934) y Argentinos Juniors (1935-1936). 
Partidos jugados: 290. 
Goles: 230. 
Títulos: 10 (Campeonatos 1923, 24, 26, 30 y 31; Copa Ibarguren 1924 y 1925; Copa de Honor y Copa Competencia 1925; Copa Estímulo 1926).

Publicado en El Gráfico N°4450 (octubre de 2014)