lunes, 2 de mayo de 2011

Las Leonas del pasado

Por Martín Estévez

Antes de la divina gloria, existió una Selección femenina de hockey sin apodos, títulos mundiales ni sponsors. Y a veces, sin lugar para entrenarse. Victoria Carbó y Jorgelina Rimoldi, protagonistas de aquellos años, recuerdan épocas en las que tuvieron que vivir en un colegio australiano y vender calcomanías para jugar un Mundial.

Ellas se miran y no lo pueden creer. Ellas son la Selección femenina de hockey y en 1990 están viviendo una pesadilla: no irán al Mundial. No importa que hayan conseguido la clasificación con mucho esfuerzo. Los dirigentes, sus dirigentes, acaban de avisarles que el balance da negativo, que los recursos son insuficientes. Les están diciendo: chicas, no hay plata para viajar. Faltan dos meses para el torneo y ellas no saben si llorar o rendirse. Pero no lloran ni se rinden. Durante las semanas siguientes pasan más tiempo organizando fiestas y vendiendo rifas que entrenándose. Jugadores y jugadoras de los clubes también se solidarizan. Entre todos, juntan austral por austral. Con los nervios al límite, consiguen la plata justa: no alcanza ni siquiera para que viaje un médico. Sólo ellas y tres integrantes del cuerpo técnico. Ya en Australia, juegan al ahorro: viven algunos días en un colegio y luego en casas de familia hasta que el Comité Organizador les paga un hotel. El resultado, claro, no podía ser mucho mejor que el 9° puesto que consiguieron.

Aquel Mundial forma parte de la prehistoria de Las Leonas, de la lucha del hockey argentino por volver al primer nivel. ¿Volver? Sí, volver, porque en la década del 70 los resultados sonreían. Para el primer Mundial (Francia 74) hubo apoyo estatal: 50 millones de pesos para el plantel que contaba con Dawn Taylor como capitana y Verónica Alfonso como figura. Fueron subcampeonas, igual que en Alemania 76, cuando parte de los gastos los costeó el “Operativo Berlín”, colecta propulsada por el relator José María Muñoz en años de dictadura y desaparecidos. Los problemas llegaron después: la Asociación las suspendió por no devolver la ropa con la que habían jugado. El tercer Mundial, España 78, dejó la curiosidad de que el partido por el tercer puesto nunca terminó: Argentina y Bélgica empataron 0-0 y no hubo penales por falta de luz.

Allí también se le apagó la luz al hockey nacional. Mientras las potencias se profesionalizaban, la Argentina quiso salvarse con el talento surgido en las escuelas y se alejó de los podios. ¿Planes, proyectos? “A principios de los 80 nos entrenábamos en una cancha de hockey sobre patines”, cuenta Victoria Carbó, integrante de la Selección entre 1982 y 1993. El 6° puesto en Buenos Aires 81 (con Adriana McCormick como capitana y Gabriela Liz como promesa) y el 9° lugar en Malasia 83 graficaron el retroceso. “La falta de competencia era absoluta. Cinco chicas llegaron al Mundial de Malasia con cero partido internacional. Cero. No conocíamos a las rivales ni la superficie”.

La previa de Holanda 86 estuvo bañada de realidad. Argentina se había clasificado heroicamente, en un torneo jugado en Obras Sanitarias que fue televisado. Sin embargo, nadie aprovechó el éxito para impulsar al hockey. “No podemos aspirar a más que un quinto puesto”, reconocían las jugadoras. ¿Cómo pensar en más, si ni podían entrenarse? La única cancha sintética era la de Obras y les permitían usarla sólo cuando los socios no la requerían para otras actividades. Con la arquera Laura Mulhall como símbolo terminaron séptimas, derrota ante la débil Irlanda (1-3) incluida. “Empezábamos bien los torneos, pero nos quedábamos sin resto y nos terminaban superando físicamente”, especifica Vicky Carbó, capitana en su último Mundial, aquel de 1990.

A UN PESITO EL STICKER
“Después de que las chicas tuvieron que pagarse el viaje en el 90, las cosas no cambiaron mucho –recuerda Jorgelina Rimoldi, pieza vital de la Selección entre 1991 y 2001–. Teníamos que juntar plata para todo, hasta para tener uniforme en los torneos. Además, en el 91 la cancha de Obras ya no se podía usar. Entonces, nosotras teníamos que entrenarnos en canchitas de papi fútbol, entre las once de la noche y la una de la mañana. Vanina Oneto salía, tomaba el 60 hasta San Fernando y debían esperarla en la parada. Y todo por el hockey”.

El primer cambio positivo fue la inauguración de una cancha sintética en el CENARD, en 1992. Allí se empezó a juntar una generación de adolescentes que incluía a las desconocidas María Paula Castelli, Magdalena Aicega, Sofía McKenzie, Ayelén Stepnik y Oneto. “Fue una camada notable”, apunta Rimoldi. Ellas ganarían el Mundial Juvenil en 1993, pero...

“Otra vez teníamos que conseguir plata o no viajábamos al Mundial de mayores –retoma Rimoldi–. Y ya no alcanzaba con las rifas. Entonces nos pusimos a diseñar remeras y hasta vendíamos calcomanías de la Selección. Lo que fuera para ir a Dublin. Jugamos con las camisetas del equipo masculino, pero en talle 1, y teníamos veinte bochas para entrenarnos. Las de Estados Unidos tenían doscientas y nosotras, veinte”. Con la base juvenil más Gabriela Pando, Gabriela Sánchez y Karina Masotta (elegida mejor jugadora del mundo), Argentina logró un festejado subcampeonato.

En 1995 se disputaron los Juegos Panamericanos en Mar del Plata. Una buena chance de mostrarse en casa. “Ahí nos enteramos de que otros deportistas cobraban becas. Nosotras éramos subcampeonas mundiales y no nos daban nada”, explica Jorgelina. Televisadas para todo el país, ganaron la medalla de oro. ¿Fue el salto a la fama? “Para nada. Nos reconocían en el ambiente del hockey y los vecinos. Nadie más. Al menos empezaron a darnos una beca de 100 pesos, con la que no comprábamos ni un palo para jugar, pero bueno...”.

La gran cita sería los Juegos Olímpicos de 1996. En Atlanta eran candidatas a una medalla, quizás de oro. Competían ocho equipos; la expectativa era gigante. Sin embargo, algunas compañeras ya no estaban. No sólo por la decisión de tener hijos o por la edad se desmembraba el plantel: a Marisa López, indiscutida, no le daban los horarios para entrenarse y se veía forzada a renunciar.

Empezaron perdiendo 2-0 contra Alemania. El segundo partido era ante Australia. “Parecíamos conitos por cómo nos pasaban. Sentimos una impotencia total”, recuerda Rimoldi, autora del único gol argentino en la derrota 7 a 1. Tibios triunfos (1-0 a España, 2-1 a Estados Unidos) las mantuvieron con esperanzas, pero Holanda (1-4) y Gran Bretaña (0-5) las destrozaron. Resultado final: séptimas entre ocho. “En ese momento nos dimos cuenta de que estábamos lejos de las mejores. Queríamos ser las mejores pero no nos preparábamos para eso”.

[Este artículo continúa en Las Leonas del futuro]

PUBLICADO EN EL GRÁFICO N°4003 (OCTUBRE DE 2010)

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