viernes, 4 de julio de 2014

UFC: la invasión

Por Martín Estévez

Las peleas de artes marciales mixtas que son furor en los Estados Unidos ganan terreno en Sudamérica. Viajamos a Brasil para vivir desde adentro una velada con doce sangrientos combates y para comprender de qué forma el Ultimate Fighting Championship pretende iniciar la conquista de un nuevo país: Argentina.

No es nada que no se pueda ver por televisión, pero impresiona. La inmensidad del estadio, la puesta en escena, la euforia del público, la sangre. Estamos en Río de Janeiro. El lugar es el HSBC Center, un megaestadio techado con espacio para 14 mil personas. La puesta en escena es una jaula alambrada en el centro y con dos luchadores adentro. El público, que ocupa más de la mitad de la capacidad, corea canciones brasileñas cuando entran los luchadores locales, agita los brazos con desenfreno cuando aparece en la pantalla gigante, genera un trueno nacido de sus gargantas cuando un golpe pega de lleno en un cuerpo. La escena impresiona en serio. Es una mezcla de los grandilocuentes shows norteamericanos con la efusividad brasileña. Todo este suceso, esta atmósfera, este fenómeno forman parte de un plan grande y ambicioso. El plan de la UFC para invadir Sudamérica.

Introducción a la UFC
Hace seis meses, en nuestra edición Nº4432, contamos detalladamente qué es la UFC. Para los que no leyeron esa nota, y para los que tienen mala memoria, resumimos los principales conceptos.

Ultimate Fighting Championship (UFC) es la principal empresa organizadora de peleas de artes marciales mixtas (MMA, sus siglas en inglés). Esas peleas nacieron a principios del siglo XX, en Brasil, para intentar definir la superioridad de un arte marcial sobre los demás. En 1993, una empresa estadounidense creyó que comercializar esos combates podía ser un buen negocio: así nació la UFC.

Las peleas combinan boxeo, jiu jitsu, judo, karate, kickboxing, kung fu, lucha libre y taekwondo. Se utilizan guantes finos que casi no amortiguan los golpes y son muy pocas las prohibiciones: no se puede dar cabezazos, patear en la cabeza al rival caído ni golpear en la columna vertebral, en la nuca o en la garganta. Los rounds duran cinco minutos; se disputan tres en peleas regulares y cinco cuando está en juego un título mundial. Se puede ganar por nocaut, sumisión, descalificación del rival o por decisión de los jueces.

Aquella primera noche de luchas, hace ya veinte años, se repitió tres veces en 1994, cuatro en 1995, cinco en 1996… Los eventos fueron aumentando hasta ser 27 en 2011 y 32 en 2012. Como toda empresa estadounidense, la UFC no se conformó con el éxito local e inició la expansión internacional, organizando luchas en Inglaterra, Irlanda, Alemania, Australia, Suecia, China, Emiratos Arabes… y Brasil.

Próximo objetivo: Sudamérica
Las artes marciales mixtas son populares en Brasil. Nacieron ahí, y el jiu jitsu, especialidad brasileña, predominó en las primeras ediciones de UFC. Por eso, cuando los organizadores decidieron expandir el negocio hacia Sudamérica, tuvieron claro en qué país debían comenzar. El primer evento en Brasil se realizó en 1998, pero la verdadera invasión se inició en 2011, cuando el local Anderson Silva derrotó a Yushin Okami y retuvo el título de peso medio. El éxito de aquel evento (el UFC 134) multiplicó las visitas: hubo tres noches de Ultimate Fighting Championship durante 2012, y ya van cuatro en 2013.

El último de esos cuatro eventos se produjo durante los primeros días de agosto y formó parte de una semana en la que, además, la UFC aterrizó sus primeras naves en el segundo país de Sudamérica que desea invadir: Argentina.

El miércoles 31 de julio se produjo el contacto. Jaime Pollack arribó a nuestro país con el rutilante cartel de “Senior VP de Desarrollo Internacional de UFC y Manager General para América Latina”. El fin era presentar el ambicioso plan para conquistar el territorio. La estrategia tiene como primer paso la difusión mediática de la UFC; como objetivo lejano, la realización de un evento en la Argentina; y como destino glorioso, la inclusión de las artes marciales mixtas como deporte olímpico. Sí: parece demasiado. Especialmente porque en la Argentina el 99% de las personas no es capaz de mencionar el nombre de un luchador de UFC.

La UFC desde adentro
Al mismo tiempo, en Río de Janeiro sobraban carteles publicitarios que anunciaban la llegada de la UFC. El jueves 1º hubo un show musical con la presentación de los luchadores. El viernes 2, la ceremonia de pesaje. Sorprendentemente, más de mil espectadores fueron al HSBC Center, no sólo para ver a los protagonistas subirse a la balanza, también para participar de una ronda de preguntas abierta al público. Todo fue sólo un prólogo para la noche del sábado 4.

A las ocho comienza la primera de las doce peleas. El local Viscardi Andrade derrota al estadounidense Bristol Marunde por nocaut en apenas 96 segundos. El público comienza a encenderse. Se venden remeras, gorras y hasta muñecos de los luchadores. Los combates se suceden con mucha presencia brasileña: 12 de los 24 protagonistas son locales. El nacionalismo es un elemento esencial de cualquier tipo de lucha, y la UFC lo tiene claro.

El ring, de a poco, va cambiando de color. Las manchas de sangre se heredan round tras round, como parte del espectáculo. Incluso durante la primera pelea femenina que se realiza en tierra brasileña, en la que Amanda Nunes, con un codazo que provoca el nocaut, derrota a Sheila Gaff. El público, notablemente excitado, llega a su clímax en la anteúltima pelea. La presencia de Lyoto Machida lo enloquece. El ídolo local muestra algo distinto al resto: menos espíritu sanguinario y más técnica. Bloquea los golpes con una habilidad impresionante. Impresionante en serio. Su lucha con Phil Davis es pareja, pero el estadounidense gana por puntos. El público responde con una gigante silbatina; Davis hace gestos, mira a las cámaras, cumple con todos los rituales que el show le exige.

Cuando comienza la pelea final, el reloj indica la medianoche. José Aldo, brasileño y campeón mundial de peso pluma, defiende por quinta vez su corona. El rival es Chan Sung Jung, más conocido como el Zombie Coreano. Claro: los apodos hollywoodenses también son parte de la estructura UFC. Los luchadores se miden en los primeros tres rounds, intercambian golpes sin demasiada efectividad. En el cuarto, el coreano realiza un movimiento antinatural y su hombro se corre de lugar. José Aldo sigue golpeándolo hasta que Jung gime de dolor, y el árbitro da por finalizada la pelea. Así, el brasileño retiene el título ante un público alegre por el resultado, pero algo decepcionado por el tibio final.

Horas después, la mayoría de los protagonistas estará en otro país, preparándose para los siguientes eventos del mes, todos en los Estados Unidos, y planificando la próxima visita a Brasil. Lejos, muy lejos todavía, asoma la posibilidad de que el batallón completo aterrice en la Argentina.


El embajador
Ningún argentino participó de un evento oficial de la UFC. Hasta ahora, porque Santiago Ponzinibbio podría convertirse muy pronto en el primero. Nacido en La Plata, cuando empezó a practicar artes marciales mixtas se dio cuenta de que el nivel era bajo y no le permitiría progresar. Se la jugó y viajó a Brasil buscando competir. “Al principio pensaba quedarme un mes, pero no volví más –le cuenta a El Gráfico en Río de Janeiro, mientras otros luchadores pasean por la sala de prensa–. La pasé mal, llegué a dormir en la calle, no sabía hablar en portugués, no conocía a nadie. Pero mi sueño era más grande, yo quería ser luchador profesional”. Sobrevivió vendiendo artesanías, sándwiches, lo que fuera en la playa, hasta que se anotó para participar de un reality show de luchadores, en el que el premio para el ganador era el ingreso a la UFC. El llegó a la final, pero no pudo competir por una fuerte lesión. Sin embargo, se ganó la simpatía de muchos brasileños y la de los directivos de la UFC: “Creo que mi debut va a ser este año –se ilusiona Ponzinibbio–. Y si no me matan, no voy a parar”. 

PUBLICADO EN EL GRÁFICO Nº4438 (SEPTIEMBRE DE 2013)

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