martes, 22 de diciembre de 2015

Los siete locos del fútbol

Por Martín Estévez

En el fútbol argentino han existido muchos futbolistas excéntricos, divertidos, desfachatados. Enumerar a todos sería una tarea interminable, pero elegimos a algunos de ellos y te contamos por qué generaron risas e incredulidad.

Oreste Corbatta: un loco de los de antes

Si el futbol argentino de la década del 50 estaba repleto de personajes pintorescos, él era el más pintoresco de todos. Distinto adentro de la cancha, con una gambeta extraña e indescifrable, y distinto afuera, inseguro de sí mismo, de cerebro ingobernable. 

Ídolo de Racing, en un clásico contra Independiente estaba siendo duramente marcado por Alcides Silveira. Entonces, para sacárselo de encima, se escondió atrás de los policías que estaban alrededor de la cancha y empezaba sus corridas desde ahí. 

Nunca le enseñaron a leer ni escribir, pero igual llevaba siempre un diario o un libro en las manos. “Si no sé leer, al menos que parezca que sí”, decía. 

Su mejor anécdota la contó Federico Vairo, de River. En aquel momento, mucho más que ahora, los jugadores solían “hablarle” al rival para ponerlo nervioso. Cuando Vairo vio que Corbatta se acercó y le dijo: “¿Cómo está su madre? ¿Y a su hermana cómo le va?”, enseguida lo frenó. “¡Callate y jugá! –le gritó–. Y si tenés algo que decirme, te espero afuera”. Vairo lo maltrató durante los 90 minutos, y Corbatta jugó en silencio. Cuando terminó el partido, fue al vestuario de River. Vairo no lo podía creer: Corbatta realmente quería saber por su familia y sus cosas, y lo invitó a tomar algo. 

Un crack que se casó tres veces y se separó tres veces, perdió tres veces el poco dinero que juntó. Un crack demasiado aficionado al alcohol que se podía quedar dormido en el vestuario antes de un partido con la Selección. Miren la foto de la nota: fue sacada 7 minutos antes de un 3-3 entre Argentina y Checoslovaquia jugado en 1961.

Claudio García: un loco que se salvó

Había que estar un poco loco para jugar en el Racing de los 90, y el Turco Claudio García lo estaba. Aunque había declarado que “si no fuera por el fútbol, muchos hubiéramos muerto vírgenes” le importaba su estética: se operó la nariz, se teñía el pelo y usaba arito. 

En años en los que los goles se gritaban con sobriedad, fue un precursor de los festejos con coreografía: bailaba, armaba trencitos o simulaba botes en los que todos remaban. Segundos antes del clásico del Apertura 1993, la hinchada de Independiente no paraba de insultarlo. ¿Qué hizo? Se dio vuelta y se bajó los pantalones, mostrándoles su ropa interior a los rivales (ver foto). 

Zafó con lo justo de una larga adicción a la cocaína y de la estupidez de andar en moto a 220 kilómetros por hora. Había entrado al fútbol con su sello: el día del debut, Huracán perdía 3-0, hizo el descuento y lo gritó colgado del alambrado, como si fuera el triunfo. En el Sudamericano Juvenil del 83 no se bancó las cargadas de los brasileños, le dio una trompada a Geovani y arrancó una batalla campal. 

Renunció a la Selección en el Mundial 84: en un entrenamiento, Bilardo le tiró la pelota para ver si estaba distraído, el Turco se la pateó lejos y se fue a su casa puteando. Jugando en Francia, el manager del Lyon le insistía para que firmara la rescisión. Cansado, agarró el BMW que le había dado el club y lo chocó a propósito en la puerta de la sede. Esa fue su firma. Dos veces, por expulsión del arquero, atajó en Racing: terminó con valla invicta. Le hizo un gol con la mano a Independiente y, con la Selección, ganó la Copa América en 1991 y 1993.

Martín Palermo: un loco goleador

Tal vez haya sido más loco adentro de la cancha que afuera. Ojo: sin camiseta tuvo sus cosas, como vestirse de mujer para ser tapa de revista, o sus permanentes cambios de look: pelo largo en los comienzos, platinado en Estudiantes y otras variantes hasta llegar a un ridículo flequillo rubio, con el resto de la cabeza rapada (ver foto), que centenas copiaron en el país. 

Es que ser uno de los mayores ídolos de la historia de Boca permite marcar tendencia. En la cancha, hizo casi todo lo que se podía hacer. Metió 305 goles de todo tipo. Desde atrás del mediocampo. Con un cabezazo a 40 metros de distancia. Colgándose del travesaño para cabecear, aunque fuera ilegal. De penal, después de resbalarse y pegarle con los dos pies, aunque también fuera ilegal. 

Improvisaba tanto que había que conocer demasiado el reglamento para saber si estaba dentro de las reglas. Dentro de la lógica, seguro no estaba. Nunca lo estuvo. Por eso, después de errar un penal ante Colombia en la Copa América 99, pateó el segundo. Por eso, aunque falló el segundo y otro loco, Bielsa, le pedía por Dios que no, pateó también el tercero. Y lo erró. Por eso siguió jugando ante Colón aunque tenía rotura de ligamentos, y metió un gol con la pierna lesionada antes de salir. Y festejó un gol en el Villarreal parándose sobre un muro que se derrumbó y lo dejó lejos del fútbol durante mucho tiempo. 

Volvió grande a la Selección, metió el gol que nos salvó de quedar fuera de Sudáfrica 2010 y, ya en la Copa, entró un ratito para hacerle un gol a Grecia e inmortalizar su locura en el libro de los Mundiales.

Sebastián Abreu: un loco uruguayo

¿Loco o valiente? Quién sabe. Tal vez un poco de cada cosa. La historia cuenta que la selección uruguaya, después de años de catástrofes, de quedarse afuera de los Mundiales 94, 98 y 2006, y en primera ronda en 2002, había renacido en Sudáfrica 2010. En cuartos de final, empató un partido infartante contra Ghana y tenía la chance de ganar en penales. Pero había que meter el último. 

Le tocó a Abreu, al Loco. Sus compañeros temblaban, los nervios superaban a cualquiera. Pero él no es cualquiera: llegó a la pelota al tranquito y la picó, como si estuviera en el patio de su casa. Le punteó despacito, como si pateara un globo, con todo el riesgo que eso implicaba. Y metió a su país en la semifinal.

Washington Sebastián Abreu se hizo conocido en la Argentina cuando trajo a San Lorenzo su carisma, sus tatuajes y sus múltiples cortes y colores de pelo. Llegaba a las 9 de la mañana al vestuario y ponía cumbia a todo volumen, ante la mirada incrédula de Silas y Gorosito. 

Fanático del número 13, cuando llegó a la Real Sociedad esa camiseta ya la tenía un compañero. No importó: eligió el 18 y, con la complicidad del utilero, le ponía tiritas a la ropa para que pareciera un 13. Hizo una promesa si Nacional de Uruguay era campeón invicto con él en el equipo, y la cumplió: 100 kilómetros en bicicleta sin parar, desde Montevideo a Minas. 

Sigue poniendo nerviosos a los rivales a su manera, con una sonrisa: entra al área gritando “Están con miedo porque los voy a clavar” o “¡Llegó el tsunami del área!”. Supo festejar goles hasta con una máscara, como muestra la foto de la primera página. Actualmente, sus locuras continúan en Aucas, de Ecuador.

Hugo Gatti: un loco en el arco

Revolucionó el puesto de arquero porque no se quedaba bajo los tres palos. Enfrentaba a los rivales casi arrodillado (hacía “la de Dios) y salía del área como un defensor más: cortaba avances, corría con la pelota casi hasta el círculo central y sacaba los laterales. 

Hugo Orlando Gatti se tenía tanta confianza que en un amistoso de Boca, contra Platense, jugó como volante; y en una gira, contra Atlas de México, de delantero. Los de Boca lo habían conocido cuando él estaba en River y, en la Bombonera, le tiraron una escoba. ¿Se quejó? No: la agarró y se puso a barrer el área. 

Como no le gustaba viajar, para evitar ir a Europa con una selección juvenil… ¡se enyesó un pie sano! En los 70, cuando comenzó a brillar en el Xeneize, el Loco usaba pelo largo, vincha y se pintaba las uñas de los pies. Cada partido suyo era un show. Le dijo a Maradona, cuando estaba en Argentinos, que era “un gordito”: en el partido siguiente Diego le metió cuatro. No importó: el Loco siguió declarando y jugando como se le cantaba. 

Jura que una vez, en Atlanta, sacó del arco haciendo rebotar la pelota contra el travesaño, y que por eso lo suspendieron una semana. Reconoció haber aceptado un soborno antes de un superclásico, pero el delito no se produjo porque no llegó la plata. En un partido de la Selección, un poco por frío y un poco porque sí, atajó con una petaca de whisky al lado del arco. “Fue el mejor partido de mi vida, ¡porque estaba en pedo!“, contó. No fue la única vez: solía tomar dos vasitos de vino antes de los partidos. Enemigo de los psicólogos, argumentó: “Mis únicos terapeutas fueron el vino y la risa”.

Mariano Dalla Líbera: un loco con cómplices

Dalla Líbera tuvo grandes aliados a la hora de divertirse, como el Chacho Coudet y Matute Morales en Platense; y el Turco García en Racing. 

Una mañana, la Academia se entrenaba en Laferrere, los dos estaban lesionados y tenían sesión de kinesiología. Pero llovía, todo estaba embarrado y ellos tenían ganas de pasarla bien. Así que se subieron a sus camionetas 4x4 y, en medio de la práctica de fútbol, se metieron manejando en la cancha y empezaron a perseguir a los jugadores. Inimaginable hoy, todo se remedió con unas cuantas puteadas de cuerpo técnico y compañeros. 

En Platense, era el líder de una costumbre: llevar bombitas de agua para tirarle a todo el mundo. Cuando iban en el micro, abrían la ventanilla y el Loco era el encargado de lanzar. Una vez le tiraron a un policía, que salió a correr al micro y lo alcanzó en el semáforo. Los reconoció y se salvaron. En las concentraciones, se juntaban en una ventana y las tiraban para abajo: el que le acertaba a alguien, ganaba. Los echaron de varios hoteles por eso. 

Otra del Calamar: el Loco, acostumbrado a pintarse el pelo, le dijo a Matute Morales que quería probarle una tintura que salía con el agua. Le hizo una franja amarilla en el pelo, como la que usaba Maradona. Pero era mentira que salía: Platense jugaba contra River en el Monumental y el Loco quiso que Matute tuviera una linda recepción. 

Curiosamente, en 1992 le convalidaron un gol contra Gimnasia en el que la pelota entró por el costado de la red. Cuando dejó el fútbol, se dedicó a múltiples actividades: el automovilismo, la televisión (como panelista) y la política. En 2011, aseguró: “Si River desciende, doy una vuelta desnudo alrededor del Obelisco”. Pero no cumplió.


Eduardo Coudet: un loco canalla

Cuando los hinchas de Rosario Central supieron que el Chacho iba a ser su técnico, se pusieron contentos porque lo aman, pero les costaba imaginarse en el rol de entrenador serio a uno de los tipos más divertidos del fútbol argentino. Ellos lo aman, y él ama a Central; su mujer tenía parto programado para el 17 de diciembre, pero insistió para que fuera dos días después: el 19, día de la famosa palomita de Poy y fecha en la que Central ganó la Copa Conmebol. 

Antes de un clásico rosarino, le contaron que Luciano Vella había declarado que se moría de ganas de enfrentarlo. “¿Vella? –preguntó–. ¿Qué es Vella, un shampoo?”, dio medio vuelta y se fue. 

Empezó a pintarse el pelo cuando estaba en San Lorenzo. “Porque mi mujer estaba aburrida”, jura. Fue parte de la banda de Platense en la que estuvo Dalla Líbera. Semanas después de su debut, se subió al micro del plantel y salió a dar una vuelta, pero luego no podía doblar ni meter marcha atrás: tuvieron que bajarse y volver a la concentración caminando. 

En River, Fuertes y Ameli le tiraron una bombita de agua. Para qué: el Chacho agarró un matafuegos, abrió la puerta de la habitación de ellos y lo vació. En Central, contra Colón, le tiraron un cigarrillo encendido. Se lo puso en la boca y, mientras pitaba, sacó un lateral. 

¿Más? Tras la suspensión de un partido contra Boca, los rivales se estaban yendo por la manga y lo cargaron. Él, caliente, le tiró una patada voladora… ¡a la manga! Fue informado y le dieron una fecha. “Me dijeron que no había antecedentes. ¡Patada voladora a una manga! No sabían cómo sancionarme…”. 

En un River-Racing, Merlo lo llamó a Chatruc; Coudet lo siguió y se escondió mientras Mostaza le daba indicaciones. Apenas terminó, al lado del técnico, el Chacho gritó: “¡Ledesma, cuidado, que Chatruc te va a buscar la espalda!”.

Locos internacionales

El fútbol mundial también tiene sus excéntricos, sus diferentes, sus ilógicos: sus locos. Uno de los máximos exponentes fue René Higuita. Al arquero colombiano, con pelo largo y enrulado, le encantaba gambetear rivales. Le salió caro: quiso esquivar a Roger Milla en el tiempo suplementario de un Mundial, perdió la pelota y, por eso, Camerún eliminó a Colombia de Italia 90. La más riesgosa la hizo en Wembley, contra Inglaterra. Le remataron desde lejos y, en lugar de atajar con las manos, se lanzó hacia adelante y le pegó con el taco: acababa de patentar el escorpión. También hizo goles de tiro libre, dio positivo un antidoping y estuvo preso, entre otros “detalles”. 
También merecen una nota con sus locuras el francés Eric Cantona (le pegó una patada voladora a un hincha), el italiano Mario Balotelli (casi prende fuego su casa tirando fuegos artificiales), el mexicano Jorge Campos (a veces jugaba de arquero y otras, de delantero) y, por sus looks, el francés Djibril Cissé y el colombiano Carlos Valderrama.

Locos en el banco

No sólo existen jugadores muy particulares, también hay técnicos. En el fútbol argentino, por distintos motivos, existieron varios. Carlos Bilardo fue capaz de citar a Olarticoechea en el peaje de una autopista para explicarle qué función quería que cumpliera; el Profe Córdoba impuso en el Estudiantes de los 90 su look de filósofo moderno con ego inflado; Ricardo Caruso Lombardi, acusado de pedir “cometas” a sus jugadores, se agarró a piñas frente a las cámaras y se animó a ser tapa de El Gráfico tirando humo; Salvador Pasini y el Beto Pascutti son los históricos cascarrabias del ascenso; y el antisistema por excelencia es Marcelo Bielsa: entrenamientos rodeados de cintas, conos y trabajos específicos; conferencias de prensa de varias horas; miró la temporada entera (¡entera!) del Olympique de Marsella antes de asumir su cargo; y, cuando estaba en Newell’s, evitó los hoteles cinco estrellas y llevó a los jugadores a lugares más baratos para que recuperaran la humildad.

Publicado en El Gráfico N°4457 (mayo de 2015)

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