sábado, 1 de febrero de 2014

13 historias de Carlos Bianchi

Por Martín Estévez

1) El abuelo italiano, anarquista, deportado e hincha de Vélez
Había una vez un niño llamado Juan Francisco, nacido en Poliano, Italia. En 1886, cuando tenía 14 años, huyó de su país escapando de la opresión económica y de la miseria. Viajando a escondidas e ilegalmente en un barco, llegó hasta la Argentina junto a su hermana menor. Desde joven se abrazó a los ideales anarquistas y luchó por la liberación de la clase obrera. Se hacía llamar “ingenieri”, aunque todos sabían que sólo era maestro mayor de obras. Cuando se sancionó la Ley de Residencia que permitía deportar a los extranjeros por motivos ideológicos, Juan Francisco fue expulsado varias veces del país... pero se iba hasta Montevideo y siempre volvía. Atento a no limitarse a lo impuesto incluso en los nombres de sus hijos, los llamó Vir, Cholo, Luz, Amor, Alba y Porvenir. Uno de ellos, Amor, tuvo un hijo al que le puso Carlos, en homenaje a Gardel. Y el pequeño Carlos se dedicó a jugar a la pelota. Su abuelo Juan Francisco, que jamás se había interesado en el fútbol, se hizo hincha de Vélez y, cuando Carlitos metía un gol, se los contaba una y otra vez a los vecinos de Villa Real. El día que llamaron a su nieto para que visitara el diario Crónica luego de su segundo gol en Primera, Juan Francisco lo acompañó. Apenas vio a un periodista, se adelantó y le dijo orgulloso: “Aquí le traigo a mi nieto, que es mejor que Pelé”. Su nieto, Carlos Bianchi, se puso rojo de la vergüenza.

2) La primera tarjeta roja se la mostró el cura Román
Mientras Carlitos aprendía secretos del fútbol gracias al padre Anselmo, cura, pero también director técnico del equipo del Colegio San Rafael, su mamá, Julia Nélida, tenía muchos planes para él. El mayor deseo era que se recibiera de doctor en Ciencias Económicas. Por eso, apenas terminó la primaria, lo anotó en el Comercial. Las cosas no salieron como lo había soñado. Carlitos se peleaba con los libros y con la autoridad, al punto que pocos meses después de haber empezado primer año ya tenía 24 amonestaciones. Quiso portarse bien y zafar, pero hubo guerra de tizas en su curso, recibió unos cuantos proyectiles certeros y no soportó la tentación: agarró el borrador y lo arrojó con violencia contra sus agresores. Con tanta mala suerte, que le pegó a una persona que justo entraba: Román, el cura del colegio, que tenía bien claro que Carlitos estaba al límite. “Tiene dos amonestaciones más”, le dijo. Era la primera tarjeta roja de su vida: expulsado del colegio. Cuando Julia Nélida supo la noticia, se largó a llorar y fue corriendo al colegio a suplicar otra chance. Román la miró firme y le aconsejó: “Señora, créame lo que le digo. Deje que su hijo haga lo que realmente quiere hacer. El tiene una pelota en la cabeza”. Décadas después, en 1996, Carlitos estaba por viajar a Italia para dirigir a la Roma, y el padre Román se le apareció en una misa con la única intención de felicitarlo por su brillante carrera.

3) Tristeza por la tragedia de un amigo
Los Bianchi vivieron en Cortina y Nazarre. Luego se mudaron a Tinogasta y Bruselas, en Villa Real, barrio ubicado entre Versalles y Villa Devoto. Carlos jugaba a la pelota en todas partes, especialmente en el potrero de la calle Yrigoyen y en dos clubes de baby: El Ciclón de Jonte, y Unión y Paz. “¡Se llamaba Unión y Paz, pero siempre terminábamos a las patadas!”, recuerda. Al equipo lo organizaba el Coco Melli, un señor bajito de alrededor de 30 años. Los martes y los jueves practicaban en el potrero; y un día antes de los partidos, el Coco pasaba a buscar a Carlitos con su bicicleta, lo subía al portaequipaje e iban casa por casa a avisarles a los compañeros. Un 24 de mayo, Coco llegó con su bicicleta. Carlitos, que iba a la primaria, estaba muy cansado para recorrer el barrio. “No puedo, Coquito, tengo que hacer los deberes”, le dijo. “Andá vos y nos vemos mañana”. Al día siguiente, bien temprano, Carlitos se preparaba para el acto del 25 de Mayo mientras pensaba en el partido de la tarde. La ventana de su pieza daba a la calle y entonces escuchó la conversación de su mamá con una vecina, que dijo: “¿Vio que se murió el muchacho bajito, el que le decían Coco?”. Carlitos, y sus compañeros, pasaron días enteros llorando. Aun más impactante resultó el motivo: un colectivo de la línea 47 lo tocó en Nogoyá y Bruselas, lo hizo caer de la bicicleta, y se golpeó la cabeza contra el cordón de la vereda.

4) “¡Clarín, Nación, Crónica, diariooos!”
El 7 de noviembre de 1999, después de un triunfo 2-1 contra Newell’s, Bianchi comenzó la conferencia de prensa diciendo con una sonrisa: “Buenas noches a todos y felicitaciones por el día del periodista deportivo. Me podrían haber saludado a mí también porque es el día del canillita, pero el ego de ustedes es tan grande... Qué le vamos a hacer...”. De esa forma, muchos años después se enorgullecía recordando el día en que su papá supo que lo habían expulsado del colegio y le dijo: “Si no estudiás, tenés que trabajar”. Entonces, Carlitos empezó a ayudarlo en el puesto de diarios. “Yo bondeaba –le contó a El Gráfico alguna vez–. Me levantaba a las cinco de la mañana, subía al colectivo 171, o al 111, y gritaba: ‘¡Clarín, Nación, Crónica, diaaariooos!’. Era amigo de todos los choferes, de los pasajeros que viajaban siempre a la misma hora. Subía y bajaba de los colectivos sin medir el peligro. Con el tiempo me di cuenta de lo importante que fue para mí haber arrancado así. No sé si soy reo, pero aprendí desde pibe la importancia de las palabras, de los hechos y de la verdad o la mentira. El día que más vendí fue cuando renunció el presidente Arturo Illia. Esa vez fue increíble: doscientos cincuenta diarios en media hora, y tuve que volver para pedirle más diarios al viejo”. El viejo, Amor, murió justo antes de que Carlos comenzará a acumular títulos como entrenador de Boca.

5) Su primer ídolo fue un arquero millonario
Dos de los hermanos Bianchi duermen en la misma habitación. Del lado de la cama de Eduardo, las paredes están cubiertas por posters de cuatro ingleses que hacen ruidos hermosos: Los Beatles. Del lado de la cama de Carlos, no hay imágenes de cuatro hombres, sino de uno solo, argentino, elegante, arquero: Amadeo Carrizo. Su admiración por él trascendía camisetas. “Cuando era pibe iba a ver a River para verlo a Amadeo –le contó Bianchi a la revista Gente en 1972–. Es el más grande jugador de fútbol que vi en mi vida. ¡Y cómo le pega a la pelota! ¿Vieron esas que vienen a la altura del pecho, en las que Pinino Mas revolea la zurda y saca un cañonazo bárbaro? Esa jugada, Amadeo la hace como si tal cosa”. Como si tal cosa significa sin esfuerzo, como si fuera sencillo. “Amadeo siempre será un referente del fútbol argentino, era la perfección en el arco”, le aseguró a El Gráfico en 1999, año en el que tuvo el honor de entregarle un premio en un evento realizado en Mar del Plata. Es cierto: fue grande Amadeo. De hecho, en su momento batió el récord de minutos con la valla invicta en el fútbol argentino; estuvo nada menos que 770 minutos sin recibir goles. La racha terminó el 14 de julio de 1968, cuando un remate reventó el travesaño de su valla, y un joven delantero empujó con la cabeza, casi con la nariz, la pelota a la red. Se llamaba Carlos Bianchi.

6) La familia Bianchi, una historia de Osvaldo Ardizzone
Podríamos recrear la vida de Bianchi cuando era joven a través de nuestra imaginación. Pero para qué hacerlo si en mayo de 1970 un periodista de El Gráfico, el prestigioso Osvaldo Ardizzone, lo hizo en vivo y en directo, y lo dejó impreso en la revista. ¿Cómo era la casa de Carlitos, don Osvaldo? “Bianchi tiene recién diecinueve años. Vive en Versalles, a pocas cuadras de Vélez. Donde Tinogasta se cruza con Bruselas. Calle de tierra. Arboles quietos, maleza y zanjón como en los barrios de Manzi... Casa baja, con el frente cargado de años y de llagas... Adentro, el mismo sosiego de la calle. La sinceridad de los hábitos simples. La hora del mate. Doña Nélida, la madre, ordena un tejido entre las manos... La abuela sentada en la penumbra como si no quisiera denunciar la presencia. El padre, don Amor Bianchi. Un hermano y una hermana menores. Una mesa, media docena de sillas, es todo el decorado. En las paredes, las fotos de todos con la cronología de todas las edades... Y las de fútbol con la casaca de Vélez que ya constituyen la mayor preocupación de Carlos (...) Estoy aquí, en esta casa, mientras el padre de Carlitos toma mate, mientras la madre teje silenciosamente, mientras la hermanita hojea un libro, todo con ese hábito manso de todos los días que nunca se turba. Sólo Carlitos habla vertiginosamente, con un relato desordenado y risueño, pero cuidadoso en la prolijidad de los detalles”.


7) El día que Bianchi jugó para el Cruz Azul
Lo tienen decidido. Los dirigentes del Cruz Azul de México van a hacer todo lo necesario para contratar al delantero de 22 años cuyos goles no paran de crecer en la Argentina: 9 en 1968, 17 en 1969, 20 en 1970, 41 en 1971. Hablan directamente con él. “Señor Bianchi, queremos que sea jugador de Cruz Azul y no estamos dispuestos a recibir un no como respuesta”. Carlos les explica que gana 350 mil pesos por mes, que Vélez no está dispuesto a venderlo por poco dinero, que tiene que consultarlo con su novia Margarita porque están por casarse. Ellos cantan retruco con cartas fuertes: cerca de dos millones de pesos mensuales, dinero suficiente para el club y hasta prometen regalarle una lujosa luna de miel para él y su futura esposa. La plata, evidentemente, no es problema: arreglan con Vélez y con el vuelto se llevan también a un compañero de Bianchi, el arquero Miguel José Marín. Está todo arreglado de palabra, entonces Carlos viaja y debuta metiendo un gol en un amistoso. Se vislumbra una temporada de gloria. De pronto, la AFA dicta una resolución que prohibe la venta de futbolistas menores de 23 años para proteger el proyecto “Selección Nacional”. Cruz Azul intenta acelerar los trámites, pero ya es tarde: el pase se frustra, Bianchi sigue en Vélez. Los dirigentes mexicanos, igual, cumplen su palabra: Carlos y Margarita disfrutan de una luna de miel en Acapulco.

8) La celeste y blanca, esa espina que nunca se pudo sacar
Debutó en la Seleccion en octubre de 1970. Fue un 1-1 contra Paraguay; al equipo lo dirigía Juan José Pizzuti. Bianchi entró a los 23 del segundo tiempo por Daniel Willington, su compañero en Vélez. Tenía 21 años y se le vaticinaba una larga trayectoria con la celeste y blanca. Luego jugó contra Francia (3-4), Paraguay (1-1 y 1-0) y Uruguay (1-0). Su primer gol llegó ante los uruguayos por la Copa Lipton: fue 1-0, en julio del 71. En el siguiente partido, hizo los dos en un 2-2 con Chile. Parecía consolidado: ese año también enfrentó a Brasil (1-1 y 2-2) y a Chile (1-0). En el 72 hizo un gol en el amistoso no oficial contra un combinado de la Concacaf, metió tres ante Colombia (4-1) y jugó contra Francia (0-0) y Portugal (1-3). De pronto, la nada. Oscar Mas, Fischer, Brindisi, Rubén Ayala, Kempes y más delanteros ocuparon su puesto. Se fue Pezzuti y llegó Sívori, se fue Sívori y llegó Vladislao Cap. Pero Bianchi nunca volvió a la Selección. La decisión de Menotti de priorizar a los jugadores locales terminó de frustrar sus esperanzas. Sus números quedaron congelados: 6 goles (ninguno como local) en 13 partidos oficiales. “En mi carrera sólo me quedó una espina: jugar un Mundial”, reconoce. “Lo merecía, en el 74 y en el 78 era el goleador del momento, pero los técnicos no pensaron lo mismo. En Vélez hice 206 goles y en Francia, 179. Por ahí si hacía dos o tres más, jugaba una Copa”, ironizó alguna vez.

9) Los 73 puntos que no sumaron en ninguna tabla
Como entrenador, Bianchi fue vital en los 81 puntos que sumó Vélez en la temporada 1995/96 y en los 89 de Boca en la 1998/99. Y tiene otros 73 puntos memorables, aunque repartidos por todo su cuerpo. Veintidós son por operaciones en los meniscos: nueve en la rodilla derecha y trece en la izquierda. Otros treinta por una cirugía en los aductores y dos más en la ceja derecha. Los más famosos son los 19 que le hicieron en 1974. El 9 de octubre, se jugó en París un amistoso entre el Barcelona de Johan Cruyff y el Stade Reims. A los 7 minutos del segundo tiempo, Gallego, marcador central del Barça, salió con vehemencia a cortar un avance rival y cayó encima de la pierna izquierda de Bianchi. La escena fue violenta. El padre de Carlos, Amor, estaba en el estadio e ingresó a la cancha para agredir a Gallego. Lo frenó otro argentino, Cucurucho Santamaría, que también jugaba en Reims. El diagnóstico fue terrible: triple fractura de tibia y peroné. Bianchi estuvo 160 días sin jugar, pero volvió como nuevo. ¿A partir de entonces cuidó su físico? Ja: en el 82, cuando ya estaba de vuelta en Vélez, se venía un choque clave contra Racing y él lo quiso jugar aunque tenía una costilla fisurada. El médico se negó a darle el permiso, y Bianchi tuvo que firmar un documento en el que se hacía responsable de lo que le sucediera. ¿El partido? El Beto Alonso le metió un lindo pase y él, como casi siempre, lo transformó en gol.

10) Hallazgo del archivo: una semana con Carlitos
Wikipedia da dos definiciones de la palabra infinito. Uno es “concepto que hace referencia a una cantidad sin límite o final”. El otro, “archivo de la revista El Gráfico”. Es que buceando entre centenas de páginas, papeles y fotos, encontramos un texto inédito y tipeado a máquina sobre Bianchi. Al parecer, en 1972 un periodista compartió una semana con él, lo dejó registrado y, décadas después, nosotros lo publicamos. Con ustedes, extractos de la vida del Virrey hace cuarenta años. “‘¡Flaca, despertate que se me hace tarde! Así comienza el día Carlitos Bianchi. Zamarreando suavemente a Margarita, su esposa. Y la Flaca va, se levanta y le ceba el mate. ‘La verdad es que me lo prepara dulce, como me gusta a mí’. Desayuna hasta las 8. Luego se higieniza, se viste (‘me gusta andar de sport, odio el saco y la corbata’) y se va a la práctica. Baja al garage y controla su Peugeot 504. ‘No entiendo nada y ni sé cambiar una goma, pero me gusta manejar’ (...) En la utilería, Lelo (Oscar García, ‘el mejor utilero del mundo’) y su ayudante Antonio Méndez le alcanzan la ropa. ‘Soy de los primeros en llegar porque me gusta cambiarme despacito’ (...) A las 12.30 termina la práctica y regresa a su casa. ‘Vivo en Condarco al 3100, un barrio de futbolistas, tengo cerca a Carnevali, Sinatra, Petrocelli (...) Una tarde, a Margarita se le antojó andar en bote. Carlitos le tiene pánico al agua, y tuvo que acceder. Pero apenas pedaleó un poco y ni por broma se alejó del embarcadero”.

11) El día que salió en las páginas policiales
“Quedó en libertad el jugador Carlos Bianchi”, dice el título de La Nación del 16/8/1983. “Fue liberado tras permanecer detenido en la comisaría 44ª, a la que fue trasladado al finalizar el encuentro entre Vélez y Huracán”. La historia podría ser sombría, pero ya que tiene final feliz, la recordaremos a través del extravagante dictamen del juez, publicado en La Razón cuando fue absuelto: “Se le enrostró haber efectuado un ‘corte de manga’ contra la hinchada luego de convertir un tanto. Dicha acción, colocando un brazo en posición de 90 grados y el otro cruzado sobre el ángulo, no es más que una expresión grosera que contiene el mismo insulto que si hubiera gritado: váyanse todos la p... que los p... Ello es reprochable, grosero, pero no delito criminal. Podremos decir que Bianchi es un exaltado, o un grosero, pero no es un delincuente (...) El otro hecho ofensivo que se imputa a Bianchi es haberse tomado con ambas manos zonas púdicas y efectuar ademán contorsivo hacia la misma hinchada (...) Sólo la exhibición de las partes pudendas que con las manos se tomó pudieron haber constituido delito. En la Argentina de hoy, aplicando el criterio que la denuncia sostiene, debiéramos detener a todos los jovencitos de ambos sexos que con sus pantalones vaqueros ajustados muestran los contornos con que la naturaleza los dotó, y parece que ello está de moda. En Buenos Aires ni uno solo de los Fiscales del Crimen se ha escandalizado por sinnúmero de revistas de aparición reciente y cuyo contenido principal consiste en fotos de partes pudendas y terminaciones del recto apenas cubierto por un hilo”.

12) ¡La camiseta del Paris Saint Germain se tiene que transpirar!
La trayectoria de Bianchi en Francia fue muy exitosa. Stade Reims pagó 125 mil dólares por su pase en 1973; jugó cuatro temporadas en ese equipo, dos en Paris Saint Germain y una en Racing de Estrasburgo. Fue cinco veces goleador, y sus 179 tantos en 220 partidos lo ubican entre los diez máximos anotadores de la liga francesa. Pero siempre hay un pero. En febrero de 1979, Paris Saint Germain tenía 21 puntos en 25 partidos y estaba a tres de la zona de descenso. Tras un empate contra Niza, el director técnico Velibor Vasovic decidió excluirlo del equipo. “¡Sacan a Bianchi porque golea y no transpira!”, tituló el diario Crónica. Sí: pese a que había hecho un gol en ese partido, el yugoslavo acusó a Bianchi y al capitán del equipo, Mustapha Dahleb, de no poner lo que había que poner. “No mojaron sus camisetas el pasado domingo frente al colista Niza, y eso nos costó dejar un punto”, decía el comunicado del DT. Bianchi, que sumaba 18 tantos, le respondió con ironía: “Vasovic es el patrón y no discuto lo que hace. Lo que me parece extraño es que los que me siguen en la tabla de goleadores anoten menos que yo aunque empapan de sudor sus camisetas”.

13) El mayor miedo: perder el respeto de quienes lo adoran
Aun sin jugar a ser psicólogos baratos, es posible afirmar que el temor al maltrato, a perder la idolatría conseguida, es una constante en la carrera de Bianchi. A partir de 1980, cuando retornó a Vélez luego de jugar en Francia, amagó con retirarse una y otra vez. Cumplía 31, 32, 33 años y se sentía entero físicamente, pero quería (aquí va un lugar común) dejar el fútbol antes de que el fútbol lo dejara. “Yo sé que en Vélez me quieren, pero también sé que no soy un superdotado para jugar siempre bien –declaró en 1981–. Va a llegar el día en que convertir goles se me haga difícil y, como no estoy exento de eso, no quiero que me griten ‘andate, no robés más’”. En 1983 decidió jugar durante un año más. “Compruebo que el tiempo del ridículo, del Bianchi grotesco, todavía no llegó”, dijo, pero en el 84 llegó el adiós final: “Es mejor que me vaya ahora, cuando todavía me quieren, y no que empiecen a insultarme porque no la meto adentro. Largo, esta vez sí... Bueno, lo mismo vengo diciendo desde el 81 y acá estoy. Lo que pasa es que llega fin de año, miro la tabla de goleadores y estoy siempre ahí. Entonces me pregunto... ¿por qué voy a largar si todavía puedo?”. Meses después comenzó a dirigir al Reims francés y cuando le preguntaron si sería DT de Vélez, ¿a que no saben qué respondió? “Creo que nunca dirigiría a Vélez porque lo quiero demasiado, conozco a toda su gente. Y no quisiera irme insultado un domingo cualquiera de la misma cancha donde viví las cosas más lindas de mi carrera”.  Diez años después, fue campeón del mundo con el Fortín. Por eso, también, lo meditó tanto antes de volver a dirigir a Boca en 2003. Por eso, también, tardó tanto en empezar este flamante tercer ciclo: para no perder la gloria obtenida.

PUBLICADO EN EL GRÁFICO Nº4430 (ENERO DE 2013)

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