Por Martín Estévez / Producción: Darío Gurevich
El símbolo de la
selección brasileña que dominó el vóley mundial, y que le ganó 45 de 46
partidos a la Argentina ,
ahora compite en nuestro país. A los 35 años, uno de los mejores jugadores del
siglo XXI repasa triunfos, heridas e intimidades, y asegura que todavía le
quedan cosas por aprender.
¿Qué se hace con un tipo
así? ¿Se le da un abrazo o se le reprochan tantas frustraciones? Los seguidores
del vóley, los que se levantaron a la madrugada durante el Mundial 98, los que
sufrieron cuando los problemas dirigenciales nos dejaron fuera de la Liga Mundial , los que
alentaron durante años a los Milinkovic, Quaini, Cuminetti, Porporatto o Meana
y se ilusionan con esta nueva generación, saben de lo que hablamos. Para los
que no lo saben, lo explicamos: estamos frente a Gilberto Godoy, mucho más
conocido como Giba, uno de los mejores jugadores del siglo XXI y símbolo del
sometimiento deportivo que el vóley brasileño nos viene imponiendo desde 1996.
Justo cuando él llegó a su selección, el clásico sudamericano dejó de ser
clásico: Brasil ganó desde entonces 45 de 46 partidos contra Argentina. El
último fue en Londres 2012, torneo que marcó el retiro de Giba de la
verdeamarelha. Por fin.
Resulta que ahora, a los
35 años, el tipo viene a jugar la liga argentina para Personal Bolívar. Está
enfrente nuestro. Y sonríe. ¿Le hacemos preguntas antipáticas como tonta
revancha por esos 45 cachetazos, o dejamos los rencores de lado? “Sinceramente,
en Brasil tenemos mucho respeto por Argentina por la calidad de sus jugadores
–cuenta Giba en un español bastante prolijo–. Sabemos que si no estamos
concentrados todo el tiempo, si les damos una chance, nos pegan. ¡Y cómo nos
pegaron en Sydney! Todo bien, les ganamos veinte partidos seguidos, pero nos
cruzamos en cuartos de final, les dimos una chance y ¡chau! nos mandaron a
casa”. Gracias, Giba. Gracias por recordarnos ese triunfazo en los Juegos
Olímpicos de 2000, el único de Argentina en 46 partidos contra vos. Gracias por
mostrarnos los ojos tristes al rememorar esa caída estrepitosa para el vóley
brasileño. Ahora entendemos que alguna vez te sentiste derrotado y lo
soportaste con grandeza. Ahora sí podemos permitirnos admirarte y empezar esta
entrevista sin preguntas hirientes. Sin rencores.
“Nací en Londrina –explica
Giba– pero cuando tenía un año me fui a vivir a Curitiba hasta los 7. Después
volví a Londrina y me quedé hasta los 13. Las dos son ciudades grandes, muy
pobladas. Empecé a jugar al vóley desde temprano, con 10 años. Después estuve
parado por un accidente que sufrí en un brazo”.
-Por no hacerle caso a
Solange, tu mamá.
-Sí, ella me insistía en
que no subiera a un árbol, no le hice caso y me caí. Me dieron 150 puntos
internos y 43 externos. El fierro me cortó desde acá hasta acá (muestra una
cicatriz enorme). Después del accidente, no paré nunca más. Todo en mi carrera
aconteció muy rápido. Volví a jugar a los 13 años y a los 15 ya estaba en la
selección prejuniors, a los 17 en juniors y a los 18 en la principal, donde me
mantuve hasta Londres 2012. Y ahora aquí, en Argentina, muito feliz.
-¿Tu papá jugaba al
fútbol de salón?
-Sí, durante muchos años,
pero cuando iba a pasar al de once, su papá le dijo: “No, no, tenés que empezar
a trabajar”. También se llama Gilberto, vive en Curitiba, y nunca insistió para
que yo fuera futbolista. La historia es así. Probé los deportes colectivos con
contacto físico y no me gustaron. Después los individuales, y no eran para mí.
Y apareció el vóley: un deporte colectivo sin contacto físico. Era perfecto,
porque cuando jugaba fútbol era molto nervoiso. Si me pegaban una vez, dos,
tres, la cuarta la pegaba yo.
-No fallaste en la
elección: intentamos contar tus títulos, llegamos a 43 y nos rendimos. ¿Vos
llevás la cuenta?
-No, pero en la
selección, en 2010, un compañero la hizo. Con él habíamos jugado 42 campeonatos
y ganamos 36. Y una sola vez no subimos al podio. Eso es lo que recuerdo. Los
trofeos los tengo todos en mi casa de Brasil.
Giba saca un Blackberry
(o un Smartphone, o un iPad, alguno de esos artilugios posmodernos) y se
dispone a mostrarnos fotos de sus decenas de copas. “No, acá no las tengo”,
dice contrariado. “Acá solo tengo una foto”. Y la muestra: son seis medallas.
Tres olímpicas (una de oro, dos de plata) y tres mundiales (todos ganados). ¿Es
necesario ver algo más?
-Del Mundial 2002 se
cumplen diez años...
-¡Sí, fue aquí en
Argentina! El otro día pasé por el Luna Park, me detuve para sacarme una foto y
se me puso la piel de gallina.
-¿Podés elegir un torneo
entre todos los que ganaste?
-¿Pueden ser tres?
-Claro.
-El Mundial juvenil 93 en
Estambul: fue mi primer título, tenía 17 años. Después, el Mundial 2002, el
primer gran campeonato. Y cómo lo ganamos: jugamos los cuartos de final contra
Italia, tricampeón del mundo; semifinal contra Serbia; y final contra Rusia.
Los tres mejores equipos de la época. Y el tercero es el oro olímpico. Además,
mi primera hija, Nicoll, nació en mitad del torneo. ¡La vi recién quince días
después! Mi segundo hijo sí me esperó: nació siete días después de la medalla
en Beijing 2008.
-¿Uno de los motivos de
tu retiro de la selección fue pasar más tiempo con ellos?
-Sí, la razón más
importante fueron ellos. Siempre hago esta broma: es mejor que deje de jugar
con la selección antes que volver a casa y que mis hijos me digan tío (risas).
Tengo el físico, quiero continuar, pero es pesado también. Durante veinte años
fue club y selección, club y selección, club y selección...
-Tu mujer, Cristina Pirv,
es rumana y también jugó al vóley. ¿Cómo se conocieron?
-Cuando ella fue a jugar
a Brasil, compartimos club, el Minas Tenis, durante dos años. Pero no pasó nada
hasta que nos encontramos en Italia, cinco años después. Ahí comenzamos a estar
juntos. ¡Ganarla a ella fue molto mais difícil que ganar la olimpíada y el
Mundial juntos! Estuvimos seis años en Italia y, cuando ella se fue a Francia,
yo me fui a Cúneo: a 30
kilómetros de la frontera con Francia y a 150 de Cannes,
donde Cristina jugaba. Después tuvo un problema de corazón, le hicieron una
cirugía y no jugó más. Se dedicó a ser mi manager.
-¿En qué idioma hablan
entre ustedes?
-Más que nada, en
portugués y en italiano, aunque también sé rumano. Y ahora hablamos en español
para que los niños se acostumbren, porque van a la escuela aquí en Argentina.
Datos de archivo de Giba:
nació el 23 de diciembre de 1976, mide 1,92m, jugó en seis equipos de Brasil,
dos de Italia (Ferrara y Cúneo) y uno de Rusia (Iskra Odintsovo). Firmó con
Bolívar, su décimo club, en mayo de este año y debutó ganando la Copa Master (la juegan
los cuatro mejores de la temporada). Con la selección de Brasil debutó en 1995
y dominó el vóley mundial desde 2001 hasta su retiro.
-Brasil se transformó en
una potencia a partir de tu generación. ¿Cómo se llegó a eso?
-Acredito mucho a lo que
se hace con los niños. El trabajo con el vóley comenzó hace ya 25, 30 años, con
Carlos Nuzman, que ahora es presidente del Comité Olímpico brasileño. Trabajó
muchos años hasta que Brasil dominó las categorías prejunior y junior. Así,
Ricardo, Gustavo, Heller y yo estuvimos juntos desde los 15 años; y fuimos la
mitad de la selección que ganó todo en los años siguientes. Y el proceso sigue
en las categorías de base. Se practica en los colegios y hay más de 150
escuelas de vóley. Los jugadores nunca dejan de surgir.
-¿Cuándo supiste que
serías una estrella?
-No me siento así, siento
que siempre tengo que hacer algo más. El día que jugué la final de la Copa Master con
Bolívar, a diez años de ganar mi primer Mundial, sentía que ese partido era
igual de importante. Era mi final de aquel día. Yo no puedo vivir del pasado.
Ganar es bueno, pero lo importante es cómo continuar ganando. Cuando acababa un
campeonato, siempre pensaba: ganamos, ¿y ahora? Me gusta leer, tengo libros de
exjugadores de básquet, de tenis. Y cuando uno lee, lee y lee, coloca todo eso
dentro suyo. Queda en la mente. En la selección incorporamos esa manera de
pensar: lo que pasó, pasó. Y hay que pensar siempre en el conjunto. Entre 2001
y 2006, Brasil ganó todo y no tuvo ningún premio individual. ¡Eso era bello
para nosotros! “Bueno, vos sos el mejor jugador del mundo, ¡pero el oro lo
tengo yo!”. Hay una teoría que me gusta mucho, la de las diez mil horas. Dice
que para alcanzar la excelencia en cualquier disciplina (violín, piano, vóley,
cualquer coisa) son necesarias diez mil horas de entrenamiento.
-¿Vos llegaste a esa
excelencia?
-La estoy manteniendo,
ahora. La estoy manteniendo (risas). Por mi vida pasaron jugadores bravísimos,
y yo hacía como un vampiro, intentaba absorber lo bueno que veía en ellos. A
Renan lo tuve como entrenador y siempre me decía: “Cuando salís del partido
cansado de la cabeza es porque estuviste pensando para jugar; cuando sale
cansado el cuerpo, es porque no pensaste, y así vas a jugar mal siempre”.
Carlao, Gilson, Javier Weber son otros jugadores de los que aprendí mucho.
-¿Si Weber no fuera el
director técnico, hubieras venido a Bolívar?
-Habría sido muy difícil.
El me dijo: “Me gustaría que vengas, hace dos años que no ganamos nada y
queremos volver a ganar”. Hablé con él un miércoles, el viernes conseguí pasaje
y el sábado firmé contrato con Tinelli.
-Tu jugada más impactante
es el remate como zaguero, desde posición 6. ¿Hay alguna que disfrutes tanto
como ésa?
-En Brasil, nosotros
cambiamos un poco la bola a posición 4, la jugamos más rápido, como si fuera un
primer tiempo. Es mucho más veloz: ahora, cuando la pelota cae en las manos del
armador, yo ya salté.
-¿Te quedan cosas por
aprender del vóley?
-Se nace y se muere
aprendiendo. Siempre.
-¿Qué aprendiste
últimamente?
-Cuando llegué acá, Weber
me marcó que al momento del remate corría mucho por adentro del campo, que
tenía que correr más por afuera para potenciar la diagonal. Y tenía razón.
También con el saque. Me dijo: “Siempre lo hacés desde la posición 5; hacelo
desde la posición 6, probá”. Y mi saque ha mejorado.
-El reglamento del vóley
cambió mucho desde que empezaste a jugar. ¿Te gustaría ver alguna modificación
más?
-Es cierto: se alargó el
saque, cambió el sistema de puntuación, se agregó el líbero, se puede pegar con
el pie, la pelota no es tan dura... Es difícil pensar qué más se puede
inventar. Antes, todos terminaban su carrera a los 31, 32 años: ahora llegamos
a los 36, 37 sin problemas. Nuestras rodillas agradecen las nuevas reglas
(risas).
-¿Imposible verte en los
Juegos de 2016?
-Sí. Mi proyecto con la
selección era hasta Londres y ya terminó. Hubo una generación esperando para
jugar, y estaría mal que yo dejara y después volviera. Sería raro. O se forma
parte de todo el ciclo o no se forma parte de nada. En Brasil se saltó una
generación porque nosotros nos mantuvimos durante tres ciclos olímpicos. Es el
momento de otros jugadores.
Al final, Giba resulta de
lo más agradable, al punto que nos preguntamos si es necesario hablar sobre su
doping positivo por marihuana del año 2003.
-Desde el discurso,
parecés feliz. ¿Lo sos?
-Me considero bendecido
por lo que me aconteció. Dios tuvo cosas buenas para mí.
-Siendo bebé, superaste
una leucemia...
-Sí, cuando fui mayor
supe la importancia de la enfermedad. Ahora colaboro de forma directa con tres
hospitales que luchan contra la leucemia. La conquista más grande de mi carrera
no es haber ganado un juego olímpico, sino saber que pude ayudar a cientos de
niños.
-También atravesaste un
doping positivo. ¿Es correcto sancionar el uso de drogas sociales que no
potencian el rendimiento?
-Es difícil. Los
organizadores piensan al deporte como ejemplo para la sociedad y las drogas
hacen mal, entonces es lógica la sanción. Pero el periodismo lo lleva al
extremo. Cuando ganamos el Mundial 2002, la noticia apareció en la tv brasileña
solo durante un día. Cuando di doping positivo, dos meses después yo seguía
apareciendo en televisión. ¡Y ni siquiera es que me había inyectado algo para
ganar! Perdí un poco la cabeza, solo eso. Pero tuvo más trascendencia que ganar
un Mundial.
31 Los títulos oficiales
que ganó Giba con la selección brasileña: los Juegos Olímpicos 2004, 3
Mundiales, 8 Ligas Mundiales, 2 Copas del Mundo, 3
Grand Champions Cup, 8 Sudamericanos, 3 Copas América, los Juegos Panamericanos
2007 y dos Mundiales juveniles.
PUBLICADO EN EL GRÁFICO Nº4428 (NOVIEMBRE DE 2012)
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