martes, 18 de noviembre de 2014

Confieso que he aprendido – Enrique Macaya Márquez

Por Martín Estévez

Nació en Buenos Aires en 1934. Fue reconocido por la FIFA como el periodista vivo que más Mundiales cubrió: la de Brasil será su copa número 15. Ganó el Premio Konex en 1987 y 1997. Tiene dos hijos: Andrea y Gabriel.

Mi primer viaje a un Mundial, el de Suecia 58, no me lo puedo olvidar. Yo sólo había viajado hasta Uruguay, y en barco. Hacía deporte en radio casi por hobbie, y Radio Belgrano me ofreció ser parte de su equipo. Suecia era prácticamente exótico para los argentinos. Viajé con Eugenio Ortega Moreno, fueron más de 30 horas en avión. Habíamos quedado en encontrarnos con el gordo Roberto Moreno en Hamburgo. En el vuelo abrí los pasajes y me di cuenta de que no íbamos a Hamburgo. ¡Ibamos a Frankfurt! En la última escala tomé como profesora de alemán a una señora que vivía en San Isidro y volvía para Alemania, y ella me enseñó la fonética para pedir dos pasajes de tren desde Frankfurt a Hamburgo. El avión, el tren, después una combi por Alemania, un ferry hasta Dinamarca, de ahí para Suecia… Haber llegado fue un milagro.

Llegamos a Hamburgo y nos sentamos a descansar. Apoyamos las valijas y nos pasaban un montón de bicicletas por al lado. “¡Después nos dicen animales a nosotros!”, se quejó Eugenio. De pronto nos tocan bocina desde una camioneta; eran periodistas colombianos que nos vieron perdidos y querían darnos una mano. “¿Cómo se dieron cuenta de que somos sudamericanos?”, les preguntamos. “Y… es que estaban sentados en el carril de las bicicletas”, respondieron.

Nos creíamos los mejores del mundo. No sólo en el fútbol: en todo. Era la cultura de la soberbia. Pensábamos que los europeos eran tipos que le pegaban con la canilla, teníamos desprecio por ellos. Era la época de la Furia Española, y hoy nosotros somos la Furia y ellos son el juego. Antes del Mundial, al plantel argentino le alcanzaron información sobre cómo jugaban los rivales, y uno dijo: “No hace falta, yo la piso y pasan de largo”.

En Chile 1962 no había suficientes alojamientos para todos los turistas. El país había sufrido un terremoto y entonces las personas alquilaban habitaciones de sus casas. Nosotros alquilamos, con los periodistas Alfredo Parga y Héctor Marinelli, un departamento en el centro de Santiago. Nos hicimos unos amigos que nos llevaban y nos traían de Rancagua.

Con Juan Carlos Lorenzo como técnico, fue al revés que en el 58. En Chile fue todo táctico, estratégico, físico, esquemático, copiamos todo lo europeo y abandonamos todo lo nuestro, que era lo técnico. Yo estuve muy cerca de Lorenzo, me gustaba su forma de trabajo. Pero se fracasó de nuevo. En el partido contra Inglaterra, lo puso a Rattín de 8 para marcar a Bobby Charlton, que era una especie de 10 atrasado. El 8 en ese momento tenía la funcion de ir y venir, pero Lorenzo quería que Rattín persiguiera a Charlton. Rattín se olvidó de que no tenía que atacar, o por lo menos le costó muchísimo. La idea no era mala, pero no funcionó y perdimos 3 a 1.

En Chile hubo un partidazo que no es muy conocido: Inglaterra 2 Hungría 1. Me impresionó porque se jugó bajo una llovizna permanente. Yo no estaba acostumbrado, porque el fútbol argentino, cuando llovía, se suspendía. El ritmo que le dieron fue espectacular. Los laterales al ataque, la intensidad para cabecear. No me impresionó por lo táctico, sino por el ida y vuelta. Hungría tenía jugadores de buena técnica; Inglaterra tenía jugadores de buen ritmo. Fue un partido bárbaro.

En el Mundial del 66 no había satélites. Yo fui para Canal 7: mandábamos los tapes y acá los televisaban dos, tres días después. Otra vez el técnico de Argentina fue Lorenzo, que para que nadie supiera cómo iba a jugar, ni siquiera avisaba en qué lugar entrenaba el equipo. Teníamos que salir en auto detrás del micro del plantel, y llegamos a hacer 80 kilómetros para ver el entrenamiento. Los jugadores se quejaban de que tenían una autopista cerca de la concentración, y yo les decía: “¿Pero vos tenés televisión en tu casa? ¿No? ¿Entonces de qué te quejás?”. Los jugadores empezaban a ponerse exquisitos.

El canto de ¡Animals, animals! de los ingleses hacia el equipo argentino no es un mito, incluso duró bastante. A nosotros nos dolía, teníamos un sentimiento muy argentino. Eso empezó un poco con el técnico inglés, y creció porque nosotros jugamos muy fuerte durante el Mundial. Y contra Inglaterra, Argentina se la pasó tocando la pelota en defensa, cuidando el empate, y ellos no lo admitían, eso no existía en el fútbol inglés.

Viajé a cubrir sólo una parte del Mundial 70, pero pude ver al Brasil de Pelé. Perú-Brasil fue un partidazo. ¡Perú jugaba muy bien! Brasil era una cosa extraña, porque no tenía punta-punta. Ponía a Clodoaldo, que corría a todos en la mitad de la cancha, tenía los laterales como siempre y los de arriba rotaban todo el tiempo. Pelé estaba muy bien, estaban Tostao, Rivelino… Y en ese momento todavía tenía influencia aquello de que los europeos bajaban el nivel cuando jugaban en América. Di Stéfano decía que perdían el 40% de su rendimiento cuando viajaban.

En el 74 ya estaban Bonadeo padre, Marcelo Araujo, Mauro Viale… Ahí vino lo mejor de todo: Holanda. Una cosa que yo nunca había visto. Ni lo había visto ni lo había imaginado. Después del 0-4 con ellos en el Mundial, Osvaldo Ardizzone, de El Gráfico, me dijo: “Estamos en problemas, vamos a tener que inventar nuevas palabras, porque con las que sabemos hasta ahora no alcanza para describir esto”. Los principios teóricos del Barcelona actual tienen mucho de aquella Holanda. Ellos se multiplicaban en la cancha, eran más de diez los que corrían. Cruyff, que para mí es uno de los cracks más grandes de la historia, decía que ellos estaban acostumbrados al sacrificio porque vivir en un terreno tan chiquito, ganándole metros al mar, ya es sacrificado. Fue el mejor equipo que vi.

Mi principal error fue no haber separado lo emocional de lo periodístico en el 78. No supe ver lo que pasaba en la realidad, como la gran mayoría. Nosotros, en Canal 7, recibimos una orden desde el Gobierno. Una nota que decía que no se podía hablar mal de la Selección. Justo ese día, con Niembro y Araujo, mandamos una nota con Menotti en la que él designaba a sus nuevos colaboradores y nosotros lo criticábamos, pero nadie nos dijo nada. También me sucedió que yo estaba con un periodista español en River, cerca del Tiro Federal, se oyeron disparos y él me dijo asustado: “Están matando gente”. “Nooo –le dije yo-, ¿usted está loco? Es el Tiro Federal”. Nosotros no teníamos idea, pero afuera sabían lo que estaba pasando.

En el 82, antes de viajar a España, vino gente de Cancillería a Canal 7 y dio una charla para que supiéramos por qué la Argentina reclamaba las Malvinas, cuáles eran los fundamentos. Te decían qué te iban a preguntar los extranjeros. Yo pensaba que la guerra no estaba bien, porque no podíamos ganar. Era una locura total: contra Inglaterra y Estados Unidos. Sólo teníamos ayuda de Perú, y después bastante mal le pagamos… Yo veía la televisión española, escuchaba lo que contaba Muñoz en la Argentina y me daba cuenta de que algo estaba mal.

El 86 lo viví trabajando para Rivadavia. Estaba muy cerca de Bilardo. A él le tomaban el pelo, pero viajaba para explicar jugador por jugador cómo tenían que jugar. Convenció a Maradona de que tenía que demostrar que era el mejor del mundo. En el primer gol a Inglaterra, le dije a Muñoz que había sido con la mano. “Sí, con la mano”, dijo bajito, y después gritó “pero también con la cabeza”. Y el otro, el gol-gol… No podía creer que esa jugada terminara entrando. La del 86 fue la mejor Selección Argentina de la historia. Cuando veía cómo estaba parada, pensaba que no podía perder.

Antes del Argentina-Brasil del Mundial 90, que transmití con Muñoz, desayunamos con periodistas brasileños. Nosotros estábamos casi resignados porque Brasil venía de ganar sus tres partidos y Argentina pasó con lo justo, pero ellos también estaban preocupados. “¿De qué se preocupan? –les decíamos-. ¡Si Argentina no le puede ganar a nadie!”. Después de ese partido, de ese 1-0 milagroso, tuvimos que volver con ellos en el tren y yo no sabía dónde esconderme. ¡Los habíamos dejado afuera! Para ellos era dramático. ¡Parecía la final del 50!”.

Justo cuando saltó el doping de Maradona en Estados Unidos 94, yo tomaba un medicamento que tenía efedrina. Estaba en el hotel, con Fernando Signorini, y me pidió que se lo mostrara, pero por los nervios no pude encontrarlo. Fue todo complicado, los medios fueron muy invasivos, Maradona tenía dos entrenadores personales… Yo hacía un programa que se llamaba Intimidades ¡y teníamos una cámara las 24 horas con la Selección! Bilardo no hubiera permitido algo así. Después, en el 98, Passarella hizo todo lo contrario, cerró todo a la prensa, y aunque tenía un equipo más sólido que el del 94, tampoco resultó.

En 2002 fui al Mundial con mi señora e hicimos un pacto con una traductora coreana: nosotros le ayudábamos a practicar español y ella nos acompañaba a conocer Corea. Un día estábamos en el subte, mi señora sentada y yo de pie. De pronto se para una chica de unos 20 años y me hace señas para que me siente. Yo, con un agrande bárbaro, le digo a la traductora: “Explíquele que, en mi país, los caballeros les cedemos el asiento a las damas”. Y ella me responde: “Usted no entiende: en nuestro país, a los que tienen canas les reconocemos sabiduría, y por eso tienen que ir sentados”. Así que me senté.

El mejor Mundial que vi fue Alemania 74, por Holanda y porque había buenos equipos. Igual es difícil decidir, porque no se llega a ver todos los partidos. El 6-1 de Dinamarca a Uruguay en el 86, por ejemplo, fue un partido espectacular. Es-pec-ta-cu-lar. El Mundial 94, en cambio, prometía mucho y no cumplió.

Cubrir un mundial es como una pasantía en un hospital. En un momento tenés que operar y tenés que operar. No hay teoría que valga. La comodidad para trabajar es fundamental. Con lo que se paga por los derechos, tiene que funcionar todo, no podés admitir que algo no funcione. Yo voy muy temprano; cuatro horas antes del partido ya estoy en el estadio. Pruebo, miro, calculo los tiempos para moverse de un lado a otro. No se puede dejar que un productor se enloquezca haciendo todo. Los nervios pasan por mi trabajo. En una serie de penales en la que está Argentina hago fuerza para que el arquero ataje, pero también tengo que fijarme en cómo se para. Es mi responsabilidad.

PUBLICADO EN EL GRÁFICO Nº4445 (MAYO DE 2014)

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