viernes, 26 de octubre de 2007

Volver, con la frente en alto

Cuando en 2001, después de sólo una temporada en Primera, Almagro perdió la categoría que le había costado 62 años alcanzar, pocos imaginaban un retorno tan rápido. Sin embargo, tres años después, Almagro vuelve a ser de Primera.
Barrio tanguero y club en el que se inició, entre otros, Osvaldo 'Chiche' Sosa, Almagro contó en su historia con el ex presidente Arturo Frondizi y el ex titular de la AFA, Raúl Colombo, como hinchas emblemáticos. Una historia que comenzó el 6 de enero de 1911, cuando tres clubes se fusionaron y fundaron Almagro, como homenaje al barrio al que pertenecían. Sin embargo, meses después, el club se disolvió. La segunda fundación, propulsada por entusiastas jóvenes de la zona, sucedió en 1912. Cinco años más tarde debutó oficialmente en la segunda división del fútbol argentino. Fue obligado a cambiar su nombre al fusionarse con el club Columbia, y pasó a llamarse Sportivo Almagro, hasta que en 1925 recuperó su nombre original: Club Almagro.
En 1937, fue el primer club que consiguió el ascenso a Primera División. Logró resultados históricos —derrotó 4 a 3 a Boca— pero igualmente descendió un año después y comenzó su peregrinaje por otras categorías del fútbol. Fue campeón de la vieja Primera 'B' en 1968, pero ese año no hubo ascenso. Estuvo cerca de subir a Primera en la temporada 87/88, bajo la dirección técnica del recordado Juan Carlos Carotti; y vivió su anterior momento de gloria cuando retornó a la máxima categoría en 2000, al derrotar a Instituto de Córdoba en la Promoción. Los resultados logrados —incluyendo triunfos sobre Boca y Racing— y el 10º puesto del Torneo Clausura no le alcanzaron para evitar el descenso.
Ayer, nuevamente, trepó a lo más alto. La historia, que le jugaba en contra, esta vez le sonríe. Porque Almagro está construyendo la historia. Y porque Almagro, otra vez, es de Primera.

PUBLICADO EN CLARÍN, JUNIO DE 2004

miércoles, 24 de octubre de 2007

Sportivo Barracas gritó campeón

Superó a Fénix 4 a 3 con un gol de oro y ascendió a la C

Un pasado glorioso. En la década de 1920, Sportivo Barracas fue uno de los equipos más populares del fútbol argentino. La fidelidad por el amateurismo, por jugar al fútbol como un fin y no como un medio, lo alejó de las luces y del poder que ofrecía el profesionalismo. Ochenta años después, ahora bajo el nombre de Barracas Bolívar, vuelve a sentir la gloria en sus manos. La denominación es lo de menos. Barracas es campeón.
Un presente feliz. “Es el final de la película que siempre soñé –decía emocionado Enrique Sacco, gerenciador del club–. Debemos tener los pies sobre la tierra, pero la alegría es enorme. Este es un triunfo de toda la ciudad de Bolívar". Hace sólo un año que el periodista, convertido en empresario, tomó las riendas de la institución, y los resultados llegaron más rápido de lo esperado.
La final fue un canto a la intensidad. Barracas, con oportunismo y contundencia, hizo la diferencia, pero no debe pasarse por alto que su rival jugó mejor. Porque Fénix fue más en el primer tiempo y terminó perdiéndolo 2 a 0: Norberto Figueroa gritó el primero luego de que le bajaran de cabeza un centro pasado y Guillermo Almada Flores, tras un enganche y una definición llena de clase, aumentó la diferencia.
Esa desventaja no le pesó a un audaz y envalentonado Fénix, que jugó un gran segundo tiempo. Descontó rápido, pero sufrió un golpazo cuando Figueroa –otra vez él– encontró una pelota perdida y fusiló a Ratica. Ni aún así se rindió. Encerró a Barracas contra su arco y con dos arremetidas de Tartaglia llegó al justísimo empate, que lo dejaba al borde de la hazaña. En el momento crucial, volvió a aparecer el inclaudicable y eficaz Figueroa: enganche, definición precisa – y preciosa– y gol de oro. Y ascenso conseguido. "El corazón que tiene este equipo no lo tiene nadie. Es un grupo bárbaro y muy unido", diría luego Figueroa, goleador del torneo con 16 tantos.
Un futuro alentador. La fiesta del campeón empezó en Los Polvorines, siguió en Bolívar y ya tiene fijada su próxima escala: la Primera C.


PUBLICADO EN CLARÍN, JUNIO DE 2004

martes, 23 de octubre de 2007

Buenos Aires para el tenis

“¡Cómo está Coria! ¡Qué paliza!”, se escuchó en un bar de Barrio Norte. Se jugaba el primer set y, allí, sólo quince personas seguían el partido. Sin embargo, ese desinterés contrastó con los cientos de miles que se prendieron con la gran final en sus casas, o con las decenas que colmaron los clubes de tenis donde practican habitualmente. Resultó curioso observar reuniones frente a un televisor para ver ¿fútbol? No, tenis. La definición entre compatriotas despertó más simpatía que controversia.
“Miro el partido porque son argentinos, pero no entiendo nada de tenis”, se sinceraba Carlos (53 años) en un bar ubicado en La Pampa y Triunvirato. En ese lugar, algunos alentaban a Coria, otros se inclinaban por Gaudio y no faltaban quienes querían “que ganen los dos”.
Tampoco faltaron los dardos de los expertos dirigidos hacia los protagonistas. “Si Coria empieza a perder, se va a hacer el acalambrado”, vociferaba, en un bar de Almagro, José Luis (35), quien minutos después reconocería que nunca lo había visto jugar. En cambio, con tono soberbio, Carlos (54) decretaba durante el tercer set que el partido estaba liquidado: “Gaudio no lo puede ganar nunca”.
El interés en las calles porteñas creció al momento de la definición. Los bares de San Telmo, por caso, se llenaron. Decenas de personas que espiaban a través de los vidrios ingresaron buscando un lugarcito para compartir un momento histórico, mientras alguno rememoraba que en su época “si te veían con una raqueta te gritaban maricón”.
Cuando el triunfo de Gaudio se confirmó, Benjamín –que había alentado a Coria en todo momento– no se lamentó demasiado: “Guille merecía el título, pero igual me voy contento porque ganó uno de los nuestros”. Buenos Aires, invadida por el tenis, disfrutó de un éxito argentino.

Artículo referido a la final de Roland Garros 2004. Gastón Gaudio derrotó a Guillermo Coria por 0-6, 3-6, 6-4, 6-1 y 8-6.

PUBLICADO EN CLARÍN, JUNIO DE 2004

domingo, 21 de octubre de 2007

El día que Defensores de Glew ganó

"¡La hora, juez!", se escuchó desde la tribuna visitante a tres minutos del final. Defensores de Glew perdía 121 a 0 contra DAOM y los treinta hinchas que lo siguieron hasta Flores sólo querían que el partido terminara. "El único objetivo es que no se nos lesionen jugadores. No podemos jugar de igual a igual. Primero, porque DAOM es duro. Y segundo, porque nos van a romper todos los huesos", comentaba Osvaldo Di Mare, dirigente y ex presidente del club. Glew sumaba así su 47° derrota consecutiva en la última división del Torneo de la URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires) desde su debut en marzo de 2002.
El club tiene una pequeña historia dentro del rugby. "Jugamos nueve años en los torneos de la Cuenca del Salado –cuenta Di Mare–. Después hubo problemas, tuvimos que dejar y armamos la estructura nueva hace cinco temporadas. La mayoría de los jugadores aprendieron a jugar hace apenas tres... Estos chicos son los que ponen la cara, los que se van a comer cien puntos por partido hasta que nuestro proyecto en infantiles dé sus frutos". Las deficiencias que el club tiene en cuanto al rugby no existen en el aspecto organizativo: "Cuando los rivales vienen a Glew no pueden creer las instalaciones que tenemos", comenta Di Mare.
Dos semanas después de esa derrota, el 27 de septiembre, el equipo recibía a Campana y una tormenta amenazaba a los 150 hinchas locales. A los 29 minutos, Glew se puso en ventaja con un try. Desde el público se escuchó un trueno que clamaba: "¡Hoy es San Glew!". Los locales se iban al entretiempo 10-5 y su gente fluctuaba entre la incredulidad y el entusiasmo. "Están jugando con muchas ganas –decía Alejandro Cáceres, ex jugador de Los Cedros que se entrena junto al plantel–. Ojalá hoy se nos dé". Bajo la lluvia, los periodistas de La Final, único medio gráfico presente, se sentían en las puertas de un hecho histórico para Glew. La alegría de los apenas 70 espectadores que no habían huido por el clima era desbordante. Pero siempre hay un pero: a un minuto del final, Campana apoya un try que iguala el partido. "¡No puede ser!", se escucha ahora. Chance de los visitantes para pasar al frente. Patada que no entra entre los palos. Alivio.
El local reacciona y se lleva por delante a su rival. Corre el tiempo adicionado y hay penal para Glew. Silencio. Estupor. La lluvia se mezcla con el sudor. Patada. Una patada que lleva consigo toneladas de ilusión. Adentro. ¡Adentro! El partido finaliza y es la primera victoria de Glew. Es el premio a tres años de esfuerzo y dedicación de un grupo de jugadores y dirigentes que soñaron con insertar a su club en el mundo del rugby. "Nunca me voy a olvidar de este día –cuenta Damián Vilar, autor del try del equipo–. Creí que habíamos perdido, pero cuando vi a todos llorando, entrando a la cancha, caí". No eran los All Blacks, tampoco Los Pumas. Pero, festejando bajo la lluvia, lo parecían. Defensores de Glew, el convidado de piedra del rugby, se comía la mejor parte. La más dulce. No es un día más: es el día de San Glew.


PUBLICADA EN ‘LA FINAL’, OCTUBRE DE 2003

miércoles, 17 de octubre de 2007

Malditos blogs

Empezar un blog es aburrido. No para quien lo empieza, sino para quienes leen ese comienzo. Chocan las aspiraciones de inmensidad del creador y las ansias de dinamismo del lector. Nadie quiere detenerse a escuchar sobre las mascotas, el pasado o el tamaño de la llave del tipo que escribe. 

“Decime lo que me querés decir, decime lo que me tenés que decir y sigo con mis cosas”, podría ser el pedido unificado de los recorredores de Internet. Si a veces no nos detenemos a escuchar a los que amamos, ¿para qué perder tiempo con un desconocido?

Confieso cierta aversión por la tecnología, por la superpoblación de letras-y-fotitos-y-videos-y-toooodo que invade cada uno de mis días. Todo hay que saberlo ya, todo hay que tenerlo ya, todo hay que contarlo ya, todo hay que contárselo a todos, incluso si nadie está interesado. 

¿Qué diferencia tiene este blog con todos los demás, entonces? Respuesta: ninguna. Gulp. Y encima habla de deportes.

Claro, deportes, eso nos gusta a todos, ¿no? Es fácil: te sentás frente al televisor, elegís a alguien y deseás que triunfe. No sería una mala definición, para nada. No sería mala si no tuviera en cuenta que no se parece en nada a eso.

La necesidad de identificarse con alguien, el deseo de vivir por un momento la vida de otro tiene que ver con un terreno psicológico más complejo. La elección de nuestro preferido nunca es azarosa: o el más débil, o esos colores, o la actitud, o esa mirada… 

Cargamos nuestro pasado, nuestros prejuicios, nuestras ideas. Nuestra elección, nuestros motivos para elegir, nuestra manera de hacer pública esa elección: todo habla de nosotros. 

¿Sucede lo mismo con la política, el modo de vestir, los gustos artísticos, la manera en que comemos un helado, el recuerdo que guardamos de un viejo desamor? Sí, por supuesto. Pero acá, lo siento, hablaremos de deportes. 

Los deportes serán la excusa para regar ideas políticas, para observar un modo de vestir, para gritar gustos artísticos, para elegir sabores de helado y para recordar el día en que teatralizamos una canción para enamorar a alguien. Todos tenemos una excusa: el deporte es la mía. Es la única manera de clamar, como dice Alejandro Dolina, que tanto en el deporte como en la vida prefiero la derrota con amigos a la victoria con los indeseables.