lunes, 28 de diciembre de 2015

Jorge Horacio Borelli - Confieso que he aprendido

Por Martín Estévez

Jorge Borelli nació el 2/11/1964. Fue defensor de Platense (1981-84); River (84-89); Tigres, de México (89-91); Racing (91-94); y San Lorenzo (95-97). Con la Selección ganó la Copa América 93. Hoy es ayudante de campo.

"Lo que se aprende en la infancia es importante. Tengo muy buenos recuerdos de la mía, en Ramos Mejía, con calles de tierra y perros siempre alrededor. Vivía con mi vieja, Marta; mi viejo, que murió en 2011; y mi hermano mayor, Hugo, que jugó un poco en Almirante Brown y ahora es comerciante. Mi vieja sigue ahí, así que vuelvo al barrio cuando la voy a visitar".

"De chico me esforcé. Empecé en Flecha de Oro, cerca de Ramos Mejía. Me vio un muchacho, de apellido Alessandrelli, que me llevó a probarme en Platense. Quedé, pero se me complicaba mucho por el colegio y los viajes. No abandoné, seguí, y al final en inferiores la pasé muy bien. ¡Hasta fui campeón con la Séptima! River ganaba siempre: tenía a Dalla Líbera, Gorosito y De Vicente, pero salimos campeones".

"Debuté muy joven. Salté de Séptima a Reserva y ahí jugué sólo algunos partidos. En Primera había varios defensores, pero uno estaba lesionado, otro suspendido, y me llevaron a Mendoza, contra Huracán de San Rafael. No sabía que iba a jugar, así que ni pude avisarle a mi familia. Ganamos 2-1 y no noté la diferencia con la Reserva. Tenía 16 años. Ahora veo a un chico de 16 y pienso que le falta, que lo pueden lastimar".

"Vi grandes jugadores que no llegaron lejos porque no se cuidaron. Tuve compañeros de los que decía: “Este va a llegar”, y, sin embargo, se empiezan a quedar y desaparecen. Y con otros pasó lo contrario: no los tenía en cuenta y empezaron a escalar, a escalar... Pongo de ejemplo a Vietto: lo dejaron libre en inferiores de Estudiantes y ahora está con los mejores del mundo. Les digo a los chicos que si a algún técnico no le gusta cómo juegan, que no se bajoneen, es sólo un técnico, es relativo. Eso es lo lindo del fútbol: ¿quién tiene la verdad?, nadie tiene la verdad, nada es absoluto".

"De Bielsa aprendí cosas. Se concentra en lo que está pensando y sabe cómo transmitirlo. Lo fui a ver una vez, cuando estaba con la Selección, y es espectacular. Te pregunta mucho. Vos decís: “yo le voy a preguntar”, y por ahí él te empieza a preguntar a vos. Y es humilde para reconocer errores. Un grande".

"Es difícil aceptar los errores. Una vez, cuando empezaba mi carrera, le quise hacer un sombrerito a Bianchi, me sacó la pelota y metió el gol. Estuve una semana sin pensar en otra cosa. Después de eso, me compré un libro y no podía leer: sólo pensaba en esa jugada. Si me pasaba de más grande, lo tomaba más tranquilo, pero en ese momento sólo pensaba en eso".

"Errores cometemos todos. Me acuerdo de Passarella, un jugador tremendo, pero tácticamente ¡hacía cada cagada! Se tenía tanta fe y era tan ganador que por ahí le salía bien, y si le salía mal, nadie se daba cuenta. Pero, como técnico, él mismo diría: “No hagas eso que desordenás al equipo”. Como él, lo hacían muchos".

"Me operaron por tirar una piña. Menotti me citó para viajar a Acapulco con la Selección juvenil, pero me lesioné un hombro. Me recuperé y me citaron para el Sudamericano del 82. Perdimos la final contra Brasil y se armó un quilombo impresionante. Ellos nos cargaron y empezaron las piñas. Yo tiré una trompada y me saqué el hombro de lugar. Me quedé duro, no me podía mover, y los brasileños me mataron a patadas. No me olvido más: ¡me tuve que operar! Me recuperé para el Mundial del 83, donde también nos eliminó Brasil. En ese equipo estaba el Monito Zárate, que lo comparabas con Maradona y no había tanta diferencia, pero después se fue quedando".

"No hay que prejuzgar. En Nueva Chicago, con Pipo Gorosito, tuvimos a Gastón Beraldi, hijo del dirigente de Boca. No le faltaba nada, pero... ¡el hambre que tenía! Lo tenías que parar para que dejara de entrenar. Si el pibe es equilibrado, no importa si tiene plata o no".

"Todo es cuestión de hábitos. Yo desayunaba café con leche, tostadas y manteca, y tuve que dejarlo. Parece imposible, pero a la semana te olvidás del café. Si estás tres kilos arriba, les das ventaja a los rivales y a tus compañeros, porque te pueden sacar el puesto".

"A veces escucho que el fútbol bajó el nivel. No estoy de acuerdo. ¿Sabés qué difícil es jugar hoy? Antes tenías más tiempo, hoy no tenés tiempo para nada. Si no resolviste qué hacer antes de recibir la pelota, la perdés, porque se mejoró mucho el estado físico. Antes la paraban y miraban. ¡Andá a pararla y mirarla hoy! Es imposible".

"Hay equipos que no se refuerzan porque tienen problemas en el plantel. Todo se sabe. El jugador, antes de ir a un club, averigua. Y si el plantel es complicado, se va para otro lado".

"Me peleé con El Gráfico. En realidad, con Juvenal, periodista de la revista. Fue en 1988, en el pasillo del Monumental. Me había matado en una nota, le fui a preguntar por qué. Se empezó a reír y me dijo “la última vez que te vi jugar bien fue...”. Me forreó. Ahí le dije: “No me cargués”, y me siguió sobrando. Apenas lo agarré de la corbata, se tiró al suelo. Después, El Gráfico me mató por eso. Estuve mal, pero él también".

"En México me llevé una sorpresa. Me había comprado el Tigres. El técnico me presentó y dijo: “El va a ser el capitán del equipo”. Pensé que iba a tener un quilombo bárbaro, por ser extranjero, pero no tuve ni un solo problema, me quedaron grandes recuerdos. Uno de mis hijos, Eder, estuvo en la Selección juvenil de México, se casó con una chica mexicana y sigue jugando ahí".

"El éxito no es lo mas importante. Cuando llegué a River, estaba muy comprometido con el descenso y terminamos ganando Libertadores, Interamericana e Intercontinental. El grupo era bárbaro. Sin embargo, aunque en la Libertadores jugué 10 de los 13 partidos de titular, la gente de River muestra indiferencia conmigo, y yo con River. En Racing, en cambio, era un quilombo, no gané nada, pero el hincha me quiere, y yo quiero a Racing. Hoy, si juegan River-Boca, me da lo mismo. Y eso que de chico era de Boca y gané todo con River. Pero si juega Racing, quiero que gane. Es un club especial".

"Tita Mattiussi era como una abuela. Una vieja divina. En un cuarto, rodeados de perros, nos hacía una picada tremenda. Hoy, si te enterás de que los jugadores, un día antes del partido, comen una picada así, les decís que no; pero era otra época. Rubén Paz y el Turco García la volvían loca. Era una parte importante de Racing".

"Las mejores cosas se hacen sin plata. En Racing no cobraba nada. Nada. Me pagaron todo en diez cuotas, una por año, entre 2001 y 2010. Pero la pasé muy bien con el Turco, el Ruben, el Pato Miguez, Fabbri, el Beto Carranza, Fleita. Es el mejor recuerdo de mi carrera".

"Me peleé con el Turco García por su adicción a la cocaína. Cuando me fui de Racing, empezó a hacer cagadas. Una vez fue a mi casa y le mintió a la empleada para entrar, estaba muy mal. Ahí me enojé mucho. Después pudo salir, le hizo bien viajar, y volvimos a encontrarnos. Lo vi hace poquito, y está bárbaro".

"En San Lorenzo me sentí usado. Estuve dos años lesionado, me operaron diez veces y luché mucho para recuperarme. En mayo del 97 volví y jugué los últimos partidos como titular. Cuando llegó la pretemporada, el DT, Castelli, me dejó, no viajé. Esperé que volviera y le dije lo que pensaba: que el club me había hecho jugar para que yo no hiciera lío si quedaba libre. Porque, si estás lesionado, no te pueden dejar. Así que de San Lorenzo me fui dolido".

"Tuve revancha en la Selección. En el 85 supe que Bilardo me estaba siguiendo, pero me lesioné. Muchos años después, me convocó Basile y fui campeón de la Copa América. No jugué tanto, 15 partidos, pero no me olvido más del momento del himno: era emocionante".

"Mi gran momento fue en la Copa América del 93: definí las series de penales contra Brasil y Colombia. Basile decidía quién pateaba, no podías esconderte. Y Goycochea decía: “Tranquilos, que yo uno atajo”. Y atajaba. Cuando agarré la pelota sentí una tranquilidad total, las dos veces. Iba muy seguro de cómo y dónde patear. Estaban Bati, Simeone, jugadores que estuvieron un montón de años. El recuerdo de esa Copa América es hermoso".

"Lo peor y lo mejor, juntos. El 5 de septiembre del 93 perdimos 5-0 contra Colombia; once días después, nació mi hija Alexia. De aquel partido, lo peor pasó con la gente, que en un momento disfrutaba lo que estaba pasando. Y después, Gatti y Sanfilippo salieron a atacarnos por televisión. Fue muy triste. Un partido atípico: si le sacás los goles, fue muy parejo. Pero esas cosas pasan, y los hijos quedan".

"Cumplí un sueño. Porque un Mundial es lo que uno sueña de chico. El argentino es muy exigente, y por ahí te dicen “no fuiste campeón del mundo”. Pero yo estoy contento con lo que hice: haber ganado un título, jugar el Mundial 94... Todo eso fue importantísimo".

"Maradona no es como parece. En el Mundial 94 compartí habitación con Diego. Cuando dijeron “Borelli-Maradona”, yo dije: “La puta madre...”. Y a las dos horas, yo parecía Maradona, y él, Borelli. Es de esos compañeros que, cuando estás durmiendo, pone la televisión despacito, les pide a los demás que no te molesten. Uno piensa que todo le importa un carajo, pero es una excelente persona. No estoy de acuerdo en un montón de cosas que dice, pero es un gran compañero. Y adentro de la cancha, él se cargaba todas las presiones".

"Como ayudante de campo, entendí que tenés 30 jugadores y sólo pueden jugar 11. Que el que se queda afuera se calienta, pero el técnico siempre pone lo que considera mejor. A veces es difícil aceptar que jugaste mal, o que no te elijan como titular".

"Disfruto de cosas chiquitas. Me levanto a las seis, seis y cuarto. Tomo unos mates en silencio, al lado de los perros, y disfruto como si estuviera en un paraíso. Por ahí alguno dice “eso es una boludez”, pero a mí me encanta. Hacer las cosas que uno quiere es muy lindo. Cuando mi hijo, el que está en México, vivió algunos meses acá, también lo disfruté mucho".

"No me gusta ser el último campeón, que la copa del 93 sea la última que ganó la Selección. Ya pasaron 22 años. Lo del Mundial 2014 fue una lástima. Yo, como argentino, quiero que la Selección gane, gane y gane. Lo tenemos a Messi, todavía estamos a tiempo. Ojalá que se dé en esta Copa América".

Publicado en El Gráfico N°4458 (junio de 2015)

domingo, 27 de diciembre de 2015

Demián González – Despedida perfecta


El armador le dijo adiós a UPCN luego de ganar el pentacampeonato argentino. En 2015 no sólo jugará la Superliga brasileña, sino que será parte de la Selección en los grandes desafíos del año: la Liga Mundial, los Panamericanos y la clasificación para los Juegos Olímpicos.

Corre el año 2002. Los juveniles de Club de Amigos juegan un amistoso contra River. Demián González, armador del equipo, tiene 19 años y siente que está haciendo un partidazo. De pronto, el director técnico lo reemplaza y lo sienta al lado de él, en el banco de suplentes. No le explica por qué, no lo felicita. No le dice una palabra. Demián, confundido, siente que le tocan el hombro. A su lado, Memo Giselli, técnico de la Primera, le pregunta: “¿Te la aguantás si te digo que vas a ser el segundo armador del equipo en la Liga Nacional?”. “¡Estaba recontento! –recuerda, hoy, Demián–. No podía creer que iba a jugar una Liga Nacional. En ese momento me dieron… no sé… 200, 250 pesos, para pagar gastos, viajes. Fue mi primer sueldo”.

Trece años después, Demián González es uno de los mejores armadores argentinos. Referente de UPCN Vóley, equipo con el que ganó cinco ligas argentinas consecutivas, dos Sudamericanos y finalizó 3º en un Mundial de Clubes, decidió dar el salto y aceptar la oferta para jugar la Superliga brasileña con la camiseta del Brasil Kirin.

-Contanos cómo empieza tu historia. Pasaste tu infancia en Morón...
-Sí, vivía con mi papá, mi mamá y mis dos hermanos (Sebastián, el mayor; y Germán, el menor) en Luz y Fuerza, un barrio de 250 casas, todas iguales, que en el medio tiene un campo donde jugábamos a todo. En otra casa vivía mi abuela; en otra, mi otra abuela; en otra, una tía; en otra, un tío... Cuando hacíamos un asado, éramos 40. Espectacular.

-¿Qué es el Colegio Solari?
-El lugar donde hice la primaria y la secundaria, y donde empecé a jugar al vóley, a los 8, 9 años. Tenía una prima y un hermano que jugaban, así que un poco empecé por eso.

-¿Ya la rompías de chiquito?
-Noooo, no. Imaginate: a mi hermano le decían rata; y a mí, ratita. Era muy chiquitito, pegué el estirón recién a los 18, 19 años. Más allá de que soy armador, y bajo de estatura, en ese momento era demasiado chico para el vóley. Cuando estaba en el secundario, el colegio Solari se federó para poder competir y empezamos desde la Liga Metropolitana D. Fuimos campeones todos los años, hasta llegar a la A, donde estaban Boca, River, Club de Amigos… Nos costó un montón, porque el colegio sólo jugaba con alumnos y ex alumnos, así que descendimos. Pero en esa liga me vio Club de Amigos, que fue mi siguiente equipo.

-¿Llegaste a jugar con tu hermano?
-¡Sí! En un momento, él estaba en mayores, y yo en cadetes y juveniles. Pero Sebastián se lesionó, y ahí empecé a jugar yo.

-¡Le robaste el puesto!
-Jaja, sí, le robé el puesto, pero después seguimos jugando los dos juntos.

-Tu mamá murió en 2003. ¿Qué recuerdos tenés de ella?
-Recuerdos muy lindos. Ella y mi viejo querían que estudiara, pero yo desde chiquito decía que quería ser voleibolista. Por ahí ella, por dentro, se cagaba de risa, porque yo no tenía el biotipo del jugador de vóley. Siempre me apoyó en todo. Recuerdo que, cuando terminé el secundario, hice el curso para empezar educación física en la Universidad de La Matanza, pero como me quedaban dos materias previas, no pude entrar. Ese año seguí jugando en el Solari, y al siguiente, me llamaron para ir a Club de Amigos, porque me habían visto en la Liga Metropolitana. Iba a empezar la universidad, pero les pedí por favor a mis viejos que me dieran una oportunidad, un año para probarme como jugador de vóley, porque no podía estudiar y entrenar a la vez. Y aceptaron.

-¿En qué momento te diste cuenta de que tu trabajo iba a ser jugar al vóley?
-Aquel día en que me confirmaron que iba a jugar la Liga Nacional. En el 2002 había jugado el Metro en Club de Amigos. Estaba Sebastián Firpo de titular, y Esteban Símaro era el suplente. En un momento, Firpo se lesionó y quedé como segundo armador. Cuando terminó el torneo, Firpo se fue para Bolívar. Ahí es donde hablo con Giselli.

-En Club de Amigos ganaste tu primera liga, y jugando al lado de Hugo Conte.
-Sí, ese equipo era muy bueno. Jugué la liga 2002/03 y, para la 2003/04, llegó Getzelevich como DT. En 2005, Carlos decide que sea el armador titular; una apuesta fuerte, porque venía jugando poco. Y en esa temporada salimos campeones, con Conte, Marcos Eloe, Christian Lares… Fue un sueño. En esa liga, el equipo se había fusionado con Carmen de Areco, éramos locales ahí; pero a partir de los playoffs, jugamos en Ferro. Para las finales, hablé con Adriana Tedesco, que en Club de Amigos me ayudó un montón, y le pedí entradas para mi familia: ¡había como 50 personas alentándome! Fue un paso muy importante para mi carrera.

-¿Cómo llegaste a jugar en el Tomis Constanta de Rumania?
-Después de esa liga, se sumaron equipos con mucho poderío económico. Y Club de Amigos, que es sólo un club, decidió no competir por falta de presupuesto. Me quedé sin equipo, y me llamaron para jugar en Rumania. ¡Y yo no conocía ni Uruguay! Nunca había salido del país. En ese momento vivía en Morón con uno de mis hermanos. Acepté, pero fue una mala experiencia, no me gustó. Los rumanos son muy cerrados y yo era chico, tenía otra cabeza. Por ahí, si viajara ahora, sería diferente. ¡En el equipo había un quilombo con los idiomas!: teníamos un turco, dos serbios, un polaco, un brasileño... Y yo sólo hablaba un poco de inglés, lo que había aprendido en el colegio. Cuando llegué, hacía calor y estaba en una ciudad con playa. El dueño del equipo tenía un parque acuático, ¡era el paraíso! Pero dos semanas después, empezó el invierno y se acabó todo. Frío, bruma, todo era medio deprimente. Fueron sólo seis meses allá; pasé Navidad arriba de un avión.

-Y de Rumania no volviste a un lugar que conocieras: te fuiste a Chubut.
-Sí, me fui a vivir a Trelew. Ya me habían llamado desde Chubut Vóley, y me gustó la propuesta. Se formó un gran equipo para la liga 2007/08: logramos llegar a la final y perdimos contra Bolívar, que era el gran candidato. Pero al año siguiente, Chubut decidió bajar el presupuesto y otra vez me quedé sin equipo. En ese momento me llaman Quique Valle y el DT, Fabián Armoa, para jugar en UPCN de San Juan, y, sin dudarlo, fui para allá.

-¿En ese entonces era imposible imaginar lo que lograrían después?
-Eso es lo que digo muchas veces: sabía que iba a un lugar competitivo, pero jamás, ni en mi mejor sueño, podía pensar que íbamos a lograr todo esto. Un pentacampeonato es muy difícil de conseguir en cualquier deporte, y también dos sudamericanos contra equipos brasileños, y un tercer puesto en el Mundial de Clubes... Fueron años increíbles, inolvidables. Por eso me costó un montón tomar la decisión de dejar UPCN: porque es un lugar donde me siento muy cómodo, donde he crecido mucho a nivel deportivo, personal, económico, donde formé una familia, tuve dos hijos… Los dirigentes cumplieron siempre, el cuerpo técnico también. Ojalá algún día pueda volver. Me encantaría.

-Siempre hablás muy bien de Fabián Armoa. ¿Qué virtudes tiene?
-Cuando no me veía bien, Fabián me decía: “Mañana a las nueve y media, tomamos un café”. Te conocía, se daba cuenta de lo que te pasaba, y te decía la justa. Quizás la veías de otra manera, pero él te decía la justa. Siempre me insistía: “Tenés que tener un hijo, es lo mejor que hay”. Y tenía razón. Me costó, porque lo tuve a la cuarta o quinta liga (risas), pero tenía razón. Nos mirábamos a los ojos y ya entendía qué tenía que hacer en la cancha.

-Hablanos de tus hijos...
-Tengo dos. Valentín, que nació en 2013; y Bastian, que nació este año. Es algo muy fuerte. Difícil, porque a veces cuesta dormir a la noche, pero es lo mejor que hay. Me imaginaba lo que podía ser tener un hijo, pero es un millón de veces más grande. Mi mujer, Sandra, es de fierro, eso ayuda mucho.

-¿Cómo se dio la llegada a la liga brasileña?
-En la mayoría de los años había tenido ofertas. Siempre me quedaba en UPCN, pero esta vez podía jugar una Superliga brasileña con un equipo fuerte. Es difícil cambiar cuando estás tan cómodo, pero me lo planteé como un desafío. Me convencieron la ciudad (Campinas), y que en el equipo estén Wallace, el de Bolívar, y Bogdan Olteanu, que fue compañero mío en Bolívar. Cambiar, después de tantos años en el mismo lugar, es una sensación rara.

-En la Selección, casi siempre te tocó un papel secundario. ¿Creés que este año es el ideal para tener mayor protagonismo?
-Como decís, tuve poco lugar en la Selección. He hablado con Julio Velasco y plantea las cosas bien claras, eso es importante. Compito con Luciano De Cecco y Nicolás Uriarte, que están pasando un gran momento. Me toca ser contemporáneo de ellos, y es difícil, porque juegan en equipos importantes de Europa. Obviamente, me encantaría jugar un poco más, pero respeto las decisiones de los técnicos. Estoy tranquilo.

-Tienen muchos torneos: el Preolímpico, los Juegos Panamericanos, la Liga Mundial... ¿Cuál es la prioridad?
-El objetivo principal son los Juegos Olímpicos de 2016, pero es un año muy importante también, porque hay que lograr la clasificación. La Liga Mundial también es importantísima; estuve varios años, pero he jugado poco, ojalá pueda disfrutarla más esta vez. También es la posibilidad de probar jugadores para que la Selección tenga variantes. Hasta Pep Guardiola dice que aprendió de Velasco, así que él tiene bien claro qué hacer para darle lo mejor al equipo.

-¿Siempre te sentiste reconocido en el ambiente del vóley, o recién ahora?
-No, recién en los últimos dos años siento que se reconoció el trabajo, el sacrificio. Igual, los premios individuales son muy lindos, pero cambio cualquier premio por un título. Además, si ganás un premio individual es porque te ayuda tu equipo.

-¿Cuál fue tu mejor partido?
-Por importancia, cuando ganamos la medalla de bronce en el Mundial contra el SADA Cruzeiro. También ante SADA en el último Sudamericano; y contra Minas en 2014.

-¿Y el peor?
-Las finales de este año en Bolívar. Jugué mal, todo el equipo jugó mal. Por eso, antes de la quinta final estaba muy nervioso, me costó dormir en los días anteriores, pero hicimos un gran partido y ganamos el pentacampeonato justo contra el archirrival.

-¿Dónde imaginás vivir después de Brasil: Morón, San Juan, Capital Federal?
-Ojalá que pueda volver a San Juan.


Recuadro – Calendario de Selección
Demián González debutó en la Selección en 2003, cuando formó parte del juvenil. Desde entonces, ha integrado esporádicamente la Mayor: jugó el Premundial 2006, la Copa América 2008, el Campeonato Mundial 2010, varias ediciones de la Liga Mundial... Al cierre de esta edición, era parte del equipo que buscaba, en Colombia, una plaza para el Preolímpico de septiembre (otorga dos lugares para los Juegos Olímpicos 2016). Y también del que, el 29/5, debutaría contra Cuba en la Liga Mundial. Este año, además, la Selección disputará los Juegos Panamericanos de Toronto (del 16 al 26 de julio).

6 Las ligas nacionales que ganó Demián González. Jugó en el Colegio Solari (1998-2002); Club de Amigos (2002-2006); Tomis Constanta, de Rumania (2006/07); Chubut Vóley (2007/08); y UPCN Vóley (2008-2015), donde además obtuvo los Sudamericanos de Clubes de 2014 y 2015, fue 4º en el Mundial de Clubes 2013, y 3º en el de 2014, año en el que recibió el Olimpia de plata.

Publicado en El Gráfico N°4458 (junio de 2015)

viernes, 25 de diciembre de 2015

Iván Pillud - "Si eran campeones sin mí, me moría"

Por Martín Estévez

Antes del torneo que ganó con Racing, estuvo a punto de volver a Italia, pero se quedó. La historia de un lateral que dormía cuatro horas para llegar a los entrenamientos, que cambió tras una enfermedad y que soporta duras críticas de... su papá.

Si en 2014 se fue de Racing sin que los hinchas lo lamentaran es porque en sus últimos cuatro partidos en el club había sido un desastre. Sí, un desastre: Iván Pillud no paraba a nadie, jugaba muy mal y fue uno de los responsables de las cuatro derrotas seguidas que acumuló el Racing de Zubeldía en agosto de 2013. No lo decimos nosotros: lo dice él. 

“Me sentía cansado, desconcentrado, y eso me preocupaba, porque nunca me había pasado en los partidos: llegar tarde a una pelota, descuidar la marca. En mi anteúltimo partido perdimos 3-1 contra Tigre y llegué tan mal a una jugada que levanté el pie y casi le pateo la cabeza a un rival, y yo no soy de hacer esas cosas. Después de ese partido, me llamó mi mamá y me dijo: ‘Hijo, ¿qué te pasa? No sos el Iván que vemos los fines de semana’. El último partido fue cinco días después, contra Arsenal, perdimos 2-0 sin público. En todo el partido fui un desastre. Pero un desastre en serio, eh. Justo me tocó el antidoping. Oriné oscuro, y el médico me dijo que no era normal; y tenía chuchos de frío, así que al otro día me mandaron a hacerme estudios. Apenas me vio los ojos, la doctora dijo: ‘No me toques, tenés hepatitis’. Y yo pensé ‘La puta madre’. Estuve cuatro meses y medio afuera, desde agosto hasta enero, y después me fui para Italia. Hablando con el médico, luego lo supe: había estado jugando un mes entero con hepatitis B”.

-¿Qué cambió en esos cuatro meses?
-Muchas cosas; mi estilo de vida, mi vida privada. Vi las cosas de otra manera. No te puedo mentir, soy lo más sincero del mundo. Entendí que estoy trabajando para una gran institución, la tengo que respetar, cumplir horarios, entrenar. Hoy me siento en mi mejor momento, me tocó salir campeón con el club que me abrió las puertas y al que le agradezco muchísimo. Soy otro Iván Pillud, mucho más maduro.

Si los hinchas de Racing no entendían qué había pasado con Pillud, cómo es que se había ido en tan bajo nivel y, seis meses después, volvió tan distinto, ahí tienen la respuesta: hepatitis B. Iván es un lateral derecho rápido, de gran despliegue, rechazado por varios clubes hasta que quedó en inferiores de San Lorenzo (lo eligió Toscano Rendo). También ahí lo dejaron libre, y encontró su chance en Tiro Federal de Rosario. Luego pasó por Newell's, Espanyol de Barcelona y llegó a Racing en 2010, con un paso de seis meses por Italia en 2014.

-Tus compañeros dicen que sos el jodón del grupo, que te la pasás haciendo chistes. ¿También ponés la música en el vestuario?
-Antes era Centurión pero, desde que se fue, soy un poco el disc jockey del club. Hay distintos gustos: cumbia, rock, reggaeton, así que tengo que estar fino en ese sentido. Cada dos por tres, pongo un tema y me lo sacan (risas).

-¿Sos de poner a Daniel Agostini, no?
-Me gusta la cumbia santafesina y, aunque él es de Buenos Aires, hace un estilo similar. Lo pude conocer y hasta me regaló una corbata.

-¿Quién es más jodón: vos o Maximiliano, tu hermano mellizo?
-Yo. El es de perfil bajo, más serio. Trabaja en una empresa de saneamientos, le va muy bien. Los dos somos fanáticos de la pesca. Tengo dos hermanos más: Brian, de 24 años; y Hernán, de 32. Y a mi mamá y mi papá, los más importantes, los que me marcaron como persona.

-A tu mamá la hiciste llorar...
-Sí, fue en 2003, tenía 17 años. Había quedado en San Lorenzo y, después de un mes en la pensión del club, tenía que buscar dónde vivir. Me fui a una pensión en Boedo, éramos 14, 15 chicos. Teníamos dos habitaciones, dos baños y un living comedor para todos. Las camas eran cuchetas, pero cuchetas de tres. A mí me tocaba ir abajo. En diciembre, enero, había 40 grados en la pieza, que era de 4x4. Cuando juntaba algunas monedas, la llamaba a mi vieja desde un teléfono público y le decía: “Mami, yo estoy de diez acá”. Lo que más quería era jugar al fútbol… Un día me llamó y me dijo que me iban a visitar. Claro: se pensaron que estaba viviendo en un palacio. La reacción de mi mamá cuando vio la pieza no me la olvido más: un llanto tremendo. Yo la miraba y no entendía. Le decía: ¿por qué llorás? Y me decía que estaba emocionada por verme. Después quedé libre y, cuando volví a mi pueblo, ella me contó: “¿Sabés por qué lloraba? De impotencia, porque nunca pensé que estabas viviendo en esas condiciones”. Pero yo quería jugar al fútbol.

-¿Por eso te duelen tanto las críticas?
-Me hace mal la gente que prejuzga. Obviamente, no todos somos iguales, y algunos tienen otros métodos para llegar, pero yo tuve una vida muy sacrificada. Me encantó haber vivido todo eso, porque aprendí muchísimo. Y también te quiero contar que mi hermano más chico, que jugó al fútbol, me tenía a mí, que había llegado a Primera; y en un momento me lastimaba, porque yo le daba consejos y sentí que los desaprovechaba. Entiendo que los tiempos cambiaron, pero para ser futbolista, hay que sacrificarse, y él no lo entendía.

-¿Qué siente un chico cuando se prueba y sufre el rechazo de un club?
-Al principio es un poco de frustración. Yo me iba a mi casa y me largaba a llorar sin que me vieran mis viejos. Después te das cuenta de que es normal. Cuando ya tenía 16, 17 años, era consciente de que, si un club me dejaba, había cien más para probarme. Jugador de fútbol iba a ser: es la profesión que amé toda la vida.

-También tuviste otros trabajos...
-Siempre fui hiperactivo, jodón, pero muy servicial. Ayudaba a los vecinos y, cuando veía a alguien trabajar, me despertaba interés. A dos cuadras de mi casa había una panadería, un día me mostraron lo que hacían y de a poco empecé a trabajar ahí, haciendo de todo. Después, en Renato Cesarini, a los 19 años, me levantaba a las 5 de la mañana y me tomaba el colectivo de las 5:30. Pasaba cada una hora, así que si tomaba el de 6:30, llegaba tarde. Volvía a las 15, dormía una siesta de dos horas y a las 18 tenía que estar en un delivery de comida rápida en Capitán Bermúdez que se llamaba Marea. Laburaba en la cocina, hacía tostados, hamburguesas, pizza, lo que fuera. Volvía a mi casa 1:30, me bañaba, me iba a dormir y me levantaba a las 5. Así, durante todo un año.

-¿Cómo llevaste el cambio de dormir en una cucheta a que te pararan en la calle?
-Es más difícil mantenerse que llegar justamente por eso: tenés que cuidar la vida privada, salir poco, acostarte temprano, que no te vean tarde en un boliche, ni con alguna mina. Son etapas que me pasaron, tuve un momento de fama, pero me di cuenta de que en lo futbolístico no me servía. Yo era soltero y, cuando ganaba, salía con algún amigo a tomar algo. Son cosas que no pude hacer de chico y las hice después, cuando ya tenía todo en bandeja. A los 18, 19 años, mis amigos me venían a buscar para ir de joda y yo no podía por el fútbol. Esa etapa, por ahí, la viví más adelante.

-¿Te arrepentís?
-La vida es una sola. Sé que soy profesional y tengo que dar buena imagen, pero también que la vida privada existe y que, cuando se puede, hay que darse algunos gustos.

-En España fuiste compañero de Daniel Osvaldo. ¿Era el mismo que vemos ahora?
-Era un poquito más tímido (risas). Vivíamos en la misma torre. Mi vieja, que había ido a acompañarme, pasaba mucho tiempo con Elena, la mujer de Osvaldo en ese momento. Ellos tenían una nena, y mi vieja iba al departamento a decirle cómo cocinar, cómo cambiar los pañales. Tengo un recuerdo muy lindo de él.

-Viviendo en Barcelona, dijiste que no te gustaría ser Messi...
-Sólo Messi sabe qué es ser Messi, pero debe ser muy difícil. Cuando estaba allá, no lo veía nunca: ni en eventos con otros futbolistas. Y si lo veía, era imposible acercarse. Yo no podría vivir así, soy sociable, me gusta la libertad.

-Ya en Racing, metiste tus únicos 2 goles. Uno, hermoso: contra Godoy Cruz en 2010.
-Sí, lo vi cientos de veces. Cuando llegué al club me quebré el quinto metatarsiano y volví a los dos meses y medio. Ese día fui al banco, entré y metí un golazo. “Ahora tengo que seguir demostrando”, dije. Y después pasaron dos años hasta volver a hacer un gol. Siempre decía que una de mis falencias era lo defensivo, y hoy me siento muy bien en la marca, la gente me lo está haciendo notar. Pero ahora me siento en deuda, no con el gol, sino con llegar más, ser una opción en ataque. Trabajo día a día para terminar mejor las jugadas.

-En la Selección pasaste mucho al ataque...
-Sí, jugué 3 partidos con Batista y 2 con Sabella. La Selección me llegó en el momento justo. Con Batista me fue muy bien, hasta le di dos pases de gol a Gabriel Hauche. Y con Sabella, me fue bien contra Brasil acá, pero mal en la revancha. Una experiencia espectacular.


-¿Por qué en Europa duraste tan poco?
-Al Espanyol llegué a préstamo. Empecé afuera, después jugué 11 partidos, y terminé yendo al banco. Por eso, el club no hizo uso de la opción. En 2014 me tocó ir al Hellas Verona, también por un semestre. En las últimas 8 fechas fui titular y no perdimos ningún partido, fue una etapa hermosa, con Luca Toni, Cirigliano, Iturbe… Cuando regresé a Racing, pensé que iba a volver a Italia, porque querían renovar el préstamo. Pero llegaron Cocca, Milito y se armó un equipo competitivo. Gracias a Dios me quedé, porque si después de tantos años en el club, eran campeones sin mí, ¡me mataba! (risas). Te digo la verdad, hubiera sido terrible. Lo que más quería en el mundo era ser campeón con Racing.

-¿Fue lo mejor que viviste?
-Sí. Cuando llegué a Newell’s también fue lindo, porque soy hincha, pero haber sido campeón con Racing es lo máximo. Me siento parte de este club, es mi segunda casa. Si un día tengo que elegir en qué club retirarme, tranquilamente podría ser Racing.

-¿Ayuda que Cocca haya sido lateral?
-Sí, labura muy bien lo defensivo, porque en lo ofensivo tiene al Tanque Gerk. Todas las semanas hay un día en el que trabajamos en defensa. Ese día, yo decía: “Uh, la puta madre, hoy trabajamos lo defensivo”. Hoy se lo agradezco a Diego, porque me mejoró como jugador. Él y Simeone me hicieron crecer en defensa.

-Hay una jugada que Diego marca en los entrenamientos: cómo poner el pie en el borde del área, cuando te encaran, para no hacer penal. ¿Sabés cuál te digo?
-(Se ríe) Sí, sí, siempre funciona. El trabaja mucho en esos detalles… (Sigue riéndose)

-Te tentaste, Iván...
-Es que Diego, cuando nos muestra las jugadas, lo hace con muchas ganas, te vuelve loco.

-Raro: nunca te expulsaron en tu carrera.
-Con eso tengo un problema. Viste cómo es: el defensor tiene que ser aguerrido, ir al piso, y yo tengo otras características. Casi nunca voy al piso, porque le dejás más tiempo al delantero. Lo aprendí de Zanetti, de Maicon. Pero la gente me pide que me tire más. ¡Hasta mi viejo! Me dice: “Iván, jugás muy bien, tenés buena técnica, pero cada vez que te veo, veo que no revoleás nunca la pelota, no pegás patadas. ¡Lo tenés que hacer!”. Voy a seguir discutiendo con él hasta que me retire, porque no coincido con esas cosas. No soy así, no me sale. Cuando he ido al piso, fui mal. Juego con otras cosas: velocidad, anticipación, manejar los tiempos. Pero no me gusta pegar (se sigue riendo).

-Otra vez estás tentado…
-Es que me acuerdo de las discusiones con mi viejo en casa. Me siento en la mesa para comer un asadito, tranquilo, y él se acerca y me dice: “Jugaste muy bien… pero ya sabés lo que te falta”. Y yo pienso: “Papi, ¡no rompas más!”. Él jugaba de marcador central, más fuerte, más bicho. Yo soy otra cosa, soy lateral.

-¿Te va a seguir criticando aunque ganes la Copa Libertadores?
-(Risas) Salir campeón de la Libertadores con Racing es mi sueño, y encima con este grupo que se formó. Sería el logro máximo.

194 Los partidos que suma Pillud en su carrera. Jugó 26 en Tiro Federal de Rosario (2007-09); 19 en Newell's (2008-09); 11 en Espanyol de España (2009); 5 en la Selección (2011); 6 en Hellas Verona de Italia (2014); y, al cierre de esta edición, suma 127 en Racing (2010-2015), donde marcó sus únicos 2 goles. Nunca lo expulsaron.

Publicado en El Gráfico N°4457 (mayo de 2015)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Sergio Hernández – La era de la reflexión

Por Martín Estévez / Producción: Darío Gurevich

El Oveja, que comenzó su segundo ciclo al frente de la Selección Argentina, compartió una larga charla con El Gráfico sobre su carrera, Ginóbili, Nocioni, Scola, Prigioni, Laprovittola, Campazzo, el recambio generacional y el gran objetivo del año: la clasificación para los Juegos Olímpicos.

En el básquetbol internacional, todas las temporadas son fundamentales. Premundial-Mundial-Preolímpico-Juegos Olímpicos es un ciclo que se repite cada cuatro años y no da descanso. Por suerte y mérito, desde su ausencia en los Juegos de Sydney 2000, la Selección ha estado presente en cada uno de los grandes torneos. Siempre le costó, corrió peligro de eliminación, y este 2015 no es la excepción. 

Atravesará, en julio, los Juegos Panamericanos, banco de pruebas para el gran evento: el FIBA Américas, un durísimo preolímpico. A partir del 25 de agosto, la Selección buscará en Monterrey, México, su lugar en Río de Janeiro 2016. Tras el ciclo de Julio Lamas, el elegido para dirigir al equipo fue un bueno conocido: Sergio Hernández. El Oveja, que asumió el cargo en enero, ya había estado al frente de la Selección entre 2005 y 2008, ciclo en el que consiguió el cuarto puesto en el Mundial 2006 y la medalla de bronce en Beijing 2008. Y que, durante la era Lamas, había sido ayudante.

-Dio la sensación de que hubo mucho consenso en el ambiente cuando fuiste designado. ¿Vos también lo sentiste así?
-Sí, pero no consumo mucho esa repercusión. No es que no me gusten las críticas, porque a veces puedo sacar algo constructivo, pero, en este caso, era una decisión que había tomado la CABB (Confederación Argentina de Básquetbol), y aunque alguno no me quería, mucho no se podía hacer. Hubo una buena aceptación, tal vez porque a algunos, como a mí, a Lamas, a Rubén Magnano o al Che García, la gente nos relaciona con puestos importantes. Hubiera sido diferente si entraba alguien nuevo, como pasó conmigo en 2005. En este caso es diferente, ya tengo muchos años en el profesionalismo y unos cuantos en la Selección. Durante la carrera se te va llenando la mochila de halagos y críticas, y no es saludable estar pendiente de eso. Soy un entrenador que no persigue sólo el triunfo, sino lograr que algo que empieza como un grupo de gente se vaya pareciendo a un equipo. Eso me quita presión porque lo puedo conseguir, casi lo tengo asegurado: si tenés buenos jugadores, buen cuerpo técnico y trabajás, el margen de error es muy pequeño. No es que no me moleste perder: cada vez me gusta menos. Pero eso pasa durante los partidos. En el resto del tiempo, no estoy pendiente de eso.

-¿Por qué decís que algunos no te quieren?
-El éxito tiene su parte antipática; trae más antipatía que simpatía. Cuando empecé en Sport Club de Cañada de Gómez, era simpático, carismático, inofensivo: entonces caía bien. Cuando gané mi primer título, ya no era tan simpático, ya tenía un toque de soberbia. Cuando gané mi tercer título, los grupos de los que me querían y los que no me querían se acentuaron más. Cuando agarré la Selección, se potenció eso. A lo mejor, el porcentaje de los que no te quieren es menor, pero es más fuerte, porque el éxito molesta. Eso de que “a mí no me importa lo que digan” es falso. Sí o sí te importa lo que digan. Por eso hay que tratar de no escuchar todo. Porque si vos sos periodista y te dicen “la nota que hiciste es un desastre, la desaprovechaste”, te querés matar, te querés retirar de la profesión.

-¿Cuándo fue la última vez que te pasó eso de querer retirarte de tu profesión?
-¡Ayer! (risas). Nooo, muchas veces… Yo entiendo que el éxito está en vos mismo. No en ganarle al otro, sino en transformarte en lo mejor que puedas, en encontrar tu mejor versión. Más allá de eso, sufro porque estoy en una profesión que vive de resultados. Hace unos años, en 2011, me tomé unos quince días en Peñarol, y debería haberme tomado unos cuantos más. De hecho, cuando volví, me expulsaron a los dos minutos, ¡y yo casi no tengo expulsiones en mi carrera! En esa etapa llegué a pensar que tenía que hacer otra cosa, porque no toleraba nada, ni una derrota, ni un fallo, estaba pasado de vueltas. Cuando llegaba el horario del entrenamiento, no quería ir. Ni hablar de los partidos: eran un sufrimiento. Y eso que era todo color de rosa, porque íbamos primeros, éramos campeones, ganábamos todo. El que lo veía de afuera decía: “A este tipo, ¿qué le importa si pierde? ¡No pasa nada!”. Pero vos no lo ves así. Era una cuestión de ego: si perdía, me sentía el peor del mundo, me sentía inseguro. Y antes y después, me pasó muchas veces. Si no, pregúntenle a mi esposa: muchas veces llegaba y decía “el año que viene me pongo un kiosco, o una escuelita de básquet, no quiero laburar más en algo en lo que tenés que rendir examen todos los días”. Pero después te falta esa adrenalina: sentir los ojos del resto todo el tiempo en la nuca, que te paren en la calle y te digan “hoy tenemos que ganar”.

-¿Cómo superaste esa crisis extrema?
-Gracias a los jugadores, al presidente y a la gente de Peñarol. Su capitán, Leo Gutiérrez, actuó como un psicólogo, y el presidente, Domingo Robles, también. Leo, en privado, me dijo: “Nosotros vamos a estar esperándote. Nuestro entrenador sos vos, aunque estés afuera durante toda la temporada”. Y cuando me reuní con Robles, pensé: “Este tipo me va a matar, le estoy dejando el equipo en plena liga y le voy a decir que no sé si quiero seguir dirigiendo”. Él me escuchó y me dijo: “Tomate esos días, pero no te pongas fecha de regreso. Para nosotros vos seguís siendo el técnico de Peñarol, te vamos a seguir pagando hasta que vuelvas. Pero si te ponés una fecha, te va a jugar en contra. Cuando te sientas bien, volvé”. Esas cosas te hacen ver que todo lo que veías con ese cristal empañado era falso, y te da fuerzas. Al final, volví antes porque el equipo se iba a México a jugar una fase eliminatoria de la Liga de las Américas, y era demasiada carga para el cuerpo técnico viajar sin mí.

-¿En el básquet se mantiene una camaradería que se perdió en el resto de los deportes populares?
-El deporte es una gran muestra de la sociedad, porque refleja en poco tiempo muchas cosas que suceden en la vida. Al ser un reflejo de la sociedad, ningún deporte está exento de esas cosas: las guerras de egos, las peleas, las diferencias. Es probable que el básquet sea uno de los deportes que mejor ejemplo da, pero habría que hacer un estudio más profundo para ver si no fue porque la Generación Dorada dio un mensaje tan fuerte, y durante tanto tiempo, que es el único mensaje que se toma. Y a lo mejor no es el básquet en toda su geografía lo que se ve, sino que es el mensaje de la Generación Dorada. Ese grupo, que fue bastante más grande de lo que muchos recuerdan, hizo cosas más importantes que las medallas de oro o de bronce: el manejo de valores, el mensaje, cómo unirse para conseguir un objetivo…

-Hablando de la Generación Dorada, ¿qué imagen aparece en tu cabeza cuando escuchás la palabra “Ginóbili”?
-Muchas cosas… A Manu lo conozco desde que nació, trabajé seis años en el club de Manu, Bahiense del Norte, entonces se me vienen muchas cosas. Manu es el reflejo del competidor feroz y a la vez sano, el tipo que va siempre por el camino indicado, al que nadie le regaló nada. Mucha gente debe pensar que está todo basado en su talento, pero hay mucho trabajo de por medio, mucha disciplina, mucha inteligencia: ha entrenado tanto su cerebro como sus músculos. Está claro que, cuando se pone la ropa de jugador, se potencia: adentro de la cancha nunca vi a alguien tan generoso, tan despojado de su ego a pesar de ser Ginóbili. ¿Cómo sos Ginóbili, con cuatro anillos de la NBA y etcétera, y después en un partido sos capaz de hacer solamente cuatro puntos en beneficio del equipo, cuando vos, si querés, podés hacer treinta? Eso es Manu: su capacidad de dar siempre lo mejor, pensando sólo y exclusivamente en el equipo. Un líder silencioso que enseña desde la actitud diaria, pero que cuando tiene que poner una palabra, la pone en el momento preciso. Antes de jugar contra Lituania, por la medalla de bronce en 2008, Manu estaba lesionado y San Antonio quería que se fuera para Estados Unidos. Era todo un bajón, no sólo porque habíamos perdido a Manu, sino por él. Cuando subimos al micro, no hablaba con nadie. Nos pusimos a precalentar, él se fue a un sector aparte del estadio y llamó al médico. Le dijo: “Vendame”. El médico le respondió: “Estás loco”. Manu insistió: “Haceme el vendaje más fuerte que puedas y quedate conmigo acá. Quiero probar”. Hizo un trote, intentó y a los cinco minutos se dio cuenta de que no podía. Quería darnos la sorpresa de entrar y avisarnos que jugaba. Cuando fuimos al vestuario, él quería disimular, pero estaba quebrado. Las lágrimas le caían así de grandes. Estamos hablando de un tipo que ganó todo. Ese día no fue necesaria la charla motivacional: fue Manu, con su mensaje corporal, el que hizo que la Selección jugara el mejor partido que le vi en la vida, porque es difícil jugar con furia y controlado a la vez. Lituania, un equipazo, no podía pasar la mitad de la cancha. Me acuerdo de que, en un momento, Nocioni tenía que tomar a Siskauskas, y Manu le dijo: “No lo presiones, porque te va a pintar la cara”. Es lo peor que le pudo haber dicho. ¿Qué hizo el Chapu? En la primera que pudo, lo presionó, le tocó la pelota, se la llevó y la volcó. Y se lo dedicó a Manu, que puso cara de “sabía que iba a pasar esto”. Y me acuerdo otra en Beijing. Ibamos caminando solos y Manu me dijo que estaba caliente. En un diario había leído ‘otro fracaso argentino’, y criticaban a una atleta porque había quedado eliminada en su prueba. Me dijo: “¿No se dan cuenta de que los únicos que podemos fracasar somos nosotros y los futbolistas? ¿Que los demás ya ganaron porque llegaron hasta acá pese a las condiciones en las que tienen que competir?”. Y me lo dijo caminando por la villa olímpica, no ante los medios para que todos dijeran: “Mirá a Manu, cómo apoya al deporte amateur”.

-Nocioni dijo que las puertas de la Selección no están cerradas. ¿Qué te genera la posibilidad de tenerlo en el equipo?
-Chapu es como tener un artefacto con las pilas o sin las pilas. Si viene el Chapu, te potencia espiritualmente, le da alegría al equipo. Puede jugar de tres, de cuatro, de lo que sea. Ojalá podamos contar con él, porque es un ejemplo para los jugadores jóvenes.

-Y Prigioni dijo que decidirá si juega el Preolímpico después de hablar con vos...
-Con Pablo tengo una relación muy fuerte. No creo que él dependa de lo que yo piense, sino que, hasta que no me diga lo que él piensa, no lo va a saber nadie. Creo que si seguía jugando en los Knicks, venía, porque hubiera quedado rápidamente eliminado. Pero en Houston la temporada se le alargó, y a su edad el descanso es muy importante. Veremos qué pasa. Pablo es otro de los que le dieron a la Selección más de lo que cualquiera hubiera imaginado.

-Al menos Scola tuvo temporada corta, porque Indiana se quedó afuera.
-Igual, yo hubiera querido que se clasificara. Cada vez que juega, casi no miro, porque le hacen un foul fuerte y empiezo a transpirar. Pero sé que él necesita estar en una cancha de básquet y que iba a tener tiempo para descansar. Celebro su compromiso y que siempre esté disponible para jugar.

-¿Qué Selección vamos a ver en 2015?
-En principio hay dos Selecciones: la de los Juegos Panamericanos, que será un poco más nueva, y la del Preolímpico. Esto lo digo porque hay mucha gente que está desesperada por la renovación. Son capaces de pedir que saquemos a Scola para empezar con la renovación, y eso no tendría sentido. Se va a usar el Panamericano para ir con una camada más joven. Después, en el Preolímpico, nos reforzarían dos o tres jugadores, que podrían ser Scola, Nocioni, hay que ver qué pasa con Delfino, Prigioni… Con ellos, los más jóvenes van a crecer mejor. Cuando la gente habla de “poner a los jóvenes”, no entiende que hay cosas que en el deporte no se cumplen. Si yo pongo a un joven de 20 años a jugar 40 minutos por partido durante todo un torneo, ese jugador no se va a convertir en algo que no es. El joven está en una etapa en la que el día a día, en todos sus aspectos, es más importante que la cantidad de minutos que juegue. No está preparado para absorber la presión de definir la clasificación a los Juegos Olímpicos. Igual, tampoco sería una tragedia no entrar; hay que estar preparados para quedar afuera alguna vez. Nosotros no somos una potencia basquetbolística mundial. Lo nuestro es meritorio por el lugar del mundo en el que vivimos, porque no tenemos un biotipo favorable para este deporte, porque no se juega mucho al básquet en cuanto a cantidad de personas... Entonces no siempre vamos a clasificar a todos los torneos, hay que entenderlo y prepararse para eso. El “poné a los pibes” tiene más que ver con el desconocimiento que con otra cosa. Además, hay que ver qué es “un pibe” hoy. Porque un pibe de hace 15 años no es un pibe de hoy. Hace 15 años, un jugador de 30 ya estaba retirado; hoy, tenemos que acostumbrarnos a que los jugadores, a los 35, 36, estén en su mejor momento. Porque nacieron con zapatillas con cámara de aire, piso flotante, plan de nutrición, kinesiólogos en su club… Las camadas de Marcelo Milanesio, Diego Osella, con los tobillos hinchados jugaban igual. En cambio, Manu, una vez, dijo: “Yo no me puedo dar el lujo de comer un cuarto kilo de helado”.

-¿Qué es lo que vas a intentar aportarle al equipo desde tu lugar?
-Seguir la línea que Argentina tiene. Argentina casi que impuso una corriente basquetbolística internacional, que tiene que ver con el juego colectivo por excelencia, solidario, el pase extra en ataque… Un juego de conjunto excelso, basado en una muy buena ocupación de espacios, teniendo en cuenta que nuestro juego interno no es de los mejores. Entonces, de un defecto generamos una virtud. En Latinoamérica están intentando jugar más en equipo, pero los traiciona su esencia. Argentina es un mix latino y europeo: no le cuesta. Tiene una marca registrada en ese aspecto.

-¿Qué enseñanza te dejó tu primera experiencia en la Selección?
-Muchas, como conocer el más alto nivel internacional. A medida que enfrentás a equipos mejores, aumenta la simpleza del juego. Juegan tan simple que es más difícil defenderlos. Hacen cosas básicas, pero están preparados para responder a cualquier propuesta que vos plantees. A medida que baja el nivel, es más importante el plan que la ejecución: si vos tenés sólo un plan, planteo una forma de defenderte y caés en la telaraña. Pero si vos tenés plan A, B, C y D, ante cualquier planteo vas a tener una respuesta. Eso es el nivel internacional: el detalle, intentar que los jugadores desarrollen su nivel intelectual basquetbolístico.

-¿Hay que lograr que Facundo Campazzo y Nicolás Laprovittola vayan adquiriendo esa capacidad?
-Ellos, hoy, la tienen. Han competido con equipos de primer nivel. Campazzo está en el lugar en el que tiene que estar: el Real Madrid. Para mí, esa experiencia lo va a hacer crecer. Laprovittola está jugando con Marquinhos, con Marcelinho Machado, ganó la Copa Intercontinental, pero está en un nivel sudamericano todavía. Por más bueno que el equipo sea, corre el riesgo de adquirir ciertos vicios que en el ámbito internacional le van a jugar en contra. Es muy normal verlo hacer 20 puntos y 10 asistencias en la liga de Brasil, porque es defensivamente más liviana, pero el salto al nivel internacional le va a costar un poco más. Son pequeños detalles: cuando jugás contra los mejores, la tenés que pasar medio segundo antes. Te diría que milésimas de segundo antes. Ese tipo de detalles. Hay un posgrado que los jugadores antes hacían en Europa que ahora no está. Se frenó el éxodo. D’Elía, Vildoza, Giorgetti, Deck… Tienen el mismo potencial que Manu o Pepe Sánchez, pero si no juegan en las mejores ligas del mundo, no van a tener el nivel que todos esperamos. La liga argentina es buena, pero es hora de que puedan llegar a Europa.

-¿Qué pasó con la chance de dirigir a Atenienses de Puerto Rico?
-Me sacaron las ganas. Está claro que la gente que me contrató no cumplió con lo que tenía que hacer. Me hicieron viajar con el compromiso de que podía entrar como turista y que la visa de trabajo se hacía una vez que estuviera ahí. Pregunté varias veces si tenía que hacer algo. Quedate tranquilo, me dijeron. No era así. Cuando llegué, fui declarado inadmisible y me anularon la visa turística, la cual todavía no recuperé. Después hicieron un pequeño mea culpa y me pidieron las cosas que necesitaba para hacer la visa de trabajo. Iba a estar en una semana, después en dos, después en cuatro… Nunca más tuve contacto con esta gente.

-En Brasil sí te fue bien...
-Quedé con sabor a poco porque nos eliminaron en cuartos de final de la liga. No fue el final que esperábamos. Fuimos campeones sudamericanos, pero en la liga nos faltó un poco…

-Decís que fueron campeones sudamericanos como si fuera fácil.
-Sí, algunos colegas me retan. “No digas eso, si no parece que lo gana cualquiera”. Pero yo me fui 0-3 de una serie de cuartos de final, todavía no lo puedo digerir, me cuesta. Igual estuvo bueno, la liga está creciendo y tuve la suerte de tener jugadores divinos, buena gente, con los que iría a la guerra. Volvería sin dudarlo.

-Hay un tipo, Messi, que ganó 20 títulos en clubes y 2 en la Selección. Vos ganaste dos más: 22 y 2...
-¡Ahora le meto diez años más para que Messi no me pase! (risas). A veces, cuando voy a una charla o una clínica, y el presentador lee mi currículum, me parece que está leyendo el de otra persona, no el mío. El deporte me ha sonreído de más. La gente habla de sueños, pero yo nunca sueño. Yo voy por la vida. Nunca hice algo para usarlo de trampolín para ir a otro lado. Si me pidieran un consejo para entrenadores jóvenes, o para cualquiera, le diría “dale excelencia a lo que hacés en este momento”. ¿Dirigís en la liga de Pehuajó? Para vos tiene que ser la NBA. Yo hice eso toda mi vida.

9 Los equipos que dirigió Hernández: Sport Club de Cañada de Gómez (1992-95), Deportivo Roca (1995-97), Regatas de San Nicolás (1997-98), Estudiantes de Olavarría (1998-2002), Alerta Cantabria de España (2002-03), Boca Juniors (2003-05), Peñarol (2007-13), Uniceub de Brasil (2013-14) y la Selección Argentina (2005-2008 y 2015).

24 Sus títulos como DT: Liga Nacional 2000, 2001, 2004, 2010, 2011 y 2012; Panamericano 2000; Copa de Campeones 2000; Liga Sudamericana 2001, 2004 y 2013; Top 4 2002 y 2004; Copa Argentina 2003, 2004 y 2010; Sudamericano 2008; Diamond Ball 2008; Liga de las Américas 2008 y 2010; Interligas 2010 y 2012; y Super 8 2009 y 2011.

Publicado en El Gráfico N°4457 (mayo de 2015)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Diego Schwartzman - Alegre esperanza

Por Martín Estévez

El Peque es el mejor tenista argentino sub 23. Ubicado entre los 80 mejores del mundo, ya jugó contra Federer, Nadal y Djokovic, y debutó en Copa Davis. Admirador de Nalbandian y gran amigo de Pico Mónaco, vive con una sonrisa: “Me divierto en todos lados”, celebra.

Sebastián Prieto, su entrenador, llevaba días analizando potencial, posibilidades y estrategias para la temporada 2015 que estaba por empezar. ¿A qué puesto se podía aspirar, a qué torneos apuntar, cuáles eran los aspectos para mejorar? Pero cuando le consultó a Diego Schwartzman, recibió una respuesta inesperada. “¿Sabés cuál es mi primer objetivo de la temporada? Aparecer en la revista de la ATP”.

Así es Schwartzman, más conocido como el Peque. Ocurrente, extrovertido. Y disfruta, lo dice abiertamente, de la popularidad. Le gusta que hablen sobre él. Y, además, cumple sus objetivos, porque finalmente apareció en la publicación llamada Player Weekly. “El año pasado había leído que yo tenía mejor devolución de segundo saque que cualquier jugador Top 50 –cuenta la historia–. Entonces, cuando arrancó este año, lo jodía a mi entrenador diciendo que el objetivo era aparecer en la revista que le reparten a todos los jugadores. Y en las primeras semanas aparecí como número uno en puntos ganados en devolución del segundo saque; y después, cuarto o quinto en quiebres de saque. Fue algo divertido”.

Schwartzman nació el 16 de agosto de 1992 y su apodo tiene que ver con su estatura: mide 1,70 metro. Empezó a jugar a los 7 años y siempre recibió apoyo familiar. No sólo de sus papás (Ricardo y Silvana). “Uno de mis tres hermanos maneja un grupo mío que hizo en Facebook, explica.

-Además tenés un “hermano mayor” extra: Pico Mónaco. ¿Cómo lo conociste?
-Hace unos cinco años, su entrenador, Gustavo Marcaccio, vino a la academia en la que yo entrenaba. Estaba buscando chicos para llevarlos a hacer una pretemporada. Yo tenía 16 años, y me dijo que le gustaría que yo viajara con ellos. Era para irnos dos semanas a Pinamar. Fue algo increíble para mí. Al toque dije que sí y en ese viaje lo conocí a Pico. Después, cada vez que estaba en Buenos Aires, entrenaba con él o con Machi González (actual 94º del ranking), que es otro referente para mí. Son dos personas muy influyentes en mi carrera. Siempre hablo con ellos, les pido consejos, me ayudaron mucho. Desde esa vez, en todas las pretemporadas me voy una o dos semanas con Pico y Machi. Con Pico comparto muchas cosas extradeportivas. He ido a Tandil, estuve dos semanas viviendo en su casa, conocí a toda su familia... Eso fue fortaleciendo la relación.

-Contanos alguna anécdota con él.
-Hay muchas... Por ejemplo, hubo un año en el que estuvimos en Punta del Este y paramos en edificios distintos. Un día, Pico me llamó y me dijo: “¿A las 5 nos juntamos a jugar un partidito de fútbol?”. Cuando llegué, estaban el uruguayo Chevantón, el Tano Gracián y varios jugadores de fútbol más. Yo tenía 17 años, no lo podía creer. Jugamos tenistas contra futbolistas y encima les ganamos por un gol. Soy muy fanático del fútbol, así que cada vez que puedo compartir algo con un futbolista, la paso muy bien.

-Casi siempre te vemos contento. ¿Sos de los tenistas que disfrutan su profesión?
-Cuando termina un partido, si no me fue bien, hay cuatro o cinco horas en las que no quiero que me hable nadie, no respondo los mensajes. Maltratarme mentalmente no es lo mejor, pero a veces lo hago. Pero, fuera de eso, sí, soy alguien muy divertido. Me gusta joder, hacer bromas todo el tiempo.

-Además de Mónaco, ¿con qué otros tenistas te llevás bien?
-Con todos. Soy una persona muy sociable, le hago bromas incluso a la gente que no conozco y ahí empiezo a tener confianza.

El Peque forma parte de la categoría 92 de los tenistas argentinos, una camada que siempre generó expectativas por el gran potencial de sus jugadores: Schwartzman, Facundo Argüello, Agustín Velotti, Renzo Olivo. “Últimamente, con todo lo que pasó con Del Potro, sus lesiones y lo de la Copa Davis, se empezó a hablar un poco más de lo que había en el tenis argentino después de Juan Martín, y ahí aparecemos nosotros. Por suerte, Leo Mayer tuvo un año muy bueno y también se habló de él. Obvio que un poco de presión se siente, pero es una presión linda porque no es para uno solo, sino que se reparte entre varios. Está bueno. Si están hablando de nosotros, por algo es.

-Y de las camadas posteriores a las tuyas, ¿ves a algún jugador con mucho futuro?
-Hay muchos chicos. Camilo Ugo Carabelli (15 años) y Manu Peña (17) juegan muy bien, los conozco porque tenemos el mismo preparador físico, pero son muy chicos. También está Pedrito Cachín, que recién cumple 20... Pero es difícil el tenis, porque hay que ser regular, constante. Si justo te toca una lesión y te quedas dos o tres meses afuera, perdés mucho, te cuesta. Es difícil predecir quién va a ser bueno y quién no, porque hay muchas cosas en el medio.

-¿Cuál era tu referente cuando eras chico?
-Nalbandian. Me encantaba verlo jugar, me fascinaba. Su forma de jugar era hermosa. Tenía todos los golpes, jugaba de todas las formas, les ganaba a todos, devolvía, corría. Era lindo sentarse a verlo porque te divertías, era la hora del show time, como decimos ahora.

El debut de Schwartzman se produjo a sus 17 años, en mayo de 2009: fue derrota 7-6 y 6-4 ante otro argentino, Juan Vázquez Valenzuela, en un Future jugado en nuestro país. Para los que no lo saben: los Futures son los torneos de menor categoría que dan puntos para el ranking. Luego, en orden ascendente, vienen los Challengers y los Torneos ATP, entre los que se destacan los cuatro de Grand Slam.

-¿Qué recordás de ese primer partido?
-¿Sabés que me acuerdo poco? La memoria no es lo mejor que tengo (risas). Lo que no olvido es que estuve seis o siete partidos hasta poder ganar mi primer punto. Pero es como todo: en los primeros torneos ATP que jugué, también perdía en primera ronda, pero estaba contento. Y ahora ya no me gusta, quiero ganar. Lo mismo me pasaba en los Futures: en los primeros partidos estaba contento por poder jugarlos, pero después, cuando perdía, me quedaba con mucha bronca.

-¿De tu primer campeonato te acordás? Fue un Future en Bolivia, en 2010...
-Sí, sí, de eso me acuerdo un poco más. Fue en la altura, lugar en el que no me gusta jugar para nada, pero increíblemente ahí gané mi primer torneo profesional (risas).

-¿Cuánto influye la altura en el tenis?
-Influye mucho, un montón. Imaginate que en el fútbol, donde la pelota es más grande, influye. Y controlar una pelota más chica es más difícil. Así como no dobla en el fútbol, en el tenis tampoco. No es tenis, por decirlo de algún modo: es más rápido, no importa tanto el ranking, todo se hace más parejo.

-Después de un período de adaptación, en 2012 llegaste a ganar 17 partidos consecutivos. ¿Esas rachas son casualidad, porque se te cruzan rivales accesibles, o es todo mérito del que gana?
-Fue raro. Porque, así como me costó mucho sumar mi primer punto, también tuve una mala racha bastante larga en las finales de los Futures, no podía ganar (N. de R.: triunfó en una de las primeras nueve). Y después, de golpe, gané tres torneos seguidos sin perder sets. Después jugué tres Challengers y, cuando volví a los Futures, gané tres seguidos otra vez. No me lo olvido más: recién perdí un set en la semifinal del sexto Future. Eso te sorprende. En esos momentos, entrás a la cancha y sentís que no podés perder contra nadie. Sentís que te sale todo y que al rival, cuando juega contra vos, no le sale nada. Se dan un montón de cosas, y en el tenis la cabeza es muy importante, entonces cuando agarrás confianza y ritmo de partidos hacés mucha diferencia.

-¿Esa sensación buena o mala queda en la cancha o se traslada un poco a tu vida?
-Un poco sí. Tratás de que quede siempre en tu grupo, pero si perdiste tres finales seguidas, entrás a la cancha dudoso, y eso pasa en todos los ámbitos. Cuando algo se te niega, lo hacés cada vez menos seguro.

-¿En qué porcentaje influye la mentalidad en el tenis de primer nivel?
-Cuando todo es muy parejo, la cabeza es muy importante, se puede decir que es un 50% tenis y un 50% la cabeza.

-En Challengers te pasó lo mismo que en Futures: perdiste seis finales seguidas y después ganaste cinco de seis. ¿Ahí también la cabeza fue decisiva, o evolucionaste?
-Hubo un poco de evolución, porque algunas finales me las habían ganado bien, no tenía nada que hacer. Pero después, cuando empecé a ganar, tenía la confianza por el techo y sentía que no podía perder.

-¿Alguna vez te preguntaste en una cancha: “¿Qué estoy haciendo acá?”?
-Me lo planteo muchas veces. Como vos estás siempre adentro, no sabés cuán bueno es tu nivel, no lo ves claro. Entonces perdés dos o tres primeras rondas y decís: ¿Mi nivel estará para jugar acá?. Y empezás a dudar. Después hacés una semifinal o final y se te va. A los que pueden mantenerse igual cuando ganan o pierden les termina yendo mejor.

-Jugaste contra Nadal, Djokovic y Federer. ¿Qué los hace distintos?
-Es increíble la diferencia, las cosas que hacen. Agradezco haber jugado contra ellos para verlos desde adentro. Me sirvió mucho. Contra Federer, en Roland Garros 2014, me fui con un poquito de bronca porque creo que podría haberle ganado un set. Y con el que peor la pasé fue contra Djokovic, en el US Open; no encontraba aire por ningún lado.

-¿Cuáles son los detalles que te hacen ser uno de los mejores al devolver?
-Siempre devuelvo bastante metido. Por un tema de altura, me conviene meterme antes que esperar atrás. Trato de atacar, no sé lo que haré (risas). Le fui agregando cosas, devuelvo a lugares que a los rivales les molestan. A la mayoría le molesta que le ataquen el segundo saque.

-¿Qué te genera la Copa Davis?
-Cuando empezás a jugar al tenis, te imaginás estar en un estadio lleno representando a la Argentina. Al equipo lo apoyé muchas veces de afuera, y estar adentro fue increíble.

-¿Al dobles siempre le diste importancia o sólo en los últimos tiempos?
-Más o menos... Lo normal. Es algo que me divierte. Cuando entro a la cancha, juego mucho más suelto que en el singles, la paso bien, y si pierdo, me da bronca, pero no tanta. Pasa que mi entrenador fue muy buen doblista, entonces me enseñó mucho y mejoré bastante. Ahora vengo ganando muchos partidos y está bueno por el tema económico y también porque el ranking de dobles te permite entrar en varios torneos.

-¿Qué tenés que corregir como singlista?
-Un montón de cosas. Siempre digo que hay que mejorar todo un poco. El saque es algo que tengo que seguir practicando todo el tiempo, aunque lo haga bien en un par de torneos. Tengo que seguir para molestar más a los rivales. Lo físico, lo mental, la movilidad, hay que seguir trabajando porque adentro de la cancha todos regalan muy poco.

-En una entrevista de 2009 te preguntaron cuál era tu sueño, y dijiste que querías ser Top 100. Bueno, ya lo sos. ¿Y ahora el sueño cuál es?
-Fui pasando las etapas un poco rápido. Ahora soy Top 100, pero va a ser difícil mantenerse. Trato de pensar más en objetivos que en sueños. Obvio que el sueño más grande es ser número 1 del mundo, ser Top Ten, ganar Grand Slams; pero siempre, a medida que vas ganando, vas corriendo los sueños y metas. Siempre fui tranquilo con eso. Me pongo un objetivo simple a principio de año, algo para mejorar; y después me pongo objetivos por giras, como cuántos puntos sumar; o terminar a mitad de año en cierto ranking y a fin de año en cierto ranking.

-Si pudieras elegir un solo torneo para ganar alguna vez, ¿cuál sería?
-De los de Grand Slam, cualquiera, obvio, pero ganar alguna vez en Buenos Aires debe ser increíble. No hay nada más lindo que festejar en tu casa. Acá gané mi primer Challenger y no hubo nada más lindo, la gente no se lo olvida más. Salir de la cancha con el trofeo y que estén cincuenta amigos festejando sería diferente a todo.

Recuadro - Rock, asado y amigos
Su vida fuera de las canchas, dice, “es normal”. A medida que avanza en el ranking, el circuito se vuelve más exigente y el tiempo libre es cada vez menos, pero Diego tiene claro cómo usarlo. “Me junto mucho con amigos, me gusta estar en casa, comer asado... Hago una vida como la que hace todo el mundo. Antes jugaba más al fútbol, ahora no tanto. Primero, para cuidarme físicamente; y además, no quiero que mis amigos tengan miedo de pegarme. Cada vez que puedo voy a ver a Boca, soy fanático. Si tuviera que elegir un jugador que se parezca a mí por la actitud, sería el Pichi Erbes. Si voy a bailar, nada de electrónica, prefiero el reggaeton. Aunque lo que realmente escucho y me gusta es el rock nacional. Me encantan los uruguayos de La Vela Puerca y tengo contacto con el guitarrista de Las Pastillas del Abuelo, así que dentro de poco los voy a ir a ver”.

58 Es el mejor puesto en el ranking que alcanzó Schwartzman en su carrera: fue en enero de este año. Ganó 8 Futures entre 2010 y 2012. En 2012 obtuvo su primer Challenger, y en 2014 sumó cinco más, incluyendo el Challenger Tour Finals. En Torneos ATP, debutó en 2013 (triunfo ante el brasileño Bellucci en Buenos Aires) y, al cierre de esta nota, sumaba 6 triunfos.

Publicado en El Gráfico N°4457 (mayo de 2015)