Por Martín Estévez
Antes del torneo que ganó con Racing, estuvo a punto de volver a Italia, pero se quedó. La historia de un lateral que dormía cuatro horas para llegar a los entrenamientos, que cambió tras una enfermedad y que soporta duras críticas de... su papá.
Si en 2014 se fue de Racing sin que los hinchas lo lamentaran es porque en sus últimos cuatro partidos en el club había sido un desastre. Sí, un desastre: Iván Pillud no paraba a nadie, jugaba muy mal y fue uno de los responsables de las cuatro derrotas seguidas que acumuló el Racing de Zubeldía en agosto de 2013. No lo decimos nosotros: lo dice él.
“Me sentía cansado, desconcentrado, y eso me preocupaba, porque nunca me había pasado en los partidos: llegar tarde a una pelota, descuidar la marca. En mi anteúltimo partido perdimos 3-1 contra Tigre y llegué tan mal a una jugada que levanté el pie y casi le pateo la cabeza a un rival, y yo no soy de hacer esas cosas. Después de ese partido, me llamó mi mamá y me dijo: ‘Hijo, ¿qué te pasa? No sos el Iván que vemos los fines de semana’. El último partido fue cinco días después, contra Arsenal, perdimos 2-0 sin público. En todo el partido fui un desastre. Pero un desastre en serio, eh. Justo me tocó el antidoping. Oriné oscuro, y el médico me dijo que no era normal; y tenía chuchos de frío, así que al otro día me mandaron a hacerme estudios. Apenas me vio los ojos, la doctora dijo: ‘No me toques, tenés hepatitis’. Y yo pensé ‘La puta madre’. Estuve cuatro meses y medio afuera, desde agosto hasta enero, y después me fui para Italia. Hablando con el médico, luego lo supe: había estado jugando un mes entero con hepatitis B”.
-¿Qué cambió en esos cuatro meses?
-Muchas cosas; mi estilo de vida, mi vida privada. Vi las cosas de otra manera. No te puedo mentir, soy lo más sincero del mundo. Entendí que estoy trabajando para una gran institución, la tengo que respetar, cumplir horarios, entrenar. Hoy me siento en mi mejor momento, me tocó salir campeón con el club que me abrió las puertas y al que le agradezco muchísimo. Soy otro Iván Pillud, mucho más maduro.
Si los hinchas de Racing no entendían qué había pasado con Pillud, cómo es que se había ido en tan bajo nivel y, seis meses después, volvió tan distinto, ahí tienen la respuesta: hepatitis B. Iván es un lateral derecho rápido, de gran despliegue, rechazado por varios clubes hasta que quedó en inferiores de San Lorenzo (lo eligió Toscano Rendo). También ahí lo dejaron libre, y encontró su chance en Tiro Federal de Rosario. Luego pasó por Newell's, Espanyol de Barcelona y llegó a Racing en 2010, con un paso de seis meses por Italia en 2014.
-Tus compañeros dicen que sos el jodón del grupo, que te la pasás haciendo chistes. ¿También ponés la música en el vestuario?
-Antes era Centurión pero, desde que se fue, soy un poco el disc jockey del club. Hay distintos gustos: cumbia, rock, reggaeton, así que tengo que estar fino en ese sentido. Cada dos por tres, pongo un tema y me lo sacan (risas).
-¿Sos de poner a Daniel Agostini, no?
-Me gusta la cumbia santafesina y, aunque él es de Buenos Aires, hace un estilo similar. Lo pude conocer y hasta me regaló una corbata.
-¿Quién es más jodón: vos o Maximiliano, tu hermano mellizo?
-Yo. El es de perfil bajo, más serio. Trabaja en una empresa de saneamientos, le va muy bien. Los dos somos fanáticos de la pesca. Tengo dos hermanos más: Brian, de 24 años; y Hernán, de 32. Y a mi mamá y mi papá, los más importantes, los que me marcaron como persona.
-A tu mamá la hiciste llorar...
-Sí, fue en 2003, tenía 17 años. Había quedado en San Lorenzo y, después de un mes en la pensión del club, tenía que buscar dónde vivir. Me fui a una pensión en Boedo, éramos 14, 15 chicos. Teníamos dos habitaciones, dos baños y un living comedor para todos. Las camas eran cuchetas, pero cuchetas de tres. A mí me tocaba ir abajo. En diciembre, enero, había 40 grados en la pieza, que era de 4x4. Cuando juntaba algunas monedas, la llamaba a mi vieja desde un teléfono público y le decía: “Mami, yo estoy de diez acá”. Lo que más quería era jugar al fútbol… Un día me llamó y me dijo que me iban a visitar. Claro: se pensaron que estaba viviendo en un palacio. La reacción de mi mamá cuando vio la pieza no me la olvido más: un llanto tremendo. Yo la miraba y no entendía. Le decía: ¿por qué llorás? Y me decía que estaba emocionada por verme. Después quedé libre y, cuando volví a mi pueblo, ella me contó: “¿Sabés por qué lloraba? De impotencia, porque nunca pensé que estabas viviendo en esas condiciones”. Pero yo quería jugar al fútbol.
-¿Por eso te duelen tanto las críticas?
-Me hace mal la gente que prejuzga. Obviamente, no todos somos iguales, y algunos tienen otros métodos para llegar, pero yo tuve una vida muy sacrificada. Me encantó haber vivido todo eso, porque aprendí muchísimo. Y también te quiero contar que mi hermano más chico, que jugó al fútbol, me tenía a mí, que había llegado a Primera; y en un momento me lastimaba, porque yo le daba consejos y sentí que los desaprovechaba. Entiendo que los tiempos cambiaron, pero para ser futbolista, hay que sacrificarse, y él no lo entendía.
-¿Qué siente un chico cuando se prueba y sufre el rechazo de un club?
-Al principio es un poco de frustración. Yo me iba a mi casa y me largaba a llorar sin que me vieran mis viejos. Después te das cuenta de que es normal. Cuando ya tenía 16, 17 años, era consciente de que, si un club me dejaba, había cien más para probarme. Jugador de fútbol iba a ser: es la profesión que amé toda la vida.
-También tuviste otros trabajos...
-Siempre fui hiperactivo, jodón, pero muy servicial. Ayudaba a los vecinos y, cuando veía a alguien trabajar, me despertaba interés. A dos cuadras de mi casa había una panadería, un día me mostraron lo que hacían y de a poco empecé a trabajar ahí, haciendo de todo. Después, en Renato Cesarini, a los 19 años, me levantaba a las 5 de la mañana y me tomaba el colectivo de las 5:30. Pasaba cada una hora, así que si tomaba el de 6:30, llegaba tarde. Volvía a las 15, dormía una siesta de dos horas y a las 18 tenía que estar en un delivery de comida rápida en Capitán Bermúdez que se llamaba Marea. Laburaba en la cocina, hacía tostados, hamburguesas, pizza, lo que fuera. Volvía a mi casa 1:30, me bañaba, me iba a dormir y me levantaba a las 5. Así, durante todo un año.
-¿Cómo llevaste el cambio de dormir en una cucheta a que te pararan en la calle?
-Es más difícil mantenerse que llegar justamente por eso: tenés que cuidar la vida privada, salir poco, acostarte temprano, que no te vean tarde en un boliche, ni con alguna mina. Son etapas que me pasaron, tuve un momento de fama, pero me di cuenta de que en lo futbolístico no me servía. Yo era soltero y, cuando ganaba, salía con algún amigo a tomar algo. Son cosas que no pude hacer de chico y las hice después, cuando ya tenía todo en bandeja. A los 18, 19 años, mis amigos me venían a buscar para ir de joda y yo no podía por el fútbol. Esa etapa, por ahí, la viví más adelante.
-¿Te arrepentís?
-La vida es una sola. Sé que soy profesional y tengo que dar buena imagen, pero también que la vida privada existe y que, cuando se puede, hay que darse algunos gustos.
-En España fuiste compañero de Daniel Osvaldo. ¿Era el mismo que vemos ahora?
-Era un poquito más tímido (risas). Vivíamos en la misma torre. Mi vieja, que había ido a acompañarme, pasaba mucho tiempo con Elena, la mujer de Osvaldo en ese momento. Ellos tenían una nena, y mi vieja iba al departamento a decirle cómo cocinar, cómo cambiar los pañales. Tengo un recuerdo muy lindo de él.
-Viviendo en Barcelona, dijiste que no te gustaría ser Messi...
-Sólo Messi sabe qué es ser Messi, pero debe ser muy difícil. Cuando estaba allá, no lo veía nunca: ni en eventos con otros futbolistas. Y si lo veía, era imposible acercarse. Yo no podría vivir así, soy sociable, me gusta la libertad.
-Ya en Racing, metiste tus únicos 2 goles. Uno, hermoso: contra Godoy Cruz en 2010.
-Sí, lo vi cientos de veces. Cuando llegué al club me quebré el quinto metatarsiano y volví a los dos meses y medio. Ese día fui al banco, entré y metí un golazo. “Ahora tengo que seguir demostrando”, dije. Y después pasaron dos años hasta volver a hacer un gol. Siempre decía que una de mis falencias era lo defensivo, y hoy me siento muy bien en la marca, la gente me lo está haciendo notar. Pero ahora me siento en deuda, no con el gol, sino con llegar más, ser una opción en ataque. Trabajo día a día para terminar mejor las jugadas.
-En la Selección pasaste mucho al ataque...
-Sí, jugué 3 partidos con Batista y 2 con Sabella. La Selección me llegó en el momento justo. Con Batista me fue muy bien, hasta le di dos pases de gol a Gabriel Hauche. Y con Sabella, me fue bien contra Brasil acá, pero mal en la revancha. Una experiencia espectacular.
-¿Por qué en Europa duraste tan poco?
-Al Espanyol llegué a préstamo. Empecé afuera, después jugué 11 partidos, y terminé yendo al banco. Por eso, el club no hizo uso de la opción. En 2014 me tocó ir al Hellas Verona, también por un semestre. En las últimas 8 fechas fui titular y no perdimos ningún partido, fue una etapa hermosa, con Luca Toni, Cirigliano, Iturbe… Cuando regresé a Racing, pensé que iba a volver a Italia, porque querían renovar el préstamo. Pero llegaron Cocca, Milito y se armó un equipo competitivo. Gracias a Dios me quedé, porque si después de tantos años en el club, eran campeones sin mí, ¡me mataba! (risas). Te digo la verdad, hubiera sido terrible. Lo que más quería en el mundo era ser campeón con Racing.
-¿Fue lo mejor que viviste?
-Sí. Cuando llegué a Newell’s también fue lindo, porque soy hincha, pero haber sido campeón con Racing es lo máximo. Me siento parte de este club, es mi segunda casa. Si un día tengo que elegir en qué club retirarme, tranquilamente podría ser Racing.
-¿Ayuda que Cocca haya sido lateral?
-Sí, labura muy bien lo defensivo, porque en lo ofensivo tiene al Tanque Gerk. Todas las semanas hay un día en el que trabajamos en defensa. Ese día, yo decía: “Uh, la puta madre, hoy trabajamos lo defensivo”. Hoy se lo agradezco a Diego, porque me mejoró como jugador. Él y Simeone me hicieron crecer en defensa.
-Hay una jugada que Diego marca en los entrenamientos: cómo poner el pie en el borde del área, cuando te encaran, para no hacer penal. ¿Sabés cuál te digo?
-(Se ríe) Sí, sí, siempre funciona. El trabaja mucho en esos detalles… (Sigue riéndose)
-Te tentaste, Iván...
-Es que Diego, cuando nos muestra las jugadas, lo hace con muchas ganas, te vuelve loco.
-Raro: nunca te expulsaron en tu carrera.
-Con eso tengo un problema. Viste cómo es: el defensor tiene que ser aguerrido, ir al piso, y yo tengo otras características. Casi nunca voy al piso, porque le dejás más tiempo al delantero. Lo aprendí de Zanetti, de Maicon. Pero la gente me pide que me tire más. ¡Hasta mi viejo! Me dice: “Iván, jugás muy bien, tenés buena técnica, pero cada vez que te veo, veo que no revoleás nunca la pelota, no pegás patadas. ¡Lo tenés que hacer!”. Voy a seguir discutiendo con él hasta que me retire, porque no coincido con esas cosas. No soy así, no me sale. Cuando he ido al piso, fui mal. Juego con otras cosas: velocidad, anticipación, manejar los tiempos. Pero no me gusta pegar (se sigue riendo).
-Otra vez estás tentado…
-Es que me acuerdo de las discusiones con mi viejo en casa. Me siento en la mesa para comer un asadito, tranquilo, y él se acerca y me dice: “Jugaste muy bien… pero ya sabés lo que te falta”. Y yo pienso: “Papi, ¡no rompas más!”. Él jugaba de marcador central, más fuerte, más bicho. Yo soy otra cosa, soy lateral.
-¿Te va a seguir criticando aunque ganes la Copa Libertadores?
-(Risas) Salir campeón de la Libertadores con Racing es mi sueño, y encima con este grupo que se formó. Sería el logro máximo.
194 Los partidos que suma Pillud en su carrera. Jugó 26 en Tiro Federal de Rosario (2007-09); 19 en Newell's (2008-09); 11 en Espanyol de España (2009); 5 en la Selección (2011); 6 en Hellas Verona de Italia (2014); y, al cierre de esta edición, suma 127 en Racing (2010-2015), donde marcó sus únicos 2 goles. Nunca lo expulsaron.
Publicado en El Gráfico N°4457 (mayo de 2015)
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