La copa de la justicia
Por Martín Estévez
Después de llegar a 11 semifinales en las últimas 15 ediciones, nadie merecía la Davis tanto como Argentina. La historia de un viejo sueño que se cumplió en el momento menos esperado.
Lo malo del tenis es que las hazañas son difíciles de compactar. Aunque sea simbólicamente, es posible resumir a Maradona mostrando el gol a los ingleses; a Manu Ginóbili, con esa palomita sobre la chicharra ante Serbia; a Messi, con casi cualquiera de sus cientos de golazos; a Juan Manuel Fangio en una maniobra perfecta para superar a otro auto. Pero a Del Potro, no. Ni siquiera alcanza con la hermosísima Gran Willy que tiró con desparpajo contra Cilic, en un momento caliente.
Para entender por qué Del Potro es uno de los mejores deportistas argentinos de la historia hacen falta, como mínimo, 293 minutos: los que tardó en conseguir el cuarto punto de la final. El éxito en el tenis depende poco de la inspiración, de la irreverencia, de la espontaneidad. Se trata mucho más de trabajo, de constancia, de luchar punto por punto con paciencia. Con enorme paciencia. Lo sabía Guillermo Vilas y lo sabe también Juan Martín Del Potro.
¿Cómo les explicaremos a las generaciones futuras, que seguramente no tendrán 293 minutos disponibles, la heroicidad de esta conquista? Tal vez ni siquiera alcancen esos 293 minutos: habría que mostrarles también la final de 2011, y la de 2008, y la de 2006, y la de 1981, para que puedan entender lo que costó. Muchísimo costó. Y contarles también aquel debut de 1923, contra Suiza, en épocas en que la intención era aprender de esos europeos y norteamericanos que parecían inalcanzables.
Pero eso tampoco alcanzará para que entiendan. Más que 293 minutos, necesitarían 29 meses: los que Del Potro perdió de su carrera por lesiones. Los 29 meses en los que no solo veía que los jugadores de su nivel se convertían en los mejores del mundo, sino que escuchaba que volver al tenis sería difícil. Que se hiciera la idea de que tal vez, sin saberlo, ya estaba retirado.
Y habrá que contarles, a las generaciones futuras, que el 2016 era el año menos esperanzador de los últimos quince. Desde 2002, la Argentina había mirado la Davis con ganas: como un candidato; pero cuando empezó este año, pensábamos en mantenernos en el Grupo Mundial hasta que llegaran tiempos mejores.
Era lógico: en 2015 habíamos estado al borde del Repechaje y nos salvaron Leonardo Mayer, ganándole 15-13 un memorable quinto set a Joao Souza; y Federico Delbonis, que también padeció largo rato ante Thomaz Bellucci.
Ese recuerdo confirma lo azarosa que es la historia del deporte. Si Passarella y Gareca no evitaban el fracaso en las Eliminatorias del 86, no habría existido Maradona campeón. Y si Mayer o Delbonis perdían alguno de esos partidos ante Brasil, no hubiera existido Argentina campeón de la Davis. Esa “infinita operación incesante de millares de causas entreveradas a la que llamamos Destino” (diría Borges) esta vez fue justa: Mayer fue uno de los que levantó la copa en Croacia; Delbonis, otra vez, fue el superhéroe del quinto punto. Y Argentina, por primera vez en 116 años, fue campeón.
Argentina en la historia
¿Qué somos en el mundo del tenis? Un país que se hizo conocido gracias a Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini, y que en el siglo XXI se convirtió en uno de los más fuertes, sin llegar a ser nunca el mejor.
Entre 1964 y 1976, no fue sorpresa ser eliminados por Yugoslavia, México, Ecuador, Venezuela, Brasil y nuestra sombra de entonces, Chile, que nos ganó cinco veces. El primer triunfo resonante fue en 1977 (3-2 a Estados Unidos), ya con Vilas como estrella. Y en 1981 llegó la única final del siglo XX: derrota 3-1 ante el Estados Unidos de John McEnroe. En aquella serie, Vilas y Clerc jugaban todos los puntos pero no se hablaban.
En el 83 perdimos en semifinales ante la Suecia de Mats Wilander; y en 1986 descendimos a la Zona Americana. El siguiente llamado de atención lo dimos en 1990, cuando llegamos a otra semifinal y perdimos contra Australia. El Luli Mancini, Jaite, Frana y Miniussi conformaban ese equipo.
Luego, la oscuridad. Entre 1992 y 1996, Dinamarca, Hungría, Uruguay, Venezuela y hasta México nos demostraron que estábamos lejos de ser potencia. Luego de un efímero paso por el Grupo Mundial en 1998, volvimos en 2002 y ya nunca nos fuimos. Desde entonces, la Argentina sumó triunfos hasta convertirse en potencia: llegamos a 11 semifinales en las últimas 15 ediciones. Pero la Ensaladera de Plata siempre terminaba en otras manos.
Un tipo llamado Del Potro
Pido perdón por la autorreferencia, pero es necesaria. Una de las entrevistas más largas que hice fue a Juan Martín Del Potro, en 2008. Estaba viviendo un gran año, en el que ganó sus primeros títulos ATP. Lo que me sorprendió, además de su altura (aparenta medir más de 1,98), fue su ambición. Sus objetivos parecían incluso más altos que él.
Eran años en los que Federer y Nadal se comían el mundo, y el mayor logro para los seres humanos era llegar al tercer puesto del ranking. “Yo le quiero ganar a Nadal, sé que puedo –decía–. No me comparo con el resto, me comparo con Nadal y con Federer, porque no quiero ser número 3, quiero ser número 1. No hay otra”.
En ese momento sonaba casi absurdo: como si un futbolista actual de 20 años dijera que solo se conforma con ser mejor que Messi. Del Potro, al menos hasta ahora, no llegó a ser número 1. Pero les ganó a Federer y a Nadal. Y a Djokovic, y a Murray, y a Wawrinka, y a Davydenko, y a Ferrer, y a Nalbandian, y a Roddick… Y, por suerte, también a Marin Cilic.
Del Potro, que en ese 2008 había estado tres meses sin jugar por dolores de espalda, tuvo una carrera marcada por lesiones. Pocos meses después de ganar el US Open 2009, estuvo ocho meses fuera de las canchas. En 2014, serían diez meses. Y en 2015, casi once. Casi siempre, por su maldita muñeca izquierda.
Dos años y medio sin jugar es muchísimo para un tenista, y a eso hay que sumar el tiempo de adaptación después de cada retorno. A esos tres latigazos que sufrió Del Potro se agregaron dos más: la final de la Davis 2008, en Mar del Plata, donde perdió inesperadamente contra Feliciano López y terminó (otra vez) lesionado; y la final de 2011, cuando fueron dos las derrotas, aunque más lógicas: ante Nadal y David Ferrer.
Pese a que Del Potro había sabido ganarle una final del US Open a Roger Federer, tendremos que contarles a las generaciones futuras que, en la Argentina, se le dijo de todo. Pecho frío, amargo, falto de sangre, apático. Lo mismo que se la ha dicho a muchos otros, incluidos Messi, Gaudio, Coria, Los Pumas, Sabatini.
Ahora, merecidamente, Del Potro es un héroe nacional. Cuando disminuya la euforia, deberemos sentarnos a pensar si alcanzó el escalón en el que se ubican Maradona, Ginóbili, Messi, Sabatini, Vilas, Fangio, De Vicenzo... Pero sin olvidar que para una parte de nuestro país, todo depende de un resultado, de un detalle, del azar. Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado con Delbonis si, en el quinto punto contra Croacia, se lesionaba?
Un tipo llamado Delbonis
Federico Delbonis no es popular. Es respetado en el ambiente deportivo, pero puede viajar en un colectivo de Buenos Aires sin ser reconocido. Nalbandian, Gaudio, Coria, Cañas, Acasuso, Mónaco, Chela y Zabaleta, por citar ejemplos, son caras mucho más famosas. Al menos, lo eran hasta el 27 de noviembre de 2016.
Hoy, Delbonis es el valiente genio que se puso al hombro la definición de la Copa Davis, pero cualquier detalle hubiera podido transformarlo, como a Del Potro hace algunos años, en un pecho frío, amargo, falto de sangre, apático. En el deporte de alto nivel, todo depende de detalles, para Maradona, para Del Potro o para Delbonis.
A los 15 años, Delbo se fue a vivir a España durante tres meses para entrenarse con un coach al que jamás había visto. Vivió con un suizo con el que no compartía ningún idioma. Por esos tres meses de entrenamiento, casi repite de año en el colegio. Y antes de su gran día, ya había derrotado a Federer y a Andy Murray. Pero, si hubiera perdido contra Karlovic, sabemos lo que habría pasado. Pero no pasó: a los 26 años, le ganó al bombardero croata sin dejar dudas y ya está entre los deportistas argentinos que, para siempre, serán intocables.
Un país llamado Argentina
“Este es un triunfo de todo el tenis argentino”, dijo el entrenador, Daniel Orsanic, y tiene razón. Para ganar la Copa Davis, primero hay que estar en el Grupo Mundial. Y nos mantuvimos en el Grupo Mundial durante tantos años gracias a muchos jugadores. Pasemos lista, en orden alfabético: José Acasuso, Lucas Arnold, Carlos Berlocq, Agustín Calleri, Guillermo Cañas, Juan Ignacio Chela, Guillermo Coria, Gastón Gaudio, Juan Mónaco, David Nalbandian, Renzo Olivo, Sebastián Prieto, Mariano Puerta, Eduardo Schwank, Diego Schwartzman, Franco Squillari, Martín Vassallo Argüello, Mariano Zabaleta, Horacio Zeballos. Y, por supuesto, Guido Pella y Leonardo Mayer, que tuvieron la suerte de levantarla en Croacia. Y Orsanic y todos los entrenadores que pasaron. Y también Vilas, por abrir las puertas del tenis en muchas casas, y todos los que colaboraron desde el anonimato.
Fue un batacazo desde el principio, porque Argentina no partió como favorito en ninguna de las series. Contra Polonia, en octavos de final, el pronóstico era incierto. Ante Italia, Gran Bretaña y Croacia, el candidato era el rival. Siempre de visitantes, siempre con lo justo, siempre con el fantasma de la Copa Davis dando vueltas. Y ahí está la celeste y blanca, envuelta en gloria.
“Este es el logro más importante de mi vida”, dijo Del Potro, un tipo que ganó el US Open y dos medallas olímpicas. A las generaciones futuras que no verán esos 293 minutos contra Cilic, habrá que contarles que Juan Martín perdió el primer set, que perdió el segundo y que, en ese momento, en muchos rincones de un complicado país sudamericano, todos empezaban a anotar otra final perdida.
Del Potro, que ya les había ganado a Djokovic, a Nadal y a Murray en el año, hubiera cambiado esas victorias por una contra Cilic, pero no hizo falta: aunque había corrido el viernes, había corrido el sábado y había corrido todo el año, corrió y pensó y jugó y acertó y ganó 7-5, 6-4 y 6-3.
Y atrás vino Delbonis, tenso, sin nada para disfrutar, presión pura para alguien que jamás había atravesado una situación así. Ese pibe llamado Federico, aunque suene exagerado, no solo se jugaba parte de su carrera, sino del resto de las cosas que pasarían en su vida. De ahí en adelante, sería el que perdió el quinto punto de la final, o el que la ganó.
Se puso el casco para recibir los saques de Karlovic, se impuso 6-3, 6-4 y 6-2, y dijo: “Todos tiramos para el mismo lado y eso fue lo más importante para conseguir el objetivo. Es una victoria de todos, porque jugamos como un verdadero equipo. Nos vamos llorando de alegría”.
Regaló así el mejor final a una historia de tres días, o de una temporada, o de cinco finales, o de 93 años compitiendo en la Copa Davis. Le dibujó el final que tantos habían soñado y que no pudieron cumplir, el final que parecía tan lejano. El final a una historia que será difícil de compactar, pero que habrá que retener en nuestras cabezas para contárselo a las generaciones futuras. El final de una historia en la que Argentina, por fin, es campeón de la Copa Davis.
Publicado en El Gráfico N° 4476 (diciembre de 2016)
Lo que el futbol no nos dio lo hizo el tenis 🎾. Gracias a Dios mi generación le toco vivir esta alegría deportiva. Este fue el mundial del tenis y el único que faltaba. Gracias!!!!
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