SE CUMPLEN OCHO AÑOS DE LA TRÁGICA MUERTE DE UNO DE LOS MÁS GRANDES PILOTOS DE LA HISTORIA DE LA NASCAR: DALE EARNHARDT, EL INTIMIDADOR.
“It’s just racing” (“Son simplemente carreras”) decía con rostro de bueno y sonrisa serena cada vez que le hablaban de su agresividad en las pistas. Lo admiraban por osado, lo rechazaban por deportivamente inescrupuloso. Corría para ganar y no se conformaba con ningún otro verbo. Con esas acuarelas pintó su fatídica trayectoria: la de uno de los mejores de la historia de la NASCAR.
El 29 de abril de 1951 fue el primero de los 18,193 días que Dale Earnhardt vivió. En Kannapolis, Carolina del Norte, el sitio donde aprendió a ser niño, no había lujos para él. Era un pueblo dedicado a la agricultura, aun cuando las condiciones del suelo no eran favorables. Su padre, Ralph, trabajó durante mucho tiempo cosechando algodón, pero no era feliz: lo suyo eran los carros. Los cuidaba, los arreglaba, los mejoraba. Y, en cuanto tuvo la posibilidad, comenzó a competir.
Su dedicación imperiosa (porque se dedicaba a esquivar su infelicidad) tuvo premio: en 1956 ganó el Sportman Championship, un circuito menor de la NASCAR. Sin embargo, en los ’50, ser campeón no equivalía a obtener una fortuna y Dale tuvo que recorrer su camino casi sin ayuda económica.
Estudiar no parecía una opción para él: había repetido 9º grado y no mostraba aptitudes. Alguna vez reconoció que sus numerosos errores de ortografía lo acompañaron hasta su adultez. ¿Qué sería de su vida, entonces? De tanto ver a su padre agotado por el algodón y sonriente por las carreras, Dale ni siquiera tuvo que esforzarse para saber qué deseaba. Desde muy joven ya competía con aficionados, pidiendo dinero prestado a todo aquel que confiara en él. Su plan era devolverlo mediante los premios que recibiera en cada competencia. Pero cuando Dale no conseguía finalizar entre los primeros, las deudas crecían.
Su vida sentimental era tan vertiginosa como su modo de manejar: a los 24 años había vivido muchas experiencias. A los 17 se casó por primera vez y de ese matrimonio nació su primer hijo, Kerry. Se separó y volvió a casarse a los 20, esta vez con Brenda Gee (hija de Robert Gee, un piloto de NASCAR), con quien tuvo una niña y un niño (Dale Jr.). Y su padre murió en 1973 por un ataque al corazón.
Dale sufrió. Sufrió mucho. Le faltó dinero cuando le sobraba entusiasmo. Le faltó entusiasmo cuando ver dinero ya era una rareza. Persistió. Dudó. Y siguió intentando. Por fin llegó a la NASCAR y debutó en 1975, conduciendo un Dodge y finalizando 22º en la ‘World 600’ de Charlotte.
En sus primeros cinco años en la categoría participó solamente en nueve competencias, logrando su mejor resultado en la ‘Dixie 500’ de Atlanta (4º puesto en 1978). El salto al éxito llegó en 1979, cuando se incorporó al equipo de Rod Osterlund: ganó una carrera (Bristol), finalizó once veces entre los cinco primeros, obtuvo el premio al Novato del Año y terminó 7º en las posiciones.
En la temporada de 1980, con su Chevrolet Monte Carlo Nº2, sorprendió: ganó 5 veces (Atlanta, Bristol, Nashville, Martinsville y Charlotte) y en 19 de las 31 competencias finalizó entre los primeros cinco. Sí: campeón. El adolescente al que le pedían que consiguiera “un trabajo de verdad” y abandonara los carros era campeón de la NASCAR.
La alianza Earnhardt-Osterlund prometía una seguidilla que no se produjo. Porque el equipo fue vendido en 1981 y Dale corrió ese año para el Richard Childress Racing. El 7º puesto final (sin triunfos) fue la evidencia de que algo no funcionaba bien.
Después de otras dos temporadas irregulares (12º en el ‘82, 8º en el ‘83, ambas con un Ford Thunderbird), formó otra alianza ganadora. Y, esta vez, la seguidilla se produjo. Comenzó a trabajar junto al equipo de Richard Childress en 1984, año en el que se amarró al número 3 y nunca más lo quitó de su carro. Aunque el 4º y 8º lugar en los dos primeros campeonatos no resultaron llamativos, en ese período Earnhardt consiguió seis triunfos y volvió a ser animador de los puestos de vanguardia.
La Era Earnhardt
Aunque ya tenía un título adornando su nombre, si Earnhardt se convirtió en un referente indisimulable de la historia de la NASCAR es por lo sucedido entre 1986 y 1994. Aun cuando no obtuvo absolutamente todos los campeonatos, cada evento de ese período estuvo regado por sus colores: impertinencia, peligro, vértigo. La NASCAR se convirtió en un terreno deportivamente violento en el que dominaban las reglas de Dale: manejar sin reglas.
Desde adolescente aprendió que tenía que ganar para comer, ganar para sostener a sus hijos, ganar para esquivar la infelicidad. Y sobre un carro no sabía hacer más que buscar el triunfo sin escrúpulos. Los rivales comenzaron a sentir la maldita sensación de impotencia, tensión, furia cuando Earnhardt asomaba en sus espejos retrovisores. Dale tenía un buen carro y entonces los iba a presionar, manipular, golpear, desquiciar al límite del reglamento. El sobrenombre de “Intimidator” surgió de sus propios rivales. Ganarle no era para grandes pilotos: era para los de persistente valentía. “Sólo sé conducir de una forma, con agresividad y a toda velocidad -juraba-. El día que no lo pueda hacer me marcharé”.
En 1986 ganó 5 de las 29 competencias y fue Top Ten en 23. Siempre adelante, obtuvo su segundo título de campeón. En 1987 ganó 11 de las 29 competencias. Siempre adelante, obtuvo su tercer título de campeón. Y en 1990, y en 1991, y en 1993, y en 1994... Siempre adelante, siempre campeón. Con siete títulos ganados, igualó la marca de Richard Petty y entró sin curvas en el panteón de la NASCAR, junto a los dioses de la velocidad.
Bandera a cuadros
El Nº3 en su carro negro ya era una marca registrada, él era el símbolo máximo de la NASCAR y en su futuro sólo parecían esperar records. Aunque Earnhardt no tuvo popularidad internacional (en muchos países su nombre es completamente anónimo), en Estados Unidos era un ídolo nacional, polémico, triunfante. Era un gigante. Pero ningún logro amansó su instinto. Fue en busca del octavo título, de lo máximo, con la misma audacia que tenía a los 20 años.
En 1996 sufrió un terrible accidente que le provocó la rotura de su clavícula derecha en el circuito de Talladega; jamás pensó en abandonar su Chevrolet negro número 3. Y en 1998 cerró otro desafío pendiente: después de veinte años de intentos, ganó las 500 millas de Daytona, prueba emblemática de la NASCAR.
Ya vivía con su tercera esposa, Teresa, y con su cuarta hija, Taylor. Dale Jr. ya era piloto e incluso corría en su misma categoría. Ya había ganado más de 41 millones de dólares. Ya había preparado cientos de barbacoas para sus amigos. Quería más. “¿Qué daría por ganar mi octava Copa Winston? Pasaría por encima de mi madre, arrollaría a mi mujer y sepultaría a mi hijo por ganar otro título”, se animó a decir en broma... y un poco en serio, porque terminaría dejando su vida en busca del record.
El 18 de febrero de 2001 fue el último de los 18,193 días que Dale Earnhardt vivió. Justamente en las 500 millas de Daytona, la victoria volvió a obsesionarlo tanto como en el pasado. En la última de las 200 vueltas de una carrera magnífica, mientras perseguía a Michael Waltrip y a su propio hijo, realizó una frenada intensa y Sterling Marlin, que venía detrás, lo embistió y dio inicio a un accidente que involucró a una veintena de vehículos. Earnhardt colisionó contra el muro de protección a 170 millas por hora y los golpes recibidos en el cráneo causaron su muerte.
“Dale era el Michael Jordan de nuestro deporte. Siempre pensamos que era invencible”, dijo H. A. Wheeler, propietario del circuito de Daytona. En Estados Unidos se habló de tragedia, de fatalidad, de desgracia evitable, de un momento histórico. Dale, seguramente, sólo hubiera sonreído y dicho, una vez más: “It’s just racing”.
LA LEYENDA CONTINÚA
“It’s just racing” (“Son simplemente carreras”) decía con rostro de bueno y sonrisa serena cada vez que le hablaban de su agresividad en las pistas. Lo admiraban por osado, lo rechazaban por deportivamente inescrupuloso. Corría para ganar y no se conformaba con ningún otro verbo. Con esas acuarelas pintó su fatídica trayectoria: la de uno de los mejores de la historia de la NASCAR.
El 29 de abril de 1951 fue el primero de los 18,193 días que Dale Earnhardt vivió. En Kannapolis, Carolina del Norte, el sitio donde aprendió a ser niño, no había lujos para él. Era un pueblo dedicado a la agricultura, aun cuando las condiciones del suelo no eran favorables. Su padre, Ralph, trabajó durante mucho tiempo cosechando algodón, pero no era feliz: lo suyo eran los carros. Los cuidaba, los arreglaba, los mejoraba. Y, en cuanto tuvo la posibilidad, comenzó a competir.
Su dedicación imperiosa (porque se dedicaba a esquivar su infelicidad) tuvo premio: en 1956 ganó el Sportman Championship, un circuito menor de la NASCAR. Sin embargo, en los ’50, ser campeón no equivalía a obtener una fortuna y Dale tuvo que recorrer su camino casi sin ayuda económica.
Estudiar no parecía una opción para él: había repetido 9º grado y no mostraba aptitudes. Alguna vez reconoció que sus numerosos errores de ortografía lo acompañaron hasta su adultez. ¿Qué sería de su vida, entonces? De tanto ver a su padre agotado por el algodón y sonriente por las carreras, Dale ni siquiera tuvo que esforzarse para saber qué deseaba. Desde muy joven ya competía con aficionados, pidiendo dinero prestado a todo aquel que confiara en él. Su plan era devolverlo mediante los premios que recibiera en cada competencia. Pero cuando Dale no conseguía finalizar entre los primeros, las deudas crecían.
Su vida sentimental era tan vertiginosa como su modo de manejar: a los 24 años había vivido muchas experiencias. A los 17 se casó por primera vez y de ese matrimonio nació su primer hijo, Kerry. Se separó y volvió a casarse a los 20, esta vez con Brenda Gee (hija de Robert Gee, un piloto de NASCAR), con quien tuvo una niña y un niño (Dale Jr.). Y su padre murió en 1973 por un ataque al corazón.
Dale sufrió. Sufrió mucho. Le faltó dinero cuando le sobraba entusiasmo. Le faltó entusiasmo cuando ver dinero ya era una rareza. Persistió. Dudó. Y siguió intentando. Por fin llegó a la NASCAR y debutó en 1975, conduciendo un Dodge y finalizando 22º en la ‘World 600’ de Charlotte.
En sus primeros cinco años en la categoría participó solamente en nueve competencias, logrando su mejor resultado en la ‘Dixie 500’ de Atlanta (4º puesto en 1978). El salto al éxito llegó en 1979, cuando se incorporó al equipo de Rod Osterlund: ganó una carrera (Bristol), finalizó once veces entre los cinco primeros, obtuvo el premio al Novato del Año y terminó 7º en las posiciones.
En la temporada de 1980, con su Chevrolet Monte Carlo Nº2, sorprendió: ganó 5 veces (Atlanta, Bristol, Nashville, Martinsville y Charlotte) y en 19 de las 31 competencias finalizó entre los primeros cinco. Sí: campeón. El adolescente al que le pedían que consiguiera “un trabajo de verdad” y abandonara los carros era campeón de la NASCAR.
La alianza Earnhardt-Osterlund prometía una seguidilla que no se produjo. Porque el equipo fue vendido en 1981 y Dale corrió ese año para el Richard Childress Racing. El 7º puesto final (sin triunfos) fue la evidencia de que algo no funcionaba bien.
Después de otras dos temporadas irregulares (12º en el ‘82, 8º en el ‘83, ambas con un Ford Thunderbird), formó otra alianza ganadora. Y, esta vez, la seguidilla se produjo. Comenzó a trabajar junto al equipo de Richard Childress en 1984, año en el que se amarró al número 3 y nunca más lo quitó de su carro. Aunque el 4º y 8º lugar en los dos primeros campeonatos no resultaron llamativos, en ese período Earnhardt consiguió seis triunfos y volvió a ser animador de los puestos de vanguardia.
La Era Earnhardt
Aunque ya tenía un título adornando su nombre, si Earnhardt se convirtió en un referente indisimulable de la historia de la NASCAR es por lo sucedido entre 1986 y 1994. Aun cuando no obtuvo absolutamente todos los campeonatos, cada evento de ese período estuvo regado por sus colores: impertinencia, peligro, vértigo. La NASCAR se convirtió en un terreno deportivamente violento en el que dominaban las reglas de Dale: manejar sin reglas.
Desde adolescente aprendió que tenía que ganar para comer, ganar para sostener a sus hijos, ganar para esquivar la infelicidad. Y sobre un carro no sabía hacer más que buscar el triunfo sin escrúpulos. Los rivales comenzaron a sentir la maldita sensación de impotencia, tensión, furia cuando Earnhardt asomaba en sus espejos retrovisores. Dale tenía un buen carro y entonces los iba a presionar, manipular, golpear, desquiciar al límite del reglamento. El sobrenombre de “Intimidator” surgió de sus propios rivales. Ganarle no era para grandes pilotos: era para los de persistente valentía. “Sólo sé conducir de una forma, con agresividad y a toda velocidad -juraba-. El día que no lo pueda hacer me marcharé”.
En 1986 ganó 5 de las 29 competencias y fue Top Ten en 23. Siempre adelante, obtuvo su segundo título de campeón. En 1987 ganó 11 de las 29 competencias. Siempre adelante, obtuvo su tercer título de campeón. Y en 1990, y en 1991, y en 1993, y en 1994... Siempre adelante, siempre campeón. Con siete títulos ganados, igualó la marca de Richard Petty y entró sin curvas en el panteón de la NASCAR, junto a los dioses de la velocidad.
Bandera a cuadros
El Nº3 en su carro negro ya era una marca registrada, él era el símbolo máximo de la NASCAR y en su futuro sólo parecían esperar records. Aunque Earnhardt no tuvo popularidad internacional (en muchos países su nombre es completamente anónimo), en Estados Unidos era un ídolo nacional, polémico, triunfante. Era un gigante. Pero ningún logro amansó su instinto. Fue en busca del octavo título, de lo máximo, con la misma audacia que tenía a los 20 años.
En 1996 sufrió un terrible accidente que le provocó la rotura de su clavícula derecha en el circuito de Talladega; jamás pensó en abandonar su Chevrolet negro número 3. Y en 1998 cerró otro desafío pendiente: después de veinte años de intentos, ganó las 500 millas de Daytona, prueba emblemática de la NASCAR.
Ya vivía con su tercera esposa, Teresa, y con su cuarta hija, Taylor. Dale Jr. ya era piloto e incluso corría en su misma categoría. Ya había ganado más de 41 millones de dólares. Ya había preparado cientos de barbacoas para sus amigos. Quería más. “¿Qué daría por ganar mi octava Copa Winston? Pasaría por encima de mi madre, arrollaría a mi mujer y sepultaría a mi hijo por ganar otro título”, se animó a decir en broma... y un poco en serio, porque terminaría dejando su vida en busca del record.
El 18 de febrero de 2001 fue el último de los 18,193 días que Dale Earnhardt vivió. Justamente en las 500 millas de Daytona, la victoria volvió a obsesionarlo tanto como en el pasado. En la última de las 200 vueltas de una carrera magnífica, mientras perseguía a Michael Waltrip y a su propio hijo, realizó una frenada intensa y Sterling Marlin, que venía detrás, lo embistió y dio inicio a un accidente que involucró a una veintena de vehículos. Earnhardt colisionó contra el muro de protección a 170 millas por hora y los golpes recibidos en el cráneo causaron su muerte.
“Dale era el Michael Jordan de nuestro deporte. Siempre pensamos que era invencible”, dijo H. A. Wheeler, propietario del circuito de Daytona. En Estados Unidos se habló de tragedia, de fatalidad, de desgracia evitable, de un momento histórico. Dale, seguramente, sólo hubiera sonreído y dicho, una vez más: “It’s just racing”.
LA LEYENDA CONTINÚA
Dale Earnhardt jr. es un prolijo sucesor. El destino quiso que, en la carrera en la que su padre murió, él lograra un gran 2º puesto.
La familia Earnhardt ya suma tres generaciones de esplendor automovilístico. Si su abuelo Ralph fue el precursor y su padre Dale la gran estrella, Dale Jr. está transitando una carrera que seguramente no logrará el brillo estrepitoso de papá, pero que ha logrado tener características y virtudes propias.
Nacido el 10 de octubre de 1974, obtuvo el título de la Nationwide Series en 1998 y 1999, convirtiendo a los Earnhardt en la primera dinastía de tres generaciones campeonas de NASCAR.
En ese 1999 debutó en la Winston Cup y un año después consiguió, en el trazado de Texas, su primer triunfo. En 2001 vivió su día más dramático: en Daytona, durante la última vuelta, su padre sufrió un accidente fatal segundos antes de que Dale Jr. lograra un meritorio 2º puesto.
Pese a ser permanente animador, el título mayor de la NASCAR se le resiste: finalizó 3º en la temporada 2003, y 5º en 2004 y 2006. Suma 18 triunfos en Cup Series (incluyendo Daytona en 2004), lejos de los 76 de su padre pero ingresando en el listado de los 40 pilotos con más festejos en la historia.
La portación de un apellido legendario, su carisma y sus buenos resultados lo convirtieron en uno de los personajes más importantes de NASCAR del siglo XXI. Fue elegido cinco veces, por los aficionados, como el piloto más popular de la categoría.
Aunque ha conseguido muchos menos resultados que su padre, lo supera económicamente: Dale Jr. ha acumulado más de 46 millones de dólares en ganancias.
En 2008 tomó la decisión de abandonar el equipo fundado por su padre (Dale Earnhardt Inc.) y unirse a la escuadra Hendrick Motorsports. En busca, claro, de lo mismo que buscaba su padre: ganar, ganar y ganar.
PUBLICADO EN FOX SPORTS (PUERTO RICO) Nº24, MARZO DE 2009
La familia Earnhardt ya suma tres generaciones de esplendor automovilístico. Si su abuelo Ralph fue el precursor y su padre Dale la gran estrella, Dale Jr. está transitando una carrera que seguramente no logrará el brillo estrepitoso de papá, pero que ha logrado tener características y virtudes propias.
Nacido el 10 de octubre de 1974, obtuvo el título de la Nationwide Series en 1998 y 1999, convirtiendo a los Earnhardt en la primera dinastía de tres generaciones campeonas de NASCAR.
En ese 1999 debutó en la Winston Cup y un año después consiguió, en el trazado de Texas, su primer triunfo. En 2001 vivió su día más dramático: en Daytona, durante la última vuelta, su padre sufrió un accidente fatal segundos antes de que Dale Jr. lograra un meritorio 2º puesto.
Pese a ser permanente animador, el título mayor de la NASCAR se le resiste: finalizó 3º en la temporada 2003, y 5º en 2004 y 2006. Suma 18 triunfos en Cup Series (incluyendo Daytona en 2004), lejos de los 76 de su padre pero ingresando en el listado de los 40 pilotos con más festejos en la historia.
La portación de un apellido legendario, su carisma y sus buenos resultados lo convirtieron en uno de los personajes más importantes de NASCAR del siglo XXI. Fue elegido cinco veces, por los aficionados, como el piloto más popular de la categoría.
Aunque ha conseguido muchos menos resultados que su padre, lo supera económicamente: Dale Jr. ha acumulado más de 46 millones de dólares en ganancias.
En 2008 tomó la decisión de abandonar el equipo fundado por su padre (Dale Earnhardt Inc.) y unirse a la escuadra Hendrick Motorsports. En busca, claro, de lo mismo que buscaba su padre: ganar, ganar y ganar.
PUBLICADO EN FOX SPORTS (PUERTO RICO) Nº24, MARZO DE 2009
Soy un amante de los autos clasicos, lo he sido de los 17 años tengo 26, me ha costado mucho esto, mas si mi abuelito hantes de morir me dijo arreile el auto (Dodge Dart 68), me da mucha pena la muerte de un gran idolo, pero en mi estara siempre Dale Earnhardt, tanto como le costo a el ser lo que fue y luchar por sus objetivos lo hare yo, el es mi idolo, en otro mundo y a otra velocidad lo conocere y me conocera. Sebastian... sebastianv8@hotmail.com
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