EL COLOMBIANO TRANSITA SU TERCER AÑO EN LA NASCAR Y SABE QUE ES EL MOMENTO JUSTO PARA CUMPLIR SU GRAN OBJETIVO: CLASIFICARSE POR PRIMERA VEZ PARA EL CHASE, EXCLUSIVO PARA LOS DOCE MEJORES PILOTOS.
"Esperaba mucho más de mis primeras temporadas en NASCAR. Pero han habido muchos problemas y me faltó suerte en algunos momentos. Así son las carreras". Es difícil aceptar que esas palabras conformistas pertenezcan a un piloto acostumbrado a ganar, ganar y ganar. Es difícil aceptar que esa resignación a la fatalidad pertenezca a Juan Pablo Montoya.
La sensación es ambivalente. ¿El colombiano ha perdido el fuego interno, el ansia de ser el mejor, la avaricia de autosuperación? ¿O sólo son declaraciones políticamente correctas, y su alma clama por volver a robarse las miradas de la afición del automovilismo? Esta temporada que transita sus primeras emociones, la tercera de Montoya en la NASCAR, será un paso adelante hacia la verdad.
Su llegada a la más popular categoría estadounidense se produjo en 2006, precedida por un amontonamiento de triunfos. Por eso se espera tanto del hombre nacido en Bogotá en 1975. Por eso sus resultados en los ultraveloces óvalos han decepcionado.
¿Tanto había hecho Montoya antes de la NASCAR? Sí. Entre 1990 y 1998 fue campeón mundial juvenil de karts; de la categoría Swift GTI; de Fórmula N Mexicana, de la Fórmula 3000 Internacional... Parece una simple enumeración, pero detrás de cada logro existió un escollo alto que Juan Pablo superó.
Vivió meses difíciles en 1997: para correr en la Fórmula 3000 tuvo que mudarse a Austria. No sólo debió adaptarse a carros nuevos, convivir con un idioma incomprensible y soportar la presión de que su futuro estaba más en juego que nunca. También chocó permanentemente con Helmuth Marko, el dueño de su equipo. ¿Abandonó la categoría, volvió a Colombia? Nada de eso: un año después era campeón en el mismo equipo, con las mismas presiones. El siguiente paso en su evolución fue el ingreso en la serie CART. Y, ante la mirada de miles de estadounidenses, un latinoamericano poco conocido se coronó campeón en su temporada debut (1999).
Frank Williams lo había contratado como piloto de pruebas en 1997 y, tras el triunfo de Montoya en las 500 Millas de Indianapolis (en 2000), el salto hacia la Fórmula 1 era esperable. ¿Allí comenzó su descenso? No. Si no se consagró campeón no fue por falta de talento, sino porque para conseguir un título en la máxima categoría deben amigarse muchos factores. Pero no puede considerarse declive a la experiencia de ganar siete Grandes Premios. En Williams obtuvo cuatro entre 2001 y 2004. En 2005 pasó a McLaren: ganó tres competencias más y en septiembre, durante un ensayo en Monza, corrió a 230 millas por hora, consiguiendo el record de velocidad en la historia de la categoría.
¿Tan poco hizo Montoya desde su llegada a la NASCAR? Sí. Para cualquier piloto no estaría mal. Pero él no es cualquier piloto. Alguna vez señalado como el sucesor de Ayrton Senna, Juan Pablo ha generado inmensa admiración y múltiples esperanzas. Y en el único sitio donde no las ha solventado es en la NASCAR. Su arribo fue en 2006, contratado por el equipo de Chip Ganassi. En esta etapa, claramente de adaptación, Montoya participó en tres carreras de la Busch Series (la segunda en importancia en el mapa NASCAR) y una en la Nextel Cup (la principal), sin buenos resultados.
Su primera temporada completa sería la de 2007, y el ambiente del automovilismo, como el colombiano ya había sumado muchas millas de rodaje, esperaba una explosión que nunca llegó. Sin embargo, fue un año más que aceptable: venció en las 24 horas de Daytona (junto a Scott Pruett y Salvador Durán) y en junio se convirtió en el primer latino en ganar en la Nextel Cup. Lo hizo en el Infineon Racing; había largado 32º. Esa victoria fue la clave para finalizar como Novato del Año.
¿Por qué, entonces, se habla de decepción? La respuesta está en el 2008. Haber ganado nuevamente en Daytona fue lo único positivo: en apenas 3 de las 36 carreras finalizó Top Ten, terminó 25º en el campeonato y no obtuvo ningún triunfo. “Correr en NASCAR es lo más difícil que he hecho en mi carrera. Mucho más que la Fórmula 1. Si uno queda décimo aquí, hizo una buena carrera. En NASCAR, tener una buena máquina no te garantiza terminar en los primeros puestos”, justifica Juan Pablo. “La temporada 2008 no fue buena –reconoce–, aunque creo que las cosas van a mejorar mucho con la fusión del Chip Ganassi Racing con Earnhardt Inc., especialmente por la experiencia que ellos tienen”. Sí: este año dos de los principales equipos de NASCAR se han unido, y Montoya debería ser uno de los beneficiados. Su carro sigue siendo el Nº42, pero ya no se trata de un Dodge de los que lo hicieron penar en el pasado, sino de un Chevrolet Target.
Las dos caras de Montoya, la conformista y la ambiciosa, también se fusionan. “Hay que ser pacientes. Los resultados se darán dentro de dos o tres años”, pisa el freno. Pero su mente, instintivamente, busca el acelerador: “No puedo soportar ir a algún sitio diciendo ‘soy el número 15’. A mí no me gusta eso”.
La temporada comenzó con resultados irregulares. Montoya marcha 21º, lejos del objetivo 2009: ingresar en el Chase, la Caza, honor reservado para los 12 mejores del año. Pero aún restan decenas de carreras y él, pese a las dificultades, no piensa en abandonar la carretera NASCAR: “Estoy muy feliz aquí. Mi familia y yo estamos muy contentos en Estados Unidos y no se me pasa por la cabeza regresar a la Fórmula 1. Aunque me llamaran McLaren o Ferrari, no iría. Sé que para los aficionados éste es un deporte muy complicado, pero estoy seguro de que cuando empiece a ganar carreras y los resultados mejoren, los mismos que me critican por haber dejado la Fórmula 1 aprenderán sobre NASCAR y seguirán las competencias”. Y, cuando lo dice, en sus ojos asoma el fuego interno, el ansia de ser el mejor, la avaricia de autosuperación que parecían escondidos. Los mismos que brillaban cuando, aunque no sabía caminar, se subía a un carrito Fisher Price y repetía, una y otra vez, sus primeras palabras: “¡Brum, brum, brum...!”.
PUBLICADO EN FOX SPORTS (PUERTO RICO) Nº25, ABRIL DE 2009
"Esperaba mucho más de mis primeras temporadas en NASCAR. Pero han habido muchos problemas y me faltó suerte en algunos momentos. Así son las carreras". Es difícil aceptar que esas palabras conformistas pertenezcan a un piloto acostumbrado a ganar, ganar y ganar. Es difícil aceptar que esa resignación a la fatalidad pertenezca a Juan Pablo Montoya.
La sensación es ambivalente. ¿El colombiano ha perdido el fuego interno, el ansia de ser el mejor, la avaricia de autosuperación? ¿O sólo son declaraciones políticamente correctas, y su alma clama por volver a robarse las miradas de la afición del automovilismo? Esta temporada que transita sus primeras emociones, la tercera de Montoya en la NASCAR, será un paso adelante hacia la verdad.
Su llegada a la más popular categoría estadounidense se produjo en 2006, precedida por un amontonamiento de triunfos. Por eso se espera tanto del hombre nacido en Bogotá en 1975. Por eso sus resultados en los ultraveloces óvalos han decepcionado.
¿Tanto había hecho Montoya antes de la NASCAR? Sí. Entre 1990 y 1998 fue campeón mundial juvenil de karts; de la categoría Swift GTI; de Fórmula N Mexicana, de la Fórmula 3000 Internacional... Parece una simple enumeración, pero detrás de cada logro existió un escollo alto que Juan Pablo superó.
Vivió meses difíciles en 1997: para correr en la Fórmula 3000 tuvo que mudarse a Austria. No sólo debió adaptarse a carros nuevos, convivir con un idioma incomprensible y soportar la presión de que su futuro estaba más en juego que nunca. También chocó permanentemente con Helmuth Marko, el dueño de su equipo. ¿Abandonó la categoría, volvió a Colombia? Nada de eso: un año después era campeón en el mismo equipo, con las mismas presiones. El siguiente paso en su evolución fue el ingreso en la serie CART. Y, ante la mirada de miles de estadounidenses, un latinoamericano poco conocido se coronó campeón en su temporada debut (1999).
Frank Williams lo había contratado como piloto de pruebas en 1997 y, tras el triunfo de Montoya en las 500 Millas de Indianapolis (en 2000), el salto hacia la Fórmula 1 era esperable. ¿Allí comenzó su descenso? No. Si no se consagró campeón no fue por falta de talento, sino porque para conseguir un título en la máxima categoría deben amigarse muchos factores. Pero no puede considerarse declive a la experiencia de ganar siete Grandes Premios. En Williams obtuvo cuatro entre 2001 y 2004. En 2005 pasó a McLaren: ganó tres competencias más y en septiembre, durante un ensayo en Monza, corrió a 230 millas por hora, consiguiendo el record de velocidad en la historia de la categoría.
¿Tan poco hizo Montoya desde su llegada a la NASCAR? Sí. Para cualquier piloto no estaría mal. Pero él no es cualquier piloto. Alguna vez señalado como el sucesor de Ayrton Senna, Juan Pablo ha generado inmensa admiración y múltiples esperanzas. Y en el único sitio donde no las ha solventado es en la NASCAR. Su arribo fue en 2006, contratado por el equipo de Chip Ganassi. En esta etapa, claramente de adaptación, Montoya participó en tres carreras de la Busch Series (la segunda en importancia en el mapa NASCAR) y una en la Nextel Cup (la principal), sin buenos resultados.
Su primera temporada completa sería la de 2007, y el ambiente del automovilismo, como el colombiano ya había sumado muchas millas de rodaje, esperaba una explosión que nunca llegó. Sin embargo, fue un año más que aceptable: venció en las 24 horas de Daytona (junto a Scott Pruett y Salvador Durán) y en junio se convirtió en el primer latino en ganar en la Nextel Cup. Lo hizo en el Infineon Racing; había largado 32º. Esa victoria fue la clave para finalizar como Novato del Año.
¿Por qué, entonces, se habla de decepción? La respuesta está en el 2008. Haber ganado nuevamente en Daytona fue lo único positivo: en apenas 3 de las 36 carreras finalizó Top Ten, terminó 25º en el campeonato y no obtuvo ningún triunfo. “Correr en NASCAR es lo más difícil que he hecho en mi carrera. Mucho más que la Fórmula 1. Si uno queda décimo aquí, hizo una buena carrera. En NASCAR, tener una buena máquina no te garantiza terminar en los primeros puestos”, justifica Juan Pablo. “La temporada 2008 no fue buena –reconoce–, aunque creo que las cosas van a mejorar mucho con la fusión del Chip Ganassi Racing con Earnhardt Inc., especialmente por la experiencia que ellos tienen”. Sí: este año dos de los principales equipos de NASCAR se han unido, y Montoya debería ser uno de los beneficiados. Su carro sigue siendo el Nº42, pero ya no se trata de un Dodge de los que lo hicieron penar en el pasado, sino de un Chevrolet Target.
Las dos caras de Montoya, la conformista y la ambiciosa, también se fusionan. “Hay que ser pacientes. Los resultados se darán dentro de dos o tres años”, pisa el freno. Pero su mente, instintivamente, busca el acelerador: “No puedo soportar ir a algún sitio diciendo ‘soy el número 15’. A mí no me gusta eso”.
La temporada comenzó con resultados irregulares. Montoya marcha 21º, lejos del objetivo 2009: ingresar en el Chase, la Caza, honor reservado para los 12 mejores del año. Pero aún restan decenas de carreras y él, pese a las dificultades, no piensa en abandonar la carretera NASCAR: “Estoy muy feliz aquí. Mi familia y yo estamos muy contentos en Estados Unidos y no se me pasa por la cabeza regresar a la Fórmula 1. Aunque me llamaran McLaren o Ferrari, no iría. Sé que para los aficionados éste es un deporte muy complicado, pero estoy seguro de que cuando empiece a ganar carreras y los resultados mejoren, los mismos que me critican por haber dejado la Fórmula 1 aprenderán sobre NASCAR y seguirán las competencias”. Y, cuando lo dice, en sus ojos asoma el fuego interno, el ansia de ser el mejor, la avaricia de autosuperación que parecían escondidos. Los mismos que brillaban cuando, aunque no sabía caminar, se subía a un carrito Fisher Price y repetía, una y otra vez, sus primeras palabras: “¡Brum, brum, brum...!”.
PUBLICADO EN FOX SPORTS (PUERTO RICO) Nº25, ABRIL DE 2009
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