domingo, 9 de febrero de 2014

Racing Club - Grande en las tribunas

Por Martín Estévez

Descendió, quebró, estuvo al borde de la desaparición, vivió 35 años sin ser campeón argentino y jugó la Promoción, pero, en las malas, sus hinchas demostraron que lo mejor que tiene Racing es su gente.

Todos los clubes importantes tienen una particularidad, un detalle que los caracteriza. River es reconocido por ser el histórico dominador del fútbol argentino; Boca, por ser el equipo más popular; Independiente, por haber ganado siete veces la Libertadores en 20 años. Y si se nombra a Racing, lo primero que surge en el inconsciente futbolístico es la fidelidad de sus hinchas. Pasionales hasta lo irracional, insistentes hasta lo exagerado, los de Racing sienten nostalgia inversa: sufren por un futuro mejor que parece nunca llegar.

Esa forma de sentir el fútbol, que a veces se les convierte en una forma de vivir, no es casual, se fue conformando año tras año, partido tras partido, minuto a minuto. En la era amateur, la Academia era el club con más hinchas y no paraba de crecer: de 451 socios en 1910 pasó a 1.407 en 1919. Ante Alumni, en 1915, hubo récord de espectadores: 5.000. En 1915, 15.000 ante San Isidro. En 1967, 90.000 contra Celtic.

Un ida y vuelta retroalimentó su grandeza. Hubo una era, los 64 años transcurridos entre 1903 y 1967, en la que la gloria deportiva hizo grande a Racing y atrajo simpatizantes desde todo el país. Y existe otra era, los 46 años transcurridos entre 1967 y 2013, en la que la gloria deportiva lo abandonó, pero Racing mantuvo la grandeza por su gente, que vivió las últimas décadas rodeada por un océano de frustraciones y un puñado de alegrías festejadas con rabia y alivio y desahogo y esperanza. Racing es la incertidumbre permanente, el sube y baja de las emociones, lo inesperado como rutina. Racing, en un mundo cada vez más homogéneo, es cada vez más especial.

El campeonato mundial de 1967 aumentó el orgullo de los hinchas. Antes, Racing había sido el rey del amateurismo y celebró un tricampeonato brillante (1949-1951) que simbolizó su dominio: la final del 51 fue contra Banfield, y las hinchadas de Boca, River e Independiente, hastiadas de ver ganar a los de celeste y blanco, agarraron sus banderas y se unieron en la tribuna del Taladro. Fue algo así como Racing contra el resto del mundo. Y ganó Racing.

Todo acabó en la década del 70, cuando comenzaron las malas campañas que desencadenaron uno de los hechos más dolorosos: el descenso de 1983. Los que lo habían visto campeón del mundo 16 años antes no podían entender que no jugarían en Primera. Los más jóvenes se preparaban para soportar años ásperos y grises. Racing no pudo ascender en la primera temporada y vivió dos años en la B, con sus hinchas siempre al lado, llenando la popular contra quien sea, lastimados, pero dignos.

La Academia volvió a Primera en 1985 con ganas de comerse el mundo, pero el mundo casi terminó comiéndose a la Academia. Logró un par de buenas campañas y hasta ganó la Supercopa 88, pero rápidamente volvieron la oscuridad y los padecimientos. Casi gana el Clausura 91, la Supercopa 92, el Apertura 93, pero el título no llegaba, y las hinchadas rivales le contaban los 25, 26, 27 años sin ser campeón; 28, 29, 30...

Las pésimas administraciones se sucedieron y entró en convocatoria de acreedores. Incorporaba 13 jugadores para un torneo, pero no tenía dinero para los empleados. Hubo 55 mil personas en las semifinales de la Libertadores 97, pero meses después sus figuras se iban por desajustes económicos o políticos. Se organizó un exorcismo en el estadio para terminar con tanta malaria y asistieron 20 mil hinchas. Luego se jugó un amistoso... y Racing perdió 2-0 ante Colón. Eligieron a Daniel Lalín como presidente en 1998 porque prometía austeridad y cuidar las finanzas, pero al pelado se le soltó la cadena y la paciencia le duró seis meses: declaró la quiebra del club para evitar embargos y contrató jugadores a montones.

Racing fue 3º en el Apertura y terminó invicto en los torneos de verano, con triunfos 5-3 a Independiente y 2-1 al Boca de Bianchi, pero en febrero del 99 la tragedia imposible lo invadió todo. Liliana Ripoll, la síndico que administraba la quiebra, la “vieja chiflada” en las canciones modernas, clavaba estacas con su voz: “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”.

Los hinchas que vivieron ese momento recordarán las sensaciones. Primero, incredulidad. Después, crisis de llanto, necesidad de juntarse para compartir el dolor. La AFA programó la 1ª fecha del Clausura sin Racing. La gente reaccionó rápido y se autoconvocó en el Cilindro a la hora en que tendría que haber jugado contra Talleres. Entre lo surreal y lo conmovedor, hubo más hinchas en la cancha de Racing que en ningún otro partido de esa fecha. Más de 30.000 personas en busca de la resurrección. Los jugadores y el cuerpo técnico vieron esa locura celeste y blanca por televisión y fueron hacia el estadio.

La Justicia ordenó liquidar los bienes del club, pero los racinguistas estaban decididos a resistir. “Defendimos del remate nuestra sede”, cantan hoy con orgullo, y fue exactamente así. Cada vez que llegaba la fecha para subastar la sede de Villa del Parque, se las arreglaban para evitar que siguieran matándolos de a poco. Marchas al Congreso, al club, a donde fuera se sucedieron reclamando la posibilidad de curar heridas generadas por dirigentes deshonestos.

Se consiguió un permiso para volver a jugar, aunque a veces se lo permitían y a veces no. La deuda exigida era de más de 64 millones de dólares. A fines de 2000 apareció una solución desagradable, pero mostrada por el poder político del Estado como la única. Así llegó el gerenciamiento del fútbol, mientras las demás actividades del club quedaban a la espera de vaya uno a saber qué.

En el primer año, los hinchas festejaron un título enormemente esperado y a la vez inesperado. Llenaron la cancha de Vélez, donde se definió el torneo; la de Racing, los que no consiguieron entrada; y el Obelisco. Una fiesta enorme. La Academia parecía ponerse de pie, pero el capitalismo es el capitalismo, y no iba a ser amable con Racing. Blanquiceleste S.A. y el gerenciador Fernando Marín encontraron un panorama casi ideal: la deuda legítima era de 34 millones de dólares, que por la pesificación se convirtieron en 34 millones de pesos. Entonces empezaron manejos extraños y ventas de los mejores jugadores sin pensar en el aspecto deportivo. Así, se iban Mariano González, Diego Milito y Lisandro López, con cuyos pases se hubiera podido pagar la deuda entera, y se traían sobras.

La gente no compró los espejitos de colores y le puso palabras a su furia: “Siga el baile al compás del tamboril, porque Racing es mi vida y no la empresa de Marín” era el himno ganara o perdiera el equipo. Tras denuncias y escraches, Marín se vio forzado a huir en 2006. Asumió Fernando De Tomaso, pero los hinchas ya habían perdido la inocencia: “Salta, salta, salta, pequeña langosta, Marín y De Tomaso son la misma bosta” era el nuevo hit. Blanquiceleste mandó a Racing abajo en la tabla de promedios, y De Tomaso apenas soportó hasta 2008. Mientras batallaban para no descender, los hinchas celebraron la interrupción del contrato del gerenciamiento, lleno de cláusulas incumplidas y estafas al club. Racing volvía a ser una asociación civil, a elegir a sus representantes, a ser dueño de su destino.

El gerenciamiento dejó un club abandonado y al borde de la B Nacional, pero Racing sostuvo la categoría en tres años infartantes (2008, 2009 y 2010) y comenzó a reordenarse. Sus hinchas lo mantuvieron vivo, lo cuidaron, lucharon juntos para seguir teniendo una identidad, sentido de pertenencia. La deuda se pagó, la quiebra se levantó, la Promoción se fue muy lejos y de a poco, con decisiones menos caprichosas y más sensatas, el glorioso Racing Club pudo volver a caminar por sus propios medios, para orgullo de cientos, miles, millones de hinchas que lo transformaron, sin saber cómo ni por qué, en una forma de vivir.


Academia de artistas
Aunque sus voces valgan lo mismo que la de cualquier fanático de la Academia, existen hinchas de Racing que trascendieron por su talento y merecen ser mencionados. El caso actual más conocido es el del actor Guillermo Francella, que prácticamente condiciona sus papeles para que su personaje sea hincha de Racing. El caso más resonante es la película "El secreto de sus ojos" (foto), basada en un libro de Eduardo Sacheri y ganadora de un Oscar. Allí existe una brillante secuencia basada en el Racing de los 50 y 60. “Con lo que llovió quedé peor que Oleniak la vez aquella“, “No es lo mismo Anido, que Anido con Mesías“ y “En eso soy como Manfredini y no como Babastro“ son algunas frases que para los racinguistas de más de 60 años resultan gloriosas.
Otros artistas hinchas de la Academia: Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo, Atahualpa Yupanqui, los tres Soda Stereo (Charly Alberti, Gustavo Cerati y Zeta Bosio), Sergio Denis, Miguel Mateos (cantó una fantástica alegoría: “el día después de Racing campeón“), Antonio Birabent, Diego Capusotto, Sergio Renán, Alfredo Casero, Jorge Porcel, Alfredo Alcón, Lito Cruz, Federico Luppi, Alberto Martín, el escritor Hernán Casciari, el dibujante Horacio Altuna y cuatro artistas del deporte: Juan Ignacio Pepe Sánchez, Juan Espil, José Acasuso y Emiliano Spataro.

PUBLICADO EN EL GRÁFICO: 110 AÑOS DE RACING (MARZO DE 2013)

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