Por Martín Estévez
Llegó a Racing con el recuerdo de su viejo, fanático de la Academia, como motivación extra. En apenas seis meses, se convirtió en ídolo y ya tiene otro sueño: quiere llegar a los 100 partidos en el club.
“Tenés que ser de Racing y de Perón”, le decía su papá cuando era chico. Su viejo murió en 2009, y él no cumplió con el segundo mandamiento, porque a la política partidaria la mira de reojo, pero el primero le renació en las venas cuando, a mediados de 2014, le surgió la posibilidad de vestir la camiseta de la Academia.
Y acá está el Mono, apodo que recibió por otro Mono, Sergio Carberi, un vecino que siempre lo llevaba a jugar a la pelota en Cosquín, su pueblo natal. Acá está Ezequiel Videla, en el medio del Cilindro Mágico de Avellaneda, escuchando corear su apellido, y el de su viejo, y dando la vuelta olímpica. Acá está el hijo cumpliendo el sueño del padre: un Videla campeón con la celeste y blanca.
Nacido hace 26 años, el 15 de enero de 1988, arrancó a jugar en Tiro Federal de Cosquín, y en 2003 viajó a Rosario para hacer las divisiones inferiores en Central. Compartió equipo con Di María, pero...
“Fue en 2009, me acuerdo muy bien de ese día -le contó a El Gráfico en una entrevista publicada en noviembre-. Me llama Hugo Galloni y me dice: ‘Eze, la semana que viene se van a firmar los contratos...’. Y yo pensaba que me iba a decir que sí, pero me dijo que no, que no había forma de firmar. Fue un momento duro. Los 20 kilómetros desde Arroyo Seco los hice llorando. Pensé en dejar el fútbol, pero era regalar ocho años de mi vida. Tenía 20 y me preguntaba qué iba a ser de mí”.
Su familia, especialmente su hermano Franco, le puso el hombro, y a los pocos días le surgió la posibilidad de viajar a Uruguay. Así que su debut profesional fue con la camiseta de Wanderers, donde jugó 24 partidos y metió 2 goles en la temporada 2009/10.
A partir de ese momento, su carrera (y un fútbol de préstamos permanentes y tiempos acelerados) lo llevó a vivir un rato en cada ciudad. “Cuando me iban a renovar en Uruguay, apareció la chance de ir a San Martín de San Juan. Justo mis suegros volvían a la Argentina desde España, así que todo cerraba. Cuando llegué, éramos cuatro jugadores y el técnico, pero al final se sumaron refuerzos y terminamos ascendiendo”.
Ascendente también es la carrera de Eze, del Mono, de un volante central que se destaca por su sentido táctico. Toca de primera, es solidario, y tiene la capacidad de tirarse al suelo como si se le fuera la vida en eso y tocar la pelota sin cometer foul.
De San Juan (temporada 2010/11) se fue a Córdoba, para jugar en Instituto. Difícil para él, que es hincha de Talleres. “Es que Franco asumió y me llamó para ir. Muchas cosas me hicieron decir que sí: estar cerca de mi casa, jugar en la provincia, conocer al cuerpo técnico... Yo siempre fui de Talleres, de chico iba siempre a la cancha, fui socio, tengo un tatuaje. Entonces, jugar en Instituto fue un cambio grande, pero creo que hice las cosas lo suficientemente bien como para que no me pudieran reprochar nada”.
En aquella temporada, la 2011/12, estuvo cerca de conseguir otro ascenso (la Gloria perdió la Promoción contra San Lorenzo).
Luego, a viajar de nuevo, para jugar en la Universidad de Chile: 37 partidos y un título (la Copa Chile) hasta diciembre de 2013. Ahí también se dio el gusto de enfrentar a Neymar y a Ganso en la Recopa Sudamericana.
Su debut en la cancha de Racing, la misma a la que había ido dos veces con su viejo cuando era un adolescente, fue en 2014, pero con la camiseta de Colón: los santafesinos perdieron 3-0. Luego sumarían 30 puntos, pero no alcanzarían para evitar el descenso.
Entonces sí: Racing. “Llegar al club fue muy especial. Primero, el momento de firmar: fue un sueño porque, más allá de lo de mi viejo, era un paso muy importante en mi carrera. También era un temor, por venir a Buenos Aires. Por ahí los que viven acá no se dan cuenta, pero para los que venimos de afuera es un cambio muy chocante. Hace pocos meses que estoy acá, pero me sorprendió para bien. Con mi mujer y mi hija somos de hacer cosas sencillas, ir al parque, salir a pasear. Mi hija tiene 5 años y la admiro porque se banca todos los cambios de la mejor manera. Cuando llegamos a Buenos Aires estábamos preocupados por ella, pero el primer día que fue al colegio, salió contenta y nos dijo que ya tenía amigas. Eso nos tranquilizó mucho. La noche del partido contra Rafaela, que empezó muy tarde, le dije a mi mujer que no vinieran, que hacía frío, y me dijo: ‘¿Estás loco? Ella ya tiene la camiseta puesta y quiere ir’”.
La exposición permanente que genera representar a un club grande es un tema al que le presta atención. “Trato de consumir poco lo que dicen los medios porque soy una persona que sufre esas cosas. Te pueden hacer equivocar. Mi mujer, Caro, tiene una carpeta de recortes y me dice que el día de mañana voy a recordar todo esto, pero trato de consumir lo menos que pueda y de disfrutar el día a día con mi familia. El día que firmé contrato, le dije a ella: ‘Tenemos que disfrutar esto porque no sé cuántas veces voy a poder jugar en un club tan grande’. Así que lo disfruto. Llego al club con el auto y digo: ‘Qué lindo es estar acá’”.
La primera ovación, aunque no tan contundente como la que vivió en los últimos partidos, la escuchó cuando terminó su primera vez con la celeste y blanca, un 2-0 a San Lorenzo. “Ya en la entrada en calor tenía sensaciones muy buenas. El equipo ganó, jugamos bien y cuando escuché el ‘Videela, Videela...’ me sorprendí para bien, pero pensé que la gente estaba loca (risas). Yo demuestro eso: compromiso y ganas. Mi viejo algo hizo para que yo esté acá, así que no le puedo fallar”.
Su posición táctica durante varios partidos del torneo fue atípica: retrocedió a buscar la pelota incluso detrás de los marcadores centrales. “Es uno de los pedidos que me hizo el técnico. A él le gusta que salgamos por abajo, que no rifemos la pelota. Por ahí, a veces me queda larga la cancha, pero es el precio de querer tener la pelota. Prefiero eso antes que el arquero le pegue de punta y para arriba”.
Claro que su estilo lo deja siempre al borde de la sanción: en los 165 partidos que jugó, recibió 47 tarjetas amarillas. Tres veces fueron dos en un partido y terminaron en expulsión. “Es mi forma de jugar –explica–. Vivo los partidos con mucha intensidad, juego al límite”.
Videla fue el tractor del Racing de Cocca, una versión remasterizada del Bastía de 2001. Con Aued, Acevedo, Cerro, con quien sea al lado, se comió la mitad de la cancha con un despliegue que, de verdad, no es habitual observar.
Hace 1172 días que no hace un gol porque la suya es otra tarea, pero estuvo muy cerca contra Rosario Central: un remate suyo, tras pase de Milito, reventó el poste y terminó siendo empujado a la red por Gastón Díaz.
Desde que es profesional, Videla nunca jugó más de 18 meses en un mismo club. En Racing, lleva 6. “Yo me quiero quedar acá. Ojalá pueda quedarme muchos años. Después de tantas idas y vueltas, quiero asentarme en algún lugar, y ojalá sea en Racing. Uno de los objetivos que siempre tuve fue cumplir 100 partidos en un club y hasta ahora no pude”. Si de los hinchas de Racing dependiera, no habría problemas: en la Academia, Videla, el Mono, Eze, el todoterreno del campeón argentino, podría quedarse hasta el partido mil
Sólo jugó seis meses, pero ya es uno de los mejores volantes centrales de Racing en este siglo, junto a Bastía, Yacob y Pelletieri. Vivió un torneo brillante y la rompió en un partido clave: contra River.
Publicado en El Gráfico: Racing campeón (diciembre de 2014)
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