¿Por qué una banda de intolerantes puede suspender un partido al que asisten 12 mil personas y 170 policías? ¿Por qué empiezan a agredir una docena de personas, pero muchos se entusiasman y se suman a la violencia? ¿Por qué se sigue vanagloriando el aguante de la barra si esos tipos explotan a los clubes y matan sin distinción de camisetas? Ayer, en Nueva Chicago-Huracán, las preguntas volvieron a quedar sin respuesta.
Se jugaba el final del segundo tiempo cuando todo empezó. Chicago perdía 2-0 y algunos hinchas comenzaron a retirarse. ¿Tristeza? Nada de eso. Los locales debían esperar veinte minutos al finalizar el partido para retirarse, mientras que los visitantes se irían de inmediato. Entonces, los de Chicago salieron antes para esperar a los de Huracán y molerse a palos.
Sin embargo, algunos desaforados que se quedaron en una de las dos populares locales no pudieron esperar. Destruyeron los límites de su tribuna y tomaron la que estaba vacía, la que separaba una parcialidad de la otra. No había más de diez policías allí que, ante el avance de unos 50 hinchas, poco pudieron hacer: fueron apedreados y respondieron tirando piedras. Raúl Bertinotti decidió suspender el partido, cuando quedaban tres minutos para el final del descuento. Entonces se sumaron más violentos, superaron a la policía en número y en ferocidad, y quedaron a metros de los de Huracán: podría haber sido una masacre.
La policía, superada, arrojó gases lacrimógenos. Tantos, que invadieron un estadio en el que no se podía respirar sin llorar, sin sentir ardor en la garganta. Los de Chicago se replegaron. Los de Huracán se fueron. Todo parecía calmarse, pero no: la policía tampoco pudo mantener a los locales durante veinte minutos en las tribunas. Apenas cinco o seis después que los de Huracán, los de Chicago (ya en una y otra de las dos populares que ocuparon) salieron a las calles como una jauría rabiosa: algunos para perseguir a los de Huracán; otros para destrozar patrulleros, autos... lo que sea. Cuando la policía se organizó para detenerlos, todos se escaparon.
El comisario Carlos Cheroni, a cargo del operativo, notificó que hubo seis policías heridos, dos patrulleros destrozados y "al menos 15 detenidos". Las sanciones están por verse. Los detenidos quizá duren pocas horas en la comisaría. Y hay cientos aún sueltos, listos para volver a demostrar su estupidez. Otra pregunta surge: ¿cuando terminará esto?
Antes de la batalla hubo un partido, áspero y mal jugado, en el que Huracán tuvo la cualidad que le faltó durante toda la temporada: contundencia. Chicago, tras el gran triunfo en Mendoza, dejó una imagen opaca, decepcionante.
El juego fue cortado: hubo 49 faltas, que más los 12 offsides, las 6 veces que ingresó el carrito médico y los 314 segundos que tardaron en cambiar un banderín que se había roto hicieron al encuentro difícil de soportar. Huracán hizo la diferencia cuando aparecieron Mariano Juan y Alejandro Alonso. En el primer tiempo, tuvieron una chance cada uno, pero Daniel Islas y la imprecisión de Alonso evitaron el gol. En el segundo, Juan le robó la pelota a Alejandro Castro y asistió a Daniel Osvaldo, quien la metió en el ángulo: 1-0 y primer gol en su carrera. Luego, Cellay la empezó y Alonso encaró hacia el área y definió: 2-0 y partido liquidadísimo. Porque Chicago, aún con un hombre más, no fue superior, y desaprovechó las poquitas posibilidades que tuvo. "Era una final para nosotros, pero faltó actitud", dijo Sergio Batista. El otro DT, Néstor Apuzzo, debutó con triunfo, aunque volvería a las Inferiores. Antes de la batalla hubo un partido, sí. Y ahí, en la cancha, Huracán volvió a sonreír.
PUBLICADO EN CLARÍN, MARZO DE 2005
Esto es increible...
ResponderEliminarMe llamo igual que vos...
y tenes el futuro que yo quiero para mi..
de periodista deportivo...>!
Que gran casulaidad---!
Solo que por ahora recien termine el cbc en la uba..
te dejo mi mail...contactame estaria bueno charlar un rato....!
ja...
Que casualidad..
Por ahora en mi blog me toy dedicando a la poesia..ja..raro no??
si...pero quiero ser periodista...
SALUDOS..,