Por Martín Estévez - Producción: Darío Gurevich
Él agradece porque, después de una infancia dramática en la que se alimentaba mal, de los peligros de su barrio y de ser suplente durante mucho tiempo, se hizo un nombre en el fútbol. Los hinchas de Racing agradecen porque, tras la lesión de Gio Moreno, otro colombiano les devolvió la fe.
Él agradece porque, después de una infancia dramática en la que se alimentaba mal, de los peligros de su barrio y de ser suplente durante mucho tiempo, se hizo un nombre en el fútbol. Los hinchas de Racing agradecen porque, tras la lesión de Gio Moreno, otro colombiano les devolvió la fe.
Veintinueve veces, durante la entrevista, Teófilo Gutiérrez repetirá la palabra “Dios”. La aprendió desde muy chico, cuando en Colombia no lo protegían el Estado ni la ley, y sus padres hacían lo que podían. Cuando tenía miedo de salir de noche, o de caminar por otro barrio. Cuando se tiraba en el piso de su casa por temor a los tiroteos, cuando asesinaron a uno de sus mejores amigos porque lo confundieron con otra persona. La ausencia de justicia social, de distribución de la riqueza, de igualdad y de libertad deja un lugar libre que debe ser ocupado. A veces lo ocupa la violencia, a veces la resignación, a veces las luchas grupales. En el caso de Teófilo, el lugar lo ocupó Dios.
Esa es la primera, y más importante, seña particular de Teófilo. La otra es que no da el perfil de romperredes ni por casualidad. Estatura normal (1,78), voz bajita, cierta inseguridad para terminar las frases. No tiene nada de los tanques que se llevan a los defensores por delante. En realidad, tiene lo único que necesita: goles. Uno, dos, tres, cuatro y cinco, los que metió en Racing en sus primeros cinco partidos; 73 los que gritó en su carrera, que empezó hace apenas cinco años, cuando todavía vivía con miedo. “Nací en La Chinita -recuerda-, un barrio muy humilde, muy sencillo de Barranquilla. Gracias a Dios, desde niño pude conocer el fútbol. Mi padre me lo inculcó porque había sido arquero de Junior en las divisiones menores. Siempre me regalaba balones y ese era mi sueño: jugar fútbol. Y bueno, gracias a Dios soy un profesional”.
El fútbol, más que una diversión, es una esperanza en los barrios empobrecidos de Sudamérica. Una de las pocas formas de escapar. Teófilo se reprime cuando rememora los deseos de alejarse de La Chinita, como si fuera una traición a sus orígenes en lugar de un instinto de supervivencia. Eso representaba el fútbol para él: un lugar de igualdad, donde sus goles valían tanto como los de todos, donde era libre. El fútbol representaba a la esperanza. “Era muy complicado vivir allá -relata-. Por las pandillas, porque era un barrio muy vulnerable. Las personas tenían miedo, los taxis no entraban; para tomar uno, tenías que salir afuera. Entrar por la noche me daba miedo…”. Teófilo frena y vuelve a sentir que remarcar lo malo de La Chinita es injusto. Es lo primero que se le aparece, pero no le gusta. Entonces se concentra en lo bueno, en las alegrías, en los momentos de alivio. Y sigue el relato: “… pero me trataron muy bien en el barrio. Todavía visito a mis amigos, tengo muchas amistades allá. Jugábamos mucho al fútbol; bola de trapo, como le decimos nosotros. En las calles, cinco contra cinco, aprendí muchas cosas. La picardía, la malicia en la cancha. Apostábamos las gaseosas, los panes, y a veces plata, pero muy poquito. Ahora que estoy en el fútbol profesional, siempre me pongo a pensar en eso y me agrada”.
-Surgí en un equipo de mi barrio que se llamaba Independiente Framy. Lo administraba Franklin Ramírez, una persona que quería sacar a los niños de bajos recursos de las calles para que no vieran los malos ejemplos de los demás. Recuerdo que viajábamos una hora para jugar en otro barrio, en Las Flores. Ibamos en bus, nos montábamos detrás y pagábamos la mitad del pasaje. Es algo lindo lo que hacía él; nos ayudó mucho. Gozábamos mucho porque nos distraíamos. Para nosotros, un domingo era lo mejor porque sabíamos que íbamos a jugar. Es un recuerdo bonito.
-¿Siempre fuiste delantero?
-Una vez probé de arquero, pero no me fue muy bien (sonríe). Después jugué de volante, de diez, y me gustó porque tocaba muchos pases (sic) y siempre hacía goles. Recuerdo que en Independiente Framy había un compañero con el que nos parecíamos mucho, entonces nos cambiábamos las camisetas durante el partido y los rivales no sabían a quién marcar. Con ese equipo ganamos las semifinales pero lastimosamente, cuando íbamos a pelear el título, mataron a un compañero. Fue duro para nosotros. No fuimos a jugar la final, pero para nosotros fuimos campeones.
El contexto social, otra vez. Imposible obviarlo. Teófilo habla de la muerte con naturalidad: convivió con ella durante veinte años. No es necesario preguntarle cuántas de las personas que conocía fueron asesinadas para saber que Waldir, aquel amigo de Independiente Framy, no fue el único. “Waldir estaba en una fiesta compartiendo (sic), llegaron unos tipos y lo mataron. Lo habían confundido con otra persona. Nos enteramos al día siguiente. Habíamos estado todos en la fiesta, nos fuimos y él se quedó. Lloramos y no jugamos el partido porque nos sentíamos mal”.
Un pasado doloroso no es la única repercusión que sufren los excluidos del sistema. Teófilo tiene secuelas físicas por aquellos días de necesidades y angustia. “No fue fácil llegar al profesionalismo. Mi familia no estaba bien económicamente y yo no me alimentaba bien. Cuando era chico trabajé en una pescadería para ayudar. Madrugaba, me iba a las tres de la mañana, y se me lastimaban mucho las manos. Por eso, ahora, tengo un problema: sudo mucho las manos. Me explicaron que es por el daño que me hacía. Son cosas que pasan en la vida y que te quedan marcadas para que sigas creciendo como persona, para que veas de dónde vienes, para que nunca olvides. Aunque tengas lo que tengas, que no se te olvide tu familia, tu gente, tu barrio”.
Luego de la experiencia en Independiente Framy, Teófilo siguió muy cerca del fútbol. “Fui a Junior a los 15 años, con el profesor William Knight (jugó en Junior entre 1982 y 1987). Fuimos campeones de divisiones menores y en el 2000 ganamos un Mundialito de clubes en Venezuela. De allí pasé al Barranquilla Fútbol Club, que es como el segundo equipo de Junior y juega en Segunda División. Junior tiene una sede administrativa, donde hay cuatro o cinco canchas que están en buen estado, pero no en el mejor. Y tiene una estadía para los jugadores que llegan de otras ciudades. Yo tuve la oportunidad de quedarme ahí algunas veces, o donde la esposa del técnico, que les preparaba comida a los jugadores. Me alimentaba bien ahí y me iba en bicicleta a mi casa”.
-¿Tus padres te apoyaban?
-Sí. Mi padre se llama Teófilo, como yo; mi madre, Cristina. Ellos tienen mucho que ver con mi infancia, con que me haya dedicado al fútbol. Varias veces yo estaba decidido a abandonar porque no tenía oportunidades. Siempre traían jugadores y veía muy difícil jugar. Tenía las condiciones, pero llegaban unos técnicos que no me paraban bola. Volvía a mi casa llorando y les decía a mi mamá y a mi papá que no iba a jugar más fútbol, que no me levantaran en la mañana para entrenar, pero fui constante y siempre le pedí a Dios que me diera la oportunidad, quería la oportunidad ya. Pero no es cuando uno quiere, es cuando Dios quiere.
-¿Quién te inculcó la fe religiosa?
-Mi madre lleva casi veinticinco años en el evangelio, ella es cristiana evangélica. Le gusta, siempre ha creído en Dios. Desde niño fui agradecido con Dios por la vida, porque me salvó de muchas cosas. Tuve muchos accidentes, estuve cerca de no poder jugar fútbol... Siempre voy a estar agradecido de Dios, de mi madre, de mi padre, de la gente que me apoyó, económicamente también, los que me regalaban ropa. Siempre voy a estar contento con la gente de mi barrio.
-¿Hasta qué edad viviste en La Chinita?
-Siempre viví ahí. Recién en 2009 pude conseguir una casita para mi madre y también para mí y para mis hijos: tengo una niña, Yeilou Andrea (6 años), y un niño, Cristiano Manuel (3). Hay circunstancias de la vida que te permiten salir del barrio, pero siempre tienes que reconocer que naciste y te criaste ahí. Nunca te puedes olvidar del barrio.
-¿Te gustaría ayudar a tu barrio, a los que, como vos antes, están excluidos?
-En Navidad siempre trato de darles juguetes a los niños más necesitados. Cuando no tenía, yo quería un juguete, un balón, un muñeco. En 2009 regalamos mil juguetes. En 2010, 1.500. Este año, 2.200 juguetes. Cuanto Dios más me bendice, más debo darles a los niños que lo necesitan, porque ahí nací, ahí me crié.
-¿Tuviste alguna crisis de fe?
-Sí, porque siendo pequeño tuve un accidente en la pierna, me tomaron 24 puntos (sic). Tuve un accidente con un inodoro, me iba a montar sobre él y se partió. En ese momento sufrí mucho, pero doy gracias a Dios por la oportunidad que me dio. Casi me corto un tendón, no sé qué hubiera pasado... Uno aprende mucho de los errores.
-¿Tenés hermanos?
-Sí, tengo siete. Yo soy el mayor de los cuatro varones. Tengo una hermana mayor y después vienen las otras hembras (sic), que son más chicas. Los tres varones juegan en las divisiones menores del Junior, todos son buenos. Alguno quiere venir a la Argentina, vamos a ver si lo traigo. Por ahí peco un poco, pero creo que todos tienen condiciones para jugar profesionalmente.
-¿Terminaste el colegio?
-Sí, terminé el bachillerato cuando jugaba en Junior. Fue complicado porque estudiaba de noche. Era muy cansón (sic), entrenar a la tarde e ir después al colegio me agotaba. Por ahí iba poco a las clases, pero me pude graduar. Eso es lo importante.
-Tu mujer, Yeimy, ¿también es de La Chinita?
-No, mi esposa era de más arribita. Vivía en el barrio Las Nieves, que queda cerca. Cuando éramos novios resultaba difícil ir a visitarla, era muy peligroso por las bandas. Pero algunos me conocían porque sabían que jugaba bien al fútbol, entonces me cuidaban, no se metían conmigo. Igual, siempre que la iba a visitar había algún problema, pero son cosas que pasan cuando te enamoras de la mujer que amas. Ahora que estoy más adulto, hablamos de cómo me animaba a visitarla ahí. Tenemos dos hijos preciosos y doy gracias a Dios por mi familia.
-A los 16 años, en una berbena (boliche). Bailamos y la enamoré. Ella sabía que yo jugaba en Junior, en las divisiones menores. Le caí bien, compartimos (sic), pero no fue fácil, fue muy dura. Mi hermana mayor tenía una relación con el hermano de ella, entonces mi mamá me mandaba a buscar a mi hermana. Una vez aproveché, le eché los piropos (sic) y bueno... Nosotros los futbolistas tendemos a tener más la oportunidad. No es que uno sea muy bonito, pero tiene su simpatía (risas).
Julio Avelino Comesaña es el nombre que Teófilo seguramente quisiera ver escrito en mayúsculas. Es que cuando tenía 23 años se pasaba las tardes sentado en el banco de suplentes de Junior y soñando con ser como sus ídolos: Valderrama, Ronaldo e Ibrahimovic. Teo había debutado en septiembre de 2007 con un gol en el triunfo 4-2 ante Once Caldas, pero las chances de jugar desde ese momento habían sido pocas, muy pocas. En el Apertura 2008 había jugado apenas un partido en un equipo que peleaba por no descender. “En la B me había ido muy bien. Se jugaba muy duro, muy fuerte. Pero cuando llegué a Primera era muy difícil porque traían jugadores de fuera. Siempre era suplente. A mediados de 2008 llegó un técnico que tenía carácter, que sabía manejar un grupo. Comesaña impresionó a todo el mundo, porque dijo que yo era el mejor delantero de Colombia y que iba a ser el titular. Se armó un problema grande, los periodistas decían que estaba loco, la gente esperaba la contratación de un reemplazo bueno, extranjero. Pero él me dio la oportunidad. Gracias a Dios pude aprovecharla: marqué 11 goles en ese torneo, Junior salió del descenso y peleó en las finales. Y me eligieron jugador revelación. Todavía tengo contacto con él, es una gran persona y está muy orgulloso de mí”.
El dato no es muy conocido en la Argentina: a principios de 2009, tras esos 11 goles, San Lorenzo y River se interesaron por el pase de Gutiérrez. Lo de los Cuervos fue más lejano, pero River estuvo cerca de traerlo: habían acordado que, si no se concretaba el pase de Cristian Fabbiani, Teófilo se pondría la camiseta roja y blanca. Finalmente, el Ogro firmó contrato y el colombiano se quedó en su país. “Fue un momento muy triste, porque Argentina es Argentina. Siempre ves fútbol argentino y quieres jugar acá. Uno respeta las decisiones, pero a veces no las comparte. Igual estaba tranquilo porque las cosas me estaban saliendo bien. En cualquier momento iba a aparecer un pase”.
En 2009 explotó. Pero explotó en serio. Sus 30 goles en el torneo colombiano lo alzaron al cuarto lugar entre los máximos goleadores del año en el planeta. Y comenzó con una agradable costumbre: meter tres goles en un partido. Los primeros fueron ante Cúcuta y Envigado, en el Apertura, cuando ganó el Botín de Oro. “Fue un 2009 muy espectacular (sic). Mucho trabajo, mucha convicción tenía en mi mente. Después del Apertura, estando en la Selección, vine a la Argentina de suplente. Perdimos 1-0, con gol del Cata Díaz. No jugué pero me ayudó, porque estar en la Selección es lo máximo. Volví a Barranquilla y a los tres días jugamos contra Once Caldas: metí tres goles. Y tres días después, ante Envigado, marqué tres más“, puntualiza. Teo se convirtió así en el único colombiano de la historia que hizo cuatro hat-tricks en un año. Y se ganó el apodo de Triófilo, aunque no es su favorito. “Es un halago importante para un jugador que te quieran poner un nombre de cariño. A mí me gusta más que me llamen Teo, o Teogol. Lo más importante es que siempre esté mi nombre por delante: Teo”.
-Hablando de Teogol: cuando finalmente debutaste en la Selección, metiste un gol.
-Sí, fue contra El Salvador, en Estados Unidos. Ganamos con un tanto mío. Y también le hice un gol a Ecuador, por las Eliminatorias. En ese partido compartí equipo con Giovanni Moreno, que me dio el pase.
-El Trabzonspor te compró por tres millones de dólares, pero el año que estuviste en Turquía no fue el mejor. ¿Qué pasó?
-Empecé contento porque la gente me recibió muy lindo, no tengo quejas de nadie. El problema fue la cultura, el idioma. Un argentino, Gustavo Comas, me enseñó a manejarme ahí, pero para mi familia fue muy complicado. Los niños no estudiaban, y llega un momento en el que uno tiene que controlar la situación. Futbolísticamente me había ido bien: ganamos la Supercopa (NdR: marcó tres goles en esa final) y dejé al equipo primero. Además, le marqué al Liverpool por la Europa League. Ese, y el primero que hice, son los goles más importantes de mi carrera.
-Antes de desvincularte del Trabzonspor acusaste problemas de salud. ¿Eran serios o un argumento para que te dejaran irte?
-Más que todo, yo había hablado con ellos y entendían por qué me quería ir. Al no estar bien tu familia, no vas rendir al cien por ciento. Por ahí estás jugando, pero piensas en tu familia. Y ya después me sentía mal. Como todos, ¿no? Cuando uno se estresa le da dolor en todos lados. Y esos son problemas de salud, también: el estrés en un problema grave. Me sentía estresado porque me quería ir. Cuando llegué de Turquía, en Colombia muchos me insultaron, la prensa habló muy mal de mí, de que había dejado mal parado al fútbol colombiano. A pesar de que ellos me querían poner por el suelo, siempre tuve plena confianza en Dios, porque soy una buena persona y un buen jugador. Para los que no creían en mí, acá está Teófilo Gutiérrez.
Está en Racing, tierra de historias asombrosas, de hinchas fieles y, también, de goleadores a los que les esconden el arco. Alguna racha va a tener que cortarse: Teófilo lleva cinco tripletas en su carrera; en Racing, el último que logró meter tres en un partido fue el Chanchi Estévez, en una noche de 2000 en la que el técnico era el Pampa Jorge, la Promoción amenazaba por primera vez y La Academia goleaba 6-0 a Unión para ahuyentar fantasmas. Sí: pasaron años luz.
-¿Vas a ser vos el que corte la racha y meta tres goles en un partido?
-¡Hice tres goles contra Colón, pero el árbitro me anuló uno! (risas). Son cosas que pasan en el fútbol, pero no me cargo presión. Trato de divertirme, de jugar bien, de que mis compañeros se sientan tranquilos. Lo más importante es que le demos alegría a la gente, lo demás llega solo.
-¿Estás al tanto de lo difícil que es para los goleadores triunfar en Racing?
-Hay que entender que a veces a un jugador se le hace difícil por la presión de un equipo, porque es un club grande...
-Pero, ¿vos estás sintiendo esa presión?
-No. Cuando estás bien físicamente y confiás en tu capacidad, no hay obstáculo para lo que te propongas. Todo está en la mente. Todo es que confíes en Dios.
-Antes de firmar tu contrato con Racing, ¿habías hablado con Miguel Ángel Russo?
-Sí, él fue la persona más importante para mi llegada. Hablamos una sola vez y me convenció. Me dijo que me quería tener acá, en un club grande, que habían pasado por muchas circunstancias pero estaban en un buen momento. Que viniera nada más a aportar mi grano de arena y que todo iba a salir bien. Por eso quise estar acá, en esta fiesta. El paso que tuve por Turquía me enseñó mucho. Todo está en la confianza que te den. Cuando llegué me sentí muy tranquilo, todos me brindaron su confianza y respeto. Para mí, eso vale más que muchas cosas. Traté de entrenarme bien antes de mi debut, en las prácticas marcaba goles. Uno se va ganando el cariño de sus compañeros y ellos te van arropando.
-En los primeros entrenamientos, ¿te sorprendió el nivel de alguno de tus compañeros?
-Si te dijera nombre por nombre, todos tendríamos que estar en la Selección, porque hay jugadores jóvenes que tienen una capacidad impresionante. En los entrenamientos, tú los ves y piensas: “¿Cómo puede estar aquí? ¡Tiene que estar en Europa!“. El ejemplo es Giovanni, es un gran jugador. Lastimosamente ahora no está, pero va a ser importante para el equipo. El que me ha impresionado es La Flaca. Yacob es un jugador que mete mucho en la cancha, que tiene buena técnica. Podría estar jugando en Inter, en Lazio, en cualquier grande de Europa ahorita mismo. Toranzo es un jugadorazo. Tiene mucha técnica, es muy ágil, muy inteligente. Pillud centra muy bien el balón. Es muy difícil que un lateral tenga ida y vuelta, y tenga centro. Van a ver que él puede llegar lejos, a un grande de Europa, porque lo más difícil para un lateral es, cuando llega ahí, tirar un buen centro. Y él lo tiene.
-Sinceramente, ¿te sorprendió la hinchada de Racing o todas son especiales?
-Es una hinchada muy impresionante. Según lo que me han dicho, han sufrido mucho. En el primer partido que jugué, contra Boca, me senté en el banco y miraba a la tribuna, estaba encantado con la tribuna porque alienta mucho. Ellos son la razón de ser del equipo.
-Definís tranquilo frente al arco. ¿Lo aprendiste con el tiempo o siempre fue así?
-A medida que van pasando los partidos, vas agarrando tranquilidad. Cuando llegas al área ya miras a los ojos al arquero y el resto es más fácil. La perfección siempre tienes que trabajarla, ser perseverante. Pero el talento nace. El talento te lo da Dios.
El mejor de los 53
Desde el inicio de los torneos cortos, en 1991, Racing ha contratado nada menos que a 53 delanteros. Algunos eran goleadores notables, como Alfredo Graciani, Esteban Fuertes o Martín Cardetti. Otros fueron fallidas apuestas a futuro (Mariano Armentano, Sebastián Penco, Carlos Luna). Entre todos, se destaca Teófilo Gutiérrez: es junto a Diego Latorre el que más goles ha convertido en sus primeros cinco partidos oficiales. El colombiano lleva 5 en el Torneo Clausura, mientras que Gambetita había conseguido 4 en el Apertura 98 y 1 en la Copa Mercosur. De los restantes 51 delanteros, ninguno alcanzó esa marca. En los últimos diez años, por ejemplo, el mejor había sido Facundo Sava (2006), con 3 goles en esos cinco encuentros. Detrás, Luis Rueda (2001), Rubén Ramírez (2009) y Claudio Bieler (2010), con 2. Y sobran los que arrancaron sin festejos: Maceratesi, Pavlovich, Casas, Miranda, Luna, Villanueva, Valdemarín, Navia, Lugüercio, Javier Velázquez y Steinert. Yendo hacia el pasado, tuvieron un buen inicio Silvio Carrario (3 goles en 1995) y Martín Perezlindo (2 en 1998).
Café La Academia
Pocos futbolistas colombianos pasaron por Racing: antes de Gutiérrez hubo apenas seis. El primero fue John Edison Castaño (11 partidos en 1989/90), irregular mediapunta que era gran promesa en su país. Luego llegaron juntos el lateral Gerardo Bedoya (64 partidos y 5 goles entre 2001 y 2003) y el volante Alexander Viveros (30 partidos en 2001/02). Ambos festejaron el título del Apertura 2001, en el que Bedoya la rompió y anotó un gol clave ante River. Andrés Orozco (51 partidos y 6 goles entre 2003 y 2004) alternó como central y lateral derecho sin destacarse. Peor le fue a Javier Arizala (4 partidos en 2006), a quien Mostaza Merlo no le dio lugar. Y en 2010, claro, llegó Giovanni Moreno (suma 16 partidos y 5 goles).
PUBLICADO EN EL GRÁFICO N°4409 (ABRIL DE 2011)
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