Por Martín Estévez
Nació el 28 de octubre de 1956. Entre 1975 y 1991 jugó en Chacarita, Vélez, la Selección Argentina y dos equipos colombianos: Junior y América de Cali. Dirigió a Vélez, Gimnasia, Junior, Rosario Central, Boca y Atlas (México).
“Mi relación con el futbol empezó desde muy chiquito. Mis viejos se mudaron a Isidro Casanova cuando tenía 4 años. En esa época había tres casas por manzana, entonces hicimos una canchita al lado de casa y el papá de uno de mis amigos armó un equipo de pibitos. Nos compró camisetas y todo, yo tendría 6 o 7 años. Jugábamos contra otros barrios y nos llevó dos veces a los torneos de Baby Fútbol que organizaba San Lorenzo. La primera vez duramos tres partidos: ganamos uno y perdimos dos. La segunda vez nos ganaron en el debut; entonces si perdíamos de nuevo quedábamos afuera. Así estuvimos 13 o 14 partidos: los ganamos todos. En el cuadrangular final enfrentamos a un equipo de afuera, como nosotros, y a dos equipos de San Lorenzo. Con los dos San Lorenzo perdimos; al otro le ganamos 9 a 3. Los dos primeros recibieron trofeos gigantes. Nosotros fuimos terceros y nos dieron unas medallitas lastimosas”.
“Mi viejo siempre iba a verme jugar. Hoy valoro mucho que me haya acompañado. No era de los que se la pasan gritando, era un tipo muy tranquilo. Cuando ya estábamos en casa me decía: mirá esto, fijate aquello... Me daba consejos útiles. Y de esa manera eran más útiles todavía. No es lo mismo que te griten cuando estás jugando a que te hablen tranquilo en tu casa. Eso traté de hacer con mi hijo Junior, que también es futbolista. Traté de ir a verlo siempre, cuando era chiquito y ahora. Es más: he estado en una platea, en Olavarría, en la que no permitían público visitante. Me trataron de maravillas, lo único que no me gustó fue que a los tres minutos del descuento nos ganaron 1 a 0”.
“Tuve una infancia muy feliz. En Isidro Casanova viví hasta los 22 años, cuando me casé. Andaba siempre con una pelota. Me dejaban jugar hasta la noche, cuando mi vieja pegaba el grito. Si al primer llamado no ibas, al segundo te llevaban de las orejas. Lo único que me daba bronca era cuando estaba jugando y me llamaban para hacer un mandado. ¡Ay, qué fastidio me daba! Yo tengo tres hermanas mayores y sabía que no les gustaba ir porque las cargoseaban mucho los vecinos, entonces el que iba era yo”.
“A los 12 años sentí una tristeza enorme. El que siempre había sido nuestro director técnico falleció en un accidente de trabajo. Mucha gente quiso seguir con el equipo pero nosotros, a pesar de que teníamos 12, 13 años, dijimos que no. Que en memoria de quien había sido nuestro entrenador no podía seguir existiendo el club. Y ahí murió. Se llamaba Capotito Fútbol Club en honor a él: le decían Cacho Capote. Y nosotros éramos los chicos de don Cacho”.
“Empecé a jugar con pibes mas grandes poco después. Yo tenía 12 años y ellos, 16. Nos dirigía José, que también tenía un equipo de mayores que jugaban por plata. Muchas veces engañamos a mi vieja diciéndole que me iba con los de 16 y me llevaban con los grandes. Jugaba en los últimos minutos, cuando íbamos ganando. Me pedían que gambeteara y que si me tiraban una patada me hiciera el lesionado. Ahí entraban los de afuera, se agarraban a piñas entre todos durante cuatro o cinco minutos y, como no había adicional, terminaba el partido y ganábamos”.
“Me probé en Chacarita a los 16 años. Quedé y empecé en Sexta División, en el año 73; después pasé a Quinta en el 74 y a Cuarta en el 75. Un martes de septiembre llego al entrenamiento y los utileros me dicen ‘No hay ropa para vos, tenés que hablar con Duchini’. El coordinador de Chacarita era don Ernesto Duchini, un grande. ‘Pero don Ernesto, explíqueme qué pasó, ¿cómo que no hay ropa para mí?’, le pregunté. Y me dijo: ‘¿Cómo va a haber ropa para usted si mañana tiene que jugar en Primera? Acá está la citación’. Era un papelito que decía que me tenía que presentar a las siete y media de la mañana en Aeroparque. Viajé y jugué de titular sin haber entrenado nunca con la Primera”.
“Debuté el 24 de septiembre del 75. Fue en la Tacita de Plata, contra Gimnasia y Esgrima de Jujuy, torneo Nacional: fui un desastre (El Gráfico lo calificó con un 4). El titular era el Chueco Grimoldi, que estaba suspendido, y el suplente era Crosato, que ese miércoles se casaba. Volví a la Cuarta, pero no me caí, estaba seguro de que iba a triunfar. Además, esa no era la posición que me gustaba ni en la que iba a jugar”.
“Trabajaba, practicaba y estudiaba. En el 75 hacía todo. Trabajaba desde las 6 de la mañana a 2 de la tarde en la oficina de personal del frigorífico Lisandro de la Torre. Me entrenaba y después me iba a estudiar: había empezado el profesorado de matemáticas. Me levantaba a las 4.45 de la mañana y llegaba a mi casa a las 12 de la noche, porque el profesorado era en Ciudadela. No tenía tiempo para estudiar ni para descansar, pero no me gustaba que me mantengan mis viejos. Además, no tenían para mantenerme: mi viejo fue cortador de calzado y zapatero toda la vida. Hoy, cuando tengo algún chico en el plantel, trato de contarle mi historia. Me pasa con mi hijo: le faltan siete materias para terminar quinto año. Algún día lo vamos a convencer y las va a dar”.
“Para el profesorado de matematicas tuve que hacer el curso de ingreso porque había muchos más inscriptos que cupos. Me fue bien, pero no podía pagar la matrícula: me prestaron el dinero uno de los profesores y sus ayudantes. Sin embargo, después no tenía tiempo para estudiar. Hablé con mis viejos, eran duros para el estudio: tengo tres hermanas docentes, había una doctrina educativa importante en la casa. Era un pecado no estudiar. Les dije que si en dos años me daba cuenta de que el fútbol no era para mí, lo dejaba y volvía al estudio. Y al mes debuté en Primera”.
“El Coco Basile debuto como DT en Chacarita. A dos semanas de asumir, me dijo que le habían hablado muy bien de mí y que empezara a entrenar con la Primera. Entré quince o veinte minutos en algunos partidos hasta el 76, cuando arranqué de marcador de punta titular y hasta hice goles. Me acuerdo de uno contra Unión, de cabeza, desde la medialuna del área; terminamos 2 a 2. Hasta que en un partido me fue muy mal. Perdimos 4-1 contra Temperley y el jugador al que yo marcaba fue figura. El martes me llama Coco y me dice: ‘Nene, dígame la verdad. A usted, ¿le gusta jugar de tres?’. Le digo: ‘No, la verdad es que no, Coco, no me siento cómodo, mi puesto es ocho...’. ‘¡Ay, menos mal -se alivió- porque si me decía que sí, le tenía que decir que es un desastre de tres! Quédese tranquilo que el domingo juega de ocho’. Y nunca más fui marcador de punta”.
“Jugué de volante central con Victorio Spinetto de DT. Después, Perfecto Rodríguez me puso de 10. En 1978 hice 13 goles y estuvieron a punto de venderme a Central, pero los hinchas tiraron la transferencia para atrás. A principios del 79, Boca estuvo cerca de comprarme, pero terminé jugando cinco años en Vélez. Era completamente distinto a Chacarita. Yo me había casado en diciembre del 78 y me había ido a vivir a Ramos, entonces Liniers me quedaba cerca”.
“Me siento identificado con Chacarita y Vélez. Y con Boca, donde trabajé cinco años. Hoy voy a la playa a jugar al tejo, hay doscientas personas pidiéndome una foto y casi todas son de Boca. De todas maneras, sé que cuando agarro un equipo, se me cierran las puertas de otro. Como estoy identificado con Chacarita, jamás iría a Atlanta. Por mis años en Vélez, jamás dirigiría a Ferro o Chicago. Tampoco a Newell’s o a Estudiantes, porque dirigí a Central y a Gimnasia”.
“Me fui a jugar a Colombia en 1984. Creo que éramos 41 futbolistas argentinos. De Barranquilla tengo un recuerdo muy grato. Me gustó mucho la ciudad, el clima, la gente. Siempre pienso en Colombia. De hecho, hace poquito estuve a punto de dirigir allá otra vez. Tal vez vuelva en el futuro”.
“Alcancé mi mejor nivel a fines de los 70. En Chacarita, jugando como volante central en el 77 y como volante ofensivo en el 78. Eran funciones completamente distintas, pero Victorio Spinetto me mentalizó de que podía ser volante central y lo hice en un nivel excelente. Igual, lo que más me gustaba era ir al frente, llegar al arco contrario, hacer goles. El año 79 en Vélez fue muy bueno, y me valió que en el 80 Menotti me citara a la Selección, pero por dos lesiones me terminé perdiendo el Mundial de España. Debuté en Wembley, no muchos se dieron ese lujo. Pero jugué solo dos partidos: tampoco son muchos los que tuvieron esa fortuna”.
“Yo jugué con Maradona. Fue en mi segundo partido en la Selección, contra Austria. Ganamos 5 a 1 y me tocó hacer una jugada extraordinaria en el cuarto gol, que fue de Diego. Yo puedo decir que le hice hacer un gol a Maradona y él no me hizo hacer ninguno a mí. Diego era sorprendente. Practicaba con los cordones sueltos y no se caía nunca. Tengo buena relación con él, pese a que algunas opiniones suyas no han sido las mejores. Jamás vamos a ver a un jugador como él. Hoy tenemos al mejor del mundo, Messi, pero no es Diego”.
“Mis primeros años en Junior, el 84 y el 85, fueron espectaculares. Me valió que me comprara América de Cali en el 86. Era un equipazo: jugó tres veces seguidas la final de la Copa Libertadores. No pudo ganar ninguna, ese fue su karma. Además logramos el pentacampeonato y me di el gusto de hacer un gol clave en el título, el 3-1 al Deportivo Cali en la anteúltima fecha. Faltando diez minutos, hice el gol que nos aseguró el título. Después jugué dos años más en Junior. El 87 fue bueno, pero el 88 estuvo plagado de lesiones”.
“Volví a Vélez a fines del 89. No me podían incorporar hasta mediados del 90, así que aproveché para ponerme bien físicamente. Me entrenaba todas las mañanas en Vélez y a la tarde me iba a Depormed a hacer mi rehabilitación. A mitad de año asumió el Coco Basile. Le comenté que tenía los ligamentos rotos y me dijo: ‘Me gustaría verte igual’. Hice la pretemporada y el último día el Coco me llama y me dice: ‘Estoy sorprendido de que tengas este nivel con los cruzados rotos. Andá a arreglar con los dirigentes para quedarte’”.
“Llegué a sacarme siete jeringas de líquido de la rodilla para jugar. Tuve buenos rendimientos, pero peligraba mi carrera. Me fui de Vélez en junio de 1990 y tenía pensado no seguir jugando. Pero me llamaron de Chacarita, que estaba en Primera B, y me tocaron el orgullo. Estuve en todos los partidos desde septiembre hasta diciembre. En las vacaciones fui a jugar al paddle y me arruiné la rodilla. Todo el mundo me dice que es lo peor que podía haber hecho, pero qué sabía yo... Empezó el torneo de vuelta, pero en el primer partido me dolía la rodilla y me fui caminando para el banco en medio del partido. Ahí decidí no jugar nunca más”.
“Empecé el curso de técnico dos meses después de dejar de jugar. Antes de recibir el carnet de técnico, en diciembre del 92, me llama Carlos Bianchi desde Francia para ofrecerme trabajar con él en Vélez. El mejor recuerdo que tengo de mi etapa con él es el primer título de todos los que ganamos, el del Clausura 93. Habíamos empatado 1-1 con Estudiantes a la tarde y teníamos que esperar el resultado de Independiente, que jugaba contra Belgrano. Si no ganaba, éramos campeones. Estabamos cenando y el único que escuchaba el partido era yo. Eran los minutos finales, empataban, Independiente lo tenía en un arco. Termina el partido, me saco los auriculares y los pongo arriba de la mesa. Todos me miraron pensando que era gol de Independiente. Me subí a la mesa y empecé a gritar que éramos campeones. Fue muy emocionante”.
“Tuve propuestas para dirigir desde 1993, pero hablaba con Carlos y me decía ‘Esperá, para qué te vas a ir ahora’. Cuando nos contrató la Roma, pensé: ‘Carlos tenía razón’. Después, otra vez Carlos me decía ‘No te apures, va a venir algo bueno’. Así fue. En el 98 era la Selección, Boca o River. Yo prefería Boca y le dije a Carlos: ‘Si vas a River, yo no voy. Vos sos técnico para Boca’. Le di manija hasta que firmó”.
“Cuando ganamos la libertadores 2001 tuve un cruce fuerte con Pompilio y le dije a Carlos que en 2002 no seguía. ‘Vos siempre me dijiste que uno tiene que tener metas más altas -le expliqué-. Si mañana vos no trabajás más, ¿yo qué hago?’. En abril de 2002 me llamó Vélez y empecé mi carrera como entrenador. Hoy, cada vez que El Fortín da una vuelta olímpica, me siento un poco partícipe de eso por todo el esfuerzo que hicimos con los dirigentes para sanear al club”.
“En Gimnasia estuve bien durante seis meses, pero cuando vino Muñoz ya no estuve cómodo y a las cinco fechas me fui. En Junior dirigí cuatro o cinco meses. Me volví por algunas cuestiones mías, estuve un año y pico sin trabajar hasta que apareció Rosario Central. Fue el torneo en el que explotó Di María, pero decidieron despedirme dos semanas antes de las elecciones. Me fui triste, pero apareció el llamado de Pompilio para ir a Boca. Ése sí que no lo esperaba”.
“Lo que viví en Boca fue muy importante. Gané los últimos dos títulos del club. Ahora los valoran más; algunos me piden que vuelva porque lo posterior fue peor. Antes, Miguel Ángel Russo había ganado la Libertadores, pero de él se acuerdan de vez en cuando, porque después hubo dos títulos más. Los míos, en cambio, fueron los últimos. Los van a recordar hasta que Boca gane un título nuevamente. Después, olvídense de Ischia”.
PUBLICADO EN EL GRAFICO N°4407 (FEBRERO DE 2011)
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