Por Martín Estévez
En Rosario Central lo dejaron libre y después pasó por seis clubes en cinco años. Hoy, el volante busca consolidarse en Racing, por el recuerdo de su viejo y para cumplir un sueño: jugar 100 partidos en un club.
Julio de 2009. Los jugadores de la categoría 1988 de Rosario Central viven su momento clave: firman contrato o quedan libres. Uno de ellos es Ezequiel Videla. “Me acuerdo muy bien de ese día –cuenta–. Me llama Hugo Galloni, el técnico, y me dice: ‘Eze, la semana que viene se van a firmar los contratos...’. Y yo pensaba que me iba a decir que sí, pero me dijo que no, que no había forma de firmar. Fue un momento duro. Los 20 kilómetros desde Arroyo Seco los hice llorando. Pensé en dejar el fútbol, pero era regalar ocho años de mi vida. Tenía 20 y me preguntaba qué iba a ser de mí. Había nacido mi hija hacía dos semanas, y seis meses antes se había muerto mi viejo... Yo me sostenía en él, así que no sabía qué hacer...”.
Videla lo cuenta con una angustia que parece tan grande como el Cilindro de Avellaneda, en cuyas tribunas está sentado. Respira y continúa el relato. “... Así que lo llamé a mi hermano Franco, y él me ayudó, me contuvo en ese momento tan difícil. A los pocos días, un técnico de Central me hizo el contacto con mi representante actual, Gustavo Manenti, y él me consiguió dos chances: irme a Uruguay o a Defensa y Justicia. Le dije a mi mujer: ‘Gorda, ¿qué hacemos?’. Y ella me dijo: ‘Vamos para Uruguay’”.
El Monito Videla mira para abajo y se toca uno de sus tatuajes. “Lo de Monito surgió porque en Cosquín tenía un vecino, Sergio Carberi, al que le decían el Mono. Tenía 10 años más que yo y siempre me llevaba a jugar al fútbol. Entonces decían que llegaba el mono con el monito, porque iba con él a todos lados. Después, de monito pasé a mono. Le estoy muy agradecido a Sergio, porque me ayudó mucho y fue uno de los que más me insistió para que aprendiera a patear con la zurda. Después, con el tiempo, él fue padre y me eligió como padrino de su hijo. Lo de Mono quedó un poco en el pueblo, en Buenos Aires me conocen más como el Eze, pero cuando me dicen Mono lo siento como algo familiero. Es una de las cosas que me hacen sentir cerca de mi casa”.
-¿Y los tatuajes? ¿Cuántos tenés?
-Tengo 1, 2, 3... 8 tatuajes. El primero que me hice, de chico, fueron las iniciales de mi familia. Nadie quería que me lo hiciera, y encima, el mismo día, el tatuador me tiró la onda para hacerme otro, una tobillera, y me lo hice. La verdad es que fue una cagada, porque llegué a mi casa y mi viejo se enojó, se desvirtuó todo. Todos me decían que el tatuaje es un vicio, y tienen razón. Si fuera por mí, ya tendría todo el cuerpo tatuado, pero pienso en mi hija y no sé si va a ser adecuado que cuando crezca tenga un padre así.
Hoy, Videla es uno de los dos volantes centrales titulares de Racing. Llegó al club hace menos de cuatro meses, pero los hinchas rápidamente lo abrazaron por su entrega. El tipo juega con pasión, se le nota. Tiene sentido táctico, toca de primera, es solidario y cuenta con una capacidad en extinción: la de tirarse al suelo como si se le fuera la vida en eso y tocar la pelota sin golpear la pierna del rival. Suficiente para una hinchada que en los últimos 45 años vio pasar a muchos jugadores incapaces de jugar a ser héroes.
Nació hace 26 años, el 15 de enero de 1988, en la ciudad cordobesa de Cosquín, donde vivió hasta los 14. “A los 5 años empecé a jugar al fútbol. Iba a una escuela en la que se hacían torneos de barrio y, cuando fui un poco más grande, entré en las categorías infantiles de Tiro Federal, el club más importante del pueblo. Justo en ese momento, además, mi papá llegó a ser presidente de Tiro. Es un club que ayuda mucho a los chicos del pueblo, te hace salir de la rutina tan chica que hay en una ciudad como Cosquín. Estoy muy agradecido a Tiro Federal”.
-¿Jugabas en cancha de cinco o de once?
-Siempre cancha de once. Empecé arriba y terminé más abajo. Jugué de 9, de 11, después de enganche y al final, de 5. Ahí me fui transformando en el jugador que soy ahora. Me iba bien, pero lo que tenía de goleador también lo tenía de maricón: era muy llorón, no me gustaba que me pegaran. Si había un marcador central que ya en el primer tiempo me golpeaba, me iba a los costados. Era muy flaquito, tenía problemas en los huesos, dolores de piernas. Ahora no soy gordo ni grandote, pero tengo más recursos que cuando era chico. Algunos kinesiólogos y algunas vitaminas ayudaron, porque había días en los que jugaba al fútbol y me dolía todo. No fueron muchos años, pero lo sufrí.
-¿Ahora sos vos el que les hace sentir el rigor a los demás con alguna patada o en el profesionalismo eso ya no intimida?
-Sí, en Primera hay jugadores que te lo hacen sentir. Yo juego fuerte porque es mi forma de jugar y porque lo aprendí de chico: el que juega fuerte tiene una leve ventaja respecto del que no. Mi hermano y mi viejo me decían que para llegar a Primera tenía que aprender esas cosas. Hasta hoy nunca pegué con mala leche, así que me considero un loco, pero un loco medido.
-Contanos más sobre tu familia.
-Además de Franco, tengo una hermana, Gisela. Ellos fueron muy importantes para mí. Ahora cada uno tiene su familia y yo estoy con el fútbol, así que los veo más pausado. Siguen viviendo en Cosquín. Mi hermano era mi modelo a seguir, admiraba cómo jugaba. Pero en el momento de elegir, de dar el salto, él prefirió los amigos y el asado... Mal no eligió, igual (risas). Está donde quiere estar y se siente cómodo. Cuando murió el viejo, en 2009, fue muy importante. Y ahí Gisela fue una de las que se sintió como una madre más. Ojalá los pueda disfrutar muchos años más porque me hacen falta.
-No dejemos afuera a tu mamá...
-No, no. Uno se acostumbra a estar lejos, pero con mi vieja cuesta, más ahora que se quedó sola. Me gustaría estar más con ella, pero sé que está bien. Siempre me acompaña, es la más loca, el sostén de la familia.
-Al ser de Cosquín, estamos obligados a preguntarte por tu relación con el folclore...
-Sí, claro. Yo hasta comí asados con grandes del folclore, porque mi viejo organizaba peñas. Pero soy más del rock. La música es uno de los elementos que uso para salir de la rutina. También cumbia, cuarteto, pero soy amante del rock: La Renga, Los Redondos. Y también me gusta mucho AC/DC.
Por el fútbol, Videla se la pasó viajando. En cinco años vivió en Rosario, Cosquín, Montevideo, San Juan, Córdoba, Santiago de Chile, Santa Fe y Buenos Aires. “Mi viejo, en el 2002, me quería traer a prueba a Racing, porque él era hincha, pero no teníamos ningún contacto, no era fácil. Y un amigo de la familia, de apodo Porrón, dijo ‘este vago tiene que jugar en Central’. Me llevó a prueba en diciembre de 2002, y en enero de 2003 me fui a Rosario. Los coordinadores eran Timoteo Griguol y Aldo Poy, dos emblemas. Tenía 14 años; tuve que dejar la escuela, a los amigos. No fue fácil, pero sabía que el fútbol era lo mío. Mi viejo me decía que nunca me guardara nada, que me cuidara, que siguiera estudiando, para después no reprocharme nada. Terminar el secundario fue una de las condiciones que me pusieron mis viejos y pude hacerlo. Pero más allá de lo que me decían ellos, yo también lo sentía. Siempre supe que estudiar es importante”.
-¿En Central jugaste con Di María?
-Sí, de la categoría 88 salieron Di María, Becchio, Burdisso... Con Angel compartimos tres años y la verdad es que no se notaba lo que iba a ser. Era muy flaquito, tenía problemas con el peso. De hecho, mucho no jugaba. Pero un día vino Zof, hizo un rejunte de Inferiores, lo subieron a Primera y quedó. Fue una sorpresa para todos. Cuando la Selección jugó en Chile, me regaló su camiseta.
-De Rosario, entonces, a Montevideo.
-Sí, a Wanderers. Debuté en la tercera fecha y después jugué todos los partidos del torneo. Lo disfruté. El fútbol uruguayo es mucho más tranquilo que el argentino.
-De Montevideo a San Juan...
-Cuando me iban a renovar en Wanderers, apareció la chance de ir a San Martín. “Gorda, ¿vamos para San Juan?”, le pregunté. “Sí, vamos”, me dijo. Justo mis suegros volvían a la Argentina desde España, así que todo cerraba. Al día siguiente, a las 7 de la tarde, salí para Argentina. Cuando llegué éramos cuatro jugadores y el técnico, Darío Franco. Al final llegaron refuerzos y terminamos ascendiendo con Garnero y Rotchen como técnicos. Fue un lindo año.
-Y de San Juan a Córdoba, para jugar en Instituto. Raro, porque vos y toda tu familia son de Talleres.
-Es que Franco asumió y me llamó para ir. Muchas cosas me hicieron decir que sí: estar cerca de mi casa, jugar en la provincia, conocer al cuerpo técnico. Yo siempre fui de Talleres, de chico iba a la cancha todos los partidos, fui socio... Es una de las cosas que me dejó mi viejo, entonces jugar en Instituto fue un cambio grande. A mi hermano fue al que más le chocó, pero yo respeto mucho a Instituto e hice lo mejor posible. Fue una etapa que disfruté mucho.
-¿El tatuaje de Talleres ya lo tenías?
-Sí, claro, lo tengo desde los 15 años. Había pensado en hacerme un escudo de 20x20 en la espalda, pero mi hermano fue consciente y me dijo que yo iba a llegar a Primera, y que eso me podía traer problemas. Opté por una tobillera, y al día de hoy agradezco haberme hecho eso. Al principio en el club lo sabían muy pocos, después se fue sabiendo más, pero creo que hice las cosas lo suficientemente bien como para que no me pudieran reprochar nada. Nunca me faltaron el respeto, y mi hermano terminó alentándome. Incluso, en la anteúltima fecha, gritó los goles de Chacarita contra Central, porque favorecía a Instituto. Cuando perdimos contra Ferro en la última fecha fue un golpe duro, y después también sufrimos la Promoción.
-Me imagino lo que vino después: “Gorda, ¿nos vamos a Chile?”.
-Sí, dos días después de perder la Promoción me llamaron de la Universidad de Chile, viajé en avión para allá, firmé y a los dos días me tenía que presentar a entrenar, así que viajé otra vez, junté mis cosas y viajé de nuevo para allá con mi mujer y mi hija. Fue un año difícil, raro, porque pasé de la B Nacional a jugar una final en Japón. Me hizo crecer mucho. Me dirigieron Sampaoli y Darío Franco, y gané la Copa Chile, pero no pude jugar octavos, cuartos ni la semifinal porque estaba lesionado. En la final fui al banco, pero había hablado con el técnico y él sabía que no estaba al 100%, así que no me puso. Fue mi primer título, con sabor agridulce, pero es un buen recuerdo. Y perdimos la final de la Recopa con el Santos de Neymar. Jugué el partido de ida, en Chile: con Charly Aránguiz sabíamos que no teníamos que darle espacio. A la salida de un lateral, se la dan a Neymar, de espaldas, y los dos enseguida lo vamos a buscar: tiró un taco para Ganso por arriba nuestro. Ahí nos miramos y dijimos: “No salgamos más”. Te das cuenta de que es un distinto, piensa tres segundos antes. En la revancha fui al banco, y en un momento del partido me dije “disfrutá esto porque no lo vas a ver muchas veces”. Ver a Neymar y a Ganso no me lo voy a olvidar más.
-De Santiago de Chile a Santa Fe...
-Hablé con Lucas Landa, con el que había jugado, y me dijo que Colón tenía una gran deuda, que había que hacer miles de puntos para salvarse, que lo pensara bien... Pero me llamó el técnico, Diego Osella, y me convenció. En Chile no jugaba, no me citaban, así que con mi mujer decidimos irnos. Debuté perdiendo 3-0 con Racing: fue un palo difícil.
-Lo increíble es que Colón terminó sumando 30 puntos y Racing, 17...
-Sí, nos repusimos. Fue un torneo muy raro desde lo estadístico. Lo disfruté mucho, más allá de que terminamos descendiendo. No nos sentíamos respaldados por Agremiados, ni por AFA, así que luchamos solos y estuvimos cerca de salvarnos.
-La llegada a Racing, seguramente, se mezcló con el recuerdo de tu papá.
-Un montón. Llegar a Racing fue muy especial. Primero, el momento de firmar: fue un sueño, porque más allá de lo de mi viejo, era un paso muy importante en mi carrera. También era un temor, por venir a Buenos Aires. Por ahí los que viven acá no se dan cuenta, pero para los que venimos de afuera es un cambio muy chocante. Uno de los problemas que sufrimos los argentinos es el de destruirnos nosotros mismos, entonces yo veía las noticias y en Buenos Aires parecía que estaba todo mal, pero no es así. Hace tres meses que estoy acá y me sorprendió para bien. Con mi mujer y con mi hija somos de hacer cosas sencillas, ir al parque, salir a pasear. A Racing lo estoy disfrutando. Después de lo de 2002, nunca más hablé con mi viejo de la posibilidad de jugar acá, lo veíamos como algo muy lejano. El siempre me decía que yo tenía que ser de Racing y de Perón. Cuando era chico vinimos a la cancha dos veces y la pasamos muy bien, así que siempre lo banqué a Racing por mi viejo.
-El tenía una posición política marcada. ¿Vos cómo te llevás con ese tema?
-Yo, de política, no sé mucho. Lógicamente, uno como ciudadano tiene que interesarse, pero tampoco me voy a pelear por política. Mi viejo fue presidente del Concejo Deliberante y, en su momento, se lo nombró como posible intendente de la ciudad. Estuvo muy cerca. Un día, juntó a la familia, nos preguntó si queríamos y hubo un ”no“ rotundo. Un poco por lo del dicho: pueblo chico, infierno grande. Sabíamos que podía traernos problemas, porque nos conocíamos todos. Mi viejo era un tipo muy querido, muy ligado a la política, le gustaba mucho.
-¿Y vos cómo llevás el hecho de ser papá?
-Mi hija tiene 5 años y la admiro porque se banca todos los cambios de la mejor manera. Cuando llegamos a Buenos Aires estábamos preocupados por ella, pero el primer día que fue al colegio, salió contenta y nos dijo que ya tenía amigas. Eso nos tranquilizó mucho. Es una de las personas que me ayudan a salir rápido cuando tengo algún problema. Siempre la llevo a la cancha, en todos los clubes en los que estuve le compré la remerita. A veces, de la nada, canta una canción de Colón. El otro día, mi mujer estaba buscando una canción de Racing para aprenderse la letra, y mi hija recordaba una parte: justo la de un insulto. Yo le dije que no estaba bien decir eso, pero por dentro me reía. Y el día de Rafaela, que jugamos tarde y llovía mucho, le dije a mi mujer que no vinieran, que hacía frío, y me dijo: “¿Estás loco? Ella ya tiene la camiseta puesta y quiere ir”.
-¿Cómo vivís que tu nombre aparezca casi todos los días en los diarios?
-Trato de consumir poco porque soy una persona que sufre esas cosas. Te pueden hacer equivocar. Mi mujer, Caro, tiene una carpeta de recortes, me dice que el día de mañana voy a recordar todo esto, y tiene razón. Pero trato de consumir lo menos que pueda, de disfrutar el día a día con mi familia. Hasta hoy me siento muy cómodo en Racing, por los hinchas, por la gente que rodea al plantel y por el plantel mismo. El día que firmé el contrato le dije a mi mujer: “Tenemos que disfrutar esto porque no sé cuántas veces voy a poder jugar en un club tan grande”. Así que lo disfruto. Llego con el auto y digo: “Qué lindo es estar acá”.
-Cuando terminaste tu primer partido y te ibas para el vestuario ya se escuchó el primer “Videela, Videela”...
-En los primeros partidos no pude jugar porque no llegaba el transfer, eso fue duro. Me perdí los dos primeros y debuté contra San Lorenzo. Ya en la entrada en calor sentí sensaciones muy buenas. El equipo ganó, jugamos bien y cuando escuché el “Videela, Videela” me sorprendí para bien, aunque es un orgullo que me guardo para mí. Pensé que la gente estaba loca (risas). Pero Ezequiel Videla demuestra eso: compromiso y ganas. Mi viejo algo hizo para que yo esté acá, así que no le puedo fallar.
-Cuando Racing juega de local tenés una función táctica rara, bajás mucho a buscar la pelota, incluso por detrás de los centrales. ¿Te lo pide Cocca o te sale a vos?
-Es uno de los pedidos que me hizo Diego. A él le gusta que salgamos por abajo, que no rifemos la pelota. Para mí es cómodo, porque en el esquema que usaba Darío Franco a veces también lo hacía. Cuando me meto mucho entre los centrales, por ahí me queda larga la cancha, pero es el precio de querer tener la pelota, de respetar las ideas de los técnicos. Prefiero eso antes de que el arquero le pegue de punta y para arriba.
-En tus últimos 19 partidos te sacaron 12 tarjetas amarillas. ¿Eso te parece lógico por tu posición o te preocupa?
-La verdad es que no tenía esa estadística. Y es dura... (risas). Pero es mi forma de jugar, de ser. Vivo los partidos con mucha intensidad, juego muy al límite. Siempre remarco que tengo muchas amarillas pero muy pocas rojas, solamente tres. En Colón logré algo histórico: en la 14ª fecha llegué a la quinta amarilla; la 15ª no la jugué; y en la 16, la 17, la 18, la 19 y la final con Rafaela me amonestaron en todas y llegué otra vez a cinco amarillas. Una locura. Pero es mi forma de jugar.
-¿Milito es mejor como delantero o como líder para este Racing?
-Las dos cosas. Desde lo personal, te puedo decir que tenerlo a Diego en el equipo es muy importante. Te da un cierto respiro, te sentís respaldado, sabés que cada pelota que toca él es una a favor tuya, te das cuenta de que la defensa rival lo mira con otros ojos, le quiere estar encima. Desde lo futbolístico, no puedo descubrir nada que ya no se sepa. Y es un buen líder. El y el Chino Saja son los grandes responsables de este grupo. Desde un principio nos dijeron las cosas bien claras, así que las entendemos. Tenemos un grupo muy maduro y ellos son muy importantes. Remarcan errores, destacan virtudes y, más allá de su seriedad, son amigos nuestros, nos preguntan cómo estamos, nos cuidan.
-¿Cómo explicás las tres derrotas seguidas que sufrieron?
-Fue una mezcla de cosas: mala suerte, cosas que no hacíamos bien... Perdimos el clásico, y contra Lanús, injustamente. Pero no por palabras, sino por hechos. Porque después de un palo muy duro, jugamos con Lanús, le metimos un gol al minuto, no nos cobraron un penal muy claro contra Centurión y en la misma jugada vino el penal para ellos. Y en el segundo tiempo lo tendríamos que haber empatado. Y contra Independiente tuvimos un minuto trágico. Es cierto que es fácil hablar de buena suerte y mala suerte, y a mí me gusta responsabilizarme por las cosas que hago, pero además de errores nuestros, es evidente que un poco de mala suerte tuvimos. No puede ser que vos pegues cuatro tiros en los palos y Rafaela, en la primera que tiene, te haga un gol. Fue una etapa que tuvimos que pasar, y ahí se demostró el valor del grupo, que salió adelante, especialmente después de quedar afuera de la Copa Argentina. Enderezamos el rumbo y supimos qué hacer.
-Lo máximo que estuviste en un club como profesional fueron 18 meses en Chile. ¿Te imaginás quedándote más tiempo en Racing o te gustaría cambiar?
-Yo me quiero quedar acá. Ojalá pueda quedarme muchos años. Después de tantas idas y vueltas, quiero asentarme en algún lugar, y ojalá sea en Racing. Uno de los objetivos que siempre tuve fue cumplir 100 partidos en un club y hasta ahora no pude. Quiero que me den la camiseta de Racing con el 100 atrás (risas). Se lo conté a mi mujer y ella me dijo: ”¡Vos pensás en cada cosa!”.
Recuadro - Los antecesores
Desde que se otorgan tres unidades por triunfo, Racing jugó 39 torneos y en sólo 9 alcanzó los 30 puntos. Al cierre de esta edición, el equipo de Diego Cocca sumaba 22 en 12 fechas, por lo que cuenta con buenas chances de ser, con Videla como volante central, el décimo en lograrlo. ¿Quiénes fueron los número 5 de aquellos equipos? En los Apertura 95 (35 puntos) y 96 (32) jugaba Fernando Quiroz, aunque por sus constantes lesiones tenía a Gustavo Chacoma, primero, y a Claudio Marini, después, como recambio. En el Apertura 98 (33), Pablo Michelini corría a todo el mediocampo rival. Ya sin el Pulpo, Teté Quiroz volvió a la titularidad en el Apertura 99 (30). El campeón del Apertura 2001 (42) tenía a Adrián Bastía como gran figura. Recién en el Clausura 2005 (32), La Academia volvió a superar la barrera de los 30 puntos; fue con Juan Carlos Falcón en el medio y el Cholo Simeone colaborando a su izquierda. En el Clausura 2009 (30), Racing se salvó de la Promoción, en buena parte, gracias a la valentía de Claudio Yacob, también presente en el Apertura 2011 (31). Y la última vez que el equipo lo logró fue en el Apertura 2012, con Agustín Pelletieri no sólo marcando: incluso atajó un penal
Recuadro - 3 goles, 3 historias
En los cinco años que transcurrieron desde su debut como profesional, Videla marcó solamente tres goles. Pero los tres tienen su historia. ”El primero fue en Wanderers. Dos días antes de jugar, me llamó mi hermano y me dijo que iba a viajar a Uruguay para verme. Fue un partido histórico: ganamos 4-0 en el Centenario. Le pegué de afuera del área, pegó en el palo, rebotó en el arquero y entró. Corrí a la tribuna para dedicárselo. Me dijeron que para la FIFA no contaría como gol mío, ¡pero no me lo saquen! El segundo fue ante Peñarol: me metí entre los centrales, aproveché un rebote y definí como 9. Ibamos perdiendo 3-0, pero yo tenía ganas de gritarlo como si fuera el del triunfo. El tercero fue el más lindo: un bombazo de zurda contra Defensa y Justicia, jugando para Instituto, que pegó en el palo y entró. Yo siempre digo que el fútbol tiene cosas raras. A veces un jugador se erra un gol abajo del arco; y ese día la agarré medio mal, un poco con la canilla, y terminó siendo un golazo“.
159 Los partidos que acumula Videla en su carrera. Jugó 24 en Montevideo Wanderers (2009/10), 34 en San Martín de San Juan (2010/11), 33 en Instituto de Córdoba (2011/12), 37 en Universidad de Chile (2012/13), 19 en Colón de Santa Fe (2014) y lleva 12 en Racing (desde agosto).
Publicado en El Gráfico N°4451 (noviembre de 2014)
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