En 1936, la nadadora se convirtió en la primera mujer argentina que participó en los Juegos Olímpicos, y lo hizo con un inmenso éxito: ganó la medalla de plata en los 100 metros libre. Tenía solamente 20 años.
En el barco que viaja durante veintiún días rumbo a una ciudad de Berlín dominada por Adolf Hitler y sus ideas genocidas hay 55 deportistas hombres y una mujer que representarán a la Argentina en los Juegos Olímpicos de 1936. Ella se llama Jeanette Campbell y, 78 años después, la hazaña que logrará seguirá siendo recordada.
Jeanette había nacido el 8 de marzo de 1916 en Francia. Sus padres vivían en la Argentina, pero estaban de vacaciones en Europa y la Guerra Mundial los obligó a quedarse dos años allí. Comenzó a nadar a los 6 años, influida por su hermana Dorotea (luego campeona argentina en 100 metros). Primero lo hizo en el Belgrano Athletic Club y, a partir de los 13, en las piletas de Ferro.
Ganó el campeonato argentino de los 100 metros libre en 1932: los nadó en 1m18s6, y batió el récord de Sudamérica. Sus marcas le dieron la posibilidad de competir en el Campeonato Sudamericano de 1935, organizado en Río de Janeiro. Allí no sólo obtuvo la medalla de oro en los 100 metros con nuevo récord (1m08s0), sino que además triunfó en los 400 metros (también con récord) y en la posta 4x100.
Era la única argentina con marcas suficientes para competir en los Juegos Olímpicos y se animó a viajar rodeada de hombres durante tres semanas a las que calificó de “aburridísimas”. Entrenó como pudo sobre el barco y en el poco tiempo que estuvo en Berlín antes de competir se exigió al máximo. En la primera serie, ganó con nuevo récord (1m06s8). En la segunda, hasta logró récord olímpico (1m06s6). En la carrera final comenzó liderando, pero la holandesa Hendrika Mastenbroek tuvo una notable arremetida final y se quedó con el triunfo. El 10 de agosto de 1936, Jeanette, que había nadado como nunca en su vida (1m06s4) se colgó, orgullosa, la medalla de plata.
Siguió compitiendo con el deseo de tener revancha en 1940, pero los Juegos se suspendieron por la Segunda Guerra Mundial. Sin motivaciones, abandonó la competencia y, junto a su esposo Roberto Peper, crió a sus hijas Inés y Susana (compitió en los Juegos de 1964), y a su hijo Roberto. Recibió decenas de reconocimientos y honores por su trayectoria (entre ellos, el premio Konex). Sus ojos azules se apagaron en 2003, cuando vivía en el barrio de Belgrano
Publicado en El Gráfico N°4451 (noviembre de 2014)
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